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Diálogo de dos orillas: Un pueblo puesto a prueba

Las primeras semanas del gobierno de Mauricio Macri sorprendieron a propios y extraños. La batería de medidas antipopulares llevadas adelante en tiempo récord para el beneplácito de los sectores económicos concentrados no deja margen de duda sobre los apoyos verdaderos del nuevo gobierno. Y, entre ellos, el Grupo Clarín parece ser el que tiene la corona. Una nueva entrega del diálogo entre dos periodistas rioplatenses.

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Por Víctor Hugo Morales y Mateo Grille

Víctor Hugo Morales. Los medios jamás reconocerán sus intereses porque sienten que si lo hacen, están perdidos. Defienden a capa y espada ese privilegio de ver los hechos desde un atalaya que los tiene al margen de los mismos. Y ante las peores evidencias que se recogen en la Argentina de estos últimos años, conocidas sus mentiras pavorosas, perfectamente demostradas, insisten con la cantinela de ser independientes.

Son los payasos en el circo, actuando con la complicidad de la gente para producir una engañifa. Tienen ese desparpajo. Escribí el libro Mentime que me gusta en cincuenta capítulos, con cincuenta infundios detectados entre dos centenares, solamente en las portadas y algún título interior. En todos los ejemplos latía el interés de causar un daño al poder político, no solo al gobierno. La política misma es la víctima cuando no se les hace la venia. Y cuentan para el desgaste con la estúpida complicidad de los propios políticos en su ambición de acceder al modesto poder que les es conferido para servir a aquel de quien emana la autoridad real.

Aunque con mucha más autoridad puedas evaluar el periodismo de Uruguay, nada de lo que ocurre en la Argentina tiene una comparación posible.

Escribo en una jornada aciaga en la que el Grupo Clarín se ha hecho cargo del comando con la grosería de un pistolero borracho que en un western aterroriza a la clientela.

La troika que comanda con los arietes del gobierno macrista y el poder judicial disolvió, allanó y desalojó al Afsca (Administración Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual), organismo que regula los servicios de comunicación y, por ende, debía adecuar al Grupo Clarín para cumplir la Ley de Medios. Esa intervención la concretó con un decreto de Macri y un pelotón de jueces y fiscales que aportaron el trabajo sucio de legalizar los actos ilegítimos, por afuera de la Constitución y de las leyes.

En las mismas horas, otro juez le dio a Clarín una cautelar que prolonga una anterior que vencía e incomodaba a Héctor Magnetto.

Mientras tanto, el grupo eliminaba a un juez de Cámara que debía expedirse sobre el espinoso tema de Papel Prensa, madre de los borregos ilícitos que vinieron más tarde para concentrar el mayor poder relativo del mundo entero. Clarín sospechaba que era un juez adverso y consiguió que en la propia Cámara sus dos pares lo juzgaran por enemistad manifiesta con Clarín.

Trajeron a otro juez porque estos últimos no estaban de acuerdo, y el nuevo «integrante», viejo servil del establishment, sentenció a su colega.

Clarín armó su propia cámara, que será la que falle en el caso de la compra fraudulenta, salpicada de sangre y el gemido de la tortura, que tiene como líderes aún vivos a Magnetto y Mitre, los capos de Clarín y La Nación.

A la par de estos acontecimientos sucedidos con la velocidad de una película que repasa imágenes ya conocidas para que se pueda entender la trama, Macri eliminó de un plumazo, tal como había amenazado durante la campaña electoral, el programa 678, que emitía el canal público, iniciando un tiempo de límites a la libertad de expresión, ejemplo en carne viva de lo que será la relación del gobierno con los medios de comunicación, los cuales por conveniencia o temor se agrupan en un círculo tribal en torno a la fogata de las pautas publicitarias que en su totalidad maneja el nuevo gobierno.

A Uruguay lo imagino destinando un 33 por ciento a cada sector, siendo dos tercios pertenecientes a la derecha. Si ese tercio restante para la izquierda se presenta dividido por enconos internos, habrá una parte funcional al 66 por ciento de blancos y colorados.

