Un día un peón de estancia es azotado a rebencazos y despedido en la cruz de los caminos de la estancia donde trabajaba en Salto. Es un hecho aislado y pronto. Y no pasa nada. Se relativiza como un hecho aislado de una sociedad con fuertes rémoras y lacras de feudalismo. Una tarde, en la frontera de Rivera, un carnero asesina a un compañero de trabajo frente a su mujer y su hijo, y huye portón adentro de la empresa. La empresa lo cobija y ni siquiera llama una ambulancia, lo tuvo que hacer una vecina de enfrente, mientras moría desangrado a la entrada de la empresa. El llamado de la vecina fue inútil. Una noche incendian el campamento de trabajadores en conflicto en un lugar en medio de la nada, frente a un establecimiento. Y fueron desalojados y patoteados, y muchos entreverando la baraja hasta olvidar. Acá no pasó nada. Todos los hechos que involucran trabajadores estafados, apaleados, vulnerados sus derechos, que toman estado público, rápidamente se diluyen como agua entre los dedos. Y se repiten hoy acá, mañana allá, y un día habrá respuestas y, como no son mancos ni lerdos, capaz se incendia la pradera. ¿Por qué no? ¿Quién, quiénes, si no se para la mano, pueden asegurar lo contrario? No es difícil saber o indagar en qué cabezas políticas se incuba esa metodología de la violencia, acá somos pocos y todos nos conocemos. ¿Cuál es la ideología que sobra en un país generoso, con antiguas leyes de protección y cuidados hasta de los más terribles criminales? ¿En qué sectores y en que clases se incuban, y quienes son los beneficiarios con la práctica de fascismo militante, sospechados siempre detrás de algún sector de partido político u organización fuera de la legalidad? Yo sé que alguno podrá contestarme, no seas ridículo, en toda la sociedad hay de estos ejemplares, ahora suman también la cultura narco-carcelaria y, con la globalización, emigrantes, nuevas formas, no es un fenómeno autóctono. Nadie me va a convencer que de forma espontánea, un empresario, un comerciante, un productor, un veterinario, un dueño de estación de gasolina, un militar, el dueño de un camión de trasporte, la dueña de la agroveterinaria y el concesionario de maquinaria pesada, algún que otro empleado y peones sin ninguna coordinación, son capaces de confabularse sin organizarse para agredir a trabajadores organizados y amparados por las leyes y con su sindicato en conflicto. Tampoco sé por qué, en Santa Clara, despuntó el primer brote del fascismo más vulgar y peligroso, alentado por urgencias según buena información sindical de algunos, de los llamados, ‘Un sólo Uruguay’ o ‘Autoconvocados’ de forma inequívoca. Si es así debería ser rápidamente aclarado por quienes llevan adelante un conjunto de reclamos contra el actual gobierno, con mucho desprecio y egoísmo hacia la inmensa mayoría de los uruguayos. ¿Por qué será siempre contra los trabajadores en conflicto o no organizados y sus sindicatos y los griteríos siempre el mismo, el anticomunismo? En Santa Clara, 33, se fue peligrosamente lejos y si no se llegó a más, fue porque los trabajadores organizados no desconozcan otros métodos de cómo enfrentarse al fascismo corriente y vulgar, cada vez que levantó cabeza en sus filas, y en todo el Uruguay como antes y durante la dictadura cívico-militar. Sin dudas no alcanzará jamás una simple declaración de los afectados y de todos los sindicatos para condenar este tipo de hechos, con riesgos de desparramarse como leche hervida en momentos de profundas tensiones en los alrededores, Brasil, Argentina, Nicaragua, Venezuela, México, por no seguir e ir más lejos. No se debe obviar ni relativizar esto que comenzó a ser demasiado recurrente, mezclado con campañas políticas partidarias de baja estofa, que suman a la orquesta y a la realidad de temor por un clima de inseguridad, por crímenes, exaltación y repetición de explosión de cajeros, ajustes de cuentas y torturas, promoviendo los arrestos ciudadanos y la justicia por propia mano. Hay quienes alegremente alientan a que la gente se arme hasta los dientes en sus casas con lo que sea, garrotes, pistolas, rifles, cercas eléctricas, alarmas y rejas, perros, guardias y patovicas personales hasta para ir al almacén. Quienes juegan y apuestan políticamente con esta metodología, con raíces de siempre en del fascismo, no son vulgares ciudadanos pacíficos en contra de la violencia y todos los males de una sociedad desigual con raseros diferentes en lo económico y de posibilidades de ascenso y reconocimiento social. No nos hagamos los desentendidos y los que nunca vimos lo que está ocurriendo con tanta impunidad y virulencia política ideológica que todos se empeñan en ocultar. Hubo un ciudadano soviético, en tiempos de la Segunda Guerra Mundial contra el nazifascismo que les costó 35 millones de muertos a la URSS, en plena retirada de la industria de guerra hacia la zona donde hoy está y jugará algún partido la delegación uruguaya de fútbol. Este hombre encontró como única forma de hacer entender a miles de trabajadores, mujeres, soldados y campesinos que había que resistir y vencer al fascismo. Porque “detrás del Volga no hay nada” era una forma de decirles: hasta acá retrocedemos. Y no pasaron. Que no tengamos que vernos ahí.
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