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Discurso político y verdad histórica

EL RELATO

Por Alberto Grille.

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Caras y Caretas Diario

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Si tuviésemos que definir lo que debe ser la praxis de cualquier fuerza política, diríamos que, partiendo de la ideología y de los programas consensuados, lo que se trata es de construir aquellas realidades materiales concretas que den cumplimiento a los mandatos fundamentales y, simultáneamente, construir lo que se ha dado en llamar el “relato”, o sea el registro histórico de lo actuado.

El argumento de Da Silveira es como la “tanguita”: muestra lo importante, pero oculta lo fundamental.

Dicho relato, en el caso de las tres grandes fuerzas políticas de Uruguay, abarca obviamente el pasado (sobre el cual las tres tienen distintas interpretaciones) como base principal de la acción en el presente y en el futuro. En tal sentido resultó muy ilustrativo un artículo editorial publicado en El País el pasado 21 de noviembre, titulado ‘Relato y olvido’, en el cual el “filósofo” blanquicolorado Pablo Da Silveira pretende desenmascarar el propósito de Caras y Caretas de enumerar algunos de los logros de los gobiernos frenteamplistas, aportando con rigurosidad, exactitud, honestidad y buena fe a la memoria de los últimos 13 años para comprender la magnitud de los cambios políticos, sociales, económicos y culturales ocurridos, resultado de las políticas públicas de los gobiernos del Frente Amplio (FA). ¿Quién es este profesor tan encumbrado, verdadero sabelotodo que imparte cátedra desde las páginas del diario más facho, mentiroso y miserable que hubo en la historia de Uruguay? Si el lector lo olvidó, es el mismo espíritu sensible que le dijo a Pedro Bordaberry “sabés que sos un tipo al que adoro”, el 30 de noviembre de 2014, día del tercer triunfo del FA, cuando el líder colorado, hijo del dictador, llegó a las tiendas de Cuquito para decirles “vengo a ayudarlos a hacer mierda a Tabaré Vázquez” (está grabado y filmado). En este esclarecedor artículo, el “filósofo”, que, según se dice, sería el ministro de Educación y Cultura de Pompita, afirma que en el Uruguay del FA se construyó un “relato” a la medida del poder, y que “lo que básicamente se cuenta es que, al cabo de un largo período en el que las fuerzas populares vencieron obstáculos y acumularon fuerzas, la llegada del “progresismo” marcó el inicio de una etapa única y superadora, que opaca todo lo anterior. Por esa razón, cualquier error, fracaso o traición que pueda atribuirse al progresismo gobernante será juzgado insignificante”. Lo primero a comentar sobre este sesudo editorial es que lamentamos tener que puntualizar que el FA y las fuerzas de izquierda no han construido aún un “relato” orgánico que abarque por lo menos sus cuantiosos aportes a la economía, la educación, la cultura, la sociedad, la justicia, la equidad, la salud, el empleo y tantos otros campos de la realidad, desde que gobierna y aun antes, y que esa es una grave omisión con severo costo para la fuerza política y para el país todo. Nuestros dirigentes políticos -a excepción quizá de Tabaré Vázquez- no han visto la necesidad de ordenar un registro de las realizaciones del FA y su conexión con la Historia de Uruguay. Pero el “filósofo de Pompita”, que, cual Sócrates de cartón, en una noche de brujas   se propuso “hacer mierda a Tabaré”, cree que tal relato existe o está en construcción,  y desde su sesgado punto de vista escribe: “Imponer este relato refundacional en un país como Uruguay planteaba algunas dificultades [porque] a diferencia de otros países de América Latina, el nuestro tiene una historia difícil de minimizar”.

Hasta los militares escalaron en el discurso de la corrupción de los gobiernos blancos y colorados para obtener cierto apoyo en la opinión pública, asqueada de los negociados, las prebendas a los amigos del poder y el acomodo.

Y a continuación, con un viento en la camiseta totalmente ajeno a su mezquina realidad y proyecto político (el herrero-aguerrondo-lacallismo en su versión “pompitera”), declama: “¿Cómo pretender que no pasó nada en un país que abolió la esclavitud dos décadas antes que Estados Unidos y más de cuarenta años antes que Brasil; que aprobó su primera ley de seguridad social en 1835, que hizo una de las reformas educativas más exitosas del siglo XIX, que fue vanguardia mundial en materia de legislación laboral (desde los proyectos de Roxlo y Herrera en 1905 hasta las leyes aprobadas en 1914, 1915 y 1920) y en 1925 consolidó uno de los sistemas electorales más confiables del planeta? ¿Cómo olvidar que este país fue capaz de absorber inmensas masas de inmigrantes, democratizar las oportunidades y lograr una convivencia que combinaba una alta integración social con excelentes niveles de seguridad pública? ¿Cómo ignorar que este país fue tan desacomplejado e integrado al mundo que estuvo entre los primeros en adoptar el sistema métrico decimal (en 1862, cuando todavía no se habían firmado los acuerdos internacionales que lo consolidaron), hizo de Montevideo un modelo de desarrollo urbano, organizó el primer mundial de fútbol e hizo una exhibición de eficiencia y dominio de la tecnología de la época al construir el Estadio Centenario en apenas seis meses? ¿Cómo desconocer que este país tuvo durante décadas la mejor distribución del ingreso y los mejores indicadores sociales de América Latina, al tiempo que acumulaba más años de democracia que buena parte de Europa?”

