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Política coronavirus | pandemia |

El coronavirus social: Radiografía del día después

Hasta el momento, China es el país que ha demostrado, con respecto al Covid-19, que hay un día después; un día después en que paulatinamente vuelve la sociedad a la normalidad, o a lo que el virus y las medidas adoptadas por las autoridades dejen en pie. Ese día después sobre el cual el gobierno uruguayo no parece estar reflexionando demasiado o, al menos, no lo demuestra.

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Por Ricardo Pose

 

“No hay mañana sin hoy”, nos decía con vehemencia y justificada preocupación el dirigente sindical de la salud Jorge Bermúdez, refiriéndose a la coyuntura que estamos atravesando.

La incertidumbre instalada por esta nueva pandemia mundial ha servido de argumento al gobierno multicolor, sin necesidad de recurrir a recitar el manual neoliberal, para dejar a la suerte de las leyes del mercado el destino de los trabajadores y los más humildes.

Incierto es cuánto durará la presencia del virus, su movilidad generando contagio y la ausencia de regulación de la actividad laboral.

 

Contagiándose

Al saliente gobierno de izquierda se le puede achacar una dosis de mala intención, que ha dejado un herencia de trabajadores no formalizados o, en una lectura más sensata, no haber advertido las actuales autoridades lo que las estadísticas sobre empleo marcaban; pero los masivos envíos al seguro de paro son todo obra -y un guante casi a medida- del gobierno de Luis Lacalle Pou.

Los seguros de paro por las empresas se han propagado a mayor velocidad que el coronavirus; se suma al seguro de paro el parcial y para fines de marzo ya eran 70.000 los trabajadores enviados al mismo.

Lo otro que está proliferando como por contagio es la organización de ollas populares; una cantidad de uruguayos que se suman con mayor vulnerabilidad a la precaria situación de los trabajadores en seguro de desempleo total o parcial.

En este escenario, conviene resaltar dos apuntes.

El gobierno, aunque ha demorado su aplicación, no cede en su intención de aumentar las tarifas públicas y elaborar un presupuesto nacional con recorte de gastos y medidas que apunten a desmonopolizar los entes.

Los sectores fuertes de la agroexportación, en voz del ministro de ganadería, Carlos María Uriarte, bajo la lógica de hacer prevalecer la cosecha en sectores como el arroz, la soja y el citrus, cuerpean las medidas sanitarias, en tanto no hay un protocolo claro de fiscalización para esos rubros, y adaptan la organización empresarial con el espléndido argumento de la crisis desatada por la pandemia, de manera de mantener sus ganancias, con la variable de ajuste en que devienen sus empleados.

 

Tocó perder

Si en el espíritu prevalece algo de los valores humanitarios, o al menos la piedad cristiana, la concepción neoliberal atraviesa por su peor momento.

El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, ganó el gobierno con un programa que ponía énfasis en la inseguridad pública, que sería el argumento principal para un gobierno muy poco democrático (hace menos un mes acorraló militarmente al parlamento) y un modelo económico de corte neoliberal.

Sin embargo, ha tomado drásticas medidas, postergando el cobro de tarifas y creando una suerte de renta básica provisoria, que solo el tiempo dirá si no fue una maniobra diversionista y si podrá finalmente cumplirla.

Pero lo cierto es que su discurso hacia el sector empresarial y privilegiado de la sociedad salvadoreña es al menos digno de respeto: “Hay empresarios que están preocupados porque no van a vender un 10, 15 o 20%. Ustedes tienen dinero para vivir diez vidas”, había expresado junto a algunas  advertencias.

En la otra vereda del pensamiento político, Alberto Fernández manifestó al empresariado argentino: “¿Qué le cuesta a una empresa que durante un mes un trabajador trabaje menos? Ganen menos”. Esto deriva de una opción del presidente argentino, pero también de una sociedad que debió sufrir las consecuencias de la peor versión del empresariado.

La empresa Techint aprovechó la oportunidad de la pandemia  para despedir gente, en una descarnada práctica empresarial, a la que Fernández le salió al cruce antes de que se imitara.

Francia junto a buena parte de la Unión Europea ha adoptado medias también de alivio de la presión fiscal para los sectores más humildes, y en el otro extremo, Donald Trump, en Estados Unidos, y Bolsonaro, en Brasil, se niegan a seguir con medidas que paralicen la economía.

En Uruguay, la postura del novel gobierno se sintetiza en “ni chicha ni limonada”.

Tardíamente se han fijado algunos precios sobre algunos implementos de la canasta sanitaria, sobre todo cuando fue un escándalo la especulación con el alcohol en gel y otros productos.

Pero también hubo un aumento de los  productos alimenticios de primera necesidad y, otra vez, no hay medida efectiva si no se llevan adelante mecanismos de fiscalización.

Esa fiscalización, ese control que pertenece al Estado, es la que resulta tan aborrecible al neoliberal criollo. Aborrecible al punto de que sobre el sector privado, y en aras de mantener el aislamiento social, solo se ha animado a exhortar a respetar las medidas dispuestas, como si con ello fuera suficiente.

Si esta situación desde el punto de vista económico y social sigue así, una vez superada la emergencia sanitaria, no queda claro cuántos trabajadores retornarán a sus empleos; ni si el sustento conseguido en las ollas populares llegó para quedarse como una forma de sobrevivencia de la población; ni cuál será el nivel de endeudamiento de la población con las tarifas públicas; ni cuál será el índice inflacionario que hará inaccesible la canasta básica familiar.

 

Te tengo al tanto

El gobierno adoptó la estrategia de realizar un informe diario, priorizando la presencia mediática, y de alguna manera, con el espaldarazo de la pandemia, asegurarse la elaboración de la agenda pública. Con la tónica de un pragmatismo aparentemente necesario e imprescindible para combatir la propagación del virus, se dedica a decidir e informar.

Es su práctica como gobierno con el resto de la sociedad, fomenta la política de hechos consumados, de los cuales el sector empresarial hace buena gala. No hay ámbito de discusión en el que poder definir los criterios de organización del ámbito laboral y decidir los envíos al seguro de paro parcial o total.

Algunas voces han reclamado, pensando en tomar medidas hoy que aseguren el día después, ir hacia un acuerdo nacional. Así lo ha manifestado el Frente Amplio, en la presentación de su propuesta de un plan de contingencia sanitario, económico y social. Así lo ha planteado la Intersocial, que nuclea al movimiento sindical, a los cooperativistas de viviendas, a los jubilados y pensionistas y otras organizaciones sociales. Así lo han planteado los dirigentes de los trabajadores de la salud, pública y privada, los que representan a quienes están en la primera línea de combate al coronavirus. Y así lo ha planteado la historia nacional en cada oportunidad que el país a atravesado por momentos difíciles.

Claro que para arribar a acuerdos nacionales, a esa voluntad de ceder y obtener, se necesita un reflejo republicano, que parece estar aletargado en el actual elenco de gobierno.

Y lo cierto es que, si comparamos al día de hoy las propuestas que están sobre la mesa, el objetivo del acuerdo parece imposible.

“Promover la negociación colectiva para mejorar el régimen general de seguro de  paro vigente, así como las mejoras que aquí se proponen, mediante los aportes o contribuciones de todas las partes”: esto es, a esta altura un reclamo incesante desde la oposición pero también desde el movimiento social, que conoce en carne propia los resultados de quedar liberados a la suerte del mercado, en el que se impone la ley del más fuerte.

También, en una propuesta equilibrada por parte de la oposición, se plantea exonerar de aportes patronales a las empresas directamente afectadas por las medidas de aislamiento social.

La señal para el gobierno, además de la  voluntad de búsqueda de acuerdos, es que el país con el cual se encontró la coalición multicolor no es el que se ajusta a su programa.

No es el país de hoy y no será el de mañana.

 

Los sensatos

La crisis por la epidemia ha permitido desnudar en los multicolores las diferencias latentes, alguna que otra vez expuestas ante la opinión pública.

Quiso el destino -¿o el virus?- que los principales socios sean los mascarones de proa de la situación actual: la presidencia del Partido Nacional y el ministro de Salud de Cabildo Abierto.

Sin embargo, las lealtades pactadas han crujido ante la ciega embestida neoliberal de Arbeleche; cuando el país se erizaba ante los anuncios de medidas sanitarias, Azucena pregonaba que iba a seguir adelante con el plan de aumentos de tarifas, al que le salió al cruce el senador Guido Manini Ríos.

Manini sabe que buena parte de su base social y electoral se compone por los sectores más duramente castigados por la crisis sanitaria, pero también por un frío programa económico neoliberal.

Unos cuantos cabildantes están al frente de algunas ollas y otros acuden como único sustento.

Aunque el gobierno ningunee la subida del dólar, tanto como la tasa de delitos que no ha podido resolver, la pérdida de casi un 20% de poder adquisitivo ya viene golpeando a los sectores de menores ingresos.

Quienes hoy representan la línea más sensata de los coaligados no están en la cocina de las decisiones económicas.

Si por el fruto conoceréis el árbol, Isaac Alfie (que pertenece al partido que en algún momento hizo del Estado el “escudo de los pobres”) y Arbeleche están más cerca de la postura Bolsonaro-Trump que la del resto del mundo neoliberal.

 

El día después

Una noche de estas -esperemos que no demore demasiado-, el anuncio en conferencia o comunicado público del gobierno será que se levantan -aunque asumimos que en forma paulatina- las medidas de aislamiento social.

Los uruguayos podremos reencontrarnos, siguiendo un gran abrazo virtual fruto del acuerdo nacional alcanzado, o mirándonos desde un nuevo aislamiento.

Aislados una vez más, excluidos, por una política económica que no tomó en cuenta la reactivación de la economía mediante la inversión pública, por ejemplo. Aislados y excluidos por cargar sobre sus espaldas la presión tributaria y la falta de planes de contingencia de los efectos de la macroeconomía, con su inflación y subida del dólar. Aislados y excluidos por carencia de respuestas por parte de quienes debieron instrumentarlas, pero se dedicaron a tomar medidas gratificantes para la tribuna, como la quita porcentual a los empleados públicos que ganan más de 80.000 pesos líquidos y el camino del ahorro de 900 millones de dólares. Aislados y excluidos quienes no retornaron a sus empleos, víctimas de la impunidad de la reorganización empresarial, definida sin ámbitos tripartitos. Aislados y excluidos por las decisiones del gran capital, para quien la emergencia sanitaria ha sido una incómoda e inoportuna circunstancia.

El día después -ojalá nos equivoquemos- demostrará que fue mal momento para cambiar.

 

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