Hacete socio para acceder a este contenido

Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.

ASOCIARME

Cui bono

Por Eduardo Platero.

Suscribite

Caras y Caretas Diario

En tu email todos los días

Cui bono o Cui prodest se traducen, más o menos, por la pregunta clave de toda averiguación: ¿a quién favorece? ¿Quién sale beneficiado? ¿Quién saca partido de lo que sucedió? El asunto es que este fenomenal escándalo de Brasil no terminaba de cerrarme. No encontraba una explicación para lo que estaba sucediendo con aire de indetenible tragedia griega. La pulga en la oreja empezó a picarme hace tiempo, cuando el escándalo anterior, el mensalão, que destapó coimas y salarios por debajo de la mesa a una considerable porción de legisladores. Eran opositores a Lula y el PT, pero, sin embargo, terminaban por votar las leyes que ese gobierno proponía. Ya era medio difícil de entender el juego de las esquinitas que se daba después de cada elección; eso de resultar electo por un partido menor, de nombre rimbombante, pero base escueta, en general estadual, y luego declararse de otro partido. También más local que nacional. En realidad, en Brasil escasamente el PT es un partido nacional, de estructura e ideología definida y con un comportamiento más o menos invariable. El PMDB, heredero y continuación de uno de los dos movimientos que la dictadura toleró, tiene alcance nacional, pero un grado de disciplina muy laxo. Todo el resto son agrupaciones electorales con cierta permanencia, pero, en realidad, producto de flojas alianzas entre caudillos locales; herencia del Brasil de los coroneles, donde había fuertes jefaturas locales. Algo así como lo concebía Máximo Pérez, caudillo de Soriano que alardeaba de revolear el poncho y juntar mil lanzas. Don Máximo definía las cosas concisamente: “Don Venancio [Flores] en Montevideo y yo aquí”. Donde no hay Estado, o la fuerza del mismo es débil, hay caudillos. Con lanza o con votos. El asunto no es “con qué”, sino cuánto manda el Estado y cuánto ellos. El mensalão dejó al descubierto una trama de corrupción mediante la cual se venía gobernando Brasil desde la vuelta a la democracia, con los legisladores propios y con los que “cobraban por caja 2” y votaban. Fue un terremoto que parecía que arrancaría de cuajo todo el sistema político, porque todos los que gobernaron tenían “caja 2”. Sin embargo, el terremoto en determinado momento paró. Como si los no tocados por el escándalo fuesen “los buenos” y con librarse de “los malos” todo hubiese quedado limpio. Esta vez el Lava Jato no se detuvo. Cabe preguntarse, entonces, ¿qué fuerzas supranacionales lo empujaban? ¿A qué apunta en realidad? Derribó a Dilma al precio de sacar también del medio a Cunha y siguió. La delación premiada seguía incendiando la pradera y Odebrecht, uno de los tres mayores conglomerados del mundo en el ramo de la construcción, confesaba soborno tras soborno, en Brasil y casi la mitad de América Latina y África. Siempre repudié la aceptación del “testigo arrepentido”, cosa que considero que es la negación de las garantías del debido proceso, ya que el que testimonia por ventajas no debería ser tenido en cuenta. Es “fruto del árbol prohibido”, que ha sido o puede ser manipulado por la acusación, lo que equivale a decir que no hay garantías. Para peor, va acompañado de la inversión del principio de inocencia. Su utilización traslada la carga de la prueba al acusado que debe demostrar su inocencia en lugar de ser tenido por tal hasta tanto no se pruebe su culpabilidad con algo más concreto que la acusación del “arrepentido”. Es la eterna discusión entre fines y medios. ¿Hasta qué punto es moral y legal utilizar medios espurios para obtener fines beneficiosos? ¿El fin justifica los medios? La pregunta detrás de todo esto es: ¿a quién beneficia este interminable escándalo de delaciones, traiciones e intrigas? ¿A quién beneficia este derrumbe del sistema político de nuestros hermanos? Y aclaro que no me caben dudas respecto de la existencia de corruptos y corrupción. Así que Odebrecht pagaba gigantescas coimas para obtener jugosos contratos y ninguna firma rival se quejaba, ninguna del tamaño de ese gigante, pero las hay muy grandes y poderosas. ¿Todos mudos? ¿O todos hacían lo mismo y callaban beneficiándose de porciones de la torta? ¿No hubo un solo empresario que clamase? ¿No hubo un solo político, un solo actor social? ¡Nadie! Me resisto a creer en la corrupción de todos, pero sí creo en la resignación de muchos: “las cosas son así”. Algo como nuestro “qué le vas a hacer”. Que Temer es un corrupto no creo que nadie deje de creerlo. Un corrupto al servicio de una política, la famosa “austeridad”. Pero, más allá de ella, el fin oculto es desarticular el modelo productivo de Brasil. En muy poco tiempo en la presidencia ya abolió prácticamente todos los avances sociales de los gobiernos petistas. Pero aún falta lo otro: la entrega.  Nadie de arriba protesta o reclama que con el cambio de presidente cambie también la política económica. Todos festejan la congelación por 20 años del gasto social del Estado. Mientras el PT, sus aliados y el conjunto de las centrales sindicales manifiestan reclamando “direitas já”, las clases dominantes fingen vacilar respecto a cuál camino. Por supuesto, si Temer quedó, como quien dice, con la cola al aire, hay que sustituirlo. Pero titubean tratando de elegir el camino más largo, de manera tal que el descarnado neoliberalismo y la entrega se afiancen para poder asegurarse de que podrán liquidar las empresas estatales. Menciono únicamente dos, pero son muchas. ¿Se dan cuenta del botín que significa privatizar Petrobras y Vale do Rio Doce? El petróleo y el acero, ¡casi nada! Por lo demás, ¿quién sino el capital financiero transnacional puede hacerse cargo de esos gigantes? ¿Cui bono? La pregunta se contesta por sí misma. Únicamente el capital financiero transnacional será el beneficiario de una política de privatizaciones, endeudamiento, debilitamiento del aparato productivo, caída libre del empleo, del mercado interno y del bienestar social. Hasta el Gral. Moratorio se dio cuenta de que vender Antel era entregarla al capital financiero. Como los molinos del Señor, los molinos del imperialismo muelen sin cesar ni vacilar. Y persiguen determinados objetivos cuyo control les asegurará mantenerse en el tope de la pirámide. El petróleo y el acero. Nada menos. Nosotros estamos orgullosos de nuestros molinos. ¡Sí, señor! Estamos produciendo energía eólica que nos permite hasta exportar. ¡Si seremos grandes! Algunos ingenuos ya piensan que deberíamos parar toda inversión en generación con combustibles fósiles. ¡Vendamos viento! No faltará quien piense en cerrar la Central Batlle. Compramos cualquier ilusión bien empaquetada. Nadie se pregunta por qué Estados Unidos sigue tenazmente persiguiendo el control del petróleo a nivel mundial. ¿Por qué se metió en Medio Oriente, rompió su delicado equilibrio y se mantiene en una guerra tan imposible de ganar como de abandonar? No quiero ser agorero, pero por la información que tengo, este asunto de la generación eólica de energía eléctrica no es eterno. Los molinos tienen sus limitaciones en cuanto a producción y vida útil. Hay un momento en que su reparación o reemplazo se vuelve antieconómico. Y la fotovoltaica es aun más complicada. Los yanquis, calladitos, tiraron abajo el precio del petróleo valiéndose de sus aliados sauditas, que ya son lo suficientemente ricos como para que no les importe ganar más o menos porque tienen asegurados sus capitales en el sector financiero. Y no piensan en repartir a sus hermanos pobres. El petróleo barato les permite a los yanquis utilizarlo sin tocar el propio, cuya explotación es cara, y arruinar a quienes basaban su economía en la exportación del oro negro: Rusia, Venezuela, Brasil, Ecuador y algunos países africanos que podrían volverse problemáticos. Cuando se empiece a agotar la reserva saudita saldrán al mercado con el suyo. De esquistos, caro, pero será ese o nada. Principalmente en San Pablo las dudas empezaron a hacer mella. Se están dando cuenta de que la ruina del modelo de desarrollo impulsado por el PT, que no era ni pretendía ser socialista o revolucionario, puede significar su propia ruina; que detrás  de la moralina del Lava Jato hay algo más que justicia y limpieza de lo corrupto; que caída Dilma se inició un proceso que terminará por frenar el desarrollo económico independiente de Brasil. Que al imperialismo no le sirve un Brasil competidor, pujante en el mundo e independiente. ¿Cui bono? ¡El imperialismo! Y no estoy viendo fantasmas de los años 60. Me estoy preguntando si en el presente, con un problema de sobreproducción –no porque no haya necesitados, sino por lo injusto del reparto–, en este mundo dominado por el capital financiero, hay lugar para otra gran nación desarrollada e independiente.  

 

Dejá tu comentario

Forma parte de los que luchamos por la libertad de información.

Hacete socio de Caras y Caretas y ayudanos a seguir mostrando lo que nadie te muestra.

HACETE SOCIO