Por Víctor Hugo Morales y Mateo Grille
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Mateo Grille. Algunos días atrás, Página 12 publicó una entrevista de Martín Granovsky al secretario seneral de Unasur, el ex presidente colombiano Ernesto Samper. Allí Samper habla de los desafíos de las democracias cuando tienen que lidiar con los poderes fácticos. Dice Samper: “Las democracias no son estables sólo si cumplen el principio del equilibro de poderes solamente como recomendaba Montesquieu. Pueden cumplir con ese equilibrio y, para poner un caso concreto como Brasil, pueden sufrir una conspiración de estos poderes fácticos para crear unas condiciones de ingobernabilidad y buscar la salida de una persona que fue elegida hace poco más de un año con la mayoría de los votos. Los poderes fácticos actuaron también en la Argentina, en Chile y en mayor o menor medida en otros países. Y no es un fenómeno de nuestra propia cosecha. Lo vemos en el mundo entero, como si fuera una epidemia de ingobernabilidad democrática”.
Víctor Hugo Morales. Y al revés, cuando los poderes fácticos se apoderan del poder político, generan gobernabilidad implacable. La troika argentina es la suma del dominio absoluto. Su comportamiento es grosero y cínico. Elude como si fuera una sofisticación el respeto por la palabra, la elegancia del estilo, todo aquello que reclamaba como los valores más altos hasta ayer nomás. Decir que se deben respetar los valores republicanos y nombrar jueces en comisión a la Corte Suprema o asegurar que la presunta devaluación es parte de una campaña sucia del gobierno saliente y anunciarla a la semana de gobierno, como si gobernasen para lelos. Les faltó tomarse las partes con las dos manos por encima de la mesa cuando informaron la caída del peso en 40 por ciento. Criticar el Indec porque miente a la población y ya en el poder avisar que no habrá mediciones durante cuatro meses, justamente aquellos en los cuales la devaluación se traslada a los precios. Prometer el respeto a la libertad de expresión y arrojarse contra ese valor, como si fueran pintores que le tiran puñados de pintura a la tela y luego emparejan con sus manos. Han alcanzado una elevación que los ubica por encima de la moral que falseaban poseer. Todo lo que se haga está avalado por lo que antes denunciaron los medios, y el corolario es “golpeémosles cuanto sea posible”. La tribuna los avala y el periodismo los justifica como un personaje “shakespiriano” que ya no puede arrepentirse de su crimen y debe ocultarlo entre los que debe cometer ahora.
MG. Estos hechos que relatás, como la epidemia de la que hablaba Samper, no son, creo, ni más ni menos que los límites de la propia democracia. Creo que respecto a la Argentina, pero también a Uruguay, queda claro que o se profundizan los cambios –lo que incluye al Poder Judicial– o el límite de lo posible está muy cerca.
Hoy estamos viviendo en democracias que son inestables si se alteran o se intentan alterar las ecuaciones de poder. Quizás suene pasado de moda el razonamiento, pero la democracia tal y como la conocemos, aunque puede que sea el mejor de los sistemas que nos hemos dado, es inestable si en su seno operan fuerzas que quieran beneficiar mucho a alguno de los sectores sociales en pugna. Si no se tocan los resortes fundamentales, si el juego democrático permite que unos gocen más que otros de las mieles del sistema, entonces la democracia se muestra como –y hasta hace alarde de su condición de– “fuerte”, “sólida”, “ejemplar”. Se publicita como un logro la alternancia en el poder, siempre y cuando, repito, los que se alternan no modifiquen las estructuras. Ahora, a veces a la democracia se le escapa la tortuga y llegan al gobierno otros, que se proponen concretar políticas que igualan a la población, que le garantizan derechos y que buscan la igualdad de oportunidades de desarrollo humano para todos. Y entonces la democracia cruje, porque el beneficio de un sector social (digamos la clase obrera, como se decía antes) es inversamente proporcional al beneficio de otro (digamos la oligarquía, como se decía antes), y la tensión generada por ese enfrentamiento es imposible de resolver. Es decir, teóricamente uno podría llegar a un acuerdo, si fuera que se busca el bienestar general, pero esto no es así, sobre todo para los que pierden poder y posibilidades de acumulación monetaria. Los que beneficien a los trabajadores (que constituyen la mayoría) se convertirán en totalitarios o populistas, es decir, pasarán al club de los gobiernos no democráticos, mientras que serán los reyes de la estabilidad aquellos que busquen la democracia en paz, la que no modifica mucho la ecuación de poder, donde unos son los dueños del dinero y los otros sólo son dueños de sus manos.
