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El conflicto del agro y otros duelos criollos

Por Rafael Bayce.

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Caras y Caretas Diario

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Un conflicto muy particular, digno de la exasperación de la modernidad en que vivimos, se viene desarrollando desde los primeros días del año 2017. Es exasperado por su velocidad de desarrollo, con estímulos rápidamente respondidos, a su vez velozmente duplicados por los iniciales cuestionadores. El conflicto del agro, a su vez, es particular por la fundamental mediación, entre los actores protagónicos y la población en general, de los medios de comunicación, sea como actores-intérpretes de mediaciones, o como simples vehículos de amplificación de la palabra de diversos actores participantes en el diferendo. El gobierno de Tabaré Vázquez respondió con muy adecuada celeridad a la convocatoria y planteos iniciales hechos en Santa Bernardina, Durazno, con lejano aroma militar en el nombre y la localidad. Los planteos eran importantes, la representatividad de la iniciativa de alto peso probable, y serían aprovechados políticamente por la prensa hegemónica como arma opositora si no se respondía acelerada y sustantivamente. Pasemos a analizar, en esta columa, las seis etapas del desarrollo-express del conflicto: la declaratoria de Santa Bernardina, las medidas gubernamentales de respuesta, la recomposición del enfrentamiento, el duelo directo Arrieta-Vázquez-institucionalidad gubernamental, Vilar como inesperado comunicador y la simultánea acción diplomática de Nin Novoa.   Santa Bernardina: paja y trigo juntos Los planteos oratorios, entre reivindicaciones y pedidos, abarcaron un espectro tan grande como diverso, que al tiempo que hacía posible un amplio número de convocados, evidenciaba una dificultosa mantención de homogeneidad durante el futuro desarrollo del conflicto. Las diferentes proclamas y los diferentes niveles de los discursos abarcaron desde críticas genéricas al tipo de gobierno actualmente ejercido, con propuestas de corte neoliberal doctrinariamente ortodoxas y metaproductivas (susceptibles de articular y vehiculizar oposiciones políticas), hasta reclamos puntuales por daños y accidentes coyunturales sufridos por productores específicos (estos no sospechables de trasfondo político, sino sólo de angustia económica). Ante este estado cosas, lo primero políticamente pertinente era separar la paja del trigo; ver hasta qué punto las reivindicaciones, pedidos y movilizaciones respondían meramente a desventuras condicionantes negativas de la producción, o eran, por el contrario, simples plataformas de recolección de adherentes a objetivos más amplios, políticos, metaeconómicos. Esto se hizo con adecuada velocidad, ofreciendo medidas paliativas de aquellas reivindicaciones y reclamos que parecían más o menos justas aspiraciones a medidas gubernamentales que protegieran la supervivencia, sustentabilidad y competitividad de la pequeña producción y de la empresa productiva familiar, y a la vez no se contestaron los cuestionamientos metaeconómicos del modelo de gestión económica y gubernativa, ya que se buscó, en primera instancia, separar la paja del trigo.   Recomposición del conflicto Con las medidas adoptadas, luego profundizadas, y con la reiterada invitación a los disidentes ‘autoconvocados’ a reunirse con el gobierno y las fuerzas gremiales corporativas en la misma mesa de debate, se consiguió visualizar mejor, dentro del difuso magma de las convocatorias iniciales, quiénes estaban auténtica y básicamente motivados a manifestarse debido a su angustia económica, y quiénes, por el contrario, se estaban aprovechando de los angustiados económicos y de coyunturas nacionales e internacionales para arrimar aguas a un molino político metaeconómico. Por más detalles de la acertada y rápida reacción gubernamental, véase el artículo de José López Mercao en Caras y Caretas del 2/3/18. Ni que hablar que esta separación de paja y trigo se conforma también muy ortodoxamente al clásico divide et impera, máxima vigente ya desde el Imperio romano, aunque quizás mucho más antigua en su uso. La citada respuesta despotenció y desestructuró claramente el protomovimiento. Muchos beneficiarios de las medidas y de la receptividad del gobierno al diálogo abandonaron futuras proclamas y solicitadas. Los potenciadores metaeconómicos y político electorales del protomovimiento empezaron a encontrar más dificultades que antes para generar masividad, variedad y radicalidad a los nucleamientos. Y, por otra parte, los medios de comunicación, en especial la prensa opositora, que inmediatamente difundió y magnificó el brote conflictivo, se vio en dificultades para mantener el fuego de los motivos concretos del conflicto, dada la receptividad del gobierno y la prontitud adecuada de las medidas adoptadas. El gobierno ganaba en las primeras escaramuzas, incluso dentro del cruel mundo de los medios de comunicación y prensa opositora.   Duelos criollos Un momento particularmente pintoresco del devenir del conflicto sucedió cuando un enardecido productor rural, luego perversamente conocido como Gabriel Arrieta, se dirigió directamente al presidente, en la calle, en medio de difusos calificativos de mentiroso, ladrón y corrupto. Vázquez reaccionó de modo muy interesantemente debatible. En primer lugar, volvió atrás ante alguien que lo despidió con un ‘hasta las urnas’, afirmando que eso era una prueba de que el conflicto tenía una intencionalidad política disfrazada. En segundo lugar, se acercó y le retrucó el ‘mentiroso’ a quien lo dijo, invitándolo pesadamente a retirar lo dicho. El episodio, en un país que celebra ‘duelos criollos’ en tango y folclore, y que tuvo a la literatura gauchesca como un componente de la identidad nacional incipiente a fines del siglo XIX, es simbólicamente importante. Uno, porque la reacción es muy popular y populista, reveladora del trasfondo popular de los orígenes del liderazgo progresivo de Tabaré Vázquez. Dos, porque a su inadecuación ética en términos puristas, hasta conceptualizable como abuso de poder y autoridad con todo su elenco de seguridad detrás (Mujica lo sobrepasó cuando le llamó ‘nabo de mierda’ y ‘apurao’ a un adolescente ladrón y homicida en un noticiero del mediodía), se la puede también evaluar como aceptable por la ética lumpen (o al menos alternativa) imperante. Para la gente guiada por códigos tangueros, rurales y urbanos lumpen, el presidente ‘le paró el carro’, ‘lo encaró de frente’, no se le achicó y actuó ‘como un hombre’, poniendo lo que hay que poner cuando se juega con el honor en público. Hay una posible doble evaluación de las reacciones de Vázquez. La purista, de ética de clase media urbana, del que sabe que el insulto no debe tener una lectura literal, sino simbólica, del intento del menos poderoso por zanjar con su expresión la distancia con el insultado, más que la acusación en sí misma. Y la reacción popular, de raíz criollo-tanguera, lumpen-aceptable. No se debe interpretar que la reacción de clase media, medida y purista, que critica a Vázquez por su reacción sea la mayoritaria; su reacción cuasi lumpen, criollo-tanguera, bien puede haberle reportado beneficios político electorales; y ese balance no lo puede dar una encuesta, porque muchos que lo apoyan no lo declararían. Lo último -y esto creo que es unánimemente criticable- es la información difundida sobre los malos antecedentes como productor y contribuyente del insultante productor: es un abuso de poder, de autoridad, limítrofe con la figura penal de la ‘difamación’, y sospechable de venganza asimétrica por parte de alguien que podría estar negando, con esa difusión, la elogiable ética criollo-tanguera de su encare ‘cara a cara’. Único gran error en una rápida y melodramática sucesión de hechos en que presidente y gobierno parecieron ir ganando ‘rounds’ de una pelea de extensión y trámite inciertos.  

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