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Mundo

El santo oficio de la inquisición en el siglo XXI

Pablo Rivadulla Duró, quien actúa bajo el nombre artístico de Pablo Hásel, ha sido detenido por los Mossos d´Esquadra o policía autonómica catalana en la ciudad de Lleida, cerca de Barcelona. El artista que se había atrincherado en un campus universitario junto con decenas de sus seguidores, deberá pagar nueve meses de prisión acusado de “enaltecimiento del terrorismo e injurias a la Corona y a instituciones estatales”.

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Por Germán Ávila

 

Así, con C mayúscula, se escribe la palabra corona en la acusación contra Hásel, mayúscula que no llevan las palabras “instituciones” ni “estatales”. La raíz de todo es que el artista ha dicho en sus canciones, y lo ha reiterado en Twitter, que la familia real es una familia “de mafiosos”, cuestiona los estrechos vínculos de España con Arabia Saudí y afirma que la policía es una herramienta del fascismo heredado del franquismo, y que torturan y asesinan con impunidad absoluta. Aquí algunos de los tuits que tienen en este momento a Hásel en prisión:

Por culpa de Arabia Saudita los niños en Yemen sufren así (foto de un niño en avanzado estado de desnutrición). Cosas de los amigos demócratas de los mafiosos Borbones. 29/01/2016

Pretenden ocultar que muchas personas han salido hoy a exigir el fin de la monarquía fascista y golpean hasta a periodistas. 30/03/2014

Policía Nazi-onal torturando hasta delante de las cámaras. 30/03/2014

¿Matas a un policía? Te buscan hasta debajo de las piedras ¿Asesina la policía? Ni se investiga bien. 04/04/2014

En suma, Pablo Hásel no ha dicho/escrito nada que no haya sido dicho o escrito copiosamente ya antes en canciones, discursos, arengas, reuniones, consignas, actos políticos o académicos. Es claro que no ha sido solo este joven artista, desconocido para el mundo hasta hace poco, quien ha caído en cuenta que la monarquía española es una vetusta figura, restaurada por Franco y que está envuelta en situaciones sórdidas y non sanctas. Tampoco ha sido el rap de Hásel al que se le puede atribuir la autoría de los cuestionamientos al proceder de la policía en manifestaciones, desalojos o algunos hechos menos públicos y que han resultado en vulneraciones claras a los derechos humanos de una o varias personas.

Solo hay que retroceder algunos meses en la historia para recordar que el rey emérito, Juan Carlos I de Borbón, pasó de ser rey a rey emérito, porque luego de casi 40 años de reinado, dimitió a favor de su hijo Felipe VI. Dimitió justamente porque el escándalo público que había sobre sus hombros era de una gran magnitud. Dejar la corona en las manos (o la cabeza) de su hijo, sin duda, bajó la tensión que había sobre él, pero no la disipó por completo.

Felipe VI llegó como una figura más serena, elegante y ecuánime. Un estilo diferente de ejercer la monarquía. Tan diferente que incluso se distanció de su padre al anunciar que renunciaba a la herencia de los bienes que le correspondían como hijo de Juan Carlos en el momento en que tomaron más fuerza las investigaciones por sobornos recibidos a lo largo de años, por intervenir en la adjudicación de licitaciones de construcción de vías férreas y otras grandes obras de ingeniería desarrolladas por empresas saudíes, un Odebrecht del viejo mundo.

Finalmente, y en plena pandemia, cuando el mundo tenía los ojos puestos en España como una de las naciones más afectadas por la covid-19, Juan Carlos decidió salir con rumbo a Emiratos Árabes Unidos, donde vive en un hotel bajo el amparo del príncipe heredero Mohammed bin Zayed al-Nahyan. El rey aclaró que no huía, sino que deseaba tomar distancia de la situación, pero que se mantenía en disposición de atender los llamados del fisco español.

En resumen, Juan Carlos I está vinculado a investigaciones que van desde aceptar coimas, hasta amenazas de muerte en contra de su amante y los miembros de la familia de esta, pasando por intervenir ilegalmente las comunicaciones de quienes le han sido contrarios en diferentes ámbitos de la vida nacional.

Sin embargo, es importante ver que el comportamiento individual de uno de los miembros de la monarquía no es ni ha sido realmente el centro de la discusión que ha tomado fuerza en los últimos años. Así el comportamiento de Juan Carlos y su prole fuese similar al de los casi ascéticos y silenciosos reyes de Noruega o Suecia, lo que ha renacido, entre otros escenarios, en las letras de Pablo Hásel, ha sido el cuestionamiento a que siga existiendo una figura medieval como la monarquía.

Esto porque si a algo se le puede llamar figura, es a un rey o una reina. Por ejemplo, la reina Isabel II, cumple como monarca de 16 Estados independientes constituidos en reino (no solo Inglaterra) que forman la Mancomunidad de Naciones Británicas. En ese sentido su reinado se extiende incluso hasta Canadá, aunque es difícil de creer que la comunidad canadiense vea a Isabel como “su reina”.

Sin duda figuras como Isabel o el mismo Juan Carlos cumplen papeles de Estado y representan a sus países en diferentes instancias diplomáticas. No obstante, esto en sí mismo no justifica la existencia de la figura de la monarquía como instancia hereditaria y perenne.

Es contra este tipo de situaciones que Hásel dirige sus dardos. Pero el sistema está diseñado para protegerse a sí mismo y los tiempos modernos, que generan expresiones modernas, también desarrollan ámbitos modernos de castigo y censura. Las redes sociales se han convertido en un escenario que, en algunas circunstancias, logra romper sus cercos y termina difundiendo copiosamente ideas, iniciativas y cultivando identidades.

Sin duda, los filtros están puestos desde el poder. Que se le cierren las cuentas en redes a Donald Trump luego del asalto al Capitolio el pasado 5 de enero es dejar en el terreno de las redes sociales lo que incluso ha trascendido al “mundo real”. Que a un rapero que escribe tuits en los que hace preguntas naturales sobre la monarquía y señala a sus miembros por comportamientos que cometidos por cualquier otra persona sí podrían catalogarse de muchas maneras se le lleve a la cárcel por estos dichos es trasladar la censura del mundo de las redes sociales al “mundo real”.

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