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coronavirus | pandemia |

La cuarentena de Laura

Laura vive en un asentamiento; es trabajadora y madre de familia; está afectada de Covid-19 y por iniciativa propia habló con CarasyCaretas sobre su situación, sus miedos, sus dudas, sus certezas, “con esa elocuencia que las penas dan”.

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Laura tiene 49 años. Es esposa, es madre y es una mujer de trabajo. Vive en el asentamiento 24 de junio, en el quilómetro 16 de la ruta 8, pasando Punta de Rieles y poco antes de llegar a Zonamérica.

No tiene otra particularidad que la distinga de tantas mujeres de pueblo. Salvo una: ha sido contagiada por Covid-19. Transcribe con franqueza los pormenores de la detección de su caso, aportando detalles de su núcleo familiar: “Mi familia se compone por mi pareja y mis dos hijos, mayores; los tres fueron hisopados el pasado martes 21, después que el día lunes 20 confirmaran mi positivo. Al día de hoy sólo tenemos el resultado de mi hija, que es negativo. Falta el de mi pareja y el de mi hijo. Tengo esperanzas que sean negativos, ya que ninguno presenta síntomas”.

Respecto a la existencia de otros casos en la zona responde afirmativamente, pero remitiéndose a comentarios que no confirma ni refuta: “Hay otro sin confirmar, a unas cuadras de mi casa”.

En cuanto a las circunstancias del contagio responde: “No sé cómo pude contraer el virus, ya que todo es muy raro. Nunca hice fiebre; consulté en la app del Covid enseguida que comencé con síntomas de tos y dolor de garganta y recién a los veinte días recibí la primera llamada de parte de ASSE”.

Luego refiere el impulso que la llevó a comunicarse con CarasyCaretas. “Ayer (24 de abril), cuando me enteré del «primer caso» en un asentamiento (se refiere al caso localizado en el asentamiento El Monarca) y la ayuda que recibían de los entes, realmente me sentí mal, ya que nosotros estamos aislados obligatoriamente desde el 16 de abril, fecha que yo me hice el hisopado, y no hemos recibido una botella de agua. Y ni hablar de la discriminación que recibimos por algunos vecinos del barrio mismo”.

Retomando el relato, Laura narra que “hoy me llamaron del MSP para hacer el seguimiento de rutina de mí caso y del resto de mi familia y aproveché para hacer mi descargo sobre el tema. Me dieron la razón y la persona que habló conmigo se comprometió a llevar mi inquietud a su superior. En menos de dos horas, el Mides me estaba llamando para avisarme que vendrían a mi casa. Y así fue”.

En lo referido a la enfermedad, Laura dice: “La vengo cursando muy lentamente pero por suerte con síntomas leves, ya que dadas mis patologías podría haber sido más complicado el cuadro”.

Sin ninguna delectación hipocondríaca y simplemente porque se lo preguntamos, Laura describe esas “patologías”. Se refiere a ellas con la precisión de una historia clínica. Asma desde los catorce años, un enfisema agudo en un pulmón, alergia al cambio climático, hipertensión desde hace más de dos décadas, fibromialgia desde hace once años, esteatosis hepática desde hace nueve y como complemento un ACV sufrido hace seis años que dejó secuelas en un occipital y en las arterias.

Pero no es eso lo que más le duele: “En enero de este año había empezado a trabajar como auxiliar en una plaza de deportes, pero debido a la pandemia, la misma cerró sus puertas el 16 de marzo, último día que trabajé. Como aún no había superado los tres meses me cesaron el contrato”.

Acto seguido habla de su familia: “Mi pareja se encuentra certificado ante el BPS por cuarentena obligatoria desde el pasado 16 de abril y hasta el próximo seis de mayo. Es empleado de una empresa mayorista  en cual también fuimos -en cierta manera- agredidos por uno de los dueños del establecimiento”.

Llegada a ese punto y pese a la grave situación por la que atraviesa, Laura reacciona con benevolencia: “Quiero pensar que fue por el pánico del momento. Esta misma persona ordenó hacer hisopado a algunos empleados que habían tenido contacto con mi pareja y los mandó a su casa donde se los realizarían y esperarían los resultados.  Dieron negativo por suerte y ya retornaron a sus respectivas tareas, vale decir que, a pesar de los insultos recibidos y sus preocupaciones -porque llegó a decirme que su familia tenía miedo de morirse- nunca se puso en cuarentena ni él (el dueño) ni a nadie de la empresa”

Continúa hablando de su hija, que “también está certificada ante el BPS desde el pasado 16 de abril y hasta el 6 de mayo. Ella es cajera de una línea de supermercados muy reconocida y ayer obtuvo el resultado del hisopado, que fue negativo”.

En lo referido al tema de la vida cotidiana en cuarentena, Laura cuenta que “los mandados los hacemos una vez al día. El almacén queda a media cuadra y al aceptar tarjeta de débito todo se hace más fácil”.

Con optimismo y algo de humor Laura minimiza lo duro de su situación: “Por ahora la llevamos bien; restringiendo y cuidando los gastos ya que el mes próximo no hay sueldos enteros dado que el BPS paga porcentaje y los primeros tres días no se pagan. Mi hija, que trabaja cuatro horas, perdió el presentismo y un bono que le daba el super por haber trabajado a full cuando explotó la pandemia. O sea que tanto ella como mi pareja perdieron mucho dinero por certificarse para la cuarentena obligatoria por estar en contacto con un positivo al Covid, y no por estar enfermos realmente”.

Con naturalidad se refiere tambien a otra de las  precarizaciones que son rutina entre la gente de pueblo: “Mi hijo trabajó con contrato a término en el BSE hasta la quincena de marzo, así q esto no le afectó ni afecta en absoluto”.

Piensa en mayo con un poco de miedo: “Mayo se nos va a hacer muy difícil de sobrellevar con los comestibles y artículos de limpieza, en los que en esta situación se gasta mucho. Más si le agregamos las facturas mensuales y los boletos, para el caso que les den el alta”.

Con mucho de gracia se refiere a sí misma y a su trabajo: “Soy terapeuta y profesora de auriculoterapia (las semillitas de la oreja para tratar patologias), y me rebusco con eso, pero ahora ni ahí de agendar nada de eso, por obvias razones.

Terminando el diálogo virtual que mantuvimos, habla de sus vecinos y desnuda el cerno de su amargura: “Con respecto al barrio hemos recibido de algunos vecinos algunas cositas producto de la ignorancia misma o miedo…en la noche caen piedras en el techo, que al ser de chapa parecen bombas. Nuestro vecino, durante unos dias no colgaba la ropa en su fondo, que es lindero con el mío, y no permitía que sus niños jugaran en él”.

“Una nochecita abrí la puerta para sacar al gato y la vecina de enfrente, una muchacha de 22 años gritó: “ojo que salió la corona». Anteanoche vino una ambulancia a asistirme por un ahogo agudo que tuve.  No se sabía si había que trasladarme y más de un vecino decía: ¡que se lleven a los apestados!…cosas así que duelen, enojan y cuando volvamos a la calle dan miedo de la reacción que habrá en el cara a cara”.

No pude menos que recordar a Saramago: “De esa masa estamos hechos, mitad indiferencia y mitad ruindad”.

En la frase final, Laura liberó todo su dolor: “En lo personal tengo una angustia cada vez mayor y miedo por los míos. Miedo al día que volvamos a salir a la sociedad…”

Yo también Laura. Tengo miedo. Miedo a que esta pandemia nos esté carcomiendo el alma.

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