“No me convencen con razones”, dice el gallego de un añejo chiste discriminatorio; “el que pega primero pega dos veces”, sentencia otro aforismo consolidado en el imaginario popular.
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Son dos formulaciones simples y conocidas que nos van a ayudar mucho para explicar cómo es, en general, la conducta de los votantes. Que es mucho más irracional de lo que se querría aceptar: por los votantes mismos, en primer lugar y, en segundo lugar, por los periodistas, productores y anunciantes. Estos últimos ganan tanto con los debates entre candidatos que quieren hacer creer que son insumos fundamentales para la decisión racional meditada del votante, tan importantes, que deberían ser obligados por ley a debatir (o sea, conminados a contribuir a sus lucros). Y que no me digan que el rating de los debates prueba su importancia electoral, porque no se ven como modo de adquirir elementos nuevos para una mejor decisión, sino por otros motivos mucho más pedestres, aunque a veces también decisorios, pero no racionales. Al menos esto es lo que dicen politólogos profundos (no amables charlatanes compinches), psicólogos sociales y teóricos de la comunicación, en especial de la política. Vayamos a algo de eso.
Opiniones, actitudes, persuasión, seducción, evolución
Dos primeras distinciones deben hacerse para desbrozar el camino a una comprensión del votante: opiniones vs. actitudes; persuasión vs. seducción; y en un contexto histórico-evolutivo.
Las opiniones son creencias de contenido intelectual, cognitivas; las actitudes son posicionamientos emocionales, de contenido moral, normativo, del orden de las predisposiciones básicas que contagian las conductas.
Desde Aristóteles sabemos que, al lado de la demostración convincente (episteme), la vida cotidiana transcurre sin demostración de nada (doxa). En ese cotidiano no-científico pseudo-demostrativo, una cosa es el intento de convencer persuadiendo cognitivamente de algo, y otra cosa es seducir emocionalmente para convencer. A lo primero le dedicó su libro Retórica, con ejemplos del trabajo de los sofistas en Argumentos sofísticos; a lo segundo, su Poética.
Pasaron los siglos, y solo los monjes medievales, en sus tribulaciones teológicas y dogmáticas, cultivaron ambas modalidades, en especial la retórica. Pero el siglo XX, con la aparición de los sondeos de opinión pública, consolida la publicidad y la propaganda como modo de convencer de la compra de la oferta comercial. Los anuncios argumentan sobre las virtudes de los bienes y servicios ofrecidos a la demanda, como buenos o mejores satisfactores que otros; hasta que se dan cuenta de que es más seguro y barato, por ejemplo para vender analgésicos, que en lugar de construir largos argumentos y dibujos del trayecto de la píldora multibenefactora por el organismo, persuasión cognitiva, era más barato y seguro mostrar a alguien prestigioso y modélico tomando una pastilla, solo sonriendo, o bien en dos tiempos: cara de dolor-cara de bienestar; la vulgarización, desde la psicología profunda, del concepto de ‘identificación’ de alguien con alguien, da la clave: Luis Suárez y Natalia Oreiro tomando ‘X’ venderían por identificación (seducción emocional) más que un largo razonamiento médico (persuasión intelectual).
Los propagandistas políticos aprenden rápido de sus colegas comerciales. Habrá que intentar la identificación emocional del candidato con el votante, más que persuadirlo cognitivamente de la mejor oferta. En buena medida porque la inmensa mayoría de los votantes-audiencia no tienen ni los conocimientos ni el tiempo de evaluar ofertas distintas de candidatos diferentes, no creen que puedan opinar sobre opiniones; en parte porque creen que pueden evaluarlo mejor en su moral o en sus condiciones para gobernar, involucrados en muchas áreas: en sus actitudes, que permearán sus opiniones y desde ellas sus conductas, como estableció ya John Locke; y sus modelos de buena actitud gobernante la habrán conformado como modelos o antimodelos, abuelos, padres, superiores jerárquicos, jefecitos de barra y capitanes de equipo de fútbol.