VHM. Claramente. La democracia es inestable mientras exista transferencia de recursos hacia el asalariado. Ahora que ellos ganaron, la democracia está bien, volvió la estabilidad. No importa si no hay republicanismo, libre expresión ni justicia. Lo único que estaba en juego es que sea esa clase social la que publicite el nuevo orden. El límite son ellos, porque las leyes que existen las hicieron sus abuelos y padres oligarcas, y aquellas que los progresismos quieren llevar adelante son trabadas en la Justicia, vituperadas por los medios y, finalmente, lentas para la ansiedad de los pueblos. A la Argentina le dejaron una Corte Suprema anémica, presidida por un rehén de Magnetto, que viene a ser el jefe de la troika, y con el tribunal en su poder trabaron cualquier reforma. Pero ahora son capaces de acelerar los plazos. Pechan la puerta como si fueran un grupo antisecuestro y designan por decreto dos nuevos integrantes de la Corte. Ahora necesitan poner una firma definitiva a los atropellos. Impunes, se sirven de la democracia para legalizar sus escándalos económicos, su desdén por las clases populares, la insolencia con la que roban a cara descubierta.
MG. Es así, por desgracia. Y además, en el estado actual de las cosas, el garante de la estabilidad democrática es el Poder Judicial, que tiene más beneficios con uno de los sectores en pugna que con el otro. Me aburrí de leer noticias de Argentina con fallos de la Corte Suprema defendiendo los intereses de las corporaciones. Hace pocas horas le perdonaron una deuda al diario La Nación por un delito fiscal, y después de haber despotricado contra Cristina Fernández porque, decían, se entrometía en la Justicia, aceptan sin pudor que el nuevo presidente les designe dos jueces en la Suprema Corte por decreto. ¿Qué es esto? ¿Cómo se puede respetar a un poder tan genuflexo? ¿Te das cuenta de que quien garantiza la pureza democrática, el que la certifica, opera abiertamente a favor de un sector social?
VHM. Pero incluso les pareció insuficiente lo que ya tenían. Ahora se trata de blindar las certezas jurídicas que necesitan. Uno de los jueces designados a dedo por Macri, Rosenkrantz, borró de su ficha de Internet que prestaba importantes servicios a Clarín. Hasta pocas horas después de su designación constaba esa filiación, pero en cuanto pudo hizo desaparecer el dato. Igual, no mejora su perfil de hombre de las corporaciones. Abogado de La Nación, Cablevision, La Rural y cuanto poder económico exista. ¿Te cuesta imaginar su desempeño en la Corte? Pero en eso están. Magnetto lo sugiere, Macri lo nombra, Lorenzetti lo hace jurar y a la vuelta el periodismo del Grupo te dice que se trata de una valiosa incorporación. Un hombre que si era tan impecable antes de su nombramiento, deja de serlo cuando acepta ir al tribunal en medio de esa irregularidad. A Magnetto le urgía esa presencia, para reforzar cualquier votación de la Corte sobre la cautelar que vence en enero relacionada a la ley de medios; a Macri, para seguir pagando las cuotas de la factura eterna que le hace llegar Clarín al haberlo convertido en presidente, y a Lorenzetti le venía bien aumentar su tropa. Y se pagaba el favor a los otros haciendo entrar al otro juez designado, Rossati.
MG. Lo que se ha configurado es la institucionalización de un asalto al poder cometido por los sectores más concentrados de la economía. Y por la vía electoral, además.
VHM. Sí, exactamente. Esos sectores concentrados son los más beneficiados con las medidas anunciadas hasta ahora por Macri. Por ejemplo, si vos tenías una empresa que vendía trigo, ganabas 20%, que antes te retenían, y un 40% de la devaluación, y el pan para el pueblo debía contemplar en su precio esas dos victorias de los harineros. Significa que si la cerealera tenía una bolsa que valía 100 dólares, se quedaba con 80 por la retención. Y como el dólar costaba 10 pesos, eso equivalía a 800 pesos. Ahora, después del informe Prat Gay, le quedaban intactos los 100 dólares, pero además cotizaban a 14 según la primera devaluación. De ochocientos, entonces, pasamos a 1.400.
