La principal meta del gobierno del Frente Amplio (FA) este 2017 es consolidarse como una alternativa al camino de restauración neoliberal que han emprendido los países grandes de la región. El contraejemplo. Capeado el temporal de los primeros dos años de esta tercera gestión, marcados por un frente externo muy complicado en términos económicos y crítico en su ecuación política, Uruguay exhibe números respetables que, si evaluados en el contexto regional, resultan más bien impresionantes. Nuestro país vio crecer la economía por decimocuarto año consecutivo, mientras Brasil y Argentina se encuentran en una profunda recesión con crecimiento negativo. La inflación cayó pese a muchos pronósticos privados, mientras que alrededor se disparó de manera fenomenal, especialmente en Argentina, donde, durante el primer año de presidencia de Mauricio Macri, la inflación alcanzó 45%, el doble del último año del kirchnerismo. En Uruguay se redujo la desocupación y aumentó el empleo, mientras Brasil atraviesa una crisis del trabajo de magnitud histórica, y los últimos 12 meses el desempleo creció 33%, alcanzando 12 millones de personas. En Argentina se produjeron casi 100 despidos por día en el mercado formal durante 2016, registrándose cerca de 200.000 despidos, a lo que debe añadirse el deterioro del mercado informal (más de 30% de los trabajadores). Tanto en Brasil como en Argentina la pobreza se disparó en el último año y sus gobiernos de derecha plantean un ajuste majestuoso, al punto que en Brasil se aprobó una enmienda constitucional que congela el gasto público por 20 años y en Argentina Macri destituyó al ministro de Economía y a la presidenta de Aerolíneas por ser, aparentemente, demasiado gradualistas a la hora de ajustar el gasto.
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Si el clima económico mejora, tal como se prevé para este año, y se concretan una serie de inversiones que parecen encaminadas, este año permitirá al presidente Vázquez dar un impulso decisivo para realizar algunas de las propuestas contenidas en el programa. Algunas son fundamentales y emblemáticas, y serán priorizadas en la Rendición de Cuentas, como el Sistema Nacional de Cuidados y el sector de la enseñanza, pero más allá de los nombres propios de las políticas públicas, el concepto que debe vertebrar la gestión del FA en 2017 es la ofensiva para verificar en los hechos las ideas contenidas en el programa.
El panorama económico es mejor. Los números acompañan. Pero el panorama político es complicado. En primer lugar, porque los tiempos electorales se acercan, las heridas internas son importantes y no están resueltas, y la deserción de un legislador, por el momento, ha dejado al gobierno sin mayoría parlamentaria propia en la Cámara de Diputados, lo cual puede verdaderamente complicar la discusión y la aprobación de la Rendición de Cuentas, entre otros proyectos fundamentales.
Por su parte, la oposición no ha encontrado y muy difícilmente encuentre una estrategia de unidad para enfrentar electoralmente al gobierno, pero no les va a costar tanto juntarse para hacer escombros, con el concurso probable de personajes dentro del FA que están obsesionados con la destrucción del enemigo interno. La derecha partidaria y social hace tiempo que tiene claras las fricciones dentro del campo progresista, y es evidente que van a trabajar en dos planos: por un lado, apuntalar las candidaturas conservadoras que mejores chances tengan para competir, pero de modo simultáneo, y para nada excluyente, continuarán su tarea de elegirles los candidatos a la izquierda, recomendando a través de sus voceros mediáticos y corporativos la destitución de ministros, la demonización de ciertos cuadros y la instalación de un consenso social sobre los márgenes de lo sensato. Esta estrategia no es sólo nacional. Sin importar quién gobierna, hay una campaña en la región que busca la proscripción de un sector de la izquierda, la que propone un camino más radical o con menores concesiones al capital. No importa cuál sea la denominación o sus referencias, no importan Chávez, Maduro, Lula, Kirchner o Mujica, ni siquiera importan sus inconsistencias o sus matices; lo que es indiscutible es que existe una campaña sostenida para homologarlos a un club de lo peor, y para ello se valen de los grandes medios, de poderes fácticos, de las corporaciones económicas, de sus contradicciones y también de sus competidores internos.
Mientras este camino se recorre en América del Sur, Uruguay debe seguir empeñándose en construir su camino y el FA debe empecinarse en mantener la unidad pese a los múltiples tensiones y tentaciones para romper. No hay que aceptar la invitación de los provocadores. Las tensiones con algunas áreas del gobierno pueden ser notables, y llegado el tiempo los frenteamplistas juzgarán con cuanta honestidad se cumplió el programa, y en caso de que así no fuera, si no se pudo o si en algunos casos no se quiso. Pero eso será en otro momento. Este año debe ser un año de realizaciones para todos los uruguayos, especialmente los trabajadores y los más pobres. Los ciudadanos de la izquierda, los militantes y los adherentes, los que llevan horas de comité de base, los que participan en sus sindicatos, los que tienen siempre en su casa pronta la bandera, no deben olvidar que, sin desdeñar la trascendencia de los hombres concretos, ni la inteligencia y el poder de algunos, la izquierda es de ellos y más temprano o más tarde serán ellos los llamados a ratificar o corregir el rumbo. Muchos que parecían próceres pueden quedar en el camino y el FA seguirá existiendo porque está encarnado en el universo indestructible de los anónimos.