Por L.B.
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Yákov Yurovski levanta el revólver, lo apunta al zar Nicolás II y declara que el pueblo ruso lo ha condenado a muerte. El zar, sorprendido y aterrado, llega a preguntar “¿qué?”, y un balazo lo ultima, y junto con él a toda la familia real. La Revolución rusa crecía al influjo de los bolcheviques y tres personajes avasallantes, Lenin, Stalin y Trotsky. Pero había sido un hombre cercano al zar y su familia, un monje, un curandero, un asesor, el que había predicho todo lo que estaba sucediendo. Quizás la zarina, instantes antes de morir por un tiro en la boca, pensó en la maldición del monje loco y su predicción. Grigori Rasputín había sostenido que el día que él pereciera, el zar lo haría con él y perdería el trono.
El 3 de enero de 1916 enterraban los restos de Rasputín, uno de los hombres fuertes de la monarquía por su influencia tanto en la zarina como en el zar. Justamente esa influencia fue la que llevó definitivamente a su asesinato a manos de una parte de la nobleza que no soportaba que este hijo de campesinos siberianos, analfabeto y grosero, estuviera en el peldaño más alto de la monarquía rusa. Hasta el servicio secreto inglés a través de una serie de espías estuvo detrás del asesinato según consignan algunas investigaciones actuales. ¿Por qué estaría interesada su majestad británica en liquidar a un hombre como Rasputín? Quizás por su ascendencia en el zar Nicolás II y en la zarina, quizás por las sospechas de que era un agente alemán en medio de la Primera Guerra Mundial, o simplemente pagando favores a los nobles rusos.
Lo cierto es que se cumplen 100 años de la muerte de un hombre que marcó una época, ya sea por su extraña apariencia, ya sea por su cercanía con la revolución rusa y el final de los zares, ya sea por la mágica capacidad de convencer a toda una monarquía de que poseía poderes curativos.
Los inicios
No se sabe a ciencia cierta cómo fueron la niñez y la juventud de Rasputín. Los relatos de una de sus hijas sirven como piezas para armar el rompecabezas de su vida. Nació en Siberia Occidental, en un pueblo llamado Pokróvskoye, seguramente en enero de 1869, proveniente de una familia de campesinos. Nunca asistió a la escuela, aunque las fuentes remarcan que era un hombre muy elocuente y seductor. Se casó muy joven y tuvo varios hijos. Ante la muerte de uno de sus hijos, desapareció de los lugares que frecuentaba y se instaló en un monasterio. Siguió en aquellos años una secta cristiana de corte herético según la iglesia ortodoxa, y finalmente, tras una vida licenciosa (así lo marcan la mayoría de las fuentes, entre alcohol y orgías), llegó a la “iluminación” tras conocer al hermano Macario, quien lo llevó a enderezarse, no tomar alcohol ni comer carne. Las orgías y el sexo igualmente formarán parte de su costado más misterioso, una serie de leyendas que lo sindican como un adicto a esas prácticas, disfrazándolas de actos religiosos y que involucraban a la mayoría de las damas de la nobleza rusa.
El campesino que llegó a Moscú
La fama de Rasputín fue creciendo a lo largo y ancho de Rusia, mientras las damas de sociedad pasaban el chisme del monje sanador y santo. Finalmente llegó a San Petersburgo ingresando de lleno a los círculos de las familias ricas de la ciudad. En 1904 la zarina Alexandra lo contacta desesperada por la enfermedad de su hijo, el zarevich Alexis. El heredero al trono era hemofílico y la única esperanza de los zares era este monje de aspecto extraño. A través de la “hipnosis curativa”, según lo creían los zares, Rasputín logró paliar los estragos de la enfermedad del zarevich y así se ganó la confianza de la zarina y se instaló definitivamente en el palacio.
Pero mientras aumentaba su poder sobre los zares y las decisiones de gobierno eran tomadas al influjo de este monje, crecían sus enemigos dentro de la corte, así como las intrigas para asesinarlo.
A pesar de sus relaciones personales con las damas de la alta sociedad, más allá de su cercanía con la zarina (de origen alemán), era claro que un campesino, analfabeto, de la parte más pobre y olvidada del imperio (Siberia), que detentaba esas cuotas y prebendas de poder, obviamente generaba la reacción de la rancia nobleza rusa. La Iglesia Ortodoxa tampoco veía con buenos ojos a un hombre que se autoproclamaba santo o que sostenía frases como: “Se deben cometer los pecados más atroces, porque Dios sentirá un mayor agrado al perdonar a los grandes pecadores”. Allí radicó su debilidad, hacerse de demasiados enemigos de considerable poder y confiarse demasiado. Su asesinato es producto de un convite a una cita con una duquesa, en la que Rasputín se venía fijando desde mucho tiempo atrás. Fue su marido quien plantó la carnada necesaria para asesinar al monje.
Asesinato
El estallido de la Primera Guerra Mundial fue el detonante perfecto para los primeros movimientos organizados de protesta contra el zar. Rasputín, en la situación extrema que se encontraba Rusia, diezmada, sin armas (se calcula un arma cada cuatro soldados durante la guerra), sin comida y sobre todo sin apoyo popular, decide destituir al comandante en jefe del Ejército. Esto genera que el propio Nicolás deba partir hacia las trincheras con ese cometido. La zarina asume el control del gobierno que obviamente entrega a su hombre de confianza, Rasputín. El monje comienza una depuración del gabinete, expulsando altos cargos hasta llegar a disolver la Duma (parlamento ruso de carácter únicamente consultivo).
Quien fuera su asesino, relata en sus memorias, Yo maté a Rasputín, que debió “liberar al país de tal funesto personaje”, que llevaba “una Rusia sin rumbo, a la deriva”. Lo invitó al palacio con la carnada de su esposa (sobrina a su vez del zar) el 16 de diciembre de 1916 y lo envenenó con cianuro en la comida y en la bebida. Rasputín empero no murió y tras horas de agonía lo remató de un tiro en el pecho. Lo abandona en el lugar y sale de la habitación con sus esbirros. Cuando vuelve para deshacerse del cadáver, Rasputín se incorpora de repente y comienza a huir hasta que otro de los intrigantes le dispara cuatro veces en la espalda.
El cuerpo fue sacado en un trineo y arrojado a las heladas aguas del río Neva, donde fue encontrado dos días después. La leyenda cuenta que murió ahogado.
Esto sucedía diez meses antes de la Revolución bolchevique que finalmente derrotó a la monarquía instaurando un nuevo sistema y cortando la sucesión para siempre. Los sucesos revolucionarios se iniciarían en febrero con los mencheviques.
Seguramente eso pensaría Alexandra cuando el arma de Yurovski apuntaba a su boca: en las visiones del monje sobre el futuro de Rusia, “envuelta en una nube negra e inmersa en un profundo y doloroso mar de lágrimas”. La familia real fue asesinada el 16 de julio de 1918.