Sé también que gozan con la influencia que los medios argentinos proyectan sobre ellos al ser fuertemente neoliberales en sus intereses. He sufrido en carne propia la mendacidad de las publicaciones argentinas recogidas por los medios uruguayos. Pero créeme Mateo: lo de este lado del Plata no tiene analogía posible. Hay un descaro propio del adúltero que en la plaza pública se pasea del brazo con sus prostitutas.

Mateo Grille. La violencia y el perfil autoritario y ciertamente desestabilizador de los medios concentrados en Argentina es claramente peor que lo que existe acá, aunque no habría que descansarse en ello. En su prédica opositora no reconocen límite alguno.

Entre Argentina y Uruguay hay diferencias que supongo tienen su origen en cuestiones particulares del país, de su gente, y de las dimensiones que las corporaciones alcanzan allí. Hay también construcciones políticas y sociales distintas y hay alineamientos distintos. Pero el talante antipopular y la monserga servil a los grandes intereses del capital económico por parte de los medios hegemónicos, en cualquier país del mundo, son casi su condición de existencia.

Es claro que lo que se ve en Argentina es brutal, y lo que se ve en Brasil también. El error garrafal, en Uruguay por ejemplo, es no reconocer que ellos son parte de ese poder real que se niega a perder posiciones.

Hoy de todas las medidas claramente antipopulares tomadas hasta ahora por el gobierno de Macri no se dice nada, y sin embargo se festeja que ahora cualquier vecino puede ir al banco y comprar dos millones de dólares. Estos mismos medios son los que ahora dicen que Argentina recuperó la normalidad, y la recuperó simplemente porque los ricos podrán ser más ricos, los pobres deberán ser más pobres, la igualdad seguirá siendo una quimera y la única justicia es la divina. Del silenciamiento de las voces contestatarias, nada se dice. De la devaluación, nada; del regreso al estado autoritario, nada.

VHM.

Paralelamente con este panorama hubo algunas postales que hasta no leer al dorso no se sabe de dónde vienen, pero sacuden el espíritu. Aun pareciéndose a una llamita, uno cree que, si sopla, puede arder mejor la leña.

En los mismos días de la locura «clarinista», con una parte de la población perpleja como ante un tornado que se acerca, la gente salió a las plazas a gritar por sus derechos, se encolumnó en torno a un ministro de Economía que había dejado su cargo infamado por el periodismo, corearon miles de personas el nombre del programa señalado por el régimen macrista como la inquisición lo hacía con los herejes.

Y desde España, por fin, llegó algo halagador para el progresismo de América Latina.

Podemos, la fuerza política que abrevó en las ideas y el coraje igualador de esta parte del mundo, alcanzó un lugar inimaginable pocos años atrás. En el decir de Emir Sader, ahora sí «hay alternativa al bipartidismo, a la austeridad, a la Europa cerrada sobre sí misma».

Se recuperó aquel puente de las izquierdas de ambos continentes que había sido bombardeado en los tiempos modernos de las transformaciones económicas, evolucionando hacia rumbos financieros y desregulados, con el estado anémico y un desdén ante la desigualdad con escasos antecedentes en la historia.

Sader cita en el comienzo de ese desorden a Miterrand y Felipe González, hoy día convertido en un vocero que nos duele a todos los equivocados que le vimos pasta de crack en sus comienzos. Sugiero por mi lado la intromisión feroz de la escuela de Chicago, que, para llevar a cabo su plan neoliberal sacudió a Chile de sus sueños setentistas y propició con El Mercurio y los militares de Pinochet un golpe que luego se propaló por otros países, con las mismas intenciones de llevar a cabo un plan económico que devastó al continente.

Cuando se dio la recuperación de estos años, los jóvenes españoles y de otras partes de Europa, que nada tenían para mirar en sus países, encontraron aquí la puerta entreabierta a un mundo que valía la pena observar y del que tomaron enseñanzas y ejemplos que luego volcaron a su constitución.

En este péndulo que toca los extremos posibles en la materia económica, en cada instancia, como las plazas llenas jóvenes de la Argentina en diciembre y aquellas de los indignados que parieron a Podemos y Syriza, renace la esperanza, ese desajuste sin el que no se puede vivir.

