Por Manuel González Ayestarán
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
El pasado domingo casi 47 millones de alemanes acudieron a las urnas para elegir a los 709 diputados del Bundestag, quienes deberán elegir posteriormente a la persona que se situará al frente de la Cancillería de la República de Alemania. Como viene sucediendo en países como Francia o España, la traición de la socialdemocracia tradicional a la clase trabajadora mediante sus pactos clasistas con la derecha de la austeridad ha dejado a las clases populares en un estado de desorientación, que provoca la fragmentación del tablero parlamentario. La reacción de este descontento popular, constreñida por los parámetros ideológicos impuestos por la clase dominante, se ha materializado en el ascenso de dos partidos de cuño derechista: el filonazi Alternativa para Alemania (AfD) y el ultraliberal Partido Democrático Libre (FDP). Así, tanto la coalición liberal cristiana liderada por Angela Merkel, (CDU/CSU) como el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) han cosechado sus peores resultados desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. A pesar de ello, continúan ostentando el primer y el segundo puesto respectivamente en los comicios. Por otra parte, al contrario que en otros países europeos, como los nombrados previamente, en Alemania se ha registrado un aumento de 4,7 por ciento de participación en comparación con las elecciones de 2013. De esta forma, reina en Alemania cierto desequilibrio político que, sin embargo, resulta inofensivo para la hegemonía de las clases dominantes nacionales y europeas. El partido de Angela Merkel, triunfante con 32,9 por ciento de sufragios, tendrá que componer una alianza con el liberal FDP (10,7 por ciento) y con los liberales ecopacifistas Alianza 90/Verdes (8,9 por ciento) para formar gobierno. Esto se debe a que el SPD (20,5 por ciento), en principio, ha rechazado retomar la coalición fraguada en la pasada legislatura con el partido de Merkel. Este escenario es el prólogo de meses de negociaciones debido a la existencia de múltiples diferencias entre los partidos que deberían integrar la conocida como “coalición jamaiquina” (debido a los colores negro, verde y amarillo de los tres partidos). Negociando la austeridad En primer lugar, los diputados verdes se encuentran divididos entre sus polos derecho e izquierdo, y una parte importante de sus bases rechaza una alianza con los demócrata cristianos y los ultraliberales. Alianza 90 fue un partido que surgió en Alemania Oriental en 1990, fruto de la coalición de tres agrupaciones anticomunistas como Foro Nuevo (cuya mayor parte de miembros históricos destacados actualmente milita en la CDU), que se fusionó con Los Verdes en 1993. Por otro lado, el FDP rechaza el proyecto europeísta que CDU/CSU está forjando con el presidente francés Emmanuel Macron, el cual incluiría entre otras cosas crear un presupuesto común. Esto se debe a que el sector de la burguesía al que representa la formación ultraliberal se niega a financiar con dinero alemán la deuda de terceros países que pueden no llevar a cabo las reformas de austeridad que se les exigirían. En el proyecto europeísta del FDP un país como Grecia hubiese sido expulsado de la UE años atrás. El pasado miércoles, CDU/CSU hizo público que el ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, planea abandonar su cartera, con la previsión de que presida el Parlamento. Como mano derecha de Merkel, Schäuble representa el rostro de las políticas de la austeridad. Esta maniobra puede ser entendida como una medida en favor del entendimiento con el FDP, ya que el Ministerio de Finanzas es uno de los principales anhelos de este partido. La salida de Schäuble supone un obstáculo menos para las negociaciones. De hecho, el líder de FDP, Christian Lindner, declaró a través de su perfil de Twitter que “el apoyo a Schäuble como presidente del Bundestag está asegurado. Personalidad extraordinaria y autoridad natural”. Próximamente, el presidente de la República deberá proponer a un candidato a canciller, el cual deberá ser elegido por el Bundestag. Si esto no sucede, la Constitución no establece un período máximo para formar gobierno, pero estará en la mano del presidente elegir a un canciller, aunque este no cuente con el