La muerte de Stephen Hawking, el astrofísico inglés, me llevó por una simple asociación de ideas a la figura de Albert Einstein, y luego me trajo a la memoria el hecho de que el científico alemán visitó Uruguay en 1925 y se entrevistó con el filósofo Carlos Vaz Ferreira. Hoy existe una escultura en bronce que recrea ese encuentro, y allí se ha tomado fotos mucha gente, pero lo verdaderamente interesante es preguntarse sobre el encuentro en sí, sus motivos, sus fines y el contenido de lo que allí se dijo. Es también fácil asociar a Hawking con Einstein, porque ambos deben ser, junto a Newton, los tres pilares más conocidos de la ciencia moderna. Cada uno -además- falseó alguna parte de las teorías de su predecesor. Siempre se ha dicho que la filosofía y las ciencias exactas guardan entre sí un misterioso vínculo, y acaso haya sido esa la razón principal de la entrevista entre Vaz Ferreira y Einstein, transcurrida bajo el sol de una mañana de abril en la vieja plaza Artola, luego denominada de los Treinta y Tres. Hawking, sin embargo, consideraba muerta a la filosofía, o por lo menos eso llegó a afirmar en la obra El gran diseño, escrita junto a Leonard Mlodinov. Dijo allí textualmente: “Viviendo en este vasto mundo… nos hemos hecho siempre una multitud de preguntas. ¿Cómo podemos comprender el mundo en el que nos hallamos? ¿Cómo se comporta el universo? ¿Cuál es la naturaleza de la realidad? ¿De dónde viene todo lo que nos rodea? ¿Necesitó el universo un Creador? Tradicionalmente, ésas son cuestiones para la filosofía, pero la filosofía ha muerto. La filosofía no se ha mantenido al corriente de los desarrollos modernos de la ciencia, en particular de la física”. Lindo punto de partida para que, trastocando las dimensiones del tiempo y del espacio, Hawking mantuviera una charla con Einstein y Vaz Ferreira. Seguramente esa conversación habría dado que hablar, valga la redundancia. Seguramente, también, sus dos interlocutores se habrían escandalizado un poco ante la afirmación de la muerte de la filosofía. Por lo menos Umberto Eco así lo hizo; abrió muy grandes los ojos y a continuación declaró que se trataba de una idea muy tonta para alguien de la talla intelectual del genial científico. Me aventuro a declarar, conociendo como conozco la metáfora, que Carlos Vaz Ferreira le habría retrucado a Hawking con la parábola del témpano, que cada año expongo a mis alumnos, apenas iniciadas las clases. Dice nuestro filósofo que “en medio del océano, para el que no tenemos ni barcas ni velas, la humanidad se ha establecido en la ciencia. La ciencia es un témpano flotante”. Es sólido, dice la gente, y para corroborarlo le dan con el pie. “Y en efecto, es sólido; y se afirma y se ensancha más cada día. Pero por todos sus lados lo rodea el agua. Y si se ahonda bien en cualquier parte, se encuentra el agua; y si se analiza cualquier trozo del témpano mismo, resulta hecho de la misma agua del océano para la cual no hay barcos ni velas”. La conclusión de Vaz Ferreira es que el témpano no es otra cosa que filosofía solidificada. La metáfora es y no es de nuestro pensador. Contiene ciertos conceptos ya tomados por Kant, primero, y por Littré después, que refieren básicamente a la idea de que la certidumbre viene a ser un estado sólido, y la incertidumbre un estado líquido. Pero hay ciertas diferencias. Para Kant, la isla era “la tierra de la verdad”, en tanto que para Vaz Ferreira la ciencia no es el territorio de lo indiscutible, sino de la eterna duda; o sea de aquello que unos años después se denominará “falseable”. No sé qué habrá opinado Einstein al respecto, pero de la conversación con Vaz Ferreira -presenciada por un periodista del diario El País– no puede deducirse demasiado. Diría que de su diálogo se desprende mucha más incertidumbre y desconcierto que alguna cosa parecida a la claridad. Parece que Einstein le dijo al