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El partido de Larrañaga

Por Leandro Grille.

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El miércoles 14 de junio, Jorge Larrañaga anunció su precandidatura a la presidencia. Lo hizo con un video colgado en redes sociales –yo lo vi en Twitter– y en un tono curiosamente introspectivo, como si fuese el resultado de un arduo recorrido por el interior de sí mismo más que por el interior del país, donde siempre ha radicado su mayor fortaleza. El modo y la antelación del lanzamiento sorprendieron. Hasta ahora en nuestra dichosa comarca nadie se había postulado por internet y todavía más raro es que lo haya hecho cuando faltan dos años para las elecciones internas. Vale la pena, entonces, analizar el propósito de su premura y los objetivos que puede estar persiguiendo un líder político que ha sido derrotado tres veces en comicios nacionales o internos, el último de los cuales le resultó especialmente traumático al punto de dejar entrever que colgaba los botines definitivamente. Aunque luego de su lacónico “Voy a subir por última vez las escaleras del directorio del Partido Nacional para abrazarme por mi dignidad y mi consciencia”, la anunciada vuelta de la Larrañaga huele a ejercicio de psicoterapia con ínfulas de resurrección, cabe reconocer que el experimentado senador sanducero tiene un papel para jugar en la alta política y, para lograrlo, no tenía otro camino que apresurarse. Al día de hoy su empresa no peligra tener posibilidad alguna de concluir con éxito, si ubicamos el éxito en la victoria electoral, pero es bien posible que el Guapo esté jugando otro partido que si no juega él, no lo va a jugar nadie: rescatar el wilsonismo como proyecto ideológico de centro destinado a darse de tronco con el herrerismo neoliberal que representa el heredero Luis Lacalle Pou. Es esta, a mi entender,  una saludable manifestación de que en el Partido Nacional subsiste algo parecido a  lucha de clases, aunque no les guste ese enunciado y prefieran caracterizarla como la antinomia de calle, boliche y wilsonismo versus herrerismo pituco de La Tahona. Ahora bien, si Larrañaga va a enfrentar a Lacalle Pou, que es un candidato establecido, joven, del sector claramente mayoritario del Partido Nacional, que cuenta a la vez con el apoyo del poder económico y de los medios, tiene que empezar por diferenciarse en cosas que excedan la impronta, el estilo o la experiencia de gestión. Porque su pelea tendrá que ser frontal contra la ideología neoliberal, que es el contenido filosófico que encarna su rival y cuyas consecuencias devastadoras comienzan a observarse en la región. Un problema central de Uruguay es que los líderes mayoritarios de los partidos tradicionales blanden el proyecto conservador de un sector que ya no está ni para dibujarla ni para el gradualismo. La quieren toda para ellos. Al estilo Temer o Macri, quedarse con la renta, no tributar, poder echar, fijar salarios sin acordar con los trabajadores y suprimir las políticas sociales. En en esa línea, no les hace ruido eliminar impuestos a los ricos y a la vez acompañarlo de tarifazos a la gente común y quita de subsidios a los más humildes y los discapacitados; congelar por décadas el gasto público y social y, simultáneamente, permitir que se pague con casa y comida a los peones de haciendas y latifundios. Es tan brutal el programa que se traen entre manos que hay que denunciarlo con firmeza, incluso dentro de sus propias formaciones políticas. Larrañaga lo sabe y tiene una responsabilidad política mayor: combatirlo. Un camino honesto sería que comenzara por reconocer lo que sólo puede ser desconocido desde el cinismo: las cosas que se hicieron bien. ¿Qué opina Larrañaga de los Consejos de Salarios? Porque en su discurso de lanzamiento afirma que ahora se “desprecia a los trabajadores. ¿O acaso cree que si gana Lacalle, con su visión desregularizadora y promercado, a los trabajadores les va a ir mejor? ¿Qué opina Larrañaga de la ley de ocho horas para el trabajador rural? Porque en su discurso de lanzamiento dice que “el Estado sólo piensa en Montevideo” y todos nos acordamos de que Lacalle Pou no votó la ley de ocho horas y después tuvo el tupé de decir que las ocho horas no eran apropiadas para el trabajo en el campo. ¿Qué opina Larrañaga del Plan Ceibal o de que Uruguay esté llegando con esta rendición a 5% del PIB en inversión púbica en Educación? Porque en su video habla de la “pésima educación que hay para nuestros niños” y está claro que la política de un neoliberal con el gasto público va a ser el ajuste, impactando en la educación y en la salud. Lo vemos ahora en Argentina, donde Macri, que es el referente preferido de Lacalle Pou, eliminó el programa Conectar Igualdad –la versión argentina del Ceibal–, subejecuta deliberadamente los fondos aprobados para la enseñanza pública y se niega a actualizar el salario docente a la par de la inflación. ¿Qué opina Larrañaga de los avances en la conocida como agenda de derechos? ¿Sobre el matrimonio igualitario? ¿Sobre la despenalización del aborto? Son muchas las interrogantes que podemos tener y son muchos los asuntos sobre los cuales debe posicionarse. Porque más allá de los errores, de escándalos, de estilos, en estos 12 años y medio que han pasado desde que gobierna el Frente Amplio, el país pasó de tener 14.000 millones de dólares de PIB a más de 50.000 millones, mucha gente superó la pobreza, el desempleo se redujo de forma importantísima, la indigencia cayó a niveles desconocidos, Uruguay procesó un enorme cambio de la matriz energética, la inversión pública en educación, salud y políticas sociales alcanzó guarismos históricos, el salario real y el consumo crecieron muchísimo y se expandieron los derechos civiles. Todos esos resultados o logros o conquistas, o como quieran verse, son innegables y no se puede construir una propuesta verdaderamente centrista sin reconocer nada, y mucho menos se puede enfrentar la amenaza neoliberal sin definirse con claridad sobre el papel sobre lo público y los derechos de los trabajadores. En mi opinión, hay que saludar esta decisión valiente de Jorge Larrañaga. Se dirá que le corta el paso a algunos dirigentes más jóvenes de su sector, como Verónica Alonso o Pablo Iturralde. Pero no hay que ignorar que estas renovaciones venían jugando a desplazarlo y a acordar con el lacallismo. Alonso, bamboleante, ida y venida, poco clara, pegada hasta civil y penalmente al pastor Márquez y a cultos del estilo; Iturralde, anticipando que ni siquiera cree que deba haber internas, anunciando a dos años de la elección que estaría dispuesto a entregarle la candidatura a Lacalle Pou sin disputarla. Es mucho lo que está en juego para Uruguay. No es lo mismo tener partidos tradicionales con liderazgos de centro, en muchos planos conservadores, pero que creen que el Estado debe cumplir un papel importante en la economía y como escudo de los sectores más débiles de la sociedad, que partidos tradicionales conducidos por neoliberales fanáticos, nacidos para el ajuste y la sevicia contra lo público, los trabajadores y los más pobres.

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