En la columna de la semana pasada adelantamos algunos datos sobre lo que la gente de varios países estima que son los temas más importantes y de mayor gravedad en sus países. El análisis acerca de lo que piensan de sus realidades en estos y otros asuntos, sobre los que hay tanto opinión pública como datos oficiales relevados, permite comparar el grado de ajuste (o de desajuste) entre las creencias populares y la realidad. Sigamos con este curioso, interesante y temible ejercicio.
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Minorías sobreestimadas
El miedo al extranjero, y al otro en general, y el pánico inducido por prensa y personal de seguridad producen –en uno de los ejemplos más evidentes de desajuste– un unánime error de sobreestimación del porcentaje de musulmanes viviendo en sus respectivos países. Este fenómeno, entre otras cosas, beneficia a políticos de derecha (Donald Trump, ultraderechas nacionalistas europeas, etcétera), quienes basan parte apreciable de sus argumentos políticos en esos injustificados miedos.
Los franceses, según los datos de la encuestadora Ipsos, creen que los musulmanes franceses alcanzan a 31% de la población, pero los datos oficiales marcan apenas 7%. Un fenómeno similar ocurre entre los alemanes (21 y 5), los belgas (23 y 7), los estadounidenses (17 y 1), los ingleses (15 y 5), los españoles (14 y 2) y los brasileños (12 y 0,3).
La consultora va más lejos y pregunta –con gran acierto– cuáles creen que serán los porcentajes de población hacia 2020, y esta proyección popular arroja una sobreestimación errónea aun mayor. Por ejemplo, si los franceses creían que los musulmanes eran 31% cuando en realidad eran 7%, para 2020 esperan que asciendan a 41%, cuando las proyecciones demográficas sostienen que sólo llegarán a 8,5%. Lo mismo sucede en Alemania y en los demás países mencionados, en los que aumenta el error creído. Es altamente curioso comprobar que Brasil, país donde sólo hay 0,1% de musulmanes, se crea que hay 12%.
No queda otra que citar a Discépolo y rematar que al mundo le falta un tornillo. Pero el asunto no termina ahí, en una evidente y sensible islamofobia, porque las creencias y las realidades respecto de los inmigrantes en general confirman los errores y temores respecto de los musulmanes. Por ejemplo, en Argentina se cree que hay 30% de inmigrantes, aunque los censos y migraciones muestren que esa población sólo representa el 5%. Lo mismo ocurre en Brasil (28 y 0,3), en Francia (26 y 12) y en Estados Unidos (33 sobre un real 14).
Prejuicio xenófobo, proyección de miedos e hiperinfluencia de titulares de prensa que magnifican, dramatizan, reiteran y redundan son los responsables de esos enormes errores de las opiniones públicas de los países sobre los porcentajes de musulmanes, de inmigrantes y de su crecimiento futuro. Cuanto mayor sea el acceso a información masiva, sin filtros ni calificaciones, peor será el conocimiento creído sobre el mundo. Sería bueno medir quiénes se equivocan más sobre el mundo, si aquellos sin acceso a información masiva contemporánea o aquellos con acceso a ella pero sin filtros ni calificativos para calibrarla más allá de sus características mistificadoras. La alucinación colectiva de Gustave LeBon y la hiperrealidad simulada de Jean Baudrillard ya se han hecho verdad en nuestra locura cotidiana que nos creemos sentido común y vox dei.
Otros errores
El mismo error de apreciación de la opinión pública se reitera en torno a todos los temas sobre los que se pregunte a lo largo y ancho del mundo: sobre cuánto se sobredeclara felicidad, sobre cuánta gente rechaza la homosexualidad, o el aborto, o las relaciones extramaritales, o el porcentaje de riqueza que el 1% más rico posee, o la cantidad de gente que se declara no religiosa, o cuál es la edad media de la población, o la cantidad de mujeres institucionalmente empoderadas, o la proporción de población rural, o el porcentaje de menores de 14 años en la población. Y sobre muchos más temas cotidianos, de los que la vox populi está muy lejos de ser vox dei, tales como la proporción de personas que son dueñas o están comprando la vivienda en que moran, o la parte del gasto en salud del total del gasto. Si los políticos se van a guiar por las creencias populares, porque la concordancia con ellas produciría votos, estarían bien “fritas” las sociedades.