pensador uruguayo algo como esto: “Mi concepto del universo es circunferencial. Partiendo de un punto, la línea parece que se aleja de él, pero en realidad se acerca y en él termina… lo que se aleja se acerca, y lo que se va viene; lo que está aquí, está realmente allí… la luz es sombra; lo que es, no es”. ¿Qué le respondió Vaz Ferreira?: “No creo tanto, pero sí que lo que se aleja en realidad puede estar acercándose; que lo que está aquí puede en realidad estar allí; que la luz puede ser sombra; que las apariencias engañan; que lo que es, puede que sea, y puede ser que no…”. En definitiva, Einstein fue categórico, como buen científico que era; y Vaz Ferreira, como buen filósofo, admitió la posibilidad, y nada más que la posibilidad. ¿Por qué? Porque la ciencia no puede hacer ciertas preguntas sin salirse de su territorio, de su campo de estudio, de su riguroso objeto, y la filosofía, en cambio, hace de tales preguntas su propia razón de ser. Pero volviendo a Hawking, habría que averiguar en qué contexto llegó a declarar la extinción de la filosofía. El universo sólo tiene una historia posible, dijo; por tanto, no hay ninguna cosa parecida a un dios. Sin embargo, la pregunta por el origen de los orígenes no es la única pregunta filosófica que podemos hacernos. Podemos también, aun cuando se nos haya explicado el nacimiento del universo en términos científicos, preguntarnos -por poner un ejemplo- qué sentido tiene estar vivo, y esa sigue siendo una cuestión que sólo puede formular la filosofía. El propio Einstein, cuando comenzó a indagar en la teoría de la relatividad, se preguntó qué le pasaría a un hombre que fuera montado en un rayo de luz. En el fondo, se hizo una pregunta filosófica, porque no tenía asidero alguno en la ciencia, sino en la incertidumbre inaugural de la que proviene toda idea sobre el universo. Así también se interrogaron a sí mismos los filósofos presocráticos griegos a la hora de dar principio a las teorías sobre el cosmos. No sé casi nada sobre la física, digamos elemental, salvo mis muy rudimentarios conocimientos liceales y la lectura del manual ruso Física recreativa, de la editorial Moscú, y me declaro soberanamente ignorante de la física cuántica y sus territorios circundantes, agujeros negros incluidos. Pero vengo estudiando filosofía desde hace unos cuantos años, y siempre me apasionó el pensamiento de Carlos Vaz Ferreira, aun cuando otro compatriota, con más soberbia que sentido común, haya dicho de él que era “un filósofo en pantuflas”. Vaz Ferreira es uno de esos seres queribles, no sólo por sus ideas, por su lógica viva, por su pasión educacional y pedagógica, sino también por su empeño vernáculo en ejercitar el logos desde el pie, y demostrar así -acaso sin intención explícita- que él también, igual que Kant, podía ser universal desde su aldea. Cierro este artículo con tres consideraciones. La primera es que hace poco un español vino a Uruguay a darnos una lección ejemplarizante. Proclamó, en ocasión de habérsele entregado un título honoris causa, que seguía sin entender por qué no había conocido antes a Carlos Vaz Ferreira; por qué nadie en Uruguay le había hablado de él; por qué tuvo que descubrirlo en Buenos Aires, por boca de los porteños. El español es el filósofo Manuel Atienza, quien habla del pensamiento de Vaz Ferreira en todos sus cursos dictados en Alemania y en España. La segunda es bastante simple, y a la vez muy compleja, y la dejo picando para mis sacrificados lectores. ¿Por qué Albert Einstein tenía tanto interés en conocer a Vaz Ferreira? Y añadiré una tercera, que ya de alguna manera anticipé más arriba: ¿y si se hubieran reunido los tres, en el viejo Sorocabana y con un cafecito mediante? Acaso Hawking se habría puesto a considerar la cuestión de que, después de todo, la filosofía sigue estando bien viva.
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