Es decir que la convicción electoral se da por un proceso de identificación actitudinal, que es de seducción emocional, más que de coincidencia con opiniones, de persuasión intelectual. Lo que se va a buscar en un debate electoral no son nuevos elementos de decisión racional, sino, en primer lugar, nuevos modos de reforzar la decisión ya tomada a priori y nuevos modos de criticar las alternativas a ella, o sea, no nuevos elementos para decidir, sino nuevos modos de reforzar lo decidido, de defenderlo íntimamente y en público; y nuevos modos de descartar lo ya descartado, reforzamientos a posteriori de decisiones por y contra ya hechas antes de los debates; no son proveedores de mejores decisiones racionales, sino proveedores de mayor seguridad emocional íntima y pública sobre las decisiones. Así lo dicen, desde 1944, Paul Lazarsfeld, en su monumental estudio de cómo hace su decisión el votante norteamericano; Carl Hovland, en 1953 y 1957, sobre la comunicación persuasiva; Joseph Klapper, desde 1960, en sus estudios sobre comunicación; Frank Bledijan, en 1972, en sus estudios de la comunicación de masas; Leon Festinger, desde 1955-57, en sus estudios sobre búsqueda de consistencia cognitiva; y Elisabeth Noelle-Neumann, sobre el imán de las mayorías, en 1984.
Entonces, y cada vez más con el tiempo, el vínculo del candidato debatiente-emisor con el votante-audiencia-receptor no es de persuasión cognitiva sobre conceptos y opiniones, sino de seducción emocional sobre valores y actitudes, de identificación. Y más de refuerzo de lo ya decidido emocionalmente que de adquisición de nuevos elementos para decidir racionalmente.
Impacto de los debates en la audiencia y en el voto
Contrariamente a lo que quieren hacer creer periodistas, productores y anunciantes que lucran con los debates, estos contribuyen muy poco a la decisión del voto; y el impacto que tienen no es en la racionalidad del voto, que es baja, sino de diversión conspicua, con la esperanza de presenciar asperezas; como modo de recaudar hechos y argumentos nuevos a favor de lo ya decidido, y hechos y argumentos nuevos en contra de los rivales o enemigos ya construidos como tales.
Bledijan distingue como modos de impacto de mensajes masivos: a) ningún efecto; b) inversión de actitudes y opiniones (conversión); c) afianzamiento de las adquiridas; d) debilitamiento de las mismas; e) adquisición de nuevas actitudes y opiniones.
Las investigaciones han mostrado que lo más común es el afianzamiento, y luego el debilitamiento, con pocas probabilidades de inversión, adquisición nueva o ningún efecto. El reforzamiento de lo ya a priori creído y sentido (c) es el efecto más probable, en buena parte porque los debates suceden a fin de campaña, cuando ya se han decidido los motivos de la decisión; y en parte porque lo que van a buscar es diversión y alimentos para la convicción íntima y para el debate en diversos ámbitos (familiar, barrial, laboral, etc.), y no insumos para una decisión racional futura. Y, quizás lo más importante para el futuro de la humanidad, porque el impacto más probable de la comunicación de masas es el reforzamiento de las opiniones y actitudes ya conformadas o en conformación, y de las mayoritarias, descartando o ignorando activamente (ninguneo, negación de exposición al mensaje emitido), rechazando por complejizantes y equivocadas (rechazo) u olvidándolas, no reteniéndolas (retención selectiva) y sí a las coincidentes con los a priori propios y de las mayorías (consonancia cognitiva y emocional).
Aunque, si la decisión individual aún no ha sido hecha, los debates pueden ser minidecisivos, siempre con bases no racionales, como lo es la mayor parte la conducta humana; del mismo modo si el debate ocurre en un contexto de paridad electoral. Son elementos decisores en el límite, pero no los conformadores básicos de opiniones, actitudes y votos. También sirven para racionalizar la irracionalidad básica, con vergüenza por ella. Además, los debates racionalizan el lucro de sus organizadores y les dan, a veces, algo irracional nuevo a los pocos indecisos que sobran al momento de los debates, que los presencian con gesto adusto y racional, racionalización a la que la prensa contribuye con la infundada difusión de la creencia en que el voto es racional y que los debates contribuyen mucho a la decisión y a su mejor racionalidad. Casi nada de eso. Bullshit, según las ciencias sociales que los han analizado, lector.