Es realmente curioso lo que sucede cuando se les pregunta, a esos mismos que se equivocaban tanto sobre el porcentaje de riqueza que tiene el 1% más rico de sus países, cuánto porcentaje deberían ganar por oposición al que efectivamente ganarían. Usted espera que todos declaren que deberían tener un porcentaje mucho menor de riqueza. Pues bien, se equivoca: en bastantes países se cree, efectivamente, que el 1% más rico debería ganar menos del total de la riqueza colectiva; pero en varios se piensa que deberían tener un mayor porcentaje. Hay países, aunque cueste creer, en los que la gente cree que el 1% más rico debería ganar todavía una porción mayor de la riqueza: eso sucede en Nueva Zelanda (tienen 18% y se piensa que deberían tener 27%), en Japón (19 y 27), en Francia (23 y 27), en Australia (21 y 24), en Italia (23 y 26) y en Canadá (25 y 26).
Países más o menos ignorantes
Como las preguntas cambian año a año, para que la gente no pueda con facilidad corregir sus respuestas erróneas anteriores y que su ignorancia masiva fluya con la soltura habitual, entonces es esperable que los ránkings de ignorancia varíen año a año. Veamos cómo son los más y menos ignorantes en 2015 y en 2016.
En 2015, según la consultura Ipsos, los países más ignorantes fueron India, China, Taiwán, Sudáfrica, Estados Unidos, Brasil, Tailandia, Singapur, Australia e Indonesia. Y los cinco menos, en orden de sabiduría según las preguntas formuladas, Holanda, Gran Bretaña, Corea del Sur, República Checa y Malasia.
En 2016, último registro, los diez más ignorantes fueron México, India, Brasil, Perú, Nueva Zelanda, Colombia, Bélgica, Sudáfrica, Argentina e Italia. Los más acertados, por orden: Corea del Sur, Irlanda, Polonia, China y Estados Unidos.
Hay una gran variedad en las listas, según las preguntas hechas cada año, aunque India, Brasil y Sudáfrica nunca parecen faltar entre los más ignorantes, ni Corea del Sur entre los más ilustrados.
Lo que sabemos y lo que no
Deberíamos preguntarnos hasta qué punto, y más allá de la cultura humanística que dominaba hasta el siglo XX, este tipo de conocimiento le es necesario a la gente para sobrevivir laboralmente, vivir en familia e interactuar en lugares públicos con diversión, excitación y placer. Desgraciadamente, la cultura general, el conocimiento desinteresado respecto del país y del mundo, no parece preocuparle mucho a la gente. Si puedo manejar lo que necesito de información básica para trabajar y relacionarme con mis compañeros y jerarquía institucional; si puedo interactuar familiarmente y con amigos y colegas, cotidianamente no preciso más que saber con quién salió Pampita el sábado; si hicieron goles Suárez, Cavani u otros uruguayos en el mundo; si pintará auto para salir; si tendré ropa de moda; si me manejo con mínima aprobación y popularidad en las redes sociales y en la interacción y el rumor cotidiano.
Es el frívolo mundo del siglo XXI. De todos modos, si precisara realmente, más allá de mi autoimagen cultural, información real y objetiva que pudiera diferir de lo que puedo creer sobre esos temas, internet y las redes me la acercarían en un abrir y cerrar de ojos. ¿Para qué entonces gastar tiempo en almacenar lo que está ahí, al alcance, sin esfuerzo previo?
Para el final, una apreciación importante y esencial para que no parezca que todo es simplemente opio para el pueblo, y que tanta frivolidad favorece tan claramente a los titititeros del mundo. Consultada la gente sobre el prestigio de las diferentes profesiones, los peor evaluados son los políticos, los siguen en desprestigio los gobernantes, en tercer lugar los periodistas, en cuarto los agentes inmobiliarios, en quinto el sistema financiero y en sexto los banqueros. Los mejor evaluados son nurses y médicos, como corresponde a una civilización hegemonizada por el biopoder, que aspira a la longevidad a cualquier precio de dolor, costo y ajenidad cultural sobreviniente con la edad. Esta es una mera prueba de que vivimos un materialismo ucrónico rampante, una sociedad en la que será mejor no vivir y que parece imparable e irreversible, donde el conocimiento, o es aplicado o es utilitario para la frivolidad y el estatus inmediatos; una sociedad en que el chismerío del jet-set, la proximidad en pantalla a los ‘famosos’ (en realidad simplemente ‘conocidos’) y la persecución de estatus por múltiples vías ocupan cada vez más tiempo además del de supervivencia simple (trabajo, me traslado, como, me aseo, duermo). Como decía Mafalda, paren el mundo que me quiero bajar.