El último y rimbombante proyecto para reformar la Constitución y habilitar algunas mágicas medidas contra la inseguridad pública es un renovado ejemplo de algunos vicios y perversiones políticas: el uso de medidas técnicas sustantivas más como medida de reubicación política de los proponentes que como herramienta positiva para el objetivo alegado, y la mala educación institucional a la que contribuyen estas medidas y su mercadeo público, producto de un oportunismo miope y demagógico. La falsa máscara técnica Ya hemos demostrado, en columnas anteriores de Caras y Caretas, que la adición militar a determinadas tareas policiales no sólo sería un mero aumento de efectivos en la contención de las consecuencias de determinados mercados comerciales ilegales en zonas fronterizas, sino un riesgo de crecimiento de un nuevo involucramiento supermánico de los militares, que ya conocimos en la triste década del 70, sin que se tengan noticias de ningún mejoramiento de la seguridad en los países donde se han instalado este tipo de guardias nacionales. Los allanamientos nocturnos, por ejemplo, serían una mancha al garantismo de los hogares y las familias sin que pueda solucionarse efectivamente el acceso a las bocas de expendio o a los lugares de depósito para ellas. En efecto, el principal problema, según informantes calificados, es la connivencia de los narcotraficantes con sus supuestos perseguidores: el asunto básico parecería ser si ‘arregló o no con la yuta’. Las reclusiones permanentes son otra medida efectista, en la medida en que, y ya desde la época del ministerio de José Díaz (2005-2006), se acusó a las medidas de liberalización carcelaria de responsabilidad en aumentos delictivos sin demostrar que los beneficiarios de salidas transitorias, condicionales y anticipadas hubieran sido los autores de los delitos crecientes. Ahora se repite esta demagógica medida de mantener reclusiones permanentes. Luiz Eduardo Soares, antropólogo posdoctorado, secretario de Justicia del estado de Río de Janeiro y del Gobierno Federal, dijo en un congreso sobre el tema policial, celebrado en Montevideo, que no había modo más equivocado de entender el crimen y la seguridad que como un juego y batalla entre el bien institucionalmente encarnado y el mal al que este se enfrentaría. Todas las prohibiciones producen extorsiones y sobornos como una consecuencia segura, más allá o acá de su resultado técnico sustantivo. De hecho, las normativas restrictivas alteran más los precios de extorsiones y sobornos que el asunto global para el que dichas medidas y prohibiciones fueron pensadas, o al menos vociferadas. Los endurecimientos legislativos, policiales y judiciales son fuegos artificiales útiles para satisfacer a los neófitos mayoritarios pero no a los informados en los temas. Aunque es claro que los neófitos son mayoría entre los votantes, y en todos los temas, por lo cual medidas inocuas o aun contraproducentes podrán tener apoyo electoral, y por ello pueden ser tan inútiles sustantivamente como útiles electoralmente, o para reubicar a sus proponentes en la interna partidaria. Es el caso al que nos referimos con Alianza Nacional, claramente una apuesta a satisfacer a los neófitos mientras se fingen soluciones técnicas. Es un planteo político, que parece radical porque cuestiona hasta a la Constitución, pero que en realidad más que nada reposiciona a Alianza Nacional dentro de su partido y pone al gobierno en problemas, más aun luego de las sonadas declaraciones de Mario Layera. Ajedrez politiquero, oportunista (cubre todos los tipos de delito masivamente tratados por la prensa reciente), demagógico, populista y retórico con máscara dura, audaz. Es un gato por liebre político, dominante y corrosivo. Lo que se expresa es una retórica técnica, moralista y autoritaria que encubre un núcleo de finalismo político, intrapartidario y electorero. Ya Aristóteles, y luego Mannheim, Tumin y tantos otros nos han dicho que el cotidiano nunca ha sido dominado por la ciencia, la lógica y la racionalidad, sino más bien por la persuasión retórica y la seducción poética, que se enmascaran de ciencia, lógica, moral y rigidez para no parecerlo. Cómo el mundo político maleduca La tarea política tiene una doble faz, difícil de equilibrar, pero cuya tensión inestable debe lucharse todo el tiempo: por un lado, son líderes técnicos