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Donald Trump y la némesis de la política

Por Rafael Bayce.

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¿Qué es lo que sucede, en el terreno de la política, desde que Donald Trump, sus contenidos, su estilo comunicacional y su forma de conducción han tenido cierto éxito o, al menos, notoriedad? El concepto de némesis puede aplicarse -entendido en este caso no como sinónimo de fin, ni siquiera de mera decadencia- como un proceso de descaecimiento y pérdida de caracteres específicos de algo por el que se arriesga el fin de ese algo.   Las razones de sus votantes Antes que nada, no creamos, simple y equivocadamente, que no hay razones detrás de su atractivo electoral ni que son sencillamente ignorantes y conservadores recalcitrantes sus votantes y adherentes. Los votantes de Trump son, en su gran mayoría, perdedores relativos de los procesos de globalización y de las alianzas imperiales para lograr su liderazgo. En efecto, hay productores, industriales, comerciantes, profesionales, que consideran, y con buenas razones, que más encerrados en los límites de su territorio, produciendo dentro de fronteras y para consumidores locales o nacionales, les iría mucho mejor que en un mundo en que, por intereses geopolíticos que no son indiscutibles, no se maximizan los beneficios. Este pensamiento se lleva muy bien con un gran contramovimiento mundial de resistencia a la globalización que está basado en nativismos culturales que se oponen a la homogeneización. Tan progresivamente frecuentes han sido estos movimientos que hasta han originado una corrección a la ‘globalización’, entendida ahora como una exacerbación de la ‘translocalidad’ originaria. El término más correcto es ‘glocalización’, que viene a ser un mejor descriptor de los procesos actuales, implicando una forma de globalización con resistencias locales, culturales y económicas. No debe olvidarse que a las resistencias culturales localistas a la globalización se han sumado las resistencias económicas de quienes están sin trabajo porque una fábrica estadounidense se ha instalado en un país con suelo más barato, mano de obra más económica, o beneficios fiscales especiales; un país que, llegado el caso, dosifica sus becas estudiantiles a grupos étnicos votantes. En suma, se reclama la no maximización del empleo, el estudio, la industria y el comercio, desde los productores y desde los consumidores nacionales. Pues bien, esta resistencia económica, cultural y religiosa a los inmigrantes, la búsqueda de la relocalización nacional de las empresas productivas (con su énfasis en mano de obra nacional), la procura de mercado comprador nacional para la producción local (sin despreciar exportación de excedentes), la monopolización de becas de estudio para locales, la obstrucción de las inmigraciones ilegales (por ejemplo, mexicanos) y hasta de las legales (por ejemplo, musulmanes) son reivindicaciones de localidad antiglobalización, que suman localidad cultural y maximización económica, incluso críticas de la propia globalización como proceso macrohistórico. Trump, Le Pen y muchos nacionalismos conservadores y hasta reaccionarios son posglobalización, relocalizadores y antiglobalización, en definitiva, críticos o insensibles a la geopolítica que vertebra las globalizaciones y la lucha por los liderazgos a su interior. Es una importante dicotomía al interior de las derechas actuales: por un lado, los globalizadores desde el capitalismo financiero instalado desde hace un siglo y desde su lucha por la acumulación de recursos naturales, de sus rutas de transporte y de las industrias petroquímica y bélica: los Macron, Merkel, Cameron, demócratas y republicanos del mainstream, Temer, Macri. Por otro, los maximizadores del producto inmediato de la producción local orgullosa además de su especificidad cultural: los Trump, Le Pen, brexit, anti-Unión Europea y tratados regionales que intercambian y no permiten las maximizaciones económicas locales. No son lo mismo y es la gran dicotomía político ideológica actual a comprender. Pero, ojo, ambas son de derecha; pero no son lo mismo, ni convergentes; ambas pueden provocarnos algunas simpatías coyunturales o puntuales, pero son lobos feroces diversos. Pues