Me refiero, naturalmente a la que acaba de impactar en el centro de la vida política de nuestro vecino: el juez Moro logró una condena en primera instancia de nueve años, meses y días contra Lula. El seguro ganador de las próximas elecciones, sea que estas se realicen cuando la Constitución lo indica, sea que el derrumbe de Temer adelante las mismas. Siempre estuve por preguntar, pero nunca lo hice; no sé exactamente qué significan estas condenas en años, meses y días. Suenan extraño. Me supongo que esa colita hace las veces de lo que en nuestro Código Penal son las Medidas de Seguridad. En la práctica significa que primero se debe cumplir toda la condena y, si la conducta del recluso lo amerita y así lo entiende la justicia, se va “cumplido” porque le eliminan la Seguridad. De lo contrario, seguirá preso y no conozco si tendrá oportunidad de revisión o se tiene que cumplir toda la Seguridad. En el penal (Establecimiento Militar de Reclusión Nº 1, mojón 301, Puntas de Valdez) aquellos que tenían una muerte “especial”, que les hubiese dado mucha rabia y deseos de venganza, estaban separados: de a uno, en el segundo piso (seguridad máxima), sector B. Todos tenían el máximo de nuestra legislación, 30 años de prisión y 15 de Seguridad. La dictadura no duró tanto, así que no pude saber si en algún caso, alguna vez, se había aplicado la Seguridad. Supongo que esa colita de meses y días que Moro le agregó a los nueve de condena es para asegurarse de que, por lo menos en los siguientes nueve años, Lula permanecerá preso. Un cálculo que tiene que ver con la edad del condenado y el tiempo entre dos elecciones. El tiempo que consideran necesario para sacarlo del juego y demoler hasta los cimientos al Partido de los Trabajadores (PT). Hay una segunda instancia, y en tanto ella se sustancie, Lula no irá a prisión. Los optimistas que decían que era imposible deponer a Dilma por la presentación de las cuentas fiscales, tal vez piensen que el trámite de la apelación demorará como para darle tiempo a Lula para presentarse y ganar las elecciones. Los hay más ingenuos todavía. Están convencidos de que en segunda instancia se revocará este infame fallo que se sustenta únicamente en las acusaciones de “testigos arrepentidos”. Yo no me cuento ni entre los primeros, ni entre los segundos. Diligenciarán rápido la apelación, para pronunciarse antes de las elecciones y confirmarán el fallo de Moro. ¿Se dan cuenta? Según la acusación, un presidente de Brasil, un líder mundial, resulta que era comprable por un millón y medio de dólares. Si no fuese real, uno podría creer que le están haciendo una broma. Pero Moro lo condenó con la acusación de dos “testigos arrepentidos” que sostienen que lo compraron con un apartamento que parece que vale esa plata. No debemos esperar justicia por la sencilla razón de que esto no es justicia, es guerra de clases, y hay que cerrarle el paso, no a Dilma o a Lula, ¡al progresismo! Al desarrollo independiente de la economía de ese gigante que es Brasil y anular toda la legislación favorable a los trabajadores y al pueblo. Mucho más que anular: ¡retrogradar! Doy por sentado que ya todos conocen la nueva legislación laboral que aprobaron los diputados. La esclavitud era más benévola. Por lo menos el amo tenía que mantener al esclavo viejo. O matarlo. Con una legislación así ya no es únicamente problema de hambre y explotación. ¿Qué trabajador calificado se quedará en Brasil? Es liquidar todo posible desarrollo. No soy profeta ni adivino; leo la realidad. El capitalismo, ese sistema que derrotó a todas las alternativas y mudó, a su vez, de capital fabril, basado en el sector real de la economía, a capital financiero, monstruosamente desarrollado, transnacional e imperial “de nuevo tipo”, tiene dos problemas y los está tratando de resolver quebrando la cadena por el eslabón más débil. Por un lado, tiene sobreproducción. Produce más de lo que lo que consumen aquellos que pueden “consumir” Que no es apenas subsistir, sino derrochar. Los muertos de hambre del mundo que tratan de sobrevivir emigrando hacia el lado rico son más molestia que ventaja. No son, no pueden ser “consumidores” porque su miseria es enorme. Y cada vez son menos necesarios como mano de obra no especializada y barata. Para eso están los robots. Ya sobra producción y nadie quiere más países desarrollados. También sobra gente. El capitalismo no ve humanos, ve consumidores. El que no consume estorba; sobreproduce y cada vez es menor la tasa de ganancia. Porque la revolución científico técnica (o como se quiera llamarla) ha disparado una loca carrera en la que