Gales alberga más castillos por milla cuadrada que cualquier otro país de Europa.
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Desde las montañas de Snowdonia en el norte hasta la bahía de Swansea en el sur, hay castillos que parecen sacados de Camelot. ¿A qué se debe tal densidad? En parte, a la historia de Gales como territorio disputado. Los normandos, los galeses autóctonos y los ingleses, dirigidos por el expansionista Eduardo I, lucharon por el territorio y construyeron fortalezas épicas en un auge de la construcción que dominó los siglos XIII y XIV.
La cantidad de castillos galeses es tan grande como su variedad. «Para un país pequeño, tenemos prácticamente todos los tipos y formas, incluso concéntricos con fosos, castillos con torres de entrada gigantescas y fortificadas, castillos que aprovechan las defensas naturales y castillos diseñados para ser residencias lujosas y preciosas», explica la historiadora Kate Roberts.
La amplia variedad de castillos sugiere hasta qué punto reflejan estas fortalezas la historia tumultuosa y cambiante de Gales. Un ejemplo es el castillo de Chepstow, que corona un acantilado.
Con el paso del tiempo, los castillos galeses cambiaron de forma. Con el fin de las guerras internas, pasaron poco a poco de fuertes de piedra y puestos de mando a casas señoriales decoradas con las mejores obras de arte y los tesoros más extravagantes de Gales, rodeadas de jardines elaborados.
Los castillos galeses más recientes se concibieron desde un principio como lugares de ocio. Un cambio importante en la construcción en el país.
Hay una característica más que los hace atractivos. Si bien evocan tanto la historia turbulenta de Gales como su sentido artístico en evolución, también permiten observar la belleza natural del país. Como suelen estar situados en terrenos altos, como atalayas defensivas impenetrables, revelan vistas panorámicas de las carreteras rurales, ríos, valles y montañas de Gales.