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Con Pascual Serrano

Dilemas de un periodista

El periodista y escritor español, autor de Desinformacón: cómo los medios ocultan el mundo, analizó en diálogo con Caras y Caretas las nuevas pautas de manipulación que rigen el actual mercado mediático respecto a temas como la coyuntura venezolana o la crisis de los partidos tradicionales en Europa.

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Por Manuel González Ayestarán

Pascual Serrano empleó su vocación en sacar a la luz los trapos sucios del periodismo institucional, denunciando la manipulación y la guerra propagandística que subyacen a la retórica de la libertad de expresión en la que se escuda el mercado de medios privados. En 1996 fundó el portal de contrainformación Rebelión y es colaborador de rotativos como Le Monde Diplomatique, Público, Mundo Obrero y Diagonal.

Con su obra de 2009, Desinformacón: cómo los medios ocultan el mundo, el autor deconstruyó milimétricamente los principales relatos que las grandes corporaciones mediáticas emitieron respecto a temas como la guerra de Yugoslavia, el golpe de Estado contra Hugo Chávez o la realidad cubana, desvelando los sórdidos mecanismos que rigen el mercado de la información. Con más de 15 obras dedicadas al estudio del periodismo a sus espaldas, hoy su pluma continúa denunciando los excesos del cuarto poder.

¿Qué ha cambiado en el discurso mediático dominante respecto a América Latina desde que publicó, en 2009, Desinformación?

En realidad no ha cambiado mucho la pauta de los grandes medios de comunicación de Europa con respecto a América Latina. Esta sigue siendo la de intentar sofocar o enfrentar cualquier experiencia, cualquier modelo o cualquier propuesta que pueda enmendar el discurso neoliberal dominante. En todo caso, el cambio es que han aparecido otros medios que, sin ser alternativos ni comunitarios, sino simplemente empresariales pero con una perspectiva más de cooperativa o colaborativa entre periodistas, tienen un discurso un poco diferente. Pero, en cuanto a los grandes medios que había entonces, la dinámica sigue siendo la misma, es decir, un combate de manipulación, tergiversación contra cualquier gobierno o iniciativa, ya no sólo de izquierdas, sino cualquier cosa que pueda suponer una alternativa al poder neoliberal dominante.

Lo que uno percibe en los grandes medios es que el nivel de tolerancia que ahora tienen con los nuevos gobiernos de derechas, como el brasileño o el argentino, no tiene comparación con el que tenían con los de izquierda. Es decir, las denuncias de corrupción con Dilma tenían un espacio, una preponderancia y un dominio en los medios mucho mayor que el que pueden tener con Temer. Luego, todas las corruptelas en Panamá que pueda tener Macri aquí pasan desapercibidas o apenas se las cita frente a cualquier caso de corrupción que se hubiera percibido durante el mandato de Cristina Fernández de Kirchner.

Yo creo que vuelve a suceder el formato de trato desigual que en su momento denuncié cuando escribí Desinformación. El ejemplo más claro es que en este momento en España siguen sin saber el nombre del presidente de México o de Perú y todos saben quiénes son los presidentes de Venezuela o de Bolivia.

¿Cómo evalúa la cobertura de la crisis actual en Venezuela?

La economía de Venezuela está en un momento complicado y ha aumentado la impopularidad de la Revolución Bolivariana. Pero es una situación muy compleja de analizar en la que yo creo que hay desde sabotajes empresariales hasta errores gubernamentales. Pero lo cierto es que no existe ninguna derecha que pueda dar lecciones a ningún gobierno bolivariano ni de honestidad, ni de eficacia económica o de justicia social. Lo que no quita evidentemente que haya que señalar los errores del gobierno.

Una vez aclarado esto, me parece que la pauta mediática sigue patrones de propaganda estudiados para presentar a un gobierno represor frente a una ciudadanía que ellos dicen que se levanta de un modo unánime y pacífico contra la opresión, y esto no es así. Sin duda se ha intentado en todo momento llevar a cabo una revolución de colores en Venezuela. Desde hace años se están viendo mecanismos clásicos de manipulación, como la creación forzada de liderazgos en la oposición, la difusión de videos de laboratorio, así como de memes y de imágenes falsas que funcionen en las redes sociales. También operan a menudo escenas y montajes como una mujer que se para frente a una tanqueta, o la esposa de Leopoldo López, Lilian Tintori, simulando una intoxicación por gases lacrimógenos.