aquel que no renueva a tiempo su utillaje queda fuera. La obligación de invertir es cada vez más presurosa, exigiendo mayores inversiones en maquinaria que, en un corto tiempo, será obsoleta. La relación entre monto invertido y ganancia obtenida se afina y nadie puede parar. Si no producís, estas fuera; si producís, ganas menos que los que únicamente están en la especulación financiera, con lo cual la carrera demente se acelera sin solución a la vista. Alguno habrá que añora los buenos viejos tiempos en que una buena guerra, un buen potlach, eliminaba rápida y estúpidamente una enorme cantidad de bienes y obligaba a los perdidosos a trabajar por menos de nada para reconstruir su economía. Pero, ahora, el poder atómico le ha puesto un precio demasiado alto a las guerras totales. De haberlas, con suerte, sobrevivirán las cucarachas. Y las guerritas locales no consumen lo suficiente. ¿Es pesimista, negativa, fúnebre mi visión? No lo niego, pienso que algo habrá que hacer para evitar esta loca carrera hacia el desastre que va dejando por el camino hambre y desesperación a miles de millones de seres humanos. Yo trato de hacer algo avisando. Y espero que, entretanto, hagamos todo lo posible por detener el curso que venimos llevando. Reflexionar y encontrar la manera de vivir con la paz y la satisfacción de las cuestiones materiales a las cuales tenemos derecho. ¡Tenemos derecho y podemos! Esto es lo más indignante. Alcanzaría para todos si la codicia no envenenara el alma de los poderosos. Pero no quiero internarme en eso y convertirme en un predicador. Lo que me importa es señalar que a Lula (y a Brasil) lo impactó una bala disparada hace tiempo y aceptada a corazón ligero por muchos de nosotros: ahora vale lo mismo la acusación con testigos amañados y premiados que aquella que se hace con pruebas irrefutables. Hemos aceptado al “testigo arrepentido” como parte del sistema judicial. ¡Hasta lo hemos decorado! Ahora es un “arrepentido” y no un canalla acusador que pactó ser instrumento de la acusación. Ni siquiera un “ortiba” que canta por miedo o sufrimiento. Un negociante que chalanea con la acusación obteniendo ventajas y reducciones de condena a cambio de acusar al que se le indique. ¡Por ahí anda Figueredo! Con su “prisión domiciliaria” y su “permiso para trabajar”. A uno se le cae la cara de vergüenza y eso que es simplemente un pillo que robó y coimeó en la FIFA. No un dirigente de un país. ¿Quién me puede convencer de que no hay una conjura? ¿Cómo puede ser que las empresas rivales no hayan dicho nada mientras se coimeaba? ¡Que ahora sigan en silencio! En tanto, el zar de los frigoríficos que le grabó a Temer sigue en posesión de su imperio y su libertad. ¡Vamos! no se puede ser tan bobo como para creer que todo es legal y justo. Y la prensa da el suceso y busca otra cosa de la cual ocuparse. Algo neutral o que lleve el agua al molino de la derecha. ¿Cuántas veces vimos el asesinato del Policía? ¿Y cuántas la noticia de que los acusados no tenían nada que ver? ¿Cuánto espacio dedicado a Sendic, su desgraciada situación y sus infelices aclaraciones? ¿Cuánto al medicamento –retirado en el hospital Saint Bois– suministrado por error a bebés? Ninguno dijo que era un suministro gratuito producto de toda una política de salud pública que ha bajado en una proporción muy grande la mortalidad infantil. La “ejecución” de Lula y el PT tiene que ver con la liquidación del desarrollo independiente de Brasil. Es parte del ataque a los Brics, que estaban emergiendo como una alternativa, capitalista pero alternativa, al dominio de los que ya son poderosos y no quieren competencia. Porque no era otra cosa que competencia; ni Lula ni el PT pretendían hacer una revolución comunista. Pero el club de los poderosos, el imperio, ya tiene demasiados miembros, y eliminar, fagocitar a un aspirante débil es, por lo menos, un aplazamiento de este final que en algún momento llegará. Creo que el próximo en la lista es Sudáfrica, donde la corrupción, la falta de real progreso de los pobres (por pobres, no por negros) y las diferentes etnias y culturas la vuelven vulnerable, inestable. Las potencias más estables hasta deben considerar una especie de “deber” eliminar al que quiere crecer. El más apto debe sobrevivir y para ello debe comerse a todo aquel que le quede a mano. La supervivencia del más apto en formato económico social, diríamos. Ya tendrán a sus asesores pensando la manera de eliminar discretamente a 2.000 millones o 3.000 millones de pobres. Como cuando las Cruzadas: “Dios lo quiere”.
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARME