Hacete socio para acceder a este contenido

Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.

ASOCIARME

Barry Jenkins y Paul Verhoeven

Dos puntas

Dos películas, Luz de luna y Elle. Dos directores y dos generaciones, Barry Jenkins y Paul Verhoeven. Dos apuestas narrativas con marcadas diferencias, y dos reconocimientos también diferentes por parte de la academia que muestran por dónde pasan los intereses y compromisos de una industria –la del cine estadounidense– que luce con orgullo una careta “progresista”.

Suscribite

Caras y Caretas Diario

En tu email todos los días

Por A. Laluz

El triunfo de Luz de luna en los Premios Oscar estaba cantado, aunque en el cierre de la gala todo pareció un ridículo cruce de sorpresa, errores y comedia absurda. La obra del joven realizador Barry Jenkins tenía (tiene) todos los ingredientes necesarios para erigirse como el símbolo del cambio en uno de los bastiones más reaccionarios de la industria cinematográfica. Y así fue usada. Pero despejada la anécdota de la ceremonia, es difícil imaginarse que ese cambio sea real o efectivo.

Estos premios son la piel y el músculo de la tirana “medianía del gusto”, amparada por la ingente cantidad de votantes que hace uso del “instituto democrático”, que oscila levemente en función del juego de presiones ocasionales pero que, en el fondo, se mantiene fiel a las raíces del pétreo sistema que le dio vida.

El vistoso acting “progresista” que se vio el domingo pasado no es más que eso: un surtido de muecas que les sirve para sostenerse, para acomodar el cuerpo, y nada más (“ahora todos somos progresistas, anti Trump, inclusivos, correctos, multiculturales…”); una “anomalía” que encuentra en la película Luz de luna su emblema de corrección y (pseudo)apertura, pero que rápidamente será absorbida por el sistema. Esto, no obstante, no le quita méritos a la gran ganadora.

Con Luz de luna, Jenkins pega duro y bien en un nudo sensible en el que convergen los conflictos generados por la discriminación, la marginación, el abuso violento, la lucha por la identidad, el deseo. Sin ser una obra maestra (y no tiene que serlo) y sin arriesgar en lo estético, el relato sigue linealmente la peripecia vital de Chiron, un joven negro, gay, nacido y criado en un sector pobre de Miami (la ciudad donde nació Jenkins), donde las formas de relacionamiento se rigen por una desquiciante heteronormatividad.

La estructura de este relato tiene tres grandes capítulos (1. Little; 2. Chiron; 3. Black), que marcan las etapas de crecimiento de Chiron, y en cada uno el dolor es la marca dominante, sea en los conflictos con su madre drogadicta (Naomie Harris), en el remanso afectivo que encuentra con la pareja que asume su protección y deviene pilar de su existencia (interpretada por Mahershala Ali y Janelle Monáe), en la intimidad que encuentra con su amigo Kevin (uno de los personajes más interesantes de esta historia, interpretado por Jaden Piner en el primer capítulo, por Jharrel Jerome en el segundo y por André Holland en el tercero), en los enfrentamientos con la banda de bravucones y vándalos del barrio y del centro de estudios.

En ese periplo, la identidad de Chiron (con las elogiables actuaciones de Alex Hibert en el capítulo uno, de Ashton Sanders en el segundo y de Trevante Rhodes en el tercero) se construye a los golpes. Y casi no hay atisbos de que pueda dar vuelta la pisada: incluso hasta en el tierno final, Chiron sigue siendo víctima; el paso que tiene que dar para asumirse como gay sólo se esboza desde esa perspectiva, pero nunca (supuestamente) se da. El silencio es siempre su respuesta. Y ahí el gran acierto de Jenkins: respetar ese silencio y no exponerlo al morbo, concentrándose en potenciar lo no dicho, lo no visto.

La olvidada

Elle, la última realización del holandés Paul Verhoeven, ni picó en estos Oscar, a pesar de ser una de las películas más interesantes del último tiempo, y hasta podría decirse que está entre las más valiosas junto a Manchester junto al mar, de Kenneth Lonergan.

Con la soberbia actuación de Isabelle Huppert, la ubicación de la historia en París y una inteligente ingeniería narrativa, Verhoeven redondea una suerte de ensayo sobre la violencia, que admite múltiples y densas capas de lecturas. La más evidente, o quizás la que articula las otras posibles lecturas, es la transformación de esa violencia en variable del deseo y en el motor del personaje de Huppert, Michèle Leblanc, quien dirige, junto a su amiga Anna (Anne Consigny), una empresa productora de videojuegos. Elle es, también, un ensayo con toques irónicos sobre una clase media acomodada pero no siempre ostentosa, con gran capital cultural, bien formada, emprendedora, pero atravesada por innumerables conflictos existenciales, la doble moral y sus problemas con los compromisos afectivos. Y es, al final, un ensayo sobre la condición de víctima (algo que ya se comentó en el punto anterior de esta nota) y sus juegos contradictorios, las tensiones con el poder masculino y la condición de lo femenino.

Verhoeven, que bien sabe cómo manejar los códigos del cine comercial, se jugó aquí a un trabajo narrativo y conceptual que fisura lo previsible, a un lenguaje mucho más arriesgado en lo formal y en lo conceptual. Y vaya que fue un acierto: golpea en los clichés del cine industrial estadounidense (de hecho, esta película no se pudo filmar en Estados Unidos ni logró captar el interés de actrices de ese país para encarnar el papel principal), al punto de generar una gran incomodidad en aquellos espectadores que esperan jugar con el episodio de la violación de Michèle, que se expone en el comienzo de la película, como disparador del morbo o con los que se regodean con el lastimoso rol de una víctima, o con los que esperan algo “livianito” como para pasar el rato. Nada de esto ocurre aquí.

Y así le fue, al menos en los Oscar. Las narrativas que suelen generar múltiples conflictos, y que, por tanto, motorizan diversas formas de interpretación, son demasiado “molestas”, son incómodas para el estado de cosas tan chato pero elegante y garantista de la circulación irrestricta de formas del entretenimiento que se reducen a vistosas carcasas.

Fichas técnicas
LUZ DE LUNA (MOONLIGHT). Dirección: Barry Jenkins. Guion: B. Jenkins, basado en una obra teatral de Tarell Alvin McCaney (In Moonlight Black Boys Look Blue). Elenco: Trevante Rhodes, Naomie Harris, Mahershala Ali, Ashton Sanders, André Holland, Alex R. Hibbert, Janelle Monáe, Jharrel Jerome. ***

ELLE. Dirección: Paul Verhoeven. Guion: David Birke. Elenco: Isabelle Huppert, Laurent Lafitte, Anne Consigny, Charles Berling, Virginie Efira.

Dejá tu comentario

Forma parte de los que luchamos por la libertad de información.

Hacete socio de Caras y Caretas y ayudanos a seguir mostrando lo que nadie te muestra.

HACETE SOCIO