Siendo embajador, durante las celebraciones de la fecha patria argentina, no podía quitar de mi mente dos recuerdos muy fuertes y distintos. Durante el periplo del exilio, junto a mi padre, nos tocó despedirnos de Argentina en dos 25 de Mayo muy distintos. Uno, con lágrimas de dolor desgarrador; otro, con lágrimas de esperanza. Uno, desde la embajada de Austria, donde estábamos asilados tras la muerte de Zelmar y el Toba, junto a Barredo y Whitelaw, y con Liberoff desaparecido. Otro, estampando mi firma al lado de la de Wilson, anunciando nuestro regreso a Uruguay el 16 de junio siguiente.
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Sobre las circunstancias que rodearon la muerte de Zelmar y Toba ya escribí hace un par de semanas. El 24 de mayo de 1976 a las 17.10 el viejo y yo, junto al embajador de Austria, ingresábamos a su residencia. Para lograrlo debimos desafiar infinitos momentos dramáticos. Quizás el que quedó más grabado en nuestras vidas fue que quisimos llegar, en el auto del embajador, con el general Torres (expresidente de Bolivia). El embajador estaba de acuerdo, pero Torres declinó la invitación de mi padre por creer que su condición lo protegía. El mismo día que llegamos a Europa, durante la improvisada conferencia de prensa, nos pasaron una nota donde informaban que apareció acribillado bajo un puente.
Ahí empezó otra etapa del exilio: en Europa, a los pocos días, nos juntamos con mi madre. Había venido a Montevideo para despedirse de la suya, sabiendo que nunca más la volvería a ver. Deambulamos viviendo en un bolso durante meses. Luego fuimos a Washington donde, tras testificar Wilson en el Congreso, se cortó la ayuda militar a la dictadura uruguaya. Allí nos quedamos casi un mes. Había que elegir hogar: nos íbamos a Londres. En el mismo aeropuerto, decidí quedarme en EEUU. Habíamos estado de gira en octubre del 75 y varias veces hablamos sobre la posibilidad de tener una presencia permanente de lobby por los derechos humanos en Uruguay.
La WOLA, una de las instituciones más prestigiosas, me cobijó en su seno. Entre ellos y algunos esfuerzos periodísticos pude dedicarme a tiempo completo a la solidaridad con Uruguay. La iglesia metodista financió mis estudios. Asistía a clase por la noche, durante el día siempre había menos tiempo que cosas que hacer en solidaridad con Uruguay, sus presos y el retorno a la democracia. Fue una segunda etapa del exilio. El horror de Buenos Aires había quedado atrás, aunque creo que las heridas no terminaron nunca de cicatrizar. Es parte del bagaje de la vida.
En el año 83 comenzó el conteo regresivo de la dictadura. Dentro del país, los que luchaban en libertad, y lo hacían desde la clandestinidad o desde la cárcel, lo sentían así. Igual esperanza encendió los corazones de los exiliados. Se formó el PIT y realizó un gran acto el 1o de Mayo, por primera vez, desde la disolución de la CNT. Se creaba Asceep para sustituir la ilegalizada FEUU. El 27 de noviembre se llevó a cabo el acto del Obelisco: “Un río de libertad”. En diciembre Alfonsín invitó a Wilson a su asunción en Argentina. Nunca había estado tan cerca de su gente desde aquel triste 25 de agosto, más de 7 años atrás. El 83 fue el principio del fin. En abril del 84 regresé a Buenos Aires para juntarme pocos días después con mis padres. Fue el momento del reencuentro.
El 25 de mayo del mismo 84, el gobernador Montiel, de Entre Ríos, y el intendente Busti, de Concordia, deciden festejar allí la fecha patria argentina. En vez de hablar ellos, convinieron que el orador invitado fuera Wilson. Miles de uruguayos desafiaron los cierres de los puentes, por parte del ejército dictatorial, para escucharlo. Por la mañana me llamó y me dictó una proclama. Yo ni opinaba, pero me maravillaba. Al terminar me dijo: “Firmado: Wilson Ferreira Aldunate, Juan Raúl Ferreira”. Me corrió un chucho como ahora al contarlo. La dio a conocer en la mañana del acto.
Antes de hacer definiciones muy fuertes que hoy han caído en el olvido, anunció: “Volvemos el 16 después de tantos años de exilio” y señaló que no podíamos decir nada más, luego del regreso, porque sabíamos que nos esperaba la prisión. Aunque no íbamos para ir presos, eso “dependía de ellos. Ser hombres libres, de nosotros mismos”.
“No volvemos para crear obstáculos en la búsqueda de una solución negociada de la tragedia nacional. Conscientes de que el futuro de la patria sólo podrá asegurarse por el entendimiento y entre todos. Pero sabiendo también que hay palabras que tienen una sola lectura y que entre todos quiere decir ‘entre todos’ y no entre algunos. Volvemos, pues, a tratar de ayudar a la indispensable movilización popular que dé a quienes negocian la fuerza de un incontenible apoyo popular”.
“Volvemos a apoyar con máximo fervor la declaración conjunta emitida por todos los partidos políticos el pasado 22 de mayo […] Volvemos para sumar nuestras voces a las de miles de compatriotas que exigen vivir libremente en una patria soberana y prestigiosa […] A esas voces queremos sumar las nuestras, y si las circunstancias quieren que podamos oír, podemos hacer escuchar nuestro forzado silencio, que puede ser todavía más elocuente”. WFA, JRF.
Un 25 mayo muy distinto, el de 1984, al que pasamos a pocas cuadras en 1976.