De la dictadura podríamos hablar mucho, pero digamos que fue también blanquicolorada.

El “filósofo” Da Silveira concluye en su monólogo que el relato frenteamplista falsea lo ocurrido en Uruguay. Y termina: “La táctica es olvidar para poder aplaudir. De paso, esta amnesia sirve para disimular aquello en lo que venimos retrocediendo. Por ejemplo, hace menos visible nuestro deterioro como república”. Nada más tramposo y vamos a demostrarlo. El argumento de Da Silveira es como la “tanguita”: muestra lo importante, pero oculta lo fundamental. Hay una cuestión principal que Da Silveira – especialista en argumentar- omite en su relato, hecho a la medida de los lectores de la página editorial de El País. El punto de inflexión que  surge de la historia incompleta que presenta se produce  cuando Uruguay tenía los mejores indicadores sociales de América Latina y se ubica en la mitad de la quinta década del siglo pasado, curiosamente en los años en que fallecen dos de los grandes líderes populares de los partidos colorado y blanco, Luis Batlle Berres y Fernández Crespo. Es alrededor de 1955 cuando en Uruguay comienza la crisis y desde ahí en adelante  los gobiernos colorados y blancos lograron que ese “país modelo”, el país de Artigas, de Batlle y Ordóñez y de la CIDE, se desbarrancara hacia el estancamiento económico y la miseria, la polarización política y el autoritarismo (repleto de muerte  y tortura) que representaron el pachequismo (1968-1972, del cual fue ministro de Industria el expresidente Sanguinetti); el Bordaberrismo “constitucional” (1972-1973, del que fue ministro de Educación el mismo doctor Sanguinetti); y finalmente la dictadura, inaugurada por el golpe de Estado del 27 de junio de 1973 con el decreto de Juan María Bordaberry. De la dictadura podríamos hablar mucho, pero digamos que fue también blanquicolorada, con Bordaberry, Alejandro Végh Villegas, Juan Carlos Blanco y Martín Echegoyen, como presidente del Consejo de Estado, como sus principales figuras, pero todo el elenco civil, que nunca fue juzgado, estaba integrado por colorados y blancos.

Debería ser objeto de estudio de este filósofo de la derecha el análisis de cómo fue posible que blancos y colorados en sólo 15 años destruyeran la “Suiza de América”.

Entonces, señor “filósofo hacemierdista” Pablo Da Silveira, ¿por qué no completa su “relato” y cuenta cómo los colorados y los blancos herrero-aguerrondistas destruyeron el “país modelo” de Batlle y Ordóñez y lo desbarrancaron hacia el barro sangriento del pachequismo y la dictadura? ¿Qué hicieron los cogobiernos blancos y colorados para que ese país próspero de la posguerra, en poco más de 20 años se convirtiera en el país de los presos políticos, los exiliados, de los desaparecidos, de las torturas, de la prensa vendida y genuflexa -como El País-, de los negociados de los milicos y los civiles, de los escuadrones de la muerte y de los asesinatos de Zelmar Michelini y Gutiérrez Ruiz? Le voy a dar algunos elementos para que integre a su “relato histórico”: colorados y blancos arrojaron al país a un océano de actos de inoperancia, de corrupción y de clientelismo que destruyeron la economía. Para obtener una jubilación, para conseguir un teléfono, un premio/retiro, un puesto en la feria o una changa como cabezudo era necesario ir a un “club” o tener la tarjeta de un diputado blanco o colorado. Hasta los militares escalaron en el discurso de la corrupción de los gobiernos blancos y colorados para obtener cierto apoyo en la opinión pública, asqueada de los negociados, las prebendas a los amigos del poder y el acomodo. Así que, por favor, señor profesor Pablo Da Silveira, agregue esto a su relato.

Es imperioso que el FA construya adecuadamente y con mucha precisión el relato de la trayectoria histórica de Uruguay.

