A principios de 1816, la Revolución oriental saboreaba el dulce néctar de la victoria. Formada la Liga Federal -excluida especialmente Buenos Aires- y Montevideo a merced de los patriotas, todo parecía marchar de maravilla. Artigas, encaramado en el vértice de la pirámide caudillesca, era nombrado por sus pares y protegidos como Protector Nominal de los Pueblos Libres. A decir de Guillermo Vázquez Franco, una especie de primus inter pares. Desde Purificación, la capital orgullosa de la Liga Federal, organizaba los destinos de la Unión. Había lugar en aquel campamento desordenado y popular para la camaradería, el asado, el mate y especialmente los juegos. Las crónicas del comerciante (y prolífico cronista) inglés John Parrish Robertson son imperdibles y ellas nos da somera idea sobre el campamento en 1815. “Y Allí (les ruego no hacerse escépticos en mis manos), ¿qué creen que vi? ¡Pues, al Excelentísimo Señor Protector de la mitad del nuevo mundo sentado en un cráneo de novillo, junto al fogón encendido en el piso de barro del rancho, comiendo carne del asador y bebiendo ginebra en un cuerno de vaca! Lo rodeaba una docena de oficiales mal vestidos, en posición parecida y ocupados en lo mismo que su jefe. Todos estaban fumando y charlando ruidosamente”. “El Protector estaba dictando a dos secretarios que ocupaban en torno de una mesa de pino las dos únicas sillas que había en toda la choza y esas mismas con el asiento de esterilla roto”. “Para completar la singular incongruencia de la escena, el piso de la choza (que era grande y hermosa) en que estaban reunidos el general, su Estado Mayor y sus secretarios, se encontraba sembrado de ostentosos sobres de todas las provincias (distantes algunas de ellas 1.500 millas de ese centro de operaciones) dirigidas a ‘Su Excelencia el Protector’”. “De todos lo campamentos llegaban a galope soldados, edecanes, explotadores; todos ellos se dirigían a Su Excelencia el Protector, y Su Excelencia el Protector, sentado en una cabeza de buey, fumaba, comía, bebía, dictaba, conversaba y despachaba sucesivamente todos los asuntos que le llevaban a su conocimiento […]”. Las barajas eran una de las mayores diversiones de aquellos hombres. En Concepción del Uruguay, el sacerdote patriota perteneciente a la orden de los franciscanos, fray Solano García, diseñó entonces las famosas barajas artiguistas. Nacido en 1784, el fraile era de origen chileno, pero en aquellos años defendía con fervor la causa artiguista. Manuel Flores Mora sostiene que llegó a ser uno de los secretarios ocasionales del caudillo en la villa de Concepción del Uruguay durante gran parte de 1816. Con permiso de Artigas, fundó una escuela en la villa antes mencionada. El fraile diseñó y pintó a mano 40 cartas españolas de 8,6 por 5,3 cm. Las figuras, en vez de ser orgullosos representantes de la nobleza, simbolizaban la libertad, el comercio, entre otros conceptos revolucionarios. Inscripciones tales como “Libertad y Unión”, “El oriental no sufre tiranos” o “Con la constancia y fatiga liberó su patria Artigas” se podían leer en aquellos naipes revolucionarios, además de observar la famosa bandera artiguista. Las cartas patriotas se encuentran actualmente en el Museo Histórico Nacional. Las barajas eran la atracción general del campamento en momentos de ocio, pero también causantes de alguna que otra riña. El mismo Artigas era fanático de los juegos de cartas, y justamente en Purificación despuntaba el vicio en grandes mesas de juego (es casi una metáfora, pues las mesas en el campamento eran escasas). En 1815, el mismo John Parrish Robertson, aterrado y maravillado al mismo tiempo por su visita a Purificación, describe un juego de cartas un poco especial, de aquellos que bautizó “artigueños”. “Uno de los primeros usos que hice de mi libertad fue buscar al indio atezado por cuya intercesión había salvado mi vida […] Lo encontré en cuclillas en el suelo, empeñado con sus compañeros en jugar con un mazo de naipes que cada carta presentaba a mi mirada dos lados negros, no socorrido por una sola mancha o figura que la hiciera distinguir de las demás. Supongo que las figuras de los naipes habían desaparecido gradualmente, o más bien habían sido cubiertas de suciedad y grasa […] pero el mazo para ellos era tan bueno como otro nuevo. Cuando vemos un as matando al rey o el caballo a la sota, el proceso es inteligible, pero ver como vi a los feroces artigueños, que desdeñaban todas las demás leyes, someterse a la que admitía que una carta toda negra mate a otra carta toda negra era para mí muy enigmático”.
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