Es verdad que existen determinados errores, determinadas malas políticas del gobierno, sin embargo, creo que son mucho más graves las alternativas políticas que se están planteando, absolutamente pensadas al servicio de EEUU y de una oligarquía parasitaria e improductiva que es la que ha caracterizado a Venezuela, y eso hay que denunciarlo. El dilema es cómo denuncias esto y a la vez reconoces errores del gobierno venezolano, eso es lo complicado. Porque reconociendo los errores del gobierno estás dando aire a toda esa farsa llevada a cabo por la oposición golpista, y si ignoras los errores del gobierno, estás ocultando una realidad y unos problemas sociales que están ahí.

¿Puede ser que el gobierno cubano haya perdido presencia en estos años en el discurso mediático hegemónico?

Cuba actualmente esta fuera de foco porque el imperio y el establishment neoliberal tienen actualmente un problema mayor, que es Venezuela liderando el progresismo latinoamericano. La Revolución Bolivariana tiene un liderazgo político y económico que va más allá de la frontera venezolana, es la capacidad de coordinar unas estructuras económicas alternativas en toda la región.

Recientemente volvió al centro mediático durante el proceso de restablecimiento de las relaciones con EEUU. En este sentido, Cuba ha querido denunciar con razón que el mensaje que se pretendió dar de normalización no era todo verdad. Al contrario, EEUU sigue imponiendo sanciones que impiden que el país se pueda desarrollar con normalidad en el marco de la economía internacional. Creo que en el caso de las relaciones entre Obama y Cuba es bueno dejar claro que Cuba ha seguido los principios realistas en los que se ubicó sin terquedad, y que Obama y los demócratas que apoyaban la política estadounidense de apertura lo único que estaban reconociendo es que nunca han podido doblegar al pueblo cubano. Por ello han decidido inventar otro mecanismo que es el de intentar seducirles con mercado y capital en lugar de con agresiones.

¿Cómo interpreta la buena imagen que ha tenido el expresidente José Mujica en los mismos medios que han dilapidado al resto de los líderes progresistas latinoamericanos?

Mujica ha vivido privilegiadamente una falta de ataques por parte de la derecha neoliberal, al menos de la europea. Siempre lo vendieron con esa imagen de austeridad, de honestidad y de decencia porque lo percibieron como inofensivo por muchas razones. Primero, porque su edad impedía que tuviera una trayectoria larga; segundo, porque Uruguay no tiene un poder económico en la región importante; y tercero, porque Mujica tampoco hizo unas políticas audaces de izquierda. Esto lo podríamos decir también de Lula en Brasil, pero el problema es que en el caso de Brasil, sí que hablamos de una gran potencia regional. Entonces, las políticas progresistas que no se le podían permitir a Lula porque era una potencia poderosa se le podían permitir a Mujica en Uruguay. Además, Mujica supo vender o defender bien esa aureola de austeridad y decencia, con lo cual tenía pocos puntos flacos en los que atacarle.

¿Cómo interpreta el clima político que se está viviendo actualmente en Europa?

La realidad en Europa tiene muchos puntos en común con la de EEUU, la gente está muy enfadada con el poder que se ha mantenido durante las últimas décadas, pero no existe una suficiente capacidad de interpretación política o de reubicación ideológica entre la población ni existen tampoco estructuras organizadas entre la ciudadanía. Entonces, la gente reacciona de un modo muy perdido, no sabe si mirar a la ultraderecha, a la ultraizquierda o a dónde ir. Eso es un gran reto para las nuevas formaciones emergentes, que necesitan inventar ese discurso de indignación, que se puede ver también en votos radicales xenófobos a ultraderechistas en estado puro.

Creo que, por otro lado, el resto de la izquierda ha intentado irrumpir intelectual y políticamente en toda esa indignación joven, o no tan joven, que no tiene andamiaje intelectual suficiente para interpretar la economía y la pauta de actuación de los poderes fácticos. Pero creo que no lo están consiguiendo, entonces unos votarán a Trump, otros votarán a Le Pen, etc. El modelo creo que va a vivir etapas muy duras. Yo veo a la derecha española y a buena parte de la izquierda muy preocupadas por el voto a Le Pen. Resulta curioso, porque si verdaderamente esa ultraderecha luego es coherente, llevará a cabo algunas medidas a las que yo no les tengo ningún miedo, por ejemplo, que quieran salir del euro o que renieguen del modelo de la Unión Europea.

