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El último kilómetro

El confinamiento nos está enseñando que hay muchas cosas que no necesitamos

Hay muchas personas que desperdician su vida gastando en productos absurdamente caros e innecesarios. El más puro consumismo está dificultado al menos. Estamos en una situación de emergencia y ante una crisis económica.

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Por Víctor Carrato

Otra de las cosas que estamos aprendiendo durante el confinamiento es cómo funciona la cadena de suministros y distribución y el problema que implica esta última. La dificultad que estamos viviendo con la  distribución de productos agrícolas, mascarillas y equipos de protección, toallas desinfectantes, aerosoles y alcohol gel hace reflexionar sobre el sistema monetario y los problemas que existen con la distribución de bienes. Ya sabemos que una de las soluciones que se han ofrecido para combatir la pandemia es emitir billones y billones de dólares. Incluso más de los que se emitieron durante la crisis de 2008.

Agustín Carstens, exdirector del Banco de Pagos Internacionales (BPI), tuiteó: “Las intervenciones de los bancos centrales para acabar con la crisis deben ofrecer medidas para personas y negocios afectados. Aún no se ha tendido esa última milla del puente y hay que hacerlo urgentemente”.

Habla de los billones de los mismos bancos que los recibieron en 2008, los JP Morgan, los Citibank de EEUU y ese tipo de gente. Sin embargo, el problema de esta crisis no es que los grandes bancos estén sufriendo falta de liquidez como ocurrió con la crisis financiera y la contracción del crédito; el verdadero problema está en las pequeñas y medianas empresas que generan todos esos bienes y servicios. Es lo que se conoce como “última milla”, el último eslabón de la cadena de reparto, pero en términos monetarios. Carstens habla de los datos que se explicitan en la gráfica de velocidad de circulación del dinero, que se está hundiendo sin remedio.

 

Velocidad de circulación del dinero

La velocidad de circulación del dinero es el número de veces que una unidad monetaria (un dólar, por ejemplo) cambia de manos durante una año. Teóricamente, la velocidad de circulación del dinero es el número de veces que una unidad monetaria se transforma en renta durante un año.

Lleva disminuyendo durante años, porque el dinero no acaba donde debería y es algo premeditado. Si el dinero estuviera donde debe, la gente haría que la economía se moviera. La velocidad de circulación aumentaría, los salarios comenzarían a subir y la estafa Ponzi de Wall Street comenzaría a desmoronarse. No lo ha hecho ya por la inflación, y la inflación supone la muerte de los bonos.

El esquema Ponzi es una operación fraudulenta de inversión que implica abonar a los inversores actuales los intereses obtenidos del dinero de nuevos inversores (y no de la generación de ganancias genuinas). Es un sistema piramidal, en el cual la única manera de repartir beneficios requiere que los participantes recomienden y capten a más clientes con el objetivo de que los nuevos participantes produzcan beneficios a los participantes primarios.

Los bonos han sido la garantía de Wall Street y de su estafa Ponzi durante los últimos 40 años. Su precio sigue subiendo, siempre que haya gente como este exdirector del Banco de Pagos Internacionales que puede quejarse de que la última milla de financiación no va a parar donde debe. La solución, entonces, es bajar las tasas de interés para asegurar que la estafa Ponzi siga adelante.

 

La distribución

Tenemos un problema de distribución porque el dinero gratis siempre va a parar a la misma gente. Lo almacenan, lo ocultan, no permiten que circule, lo vemos claramente en las cifras de velocidad de circulación del dinero. Otra vez los mismos bancos centrales, incluidos el FMI y el BPI, dan un paso al frente con la Covid-19 y lo único que pueden hacer es darles dinero a los bancos porque eso es lo que ellos les dicen que hay que hacer. Tenemos un gran problema porque todo ese dinero se queda paralizado, no se invierte ni circula.

¿Qué está ocurriendo en el sector agrícola? “Se avecina una crisis alimentaria conforme el coronavirus obliga a las granjas a no producir y los países almacenan los suministros”, dice la cadena estadounidense CNBC.

“La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) afirma que puede haber problemas en abril y mayo.

Las restricciones de movimientos y ‘la actitud de rechazo’ de los trabajadores pueden impedir los trabajos agrícolas. Según la FAO, los procesadores de alimentos, que se encargan de la gran mayoría de los productos agrícolas, podrían verse en la imposibilidad de hacer su trabajo. Ya estamos viendo desafíos en la logística de suministro de alimentos (actualmente es incapaz de transportarlos de un punto a otro) y el impacto de la pandemia en el sector ganadero con la reducción el acceso al pienso y a los mataderos”, agrega la información.

Por un lado, tenemos personas que están almacenando productos por miedo a que la pandemia se prolongue y, por otro lado, hay granjas que están sin producir, no porque no quieran o no puedan, sino porque el ganado, los pollos y los huevos siguen en donde tienen que estar. El trigo sigue creciendo, así como el maíz y todo lo demás. El problema es que hacen falta humanos que vayan a las granjas, tomen las riendas y saquen adelante la cadena de producción para producir la carne, el pollo, los huevos y los elementos que necesitamos. Esos trabajadores tienen miedo de salir o están enfermando, así que no pueden estar al pie del cañón, por lo que la cadena de producción se paraliza.

También tienen dificultades para trabajar con el distanciamiento social que se ha impuesto, ya que eso implica que tienen que estar a unos metros unos de otros y trabajar en cadenas de producción más pequeñas. Por tanto, tenemos comida que no se saca adelante. Cuando vamos al supermercado, nos damos cuenta de que sus cadenas de distribución de productos están diseñadas para el consumo inmediato. Sin embargo, la pandemia ha sembrado el pánico y la población está comprando comida para un mes o dos. Por lo demás, los supermercados tienen su propia cadena de suministros, pero los proveedores están casi en bancarrota porque tienen alimentos que deberían ser para los restaurantes y no tienen salida.