Inténtese luego decirle al vendedor que deje un poco para el consumo interno. Esa es la cuestión. El neoliberalismo se entusiasma con esa toma de ganancias. Y por más sensibilidad que tenga, no puede ocuparse del trabajador que ayer pagaba por el pan 20 pesos y hoy 30 y mañana vaya uno a saber. Algo extraordinario del neoliberalismo es la confianza que tiene en la mansedumbre de los pobres. Sabe que de todas maneras se las arreglará. Admira a ese pueblo sufrido al que siempre le pegan y aguanta. Esa admiración, o esa confianza, es lo que les permite dormir tranquilos. “¡Qué los parió a los pobres!, che. ¿Vos te fijaste cómo los tipos siempre sacan la cabeza del pozo? Te agarran dos papas y te meten una sopita que ni te cuento, Ruperto. Con el pan duro se mandan flor de budín. Y nada de joder con lomo, que como dijo el presidente de la Sociedad Rural, don Luis Etchevehere, eso es para los enfermos, y la verdad que no le gusta a la gente. Pucherito, te comen esos santos. Las milanesas de carne te las sacan blanditas de tanto garrote. Se la bancan, ¿me entendés?”.
El pueblo no saca cuentas, o las hace y después las olvida, como sucedió en estas elecciones. Le escasea la información, y la que recibe lo vuelve loco. Entiende que se le pasa la vida, y mientras él siempre la corre de atrás, los chorros de la política se la llevan toda.
Las noticias lo golpean en la cara, la indignación los gobierna, el dólar se estanca. Y aunque a él no le va ni le viene el puto dólar, se engancha con la protesta de los caceroleos y quiere que le abran otra vez la venta de hasta dos millones de dólares por mes. Vota por el dólar, vota contra la corrupción, contra esa maldita inseguridad que, apenas ganó Macri, desapareció de las pantallas, como si los delincuentes se hubiesen quedado tildados, desconcertados en medio de la felicidad proclamada por los medios. Laburando catorce horas por día, Juan, el obrero, no tiene tiempo de procesar cómo le van haciendo la cama. Las cerealeras querían un dólar más alto para hacer una diferencia mayor. Así que se sentaron sobre la producción. “No vendemos”, le dijeron a Cristina. “No nos gustás”. Y quedaron sin ir al Estado miles de millones de dólares. Afligieron a las reservas. Los medios culturizaron. Así que dieron el golpe blando, el golpe de mercado, adulteraron la democracia con sus amigos del gran diario argentino, cambiaron el gobierno y le dieron ese chorro brutal de dinero a las arcas de Macri. Si se trataba de diez mil millones de dólares, con “la Kirchner” tenían menos de 100 mil millones de pesos. Ahora tienen 140 mil millones. Se asegura por la AFIP anterior que la cifra sobre la que pusieron sus nalgas era todavía superior.
Pero ahora es tarde para todo. Además de los miles de millones y del golpe que dieron, se quedaron con aquello que los habilita a manejar el país. Gobierno de cerealeras y de medios de comunicación, democracia pura y mucha libertad. Cualquiera tiene derecho a comprarse dos millones de dólares. ¡Viva la patria!
MG. Y además, es claro que esos poderes fácticos seguirán horadando diariamente la confianza en la política como una actividad humana que debe modificar las condiciones de existencia de la sociedad. Y es claro que el manejo que hacen de la realidad, y las soluciones que encuentran a los problemas, distan mucho de ser lo mejor para la mayoría.
El asunto es encontrar la fórmula que neutralice los efectos nocivos de su práctica. Es decir, pensar cómo se confronta con esos poderes y se controla y minimiza su incidencia.
Si uno no interviene seriamente en la construcción de un nuevo paradigma cultural, a la corta o a la larga el viejo paradigma termina venciendo. La clave parece ser intervenir en ese paradigma. Es aquello de la batalla cultural, o batalla de ideas, como decía Fidel. Esa batalla no es sólo distributiva –que lo es– sino fundamentalmente ideológica.
Uno supone que lo vivido en Argentina en los últimos años, como en el resto del continente, aunque en distintos grados, debe haber dejado alguna semilla en la sociedad. Se verá más o menos claramente, pero los pueblos no son los mismos hoy que en la decadente década de los 90. Hay un crecimiento. Hay quienes lo llaman “empoderamiento”, y aunque no me gusta nada el término, es probable que esa experiencia de sentirse parte de un proyecto colectivo dé sus frutos. Calculo que después de este embate inicial, no le será fácil el arte de gobernar a Macri. Por eso lo hace todo ahora y sin freno.
En definitiva, la historia es dialéctica, necesita de la confrontación permanente; negarla es negar la esencia de las relaciones humanas. Esa cantarola del amor entre todos, de “todos juntos”, de la “revolución del amor” y ese tipo de consignas infantiles tienen poco tiro, y hay que desconfiar de ella, cuando no denunciar claramente al que la pronuncia.