y morales que deben persuadir y convencer a la gente sobre determinadas soluciones técnicas a cuestiones económicas, políticas y socioculturales generalmente fuera de la especialización de la gente común; pero, por otro, son representantes de sus electores y luchan por votos que no necesariamente obtienen liderando contra la corriente, sino subsirviendo a la opinión dominante, al sentido común y a las convicciones neófitas. Por este difícil equilibrio fue que Max Weber profetizó en 1917 su temor a que la democracia deviniera ‘populismo demagógico’, debido a que alcahuetear a la gente y encantarla seductoramente rendiría más electoralmente que ilustrarla y liderarla racionalmente. Desgraciadamente, Weber ha tenido razón en sus temores, y este proyecto de medidas es un buen ejemplo del cumplimiento histórico de sus temores tan ilustradamente fundados. Pero, ¿en qué sentido la práctica y retórica políticas actuales malcrían y maleducan a la gente? En efecto, las malcría cediéndoles un protagonismo de excusa participativa que no debieran tener; en eso contribuye perversamente la prensa de todos los tipos (y eso lo consolidan los sondeos de opinión). ¿Por qué preguntarle a un señor que sale del supermercado qué debe decirle Trump a Corea del Norte, o cómo saldrán Argentina e Islandia, o cómo se debería combatir la criminalidad o mejorar el rendimiento educativo en Secundaria? Y, en el caso de descubrirse determinadas coincidencias entre neófitos, ¿qué otra importancia podrían tener política y técnicamente más que como punto de apoyo para una oportunista y populista subsirviencia electoral? Hay, en todo caso, algunas cosas que los políticos jamás les dicen a la gente y que serían básicas para mejorar el círculo vicioso de demandas y ofertas en todos los temas, pero más que nada en los de delito y seguridad. Uno: Jamás habrá criminalidad cero y seguridad cien. No solo es muy difícil que se descubra todo y que no haya motivación ni causas para otras, sino que las líneas bien-mal y sus refuerzos normativos son socialmente necesarios para la socialización e institucionalización de la gente. Aun los subgrupos y poblaciones más virtuosas engendrarán un conjunto de líneas bien-mal más exigentes que las promediales pero igualmente divisoras y productoras de conformismo, transgresión, normas morales e institucionalización de control sobre ellas. Si esto no se le dice a la gente, ocurrirá que cualquier transgresión produzca una reacción malcriada, paranoica e histérica de demanda excesiva por delito cero y seguridad cien, que deslegitima a cualquier persona o institución a quien absurdamente se le pida eso. Dos: Las imposibles criminalidad cero y seguridad cien, sin embargo, pueden acercarse a esas utopías con una serie de medidas de represión de los hechos actuales y de actuación sobre las causas. Incluso en ese caso, esas mejorías no podrían llegar al cero y al cien vistos, y es muy improbable que se vean en lo inmediato. La apuesta a las mejorías inmediatas es un espejismo inviable, y las mejorías sustantivas sólo pueden ser parciales y en plazos no inmediatos. Si esto no se le dice a la gente, se la malcría y maleduca, con miopes objetivos electoreros que refuerzan el círculo vicioso de inadecuadas ofertas y demandas, y constituyen un escupir para arriba político. Tres: Por todo esto es absurdo responsabilizar al ministro del Interior, por ejemplo, por una situación de delito y de seguridad que se inició mucho antes de su asunción, y que nada puede hacer contra esas causas históricas múltiples, ni tiene atribuciones como para lidiar con la causalidad del delito y de la seguridad, sino sólo contra algunos hechos puntuales y hacia la planificación para un futuro de mejores reacciones ante delitos concretos. Pero se le dice a la gente lo contrario; los llamados a sala e interpelaciones legislativas son el peor refuerzo a esa irracionalidad y un constante mal ejemplo de oportunismo, malcrianza y mala educación política. Se termina el espacio, lector, pero si esto no se le dice a la gente y se la alcahuetea mediática y políticamente, se la malcría y maleduca para mal de la clase política en el largo plazo y para bien de oportunistas politiqueros de objetivos miopes y reproductores de varios círculos viciosos de oferta y demanda política.
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