respaldo mayoritario del Parlamento tras las votaciones pertinentes, o disolver la cámara y convocar nuevas elecciones. De momento, hasta que se celebren los comicios en el importante estado de Baja Sajonia el 15 de octubre, ningún partido moverá sus fichas. La Alemania que se ha expresado en estas elecciones es un país marcado por la reducción de los derechos laborales y la desigualdad social. Según el último informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el 10 por ciento más rico de la población acapara 60 por ciento del patrimonio privado. En este sentido, la “locomotora de Europa” es actualmente uno de los países más desiguales del continente. Mientras el complejo industrial y el tercio más rico de la población se benefician de los frutos de la reforma laboral flexibilizadora, impulsada por el socialdemócrata Gerhard Schröder en 2005, millones de personas sobreviven a una realidad laboral marcada por la temporalidad y la precariedad. Actualmente, el desempleo se ubica por debajo de seis por ciento, sin embargo, 45 por ciento de las contrataciones realizadas en 2016 fueron de corta duración, según el instituto estadístico oficial Destatis. Además, a principios de 2017 se registraron unos 7,6 millones de trabajadores en situación de precariedad. Por otra parte, casi un millón de jubilados se ven obligados a trabajar para sobrevivir; esto implica alrededor de 30 por ciento más que en el período previo a la reforma laboral. La flexibilización del trabajo ha hecho también que en torno a cinco millones de personas en Alemania trabajen en régimen de minijob (contratos de baja remuneración, exentos de cotizaciones y de un máximo de 15 horas de trabajo a la semana). La mitad de ellos cobraron menos del salario mínimo, según un estudio del Instituto Económico y Social. Con este panorama, la clase trabajadora alemana ha mostrado su rechazo hacia los partidos tradicionales, artífices de un crecimiento económico basado en la explotación y la exclusión. Sin embargo, los datos evidencian que la opción izquierdista Die Linke (9,2 por ciento) no ha sabido captar el voto de los sectores frustrados de la clase trabajadora. Este partido, integrado por anticapitalistas, comunistas reformistas y socialistas democráticos apenas ha mejorado sus resultados 0,6 por ciento respecto a los comicios de 2013. Sin embargo, este partido es la primera fuerza en Berlín Oriental, acumulando casi 40 por ciento del voto. Fantasmas que no se fueron Por otro lado, la formación que mayor rédito político ha sacado del período homogeneizado por la coalición socialdemócrata-conservadora de los últimos años ha sido AfD, la cual ha aumentado su apoyo en 7,9 por ciento de sufragios. Esto ha hecho que, por primera vez desde la fundación de la República Federal Alemana (RFA), un partido abiertamente filonazi vuelva a tener representación parlamentaria en el país. Sin embargo, al contrario de lo que sucedió en la República Democrática Alemana (RDA), el gobierno de la RFA nunca llevó a cabo una purga efectiva de los nazis en sus instituciones (de hecho, Washington reclutó a muchos altos cargos militares del Tercer Reich en su proyecto anticomunista durante la Guerra Fría), por lo que se puede decir que muchos de ellos nunca abandonaron sus puestos en instituciones políticas y judiciales. El ministro de Justicia alemán, Heiko Maas, hizo público en 2016 un estudio en el que se reconoció que más de la mitad de los directivos nacidos antes de 1927, que entre 1949 y 1973 trabajaron para esta cartera, pertenecieron al Partido Nacional Socialista Obrero Alemán. Uno de cada cinco fue miembro de los grupos de asalto SA y alrededor de 16 por ciento procedía del antiguo Ministerio de Justicia del Tercer Reich. Actualmente, contrario de lo que se cree, los votantes de AfD proceden de multitud de grupos políticos y sociales. Su poder proviene del apoyo de amplios sectores de la pequeña burguesía así como de industriales con intereses especiales en el mercado interno y reacios a la globalización y a las políticas de rescate. Según un informe de la Fundación Hans Böcker, alrededor de la mitad de sus electores se ubican en una franja etaria de entre 25 y 59 años. Si bien alrededor de 22 por ciento reconoció estar desempleado, 21 por ciento lo conforman trabajadores privados, 10 por ciento funