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El izquierdómetro de Nin

Por Leandro Grille.

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La izquierda uruguaya, ya no como concepto que identifica a la coalición que gobierna, sino como ideario y tradición política, no le pertenece a nadie por encumbrada que sea su posición relativa en la nomenclatura. El ministro Rodolfo Nin Novoa es el titular de una responsabilidad muy importante al frente de la política exterior del Estado, pero de ningún modo dicha investidura lo habilita para ejercer una función tutelar sobre el pensamiento de los frenteamplistas o para trazar líneas demarcatorias de lo que es de izquierda o no. La posición de Uruguay sobre las elecciones en Venezuela que se vertió en la OEA el pasado 23 de febrero es perfectamente reprochable desde la izquierda, aunque admita diversas opiniones en su seno y, desde ya, motive todo tipo de consideraciones, pero lo que es indiscutible es que las expresiones de Nin son provocativas e irrespetuosas para con muchísimos militantes del Frente Amplio (FA). Supongo que es por eso que, mientras ante la prensa se hizo el fuerte, en el secretariado no bancó la réplica, se retiró rapidito luego de exponer y dejó a todo el mundo con la palabra en la boca. Y presumo que si lo cita la mesa política, va a tener que recular más, y si se presenta ante el Congreso en el FA con ese discurso, sale abucheado. Es evidente que la resolución aprobada en la OEA fue coordinada por el Departamento de Estado. No hay otra forma de reunir 19 votos para semejante injerencia, una acción muy agresiva de la diplomacia estadounidense, y es muy probable que la fórmula utilizada -la “exhortación”- haya sido introducida para obtener el voto de los países más renuentes a acompañar un pronunciamiento más imperativo, pasible de ser considerado una violación a la soberanía y al principio de autodeterminación. Uruguay no puede ignorar la gira por la región del secretario de Estado de Donald Trump, Rex Tillerson, con el propósito de estimular las acciones contra el gobierno de Venezuela, la amenaza de un bloque petrolero total,y el creciente despliegue militar estadounidense en la frontera colombovenezolana, donde el mes pasado llegó nada menos que el principal del Comando Sur, Kurt Tidd. Hay una decisión tomada en Estados Unidos de hacer caer al gobierno venezolano. Lo han intentado de múltiples formas directas e indirectas. La estrategia central es el ahogamiento económico, pero no sólo eso: entre abril y julio del año pasado estuvieron a punto de dar el golpe de gracia al gobierno de Nicolás Maduro, promoviendo un levantamiento de varios meses que fue derrotado exactamente el 30 de julio, cuando una marea de ocho millones de personas eligió la Asamblea Nacional Constituyente. Aunque se ha intentado desconocer ese resultado, y poner en duda el número de votantes, lo cierto es que a partir de ese domingo se terminaron la manifestaciones violentas, con bazucas caseras, protagonizadas en zonas residenciales de Caracas por jóvenes de clase media y alta con máscaras antigás y cámaras GoPro, y el gobierno recuperó el control total de la situación. A partir de allí hubo dos elecciones más que ganó el chavismo por amplia mayoría, obteniendo casi todas las gobernaciones y alcaldías, con presencia de candidatos opositores y observadores internacionales. Para Estados Unidos, la posibilidad de que haya elecciones presidenciales y se reelija al PSUV por un período más es un escenario inaceptable. Por otro lado, es lo más probable toda vez que la oposición está muy dividida y la base social del chavismo no tiene prensa, pero tiene entre siete y ocho millones de votos seguros y un potencial de diez millones, lo cual lo ubica como la primera fracción política, incluso en el gravísimo escenario actual. Con ese panorama, para el Departamento de Estado el aislamiento político de Venezuela y el desconocimiento de la legitimidad de sus procesos electorales y de las autoridades que de allí surjan es indispensable para ambientar la implementación de sanciones todavía más duras en aras de la desestabilización política y crear las condiciones para una intervención militar, que es la frutilla de la hoja de ruta. Es un asunto sobre el que conviene reflexionar: no hay hechos aislados. No tiene sentido que los hubiese si lo que se quiere es un cambio de régimen. ¿De qué sirve una declaración de un grupo extraoficial de países en Lima? ¿De qué sirve la obsesión de Luis Almagro? ¿Qué utilidad tiene la exhortación de la OEA? ¿Para qué invertir miles y millones en campañas de propaganda por toda la prensa del mundo? Tomados de a uno son todos esfuerzos inútiles. Ningún gobierno del mundo ha sucumbido a ese tipo de iniciativas parciales. Pero todas juntas sí tienen un propósito. El pronunciamiento de la OEA, la Unión Europea, los medios de comunicación del mundo, los países de la región, todos en el mismo sentido, concertadas por los titiriteros de siempre, se encuadran en una estrategia cuyo único desenlace posible es la intervención militar. Y Uruguay, al votar esa declaración en la OEA, se inserta en una trama que, de ser exitosa, va a terminar no sólo con un proyecto político acosado y vilipendiado por haberse enfrentado a los dueños del mundo, sino con miles de muertos. ¿Qué hay de izquierda en eso, Nin?  

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