Yo no tengo miedo a esas medidas de Le Pen, le tengo miedo a otras, como las propuestas xenófobas o intolerantes en cuanto a la ciudadanía. Pero si se fuera de Europa a mi no me preocupa. Y eso es probablemente lo que le está preocupando al establishment y a la junta comunitaria de esos gobiernos.

Lo que es evidente es que la gente está muy enfadada con ellos y que cualquier cosa puede suceder. Yo creo que ahora el reto de la izquierda es popularizar entre la gente análisis de izquierda solidaria, de carácter redistributivo de la riqueza, y del papel del Estado como garante de los derechos sociales. Por otro lado, los grandes medios y la derecha están promocionando un discurso absurdo, pero que puede calar, que es decir que Le Pen es lo mismo que Podemos, en la medida en que son populismos. Su discurso es “todo lo que no hagamos nosotros en los partidos tradicionales es populismo”. Populismo es Trump, es Podemos (que es un partido que está coligado con los comunistas) y populismo es Le Pen. Cualquier movimiento de izquierdas basta con homologarlo con Trump y Le Pen para desacreditarlo. De esta forma los poderes fácticos tratan de promocionar a sus líderes, lo vimos en Holanda, al final cuando gana el político conservador del establishment, la gente acaba diciendo “menos mal que no ha ganado la ultraderecha”, lo cual es muy preocupante y muy triste.

En el caso actual de Francia, habría que dejar muy claro que el líder de ultraderecha no nos va a paralizar y que, en cualquier caso, los responsables de que llegue la ultraderecha son los gobernantes actuales con las políticas que han hecho que la gente se empobrezca y se frustre, pero no la izquierda que no apoya a los gobernantes actuales. Quien ha empujado a los ciudadanos a la ultraderecha han sido la administración Obama en EEUU y la administración Hollande en Francia, no la izquierda que nunca pudo gobernar y que por tanto no puede ser muy responsable de los comportamientos de los ciudadanos.

¿Cómo se ha adaptado el establishment mediático a la llegada de Donald Trump al poder? ¿Cómo se reconfigura el papel jugado por EEUU en esta nueva realidad?

En primer lugar, había cosas de Trump que molestaban mucho, porque sus intenciones proteccionistas rompían el modelo neoliberal globalizador dominante y eso supone un sacrilegio. Entonces, el dilema era ver si Trump iba a crear problemas a los que mandan o no. Mi conclusión es que no les iba a crear problemas. Igual que un líder de izquierda en la Casa Blanca no tendría mucho margen de acción, porque los poderes fácticos son tan imponentes que le iban a dejar poco margen, también lo van a hacer con un presidente loco.

Hubo un hecho muy relevante cuando el Fondo Monetario Internacional intervino desautorizando al Trump; yo creo que fue muy grave y demostró cómo detrás del poder político legítimo había otro poder en la sombra perfectamente dispuesto a darle un golpe de Estado si sus políticas no se ajustan a los mandatos hegemónicos. Pero yo creo que Trump, como político de la ultraderecha, integrante del sistema de poder y del dinero, aplicará las medidas que le impongan y no será un problema para el establishment económico.

Teniendo en cuenta las dinámicas que siempre ha denunciado sobre el mercado mediático dominante, ¿en qué medida el periodista es cómplice o se ve condicionado como trabajador por la presión del mercado de la información?

Yo intento buscar algunas metáforas. Un periodista en un gran periódico que manipule sería algo así como el administrativo de un ministerio de una dictadura. Es alguien que efectivamente forma parte de toda la estructura represora porque es un señor que está escribiendo notas y papeles en un Estado dictatorial, pero por otro es verdad que su papel es tan mínimo e irrelevante que tampoco puede tener capacidad de enfrentar por sí sólo a la dictadura.

Entonces, es un tema complejo. Por un lado yo entiendo que no se le puede pedir a un periodista de la agencia EFE, de El País o de la CNN que se enfrente a sus jefes y se quede sin sustento para sus hijos, pero por otro lado hay que recordarle que el trabajo que hace tiene un porcentaje infame que forma parte de una estructura de manipulación y engaño. Eso hace que él mismo quede en deuda con la sociedad y que deba devolverle un poquito de la veracidad y de la honestidad periodística que evidentemente le impide hacer su contrato laboral.

La alternativa que yo le propongo es, si usted no tiene más remedio que trabajar en un medio de estos, primero haga el menor número de infamias que le van a pedir, y cuando salga de ahí, recuerde que ahora está en deuda como para poder dedicarse a un periodismo un poco más digno, que es el que no le han dejado practicar en su trabajo.

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