bien, cuando Trump dice “I am your voice” (“Yo soy vuestra voz”) con el índice apuntando a las cámaras, cuando leemos carteles en sus actos que dicen ‘Hire American, buy American’ (‘Emplee americanos, compre americano’), cuando abraza a los ingleses que han obtenido el abandono de la Unión Europea, cuando promete el muro con México y la restricción de la inmigración islámica, la reducción de las becas a estudiantes  y profesionales extranjeros a posgrados, cuando le pide a la Ford que instale su próxima fábrica en Estados Unidos y no afuera, cuando quiere minimizar el gasto militar, cuando no quiere tratados transpacíficos ni el Nafta tal cual es, está cumpliendo con ese electorado neolocal, de la glocalización posglobal, de interesas tan claros y tangibles como ignorantes de la globalización financiera, oligopolizadora de recursos naturales, líder petroquímica y bélica, que entiende otras razones que las del electorado de Trump. Y aquí está precisamente toda la profundidad de lo que Trump representa; el resto es más indicativo de la némesis política que eso, porque podríamos hasta pensar que nos perjudica menos el nacionalismo retro, conservador, reaccionario, nostálgico, fundamentalista ideológico, que la civilizada globalización cruenta del mainstream, cínico hipócrita, implacablemente imperial, guerrera hasta la depredación.   El estilo comunicacional El electorado de Trump se descubre por el uso de los big data y se afirma desde la viralidad de las redes sociales. Esto ya es una revolución política, si es que el origen y razones de su electorado -vistas antes- no fueran suficientes para calificarlo así. Los sondeos clásicos directos de opinión pública y electoral, que se iniciaron desde mediados de los 40 por Roper, van siendo sustituidos por las construcciones indirectas de perfiles a través de los big data que se multiplican como insumo desde la proliferación de las redes sociales, en el siglo XXI, como mecanismo comunicacional superior a los medios de comunicación de masas clásicos del siglo XX. El electorado se descubre y se construye desde los big data y se multiplica y afirma desde las redes sociales. Por eso, a nivel masivo de comunicación, Trump gobierna por la red social Twitter. Aunque no lo sea así en la toma de decisiones sustantiva. Aquí, desde tan lejos, hemos presenciado el naufragio progresivo de su programa comunicacional electoral en manos del staff y lobby implacables del mainstream globalizador y políticamente correcto: el Judicial obstaculiza su antiinmigración radical; el Parlamento y su propio partido, las insensibles reformas del sistema de salud; el complejo petroquímico y bélico le hizo multiplicar ese gasto contrario a su programa; mandará más tropas a Afganistán, al revés de lo vociferado en campaña electoral. En esa campaña radical posglobalización de neolocalización, la crítica dura a la mala fe de los medios clásicos de comunicación de masas y a su parcialidad disfrazada de neutralidad realista ocupa un lugar permanente; su apuesta es a la mayor instantaneidad y simplicidad de las redes sociales, en base a las cuales descubrió su electorado y lo multiplicó. De todos modos, usa las coberturas clásicas para multiplicar su esquema comunicacional alternativo. Los grandes medios clásicos ya han sido añejamente cooptados por la globalización financiera, petroquímico, bélica e imperial depredadora, más disfrazada y políticamente correcta que el autoritarismo infantil desembozado de Trump; la destructividad de los globalizadores está más enmascarada y es más astuta que la inmadurez infantil de Trump, más un millonario con ínfulas todopoderosas obvias que un gobernante de la primera nación del mundo en medio de un sutil tablero global de poder. Es más un nostálgico cultural neolocalizador posglobal, representante y voz de los que no pudieron maximizar sus beneficios con la globalización, sin mayores cálculos geopolíticos. Los globalizadores lo erosionarán y reconducirán, aprovechando su ignorancia sustantiva y la caída de la aprobación a su gestión, pero la revolución que instauró queda vigente y entra dentro de coordenadas de evolución política profunda que en parte hemos tocado en esta columna y que podríamos profundizar.

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