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Veinte años de Buceo Invisible

Dulce oscuridad

La reciente edición de El pan de los locos, cuarto disco del colectivo Buceo Invisible, obliga a repasar la trayectoria de una de las usinas poético-musicales más fermentales de la canción montevideana. Continuadores del linaje de grandes como Darnauchans y Dino, manejan a la perfección un rock de guitarras rasgadas y oscuras.

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Caras y Caretas Diario

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Por G.P.

Hace algunos años, no tantos, o sí, porque debe haber sido por el año 2005, y ya se cuentan entonces por once, se corrió el rumor de un grupo musical under que la rompía. A los recitales les llamaban muestras y se iba a escuchar. Llevaban un plan más jipi que lo acostumbrado, como si fueran supervivientes de la progresiva de los setenta. Intercalaban poesías, canciones mántricas y proyecciones de videos. Eran indie, pero antes del indie, porque aún no habían explotado los sellos virtuales y el rock era cosa de bandas adoradoras de empresas cerveceras. Eran lo más oscuro de Montevideo, bien lejos del pogo exitista y demasiado cerca del Darno y Dino.

Música para niños tristes se llamó el álbum debut. Salió por Perro Andaluz. No explotaron masivamente. Ni entonces ni más tarde, pero se fue armando alrededor de ellos un club de seguidores, fiel como pocos. «Se ha generado un feedback más amplio y palpable con la gente que se acerca a la propuesta, un fenómeno más que estimulante», decía entonces Diego Presa, voz principal y guitarrista de Buceo Invisible. «Se ha concretado un grupo de trabajo muy sólido y nos afirma el hecho de encontrar articulaciones que se acercan al borde de lo que queremos decir».

Fue en ese tiempo que empezaron a sonar cada vez mejor. En especial las guitarras, el muro de guitarras hipnóticas de Presa, Fernández y Cota. A «Domingo» y «Comitoína» se le sumaron otras nuevas canciones al repertorio. «Betty Blue» y «Antes del amanecer» formaron parte esencial de Cierro los ojos y todo respira, segundo disco que salió por Bizarro, cuando el sello de Andrés Sanabria se animaba a sumar independientes y progresivos, como La Hermana Menor y Buenos Muchachos. Bandas de guitarras y poesía, lejos de las que estaban en el cielo de estrellas burbujeantes. Se sumaba al colectivo, por esa época, una voz gráfica, la del artista Seba Santana, diseñador que desde entonces interpreta la dulce oscuridad del grupo nacido a mediados de los noventa en una esquina de Buceo.

Diego Presa, convertido en compositor principal, empezó también a aparecer solo con su guitarra, en plan folk, compartiendo cartel con otros nuevos amigos, plegándose a la incipiente movida de cantautores entre los que aparecían Fernando Henry, Franny Glass, Diego Rebella. Necesitaba abrir ese camino y, por eso, ya en 2011, salieron casi en simultáneo el tercer disco de Buceo Invisible –Disfraces para el frío, que escapó del blanco y negro a la luminosidad de los colores primarios– y su debut en plan solista, que incluye la cinéfila «Linterna mágica», con el video firmado por el australiano David Manefield.

Buceo Invisible siguió creciendo, en lo musical y en lo escénico, pero sobre todo como ejemplo de independencia, manejándose en códigos que luego tomaron varios artistas de la nueva generación. Cosas que tienen que ver con la autogestión, pero también con lo estrictamente sonoro los emparentan con 3Pecados, con la gente de Limpiando Encontré Monedas, con los Mux, en un linaje que al ir para atrás pasa inevitablemente por Dino, por el Darno y hasta por la épica beatnik de los Desolángeles. Los Buceo Invisible, a esta altura, son parte esencial en el desarrollo de una posible psicodelia montevideana, con rastros evidentes en un rock áspero y fuertemente melódico, de posdepresión dominguera, porque nacieron por eso –como siempre cuentan– para salvarse de la tardecita cruel de todos los domingos. Y fueron creando, sin urgencia ni regodeos, un repertorio de canciones que pegan bien adentro.

Antes de quedarse en un estilo propio, en una identidad inmutable y cómoda, Diego Presa arriesgó fuerte en su segundo disco solista, Trece canciones, del año 2014, que es esencialmente eso, un manojo de canciones en los que saca su voz más afuera y arma una banda paralela más pop y luminosa, con el oficio de Nacho Durán, Ariel Iglesias y Santiago Peralta.

Faltaba pegar otro salto con los amigos de Buceo Invisible. Y el salto se llama El pan de los locos, el mejor disco en la historia del colectivo. Tenían ganas de hacerlo desde hace varios años, y por fin lo logran: traducir la experiencia, el espíritu, de tocar juntos; el de las muestras, el de la ceremonia. Eligieron grabar en vivo, en Sondor, porque les permitió meterse los ocho en un espacio que sonara. «Es el sonido de oro, ¿no?», confirma Presa. «Es nuestro trabajo más orgánico, más colectivo, más entero».

Las guitarras de Diego Presa, Fabián Cota, Andrés Fernández dialogan a la perfección con las cuerdas de viola, bajo y más guitarras de Jorge Rodríguez y Guillermo Wood. La batería seca, contundente, de Antonio de la Peña, está siempre ahí, en el juego. La voz de Presa, más recia y potente que nunca. Más afuera. Y las otras voces, las de Marcos y Santiago Barcellos, los poetas, cierran el sello de identidad de Buceo, fiel al trabajo colectivo, a las ideas de un grupo de amigos que sigue escribiendo y tocando y cantando para salvar el próximo domingo.

*

Presa dixit

* El camino de Buceo Invisible: «Ha pasado mucho tiempo. Cuando empezamos con esta historia estábamos saliendo de la adolescencia, vivíamos en nuestras casas paternas y no habíamos definido un montón de cosas. Era el ruido y la furia. Hoy estamos cumpliendo cuarenta años y más. Buceo Invisible nos ha acompañado en toda nuestra vida adulta. Las cosas van cambiando, por suerte y por desgracia. Es lo ambiguo del paso del tiempo. Hoy somos un grupo de ocho personas, más una serie de amigos y amigas que nos dan una mano y aportan su trabajo de manera puntual».

* En grupo y en solitario: «Haber empezado el camino solista fue una muy buena decisión que abrió la cancha y descomprimió la dinámica que llevábamos. Desapareció cierta ansiedad y ahora disfruto muchísimo el trabajo colectivo. Y una de las cosas más interesantes es que las características de las dos sendas se van definiendo en la marcha. No hay preconceptos acerca de cómo debo manejar los dos proyectos. Y se retroalimentan».

* La voz, ese instrumento: «Aún estoy buscando maneras de decir. Soy totalmente autodidacta, entonces las cosas las voy encontrando –o perdiendo– en el camino. Hay un lugar en el cual no soy del todo consciente de lo que hago, o de la forma en que lo hago. Hay pistas, y muchas veces las puedo comprender tiempo después».

* La marca de Dino: «Vos lo ves, solo con su guitarra, y necesariamente no podés dejar de creerle. Dino es de verdad. Es lo que dice y cómo lo dice. Ese misterio. Vientos del sur es un disco imprescindible.

 

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