En EEUU, hace unas décadas, con Ronald Reagan se desintegraron los sindicatos, despidieron a los controladores aéreos y comenzó el principio del fin de los salarios y los asalariados. Hace poco hablaron de un salario mínimo de 15 dólares la hora, lo cual es un chiste. Si los salarios hubieran subido junto con la inflación, entendida esta como la tasa de emisión de moneda, el salario mínimo estadounidense sería de 50 dólares la hora. No es que los grandes banqueros ganen mil millones de dólares porque están añadiendo algo a la economía; lo único que hacen es emitir moneda, quedarse con cien dólares y darnos uno a los demás. Y ahora, de repente, las cadenas de suministros se han paralizado y los trabajadores que ganan 15 dólares la hora dicen que no pueden trabajar por la Covid-19. Pero se van a organizar y van a reclamar un salario digno que llegue casi a 50 dólares la hora, en función de la oferta monetaria, de la que, por cierto, se han aprovechado los de arriba durante los últimos 30 años. Wall Street no puede salirse siempre con la suya. Llegará un momento en que los trabajadores también participen en la economía estadounidense.

 

Cambio de comportamiento

El último estudio de Captify, tras casi tres meses de análisis de datos relacionados con el coronavirus, muestra cómo la pandemia está alterando el comportamiento del consumidor y da pistas a las empresas para desenvolverse en estos tiempos inciertos.

Captify es una agencia de investigación de mercado estadounidense, compañía líder en investigación de inteligencia, instalada en diversas partes del mundo.

A partir del análisis de más de 100 millones de búsquedas globales relacionadas con el coronavirus, realizadas en la red de publishers premium de Captify y recogidas entre el 1º de enero y el 15 de marzo, el último estudio de esta empresa toma el pulso a cómo esta pandemia está impactando en el comportamiento del consumidor y sugiere a las empresas algunos tips. Las búsquedas sobre el coronavirus han crecido 11.434% desde enero. La economía, la política y el bienestar familiar son las preocupaciones que más han crecido en los consumidores estos días, según el informe realizado por la agencia. La compañía también ha analizado la preocupación que existe por el coronavirus en los distintos países del mundo, poniendo en relación el número de búsquedas sobre el virus con el número de búsquedas totales realizadas en el país. España ocupa el cuarto lugar tras Italia, Alemania y Reino Unido.

Captify está observando cómo las tendencias de búsqueda de cada categoría cambian día a día. Las categorías que más han crecido desde el 1º de enero a causa del coronavirus han sido: bienes de consumo y productos envasados (728%), entrega a domicilio (58,7%) y productos farmacéuticos (38,1%). Por el contrario, las categorías que han perdido interés en estos últimos meses han sido viajes (-300%), eventos (-215%) y bienes de lujo (-76,2%).

 

Suministros en Uruguay

Uruguay es un país productor de alimentos y cuenta con “fuerte conectividad”. Esos son aspectos que nos favorecen. No obstante, según la FAO, hay realidades más preocupantes en los lugares particularmente vulnerables del mundo, “pero hay aspectos que atender en Uruguay”.

Ya antes de la actual pandemia, 820 millones de personas en el mundo padecían hambre crónica: no consumen suficientes calorías para poder llevar una vida normal.

Sería especialmente preocupante que el Covid-19 cobrara fuerza en los 44 países que dependen de ayuda alimentaria externa, o en 53 países donde viven los 113 millones de personas que padecen hambre aguda, tan grave que supone una amenaza inmediata para su vida o sus medios de subsistencia.

Estas personas no pueden permitirse ninguna otra interrupción de sus medios de vida o de acceso a los alimentos que el Covid-19 pueda generar.

Hay que incluir además a 85 millones de niñas y niños que, en América Latina y el Caribe, se beneficiaban de los programas de almuerzos escolares apoyados por la FAO. Para unos 10 millones de niñas y niños, son vitales. Suspender los programas de comedores escolares por la pandemia pone en peligro su seguridad alimentaria y debilita su capacidad para afrontar las enfermedades y, con conciencia, Uruguay lo está evitando, detalla el comunicado.

“Por suerte, Uruguay, es un país agrícola excedentario, que produce más alimentos que los que consume y siguen circulando mercaderías”, dice el texto, titulado “La alimentación, la agricultura de Uruguay y el mundo frente al Covid-19”.

“Las ferias vecinales de alimentos se mantienen y el Mercado Modelo de Montevideo funciona. Además, Uruguay y sus productores tienen, en la fuerte cobertura de internet con la que cuenta el país, una aliada que facilita el comercio a distancia, reduciendo el riesgo de aglomeraciones”, agrega el comunicado.

Por otro lado, “el país y sus productores contribuyen a mantener operativas las cadenas mundiales de suministro de alimentos, en beneficio de la población de otros países y de la economía nacional”.

Sin embargo, desde la FAO se señala que es importante tener en cuenta que varios países aplican controles más estrictos a los buques de carga, y eso puede afectar el transporte marítimo. Además, la adopción de nuevas normas sanitarias puede implicar un período de adaptación para las industrias alimentarias.

Los mercados mundiales están más integrados e interconectados y la economía china contribuye en un 16% al PIB mundial. Por lo tanto, lo que afecta a China repercute en la economía mundial.

Por último, es probable que, a largo plazo, el Covid-19 profundice la inestabilidad de los precios de los bienes agrícolas, como arrojan las últimas tendencias del índice de precios de los alimentos de la FAO, y con esto se verá afectada la economía mundial.

 

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