Entre el 16 y el 22 de abril sesionó en Washington la tradicional Asamblea de Primavera del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial o Grupo Banco Mundial (GBM) para debatir la situación global, sus problemas y perspectivas. Dentro de la misma se reunió además la Asamblea de Ministros de Economía y Directores de Bancos Centrales del G20. La exposición central fue altamente crítica de las principales políticas adoptadas por el presidente Donald Trump, como la reforma fiscal y la anunciada “guerra comercial” con China. Como se sabe, el FMI y el GBM fueron creados hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial, en Bretton Woods, New Hampshire, en 1944, a fin de constituir una red de instituciones que asegurara un desarrollo mundial equilibrado (todo lo contrario de lo que significó el Tratado de Versalles al fin de la Primera Guerra Mundial) para evitar el nacimiento de nuevos conflictos. La idea que llevó John Maynard Keynes (el hombre que había señalado el error de Versalles y que venció luego la Gran Depresión con sus políticas heterodoxas) era crear una suerte de “banco central de bancos centrales” que controlara gestiones y compensara adeudos; un banco mundial de fomento y el embrión de una organización mundial de comercio. Todas esas instituciones deberían apuntar a un desarrollo global equilibrado, no a la injusticia ni a la división internacional del trabajo y la riqueza. Pero ello no ocurrió, y Keynes murió en 1946, vencido por las realidades que imponía la Guerra Fría entre Estados Unidos (EEUU) y la Unión Soviética (URSS). Desde entonces, al decir del premio Nobel Joseph Stiglitz, el FMI y el BM (luego GBM) se comportaron como “síndicos de los países desarrollados”, aludiendo a las grandes potencias, sin distinción de banderas, porque hace años que la Federación Rusa y China Popular tienen importante incidencia en sus decisiones. También en economía, como en política, “las naciones no tienen amigos ni enemigos permanentes, sólo intereses permanentes”, según la conocida frase de Lord Palmerston. Caras y Caretas ha venido publicando a lo largo de años las recomendaciones del FMI y del BM, que refieren a políticas expansivas (desarrollistas y con atención al bienestar social) para las potencias dominantes; mientras indican con persistencia políticas de ajuste, contractivas y recesivas (incluyendo “flexibilización” de regulaciones financieras, laborales y reducción de salarios y pensiones) a los países subdesarrollados. Esta línea se ha mantenido constante por parte de los tres últimos directores-gerentes del FMI, Rodrigo de Rato, Dominique Strauss-Kahn y Christine Lagarde (los tres procesados por la Justicia de sus respectivos países), pero ha cambiado radicalmente a partir de la llegada al cargo de economista jefe de Maurice Moses Obstfeld (1952), graduado en las Universidades de Pensilvania, Cambridge y el MIT. Autor de numerosos libros, como el reconocido Teoría del Comercio Internacional, en coautoría con Paul Krugman (texto de estudio en numerosas universidades, entre ellas la Udelar), fue jefe del Consejo de Asesores Económicos de Barack Obama entre junio de 2014 y setiembre de 2015, cuando fue designado economista jefe del FMI. Desde que son elaborados de su puño y letra (y salen con su firma) los informes “Perspectivas Económicas Globales” (y particularmente las descripciones y recomendaciones contenidas en las Consultas del Artículo IV, que el organismo multilateral hace llegar anualmente a sus 189 países miembros), estos han cambiado su cariz, exigiendo cada vez más regulaciones a los sistemas financieros para evitar fraudes y crisis; más políticas monetarias expansivas para evitar recesiones, cuidando la inflación; el control de los tipos de cambio para evitar especulaciones masivas; la disminución de la desigualdad en la distribución de los ingresos y el consecuente aumento en las retribuciones a los trabajadores y las pensiones, que son la principal fuente del consumo, generador neto de actividad económica. Esas son -recordémoslo una vez más- las tradicionales políticas keynesianas que derrotaron la Gran Depresión de 1929 (generando la “Edad Dorada del Capitalismo” entre 1945 y 1973, caracterizado por un fuerte rol del Estado, las formas de economía mixta y la fuerte presencia de los sindicatos) y todas las contracciones posteriores, incluida la Gran Recesión 2007-2010. Si vamos a trabajar y vivir bajo el capitalismo -y esta parece ser nuestra realidad inevitable-, estos son los mejores instrumentos, y no la falsa “austeridad” o las “teorías del derrame” de los economistas inspirados en Friedrich Von Hayek o Milton Friedman (este último, ideólogo y consultor visitante de las dictaduras de Chile, Argentina y Uruguay en la década del 70), que no sólo no resolvieron ninguna crisis, sino que las provocaron, con su secuelas de recesión y miseria, como lo demuestra nuestra historia reciente. Además de ese cambio radical que supuso la llegada de Obstfeld al FMI, este ha dado un nuevo paso en la dirección correcta, esta vez criticando nada menos que las políticas conservadoras del presidente Donald Trump, titular del principal país accionista del FMI. La histórica Asamblea de Primavera de 2018 No es extraño que los grandes medios de prensa de América Latina (no así The New York Times, The Guardian y The Economist), hayan mencionado muy poco a la Asamblea del FMI y el GBM de abril 2018, pese a haber anunciado que la economía mundial crecerá 3,9% en 2018 y 2019, y a pesar de la colosal parafernalia que suponen la casi 10.000 personas que desbordan Washington en la ocasión, incluyendo 3.000 integrantes de delegaciones, 1.500 periodistas, grandes empresarios, ONG y no pocos altos funcionarios gubernamentales de los países civilizados que se acercan a ver lo que se dice. La agenda estaba dominada por los riesgos que implican el giro trumpiano hacia el proteccionismo, con su consecuente riesgo de guerra comercial entre EEUU y China (las dos grandes locomotoras de la economía y el comercio mundial). En el discurso inaugural, Christine Lagarde, afirmó que “los gobiernos necesitan alejarse del proteccionismo en todas sus formas. La historia nos muestra que las restricciones a las importaciones dañan a todo el mundo, especialmente a los consumidores más pobres”. Como sabemos, el pasado mes de marzo, Trump anunció la imposición de aranceles de 25% y de 10% a las importaciones de acero y de aluminio, respectivamente (de los que eximió a la Unión Europea, Canadá, Australia, México y Argentina), lo que sería seguido por más aranceles a centenares de productos chinos, a lo que previsiblemente Beijing respondió con gravámenes a importaciones estadounidenses. En relación al tema de la temida “guerra comercial” (que en realidad sólo puede terminar con una derrota de Estados Unidos, en momentos en que China es el primer exportador e importador, pero además ha tendido sus brazos al mundo mediante sus ambiciosos tratados de libre comercio y sus cuantiosas inversiones, mientras que la Unión primero abandonó el TPP ideado por Obama, y ahora los países “supervivientes” del mismo, nucleados en el TPP-11, le han negado virtualmente el reingreso), los analistas y observadores se han esforzado en ver signos positivos y “las primeras señales de disposición del gobierno de Trump a trabajar dentro del orden multilateral”. En la conferencia de cierre, Christine Lagarde anunció “un impulso importante” hacia el diálogo para solucionar las tensiones comerciales, señalando que se iba a continuar trabajando en dicho diálogo en forma discreta. “No lo vamos a hacer necesariamente en presencia de la prensa o mediante comunicados”. Asimismo se anunció que el GBM obtuvo acuerdo para un aumento de capital de US$ 13.000 millones, lo que demuestra “una renovada confianza en la cooperación global” con el respaldo del gobierno de Trump, que fue muy crítico con la institución multilateral por “su falta de eficiencia” y por considerar que sus préstamos a China son excesivos. El secretario del Tesoro de EEUU, el ex Goldman Sachs Steven Mnuchin, aprobó explícitamente el acuerdo. Pero la sorpresa vino por otro lado. La sorpresa de Obstfeld La gran sorpresa de la histórica asamblea fue la declaración inicial del economista jefe, Maurice Obstfeld (que todos observan como el documento “serio” del organismo), sumamente crítico (¿acaso por primera vez?) de las políticas económicas de EEUU, el principal accionista, al señalar los peligros de una guerra comercial entre las grandes potencias y advertir que la rebaja fiscal agravará la desigualdad en la Unión, entre otras objeciones. Si bien EEUU crecería 2,9% y 2,7% en 2018 y 2019 según el FMI, la rebaja fiscal de Trump ( la mayor de los últimos 30 años en EEUU, sólo comparable a la de Reagan), que beneficia sobre todo a las corporaciones, implica US$ 1,5 billones en diez años, que aumentarán la actividad en el corto plazo, pero aumentarán el déficit fiscal y la desigualdad, ya que “se espera que los cambios en la política impositiva en EEUU agraven la polarización de los ingresos, que podría afectar el clima político en las opciones políticas de futuro”. Bajo el título de ‘La economía mundial: Buenas nuevas por el momento, pero con peligro de tensiones comerciales’, Obstfeld señaló que “la economía mundial continúa experimentando un ímpetu generalizado . La perspectiva discordante contra este telón de fondo positivo es la de un conflicto igualmente generalizado en torno al comercio internacional”. Remarca los pronósticos de crecimiento mundial para este año y el próximo, proyectándolo en 3,9% en ambos años, “previsión continua sustentada por la solidez ininterrumpida del desempeño de la zona del euro, Japón, China y EEUU, que sin excepción crecieron más de lo esperado el año pasado. También proyectamos mejoras a corto plazo en varias economías de mercados emergentes y en desarrollo, con cierta recuperación de los exportadores de materias primas”, pero remarca que “los motores de esa fase económica ascendente mundial siguen siendo la aceleración de la inversión y, sobre todo, del comercio internacional”. Destaca que “tomando las economías más grandes, nuestras proyecciones de crecimiento para 2018, comparadas con las de octubre de 2017, son 2,4% en la zona del euro (un alza de 0,5%), 1,2% en Japón (un alza de 0,5%), 6,6% en China (un alza de 0,1%) y 2,9% en EEUU (un alza de 0,6%)” y lanza un balde de agua helada: “En EEUU, el crecimiento estará alimentado en parte por un estímulo fiscal mayormente pasajero, que explica más de una tercera parte de nuestra actualización del crecimiento mundial de 2018 respecto de los pronósticos de octubre”. La frialdad del informe para con EEUU aumenta: “A pesar de las buenas nuevas a corto plazo, las perspectivas a más largo plazo son más sobrias. Las economías avanzadas -enfrentadas al envejecimiento de la población, tasas decrecientes de participación en la fuerza laboral y un débil aumento de la productividad – probablemente no retomen las tasas de crecimiento per cápita que alcanzaron antes de la crisis financiera internacional. Las economías de mercados emergentes y en desarrollo presentan un panorama mixto” y habrá ganadores y perdedores, sobre todo “muchos exportadores de materias primas [que] no serán tan afortunados, pese a cierta mejora de las perspectivas de esos precios, y tendrán que diversificar sus economías para afianzar el crecimiento y la resiliencia”. Con el subtítulo de ‘Escalada de riesgos’, prosigue implacable el economista jefe del FMI: “Además, más allá de los próximos trimestres, se perfilan riesgos notables para las perspectivas […] los niveles mundiales de deuda -tanto pública como privada- son muy elevados y podrían adquirir tintes problemáticos a la hora del reembolso”. Refiere sin anestesia que como consecuencia del “inminente alza de las tasas de política monetaria”, “las vulnerabilidades de los mercados de activos podrían recrudecer”. Y agrega otro plato fuerte: “No se deben descontar los riesgos geopolíticos y, obviamente, la reciente escalada de las tensiones en torno al comercio internacional representa un riesgo creciente. La apreciación subjetiva de estos riesgos ya podría estar provocando efectos negativos”, como caídas en los pedidos de exportación. Afirma que “la bonanza actual no durará mucho, pero con políticas sólidas es posible prolongarla y, al mismo tiempo, conjurar el riesgo de que su fin sea traumático”. Enfatiza en la gravedad de las “tensiones comerciales”, señalando el peligro de que “asesten un golpe a la confianza y descarrilen prematuramente el crecimiento mundial […] El hecho de que grandes economías estén coqueteando con la posibilidad de una guerra comercial en un momento de expansión económica generalizada podría parecer paradójico, especialmente teniendo en cuenta que la expansión depende tanto de la inversión como del comercio internacional”. También incursiona en las consecuencias sociales y políticas de la evolución económica: “El público en general no siente que las autoridades puedan generar un crecimiento fuerte e incluyente. La desilusión de los votantes plantea el riesgo de movimientos políticos capaces de desestabilizar una variedad de políticas económicas, trascendiendo el ámbito comercial”. El documento tiene párrafos tan extraordinarios como el siguiente: “Los gobiernos tienen que ponerse a la altura de la difícil tarea de afianzar el crecimiento, extender más ampliamente sus beneficios, extender las oportunidades económicas a través de la inversión en la población y reforzar la sensación de seguridad de los trabajadores frente a cambios tecnológicos inminentes que podrían transformar radicalmente la naturaleza del trabajo”. ¿Alguna vez imaginamos al FMI expresando estos conceptos y enfrentando al gobierno de EEUU con ellos? Afirma que las medidas proteccionistas de Trump no tendrán éxito: “Esas iniciativas no contribuirán mucho a alterar el déficit multilateral o de la cuenta corriente externa global de EEUU, que se debe más que nada al hecho de que el gasto agregado del país continúa superando su ingreso total”. Señala que “las medidas fiscales que EEUU adoptó hace poco, de hecho, ahondarán su déficit en cuenta corriente. En comparación con las proyecciones de octubre último, elaboradas antes de los últimos cambios a la tributación y el gasto estadounidenses, prevemos ahora que el déficit en cuenta corriente de EEUU sea de aproximadamente US$ 150.000 millones más en 2019”. En relación a las denuncias de Trump de excesivo déficit comercial con China y de deslealtad de ese país en relación a la propiedad intelectual, señala: “Para hacer frente a las prácticas comerciales desleales -en las que incluimos los problemas de propiedad intelectual-, se necesitaría una resolución fiable y justa de las controversias, dentro de un marco multilateral sólido y basado en reglas. Existe margen para mejorar el sistema actual, en lugar de exponerse a la posibilidad de una fragmentación bilateral del comercio internacional. Los mecanismos plurilaterales que se ciñen a reglas multilaterales también pueden abrir las puertas a un comercio más abierto”. Y agrega, en una franca y rotunda recomendación de política comercial e internacional: “En ese sentido, el Tratado Amplio y Progresista de Asociación Transpacífico, con sus 11 signatarios [TPP-11, N. de R.], y el Tratado de Libre Comercio Africano, que reuniría a 44 naciones del continente, son iniciativas prometedoras”. Concluye el documento de Maurice Obstfeld: “Todos los gobiernos nacionales pueden hacer mucho por cuenta propia para promover la fortaleza, la resiliencia y la inclusividad del crecimiento. Pero la cooperación multilateral sigue siendo esencial para superar una variedad de dificultades, más allá de la gobernanza del comercio internacional: el cambio climático, las enfermedades infecciosas, la ciberseguridad, la fiscalización de las empresas y el control de la corrupción, entre otros. La interdependencia internacional no hará más que profundizarse y, a menos que los países la enfrenten con ánimo de colaboración y no de conflicto, la economía mundial no podrá prosperar”. Es, sin duda, el texto de un estadista más que el de un economista. Buen asesoramiento. Justamente lo que necesita desesperadamente el presidente Donald Trump, cuando se están cumpliendo diez años del punto culminante de la Gran Recesión.
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¿Cuáles son los PIB per cápita más altos según el FMI?
El FMI publicó un listado con el ranking de los Productos Internos Brutos per cápita nacionales de 2017 medidos por su paridad de poderes de compra (Purchasing Power Parity, PPP), o sea, ajustados por su capacidad adquisitiva. Encabeza Qatar con US$ 124.259, sigue Macao con US$ 111.629 y Luxemburgo con U$S 106.374. En América Latina, el listado está encabezado por Panamá (59° en el ranking global, con US$ 27.000 per cápita), Chile (62° con US$ 25.567), y Uruguay, puesto 63°, con un PIB per cápita ajustado por PPP de US$ 23.571. Luego vienen Argentina (66° con US$ 21.528), México (68° con US$ 20.600) y Brasil , puesto 84° con US$ 16.200. Siguen Singapur, con US$ 93.478; Brunéi con US$ 78.196; Irlanda con US$ 75.538. EEUU, la mayor economía, aparece en el puesto 12º con US$ 61.393; Alemania en el 18º con US$ 50.425 y Austria en el 22º con US$ 49.869. China, la segunda mayor economía del globo, está en el puesto 83º. Como países con ciudadanos con menor poder de compra, en la parte más baja de la lista figuran República Centroafricana, Burundi, República Democrática del Congo, Níger, Malawi, Mozambique, Liberia, Sudán del Sur, Madagascar y Yemen.