En Buenos Aires, los ganadores celebraban. Hay una ironía, una cierta fanfarronada que quizás solo yo percibí en el apuro por el artificio del festejo. En la televisión encendida sin sonido, vi un pantallazo de la resistencia de Martín Sabatella, el presidente de la Afsca, atrincherado en la sede del organismo. Perdí información mientras escribía. Pero sí, advertí que Sabatella resistía. ¿A quién le importa? A los que lanzaban su tributo de fuego al cielo neoliberal de la Argentina seguramente no.

 MG. Deben estar disfrutando del momento, sinceramente. Igual que los jueces que descaradamente autorizan el desalojo de la Afsca cuando saben que hay aún medidas cautelares que esperan respuestas. Les importa un pepino, tanto las formas como los contenidos, porque ellos son las formas y los contenidos; ellos son los dueños ahora.

Creo, de todas formas, que no será gratuito, que no se puede humillar a la mitad de la población y pisotearla de esa forma. Ya hubo muestras. No van 20 días de gobierno y la movilización popular va a jugar un papel importante, e irá creciendo aunque ahora sea verano y eso disperse un poco.

Ya se pudo ver con el encuentro del ex ministro de economía Axel Kicillof con diez mil vecinos, un caso único de un ministro de economía que a una semana de irse del cargo es acompañado por miles en una charla. Y, como recordás, en cada movilización se corea el nombre de un programa de televisión que obviamente era mucho más que eso. Mañana se encontrarán por primera vez los panelistas de ese programa en una plaza con la gente y algunos actores políticos y me imagino que será enorme la muestra de apoyo. La historia de la resistencia siempre ha sido la historia de las plazas y la calle.

Creo además que el sacudón electoral, más allá de que signifique la vuelta a una Argentina que creíamos superada en términos económicos, ofrece la oportunidad de poner a prueba mucho de lo adquirido en la última década.

La vuelta de la acción política, de la lucha de ideas, de la movilización popular, de la razón de las calles y las esquinas, de la protesta y de la indignación –quizás como hace décadas no se ve– podrían determinar, tal vez, nuevos escenarios. Yo hago una apuesta por eso.

Todo podría haber sido distinto, es cierto, pero así se ha dado y, al fin y al cabo, lo que siempre tuvo la izquierda, los trabajadores, los campesinos, los desposeídos y desprotegidos varios, lo que siempre les perteneció y aún nadie se los ha podido sacar es la calle. Allí también se juega el partido. Y habrá que ver.

VHM. Sí, hoy la Argentina es un pueblo puesto a prueba. Los votantes del 50 por ciento ganador también lo están. Metieron las manos en el barro del neoliberalismo arrastrados por la habilidad infernal de los medios. No los ricos o esa clase media aspiracional que los votó, deseosa de tener también los ojos azules.

Escribo fundamentalmente sobre quienes le dieron la espalda a su propia condición social azuzados por el cansancio moral que inoculó la propaganda que les hablaba de una república cuyas instituciones no eran respetadas. Esa mitad del país tiene un porcentaje elevado entre quienes al cabo de tres semanas de gobierno se indignan porque ahora sí se llevan puestos los valores democráticos más esenciales.

El sumario de estos días estremece. El Grupo Clarín se les quedó con la llave del país. El gobierno, pobre, es una máscara de Héctor Magnetto. La troika, como denomino a la fuerza bruta de Clarín-Cambiemos-Poder Judicial, se engulló todo lo que su apetito insaciable encontró en el camino. Carente de sutileza, como si fuera el disfraz de alguien que quiere disimular su rostro, pero el cuerpo y la voz lo traicionan en el corso del pueblo, asestó golpes de karate a cuanta ley se le opusiera. «Hey, miren a Clarín, qué gracioso disfrazado de gobierno»; «qué hacés, a dónde vas, alegre mascarita que me mirás al pasar», le cantan.

 MG. La sociedad no vota, creo, ni actúa casi en ninguna instancia de su vida según cómo le va en el reparto, sino como le dijeron que le debería ir en el reparto. La construcción del “debería” es muy compleja y en ella es donde actúan los medios, las ideas dominantes, la hegemonía cultural. Los medios lo hacen impunemente, claro, porque no explicitan desde qué lugar escriben y juegan con tener el monopolio de la información, entre muchísimos otros monopolios. Construyen ideología cotidianamente ¡y de qué manera!

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