  ¿Qué pasó después? Debería ser objeto de estudio de este filósofo de la derecha el análisis de cómo fue posible que blancos y colorados en sólo 15 años destruyeran la “Suiza de América”. También deberían estudiarse las barbaridades que hicieran blancos y colorados entre 1985 y 2002, lapso en el que Sanguinetti, Lacalle, otra vez Sanguinetti y Jorge Batlle se robaron, además de toda la guita, las esperanzas de un pueblo que había salido de la dictadura con el anhelo de construir una sociedad próspera, justa, democrática y concertada. Así, como menciona Da Silveira, vino la Crisis de 2002, pero él no dice que fue consecuencia de las malas decisiones políticas y económicas tomadas por los cuatro gobiernos que se sucedieron después de la salida cojitranca y semifraudulenta de las elecciones de 1984: los dos de Sanguinetti, el de Lacalle Herrera y el de Jorge Batlle. Pero fue así y lo sabemos todos. No vamos a volver a dar las cifras y los resultados de esa crisis absolutamente coloradi-blanca, pero podemos hacerlo otra vez en cualquier momento.

¿Cómo haría un gobierno blanco, de ganar en las elecciones de 2019, para restaurar ese país oscuro y gris de los últimos 40 años del siglo pasado?

Sí vamos a repetir una breve lista de las cosas que ha hecho el FA desde que tiene el gobierno, o sea, desde marzo de 2005: Uruguay creció en forma ininterrumpida, económica y socialmente a un promedio de 4,5% anual y mejoró todos sus indicadores (como se puede comprobar en las páginas centrales de la edición especial del semanario neoliberal y opositor Búsqueda, publicada el jueves 16 de noviembre), y, entre muchos otros logros, el FA revolucionó la llamada Agenda de Derechos a favor de minorías oprimidas desde siempre; combatió el tabaquismo y con él las principales causas de muerte en el país -las enfermedades oncológicas, cardiovasculares y cerebrovasculares-, universalizó el derecho a la salud, aumentó significativamente los salarios docentes y el presupuesto de la educación; impulsó la revolución educativa mediante el Plan Ceibal, cambió la matriz energética hacia el predominio de las energías limpias, incorporó la tecnología a la seguridad pública y reformó en profundidad la institución policial; desarrolló la fibra óptica y la llevó a casi todos los hogares del país; mejoró la calidad de los puestos de trabajo, disminuyó la desocupación, incrementó las remuneraciones, las jubilaciones y pensiones; logró cambios positivos de gran porte en la producción agropecuaria, en la industria del software y en el turismo (combinando el crecimiento del Uruguay agroindustrial con el Uruguay Natural), generando un nuevo escenario económico en el país. El FA trajo las plantas de celulosa al país, y actualmente está en marcha el proyecto de la segunda planta de celulosa de UPM, que será la mayor inversión de la historia de Uruguay (5.000 millones de dólares, 10% del Producto Interno Bruto).

Explíqueme, Da Silveira, cómo van a hacer los blancos -gobernados por Pompita– para convertir, cual alquimistas, el oro en mierda.

El presidente Vázquez presentó el Plan Nacional de Transformación Productiva y Competitividad, que abarca 50 proyectos en áreas de innovación, desarrollo de capacidades humanas y empresariales, clima de negocios e internacionalización; y basta recorrer ministerio por ministerio para ver todo lo que se está haciendo. Todo esto se logró mediante un conjunto de políticas llevadas adelante desde los gobiernos frenteamplistas, que tuvieron siempre la oposición del alto mando empresarial, expresado en las cuatro principales cámaras y en la “megacámara” política, la autodenominada Confederación de Cámaras Empresariales, y sus medios de prensa a su servicio. Volvemos a lo del comienzo: es imperioso que el FA construya adecuadamente y con mucha precisión el relato de la trayectoria histórica de Uruguay, con énfasis particular en los últimos 50 años -1967 a 2017-. Es justo y muy necesario desde el punto de vista político. Cuando la memoria recuerde uno a uno los logros y las realizaciones de esta maravillosa fuerza política que es el FA, nos preguntaremos cómo haría un gobierno blanco, de ganar en las elecciones de 2019, para restaurar ese país oscuro y gris de los últimos 40 años del siglo pasado, en el que mataban a perdigonazos a los jóvenes estudiante en las calles; encarcelaban a los demócratas; perseguían  a los dirigentes sindicales; hacían trabajar 14 horas a los peones rurales; explotaban sin derechos y sin descansos a las empleadas domésticas; no se animaban a hacer justicia con los torturadores; los hospitales de salud pública no tenían frazadas, ni agua caliente ni medicamentos; los maestros, los profesores y los policías no llegaban a fin de mes; y los niños de los asentamientos comían pasto. Todo mientras los ministros se enriquecían, los legisladores traían autos cero kilómetro sin impuestos, los amigos del gobierno conseguían préstamos del Banco República que nunca pagaban y fundían la Corporación Nacional para el Desarrollo y el Banco Hipotecario. Explíqueme, Da Silveira, cómo van a hacer los blancos -gobernados por Pompita– para convertir, cual alquimistas, el oro en mierda.

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