La región se mueve. Pandemia mediante, se producen hechos políticos relevantes. ¿Los analizamos lo suficiente? ¿Aprendimos de ellos? ¿O somos parte de ellos? Hasta el papa Francisco ha roto esta semana dos veces su silencio, para hablar de esta, su Patria Grande. Nosotros: silencio en temas que deberíamos hacernos escuchar y demasiado bla, bla.
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Colombia arde. Francisco, en su saludo dominical, pidió que “a través de un diálogo serio se puedan encontrar soluciones justas a los muchos problemas que sufren especialmente los más pobres a causa de la pandemia”. Para culminar instando “a todos a evitar, por razones humanitarias, comportamientos perjudiciales para la población en el ejercicio del derecho a la protesta pacífica”. A buen entendedor… Tomó partido y no hizo las de Pilatos.
El número de muertos en Bogotá difiere sustancialmente entre los que cuentan los observadores de ONG nacionales e internacionales con las cifras del gobierno. Y, oh casualidad, muchos de los muertos son excombatientes del FARC, amparados en los acuerdos de paz, cuyo número de víctimas ya asciende a cerca de 300.
El ajuste fiscal que proponía el gobierno, bajo el pretexto de obtener recursos para combatir la pandemia, lleva tributar por ingresos a quienes perciban dos salarios mínimos (US$ 75). Quizás también los que reciban menos porque se promueve un considerable aumento del IVA, que es el impuesto a la pobreza.
Hasta el papa habló a favor del derecho a protestar. Almagro, a favor de los represores. Uruguay: silencio absoluto. Quizás no quiera opinar, ni aún en estos casos, en temas de terceros países. Pero justo cuando muere gente en Colombia, la cancillería uruguaya saca una declaración contra su principal enemigo: Venezuela. La intervención se usa del modo que se quiere, cuando se quiere, con el que se quiere.
En Chile, la protesta se inició por el precio de boleto del metro. Pero lo que desborda el vaso es siempre eso: una gota. Las manifestaciones prepandémicas, cuestionaban un gobierno y un modelo económico que trasciende las fronteras paritarias. Es más, mucho del modelo estaba en la misma Constitución. La misma Carta Magna que hizo de su puño y letra Pinochet y que sigue vigente sin que nadie la haya votado.
La salida que viene encontrado Chile muestra, al mismo tiempo, la fortaleza y la debilidad de la tradición institucional de la patria de O’Higgins. Es cierto que, además de la brutal derrota del gobierno -35 constituyentes de un total de los 155 escaños elegibles (17 quedan reservados para los pueblos originarios)-, los independientes superan los 2/3 de los sitiales y, a modo de ejemplo, la Democracia Cristiana, varias veces gobierno, solo obtuvo dos escaños.
Pero el pueblo encontró, a un alto costo, una solución constitucional: cambiar la peor y más ilegítima constitución imaginable. Y de un modo participativo. ¿No merece condenarse lo uno y alentar lo otro? ¿Nos importa un rábano lo que pase en Chile?
En Haití la OEA guarda silencio sobre cómo perpetúa su mandato el Presidente Juvenal y su intención de reformar la Constitución. Esto carece de base jurídica alguna. Solo el parlamento tiene iniciativa al respecto, según su orden jurídico.
En Brasil, se ha llegado a cuestionar en el parlamento la “sanidad mental” del presidente para ejercer el mando.
Andamos con la cabeza en otra cosa. El único presidente visitado en su propio país por nuestro jefe de Estado y su canciller: Bolsonaro de Brasil. Primer viaje del ministro de Relaciones Exteriores: a ver al gobierno republicano de EEUU, semanas antes de que perdiera las elecciones. Gobierno que, por cierto, terminó con intentos subversivos de romper la tradición electoral de aquel país.
Primer voto de Uruguay en los organismos multilaterales: asegurar el único cargo que mantendrá Trump desde Miami: Presidencia del BID (contra un candidato argentino). Y en un día que, como no podía ser de otro modo, fue de intensa unidad nacional, en el dolor, pero unidad al fin, mientras que enterraban al Guapo en su tierra de Paysandú, faltó un ministro: el canciller.
El jefe, bueno, el que representa, nuestra política exterior, estaba en Ecuador. Fue a presenciar la asunción del presidente Lasso. La más rancia derecha ideológica del hemisferio. Únicos presidentes presentes, el dictador haitiano y el cuestionado presidente de Brasil. ¿Dónde estamos parados?