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Sociedad

Crónicas pandemoníacas: Apuntes sobre el control (y lo) remoto

Por Lucía Masci.

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“Félix Guattari imaginaba una ciudad en la que cada uno podía salir de su departamento, su calle, su barrio, gracias a su tarjeta electrónica, que abría tal o cual barrera; pero también la tarjeta podía no ser aceptada tal día, o entre determinadas horas: lo que importa no es la barrera, sino el ordenador que señala la posición de cada uno, lícita o ilícita, y opera una modulación universal. El estudio socio-técnico de los mecanismos de control, captados en su aurora, debería ser categorial y describir lo que está instalándose […] Lo que importa es que estamos al principio de algo” (Gilles Deleuze. Posdata sobre la sociedad de control. 1990).

La transición de las sociedades “disciplinarias” (Foucault) a las sociedades “de control” (Deleuze) gozó de gran relevancia en los estudios de comunicación desde los 90, cuando ya muchos veían (y consignaban) ese rumbo que el capitalismo asumía y que hoy encuentra, en la operación global asociada a la Covid-19, su realización, su coronación, su máximo goce.

Y es que nada de esto ha sido tan “sorpresivo” como se pretende, sino que constituye más bien un proceso de fijación “hipertrofiada” (o “farsesca” -cuándo no-) de las tendencias ya existentes en nuestras sociedades, las cuales se cristalizan a partir de la aceleración del proceso de digitalización, migración o -mejor- traducción de la actividad humana, en esto que se presenta como un verdadero salto cualitativo de la especie.

Ahora bien: como en todo momento de transformación radical de todos los órdenes de la existencia como consecuencia de una nueva representación en el “teatro del mundo”, lo humano no solo “actúa” su asignado rol, sino que resiste, crea y recrea, rescata y reinventa, y es capaz de reconducir su propio destino, siempre que logre encontrar la vía del sentido, es decir, la que incluye una (re)acción y una fe en que tal re-conducción sería, si no vital, al menos necesaria.

De allí que el elemento humano se divida paulatinamente (y como siempre en estos tiempos) entre los impulsos más o menos reproductivistas asociados a la supervivencia, y aquellos más o menos transformadores vinculados a la vida, es decir, a la búsqueda de un sentido vital para lo humano más allá de la exigencia de las tecnologías hoy incorporadas, cuya lógica acumulativa y pasajera requiere de una constante “rendición de cuentas” o “presencia del sujeto en sus objetos -interfaz ininterrumpida-”, como señalaba Baudrillard una década antes de inspirar en los hermanos Wachowski ese contundente “aviso de incendio” que fue Matrix (1999).

Pero no se trata solamente de consignar de qué manera todo esto “ya estaba cantado”, por así decirlo, en las voces de los pensadores convocados, sino de acudir a esas voces para comprender los sentidos de la operación y poder de ese modo si no impugnarla, al menos cuestionarla en el “tiempo largo” de su imposición y de su forja.

Y en este sentido, importa atender a las contribuciones del entrañable maestro y referente del pensamiento crítico sobre la comunicación Armand Mattelart, quien se ocupa de las diferentes etapas, lógicas y derivas de ese “sistema-mundo” que lleva una vida estudiando.

 

Conjuro para shockeados

“Era como una gripe, pero es mucho más grave, pero la mayoría lo pasa sin síntomas, pero es una amenaza mortal, pero no debes temer, aunque haya miles de muertos. Lo estamos manejando muy bien. No hay que salir de casa, pero los trabajadores sí pueden salir y para comprar no importa juntarse muchos a metro y medio, pero luego no puedes salir a hacer deporte aunque vayas solo o a caminar, pero si tienes perro, sí puedes”.

Entre las múltiples producciones en torno a la pandemia, hace algunos días circuló en las redes el texto del que se extrae esta cita, que evidencia las contradicciones del discurso mediático, muy similar al que circuló en torno al VIH, y luego al 11S, cuando Naomi Klein conceptualizó esa forma del discurso (y de la acción) como una “doctrina del shock”.

Y es sobre ese “shock” que trabaja el referido texto sintetizando hábilmente los puntos más contradictorios del discurso mediático (¿acaso habría otro distinto hoy?) en torno a la Covid-1, y logrando evidenciar  su clara inscripción dentro del modelo elaborado por Klein.

 

Nuevas explo(t/r)aciones

Pero hoy no se trata solo de la “zombificación” del humano-consumidor, sino de la explotación de sus capacidades cognitivas y creativas en un mundo en el que, como anticipaba Baudrillard, “ya no existimos como dramaturgo o como actor, sino como terminal de múltiples redes”.

Habrá que repensar de todos modos, y a la luz de las últimas mutaciones, en qué consiste o podría consistir exactamente eso de existir como “terminal de redes”, en la medida en que las posibilidades de creación, organización y de producción de pensamiento humano genuinamente colaborativo que hoy brindan las herramientas tecnológicas y la existencia “en red” no han sido del todo exploradas (o al menos no tanto como sus usos comerciales). En este sentido, los desarrollos vinculados al software libre y a la creación de redes y herramientas alternativas resultarán de vital importancia.

Como sea, importa comprender por el momento que la explotación de datos humanos para usos comerciales que rige y moldea nuestras existencias requiere de la fabricación, exponencialmente multiplicada, de aparatos tecnológicos. Y que esta fabricación requiere a su vez de la explotación de los recursos minerales de la Tierra (alojados como siempre en África y en América Latina), así como también de los del espacio exterior, asumidos ahora como “activos estratégicos”.

La carrera espacial se reanuda así, esta vez protagonizada por empresas privadas y explícitamente asociada a la explotación de los eventuales recursos minerales de la Luna, de Marte, y de diversos asteroides que contengan eso que los humanos “necesitaríamos” para mantener la fabricación de aparatos tecnológicos (incluidos los autos eléctricos y la energía “limpia”).

Mientras tanto, la tragedia de las minas de cobalto del Congo (reserva mundial de este mineral imprescindible para la duración de las baterías, y territorio condenado por tanto a la “maldición de los recursos naturales”) da cuenta de una ambición por la explotación de todo lo explotable, que no tendrá límites en el mundo que se (re)configura.

En este mundo, y mientras las mayorías humanas son sumidas en la incertidumbre y el hambre, la NASA anuncia que la cápsula Crew Dragon de SpaceX, destinada al turismo espacial (y lanzada hace un par de días en su primer viaje tripulado), transportará a Tom Cruise al espacio exterior para protagonizar la primera película filmada fuera de la Tierra.

Así, mientras Elon Musk (SpaceX), Jeff Bezos (Amazon) y Greg Wyler (Onemedia) escenifican en Twitter (con chistes y emojis) la decisiva batalla -a la que ha ingresado también Facebook- por el dominio de la provisión de internet satelital para el mundo entero (y esto pese a las advertencias en términos de basura espacial y de posibles colisiones entre los miles de satélites que serán lanzados con este fin), Google y Apple se alían para rivalizar con China por el dominio de las tecnologías de control del elemento humano.

 

Atención: ¡humanos!

Entre estas tecnologías se encuentra la recientemente adoptada por Uruguay, que acoplará una herramienta de rastreo provista por Google y Apple a una aplicación ya desarrollada localmente (Coronavirus.uy) para identificar y reportar posibles contagios.

Sobre el acuerdo entre el gobierno y las gigantes estadounidenses, el presidente Lacalle Pou se manifestó “orgulloso” por sentir que juega con “los principales jugadores globales de la tecnología”, y añadió continuando la telúrica metáfora, que su intención en este sentido es “dejar todo en la cancha”.

Son tecnologías de rastreo que se complementan, en el control de lo humano, con las ya omnipresentes cámaras de reconocimiento facial que detectan, por ejemplo, la ausencia de tapabocas en esos rostros que ellas reconocen incluso embarbijados, indicando además (con alarmas y colores) su “aprobación” o “rechazo” en función de la temperatura corporal o de los químicos secretados por el humano a ellas sometido.

Siguiendo la tendencia de las “ciudades inteligentes”, estas herramientas se ofrecen hoy en múltiples versiones para empresas, edificios, y por supuesto para el “público en general”, siempre entusiasta de “heredar” los desarrollos de la industria bélica para usos recreativos.

 

Más misterio, menos ministerio

En cierto pasaje de una de las novelas más revisitada de estos últimos tiempos se lee: “con toda su habilidad, nunca habían logrado encontrar el procedimiento de saber lo que pensaba otro ser humano”. Y si bien podríamos suponer que ese “procedimiento” ha sido finalmente alcanzado en lo que se conoce ya no como Big Brother, sino como Big Data, podemos asimismo suponer -como hace Orwell con los humanos de su novela- que aún nos quedaría algo así como “el fondo del corazón, cuyo contenido es un misterio incluso para su propio dueño”.

Pese entonces a los avances hacia la concreción de la distopía orwelliana por la vía “somática” de Huxley, podríamos pensar que es justamente en ese secreto, en ese único “misterio” que se resiste a convertirse en “ministerio” (R. Ruiz) porque se encuentra a salvo “incluso (de) su propio dueño”, donde se alojaría la posibilidad de un nuevo impulso, de una nueva resistencia de lo específicamente humano, de un posible reencuentro en un mundo posible y a la medida del bienestar de lo que vive, y no de la ambición de lo que mata y destruye.

Una parte de ese misterio de lo humano se aloja en las tramas que tejen los artistas buscando anticipar, evidenciar, pensar en otras traducciones o migraciones de lo humano más allá del “shock”.

 

Nuevos higienistas

De todos modos, mientras las grandes corporaciones del mundo digital festejan el exponencial aumento de sus ingresos y se apresuran a lanzar todo tipo de productos para el “nuevo mundo” en ese mismo mercado que ya hegemonizan, y del que la coartada de la pandemia nos hizo aún más dependientes, la educación exige también a nivel global un proceso de digitalización que conlleva el desmantelamiento de lo existente y la inauguración de nuevas formas de estudiar, pero sobre todo de nuevos contenidos y nuevos proveedores, ya lanzados a una feroz competencia comercial por los “mercados educativos”.

En cuanto a los conflictos que todo esto debería suscitar, por el momento, el shock no parece habilitarlos, y los destinos del mundo parecen entonces decididos y comandados por una lógica aparentemente inapelable, vertiginosa, anónima, y arrasadora de todo sentido común. Pero ¿hasta cuándo, hasta dónde, a título de qué, sacrificando a quiénes?

Basta con ver las imágenes de la desquiciada rentrée francesa, por ejemplo, para notar que algo no anda bien en sociedades que de un día al otro son capaces de someter a sus niños a tan traumáticos como absurdos “protocolos”, entendibles solo si se busca formatear a una generación entera -al estilo de “The Wall”- en los valores del miedo, la asepsia, la distancia, la estricta obediencia, los protocolos, la vigilancia total, la sospecha y condena mutuas, el miedo al otro, y tantos males que se engendran con las nuevas (¿buscadas?) formas de la convivencia humana.

Y es que esas son las vivencias que producen no solo los invasivos controles sanitarios, sino toda la batería de implementos de autoaislamiento que se imponen a los niños, como las mamparas, los vestidos con aros separadores, los sombreros con palos, los rectángulos pintados en el suelo para delimitar espacios “personales” de juego en los recreos, entre otras aberraciones.

Todas estas decisiones tomadas en nombre del miedo sobrevolarán nuestro tiempo y el de las siguientes generaciones mientras la historia se reescribe, se traduce y se “carga” (o no) en el sistema que la versiona, falsea, intercambia, moldea y entrevera en babélica procesión, arrojando sus sentidos a ese privado infinito.

 

El malestar educativo

Hace algunos años planteábamos, en el marco de la inauguración de la Red “Arte Política y Comunicación”, la importancia al menos en el campo de las ciencias humanas y sociales, de pensar en los saberes no como acumulación de información o como aplicación de técnicas específicas en campos delimitados, sino como formas expresivas y productivas del pensamiento que pudiesen iluminar distintas aristas de un mismo objeto o aun de un mismo malestar.

Nos referíamos al malestar de ver sometidos esos saberes a una instrumentalización normalizada y normalizadora, en la encrucijada de un mundo que ya buscaba extraer de ellos la máxima rentabilidad, convirtiendo a los investigadores en proveedores del sentido de esos otros discursos que otorgan posibilidad de existencia (programas de financiamiento públicos y privados en general), y enfrentándolos así a la ya cotidiana problemática de la autocosificación como estrategia de supervivencia.

La clave de este asunto podía rastrearse -y así lo sugerimos- en la creciente “economización de la cultura y culturización de la economía” que remite a un discurso profundamente ideológico y que encuentra su cauce en las actuales transformaciones de un capitalismo global que requiere cada vez más de las “diferencias”, ya no como punto de partida de un pensamiento que las atienda o ponga en diálogo, sino como multiplicación de “nichos” en un mercado global homogeneizado y liberalizado de “bienes y servicios simbólicos”.

Se trataba ya de una productividad vinculada a la alianza entre productos culturales, artísticos, educativos, y su gestión “eficiente”, es decir, su conducción hacia el cumplimiento de los estándares de calidad requeridos por los actores que eventualmente serían sus impulsores y sustento, es decir, los actores industriales y sus aliados estatales.

En nuestra opinión, la educación no podía quedar sometida a estas fuerzas, aunque a la luz de las actuales mutaciones no podemos sino reconocer aquí otra cristalización de una tendencia.

Esperemos, cuando esta discusión resurja en el debate de ideas -que sin dudas se prepara-, poder resucitar algo de estos sentidos y formas del conocimiento-pensamiento, más humanos y “misteriosos” que maquinales y “ministeriosos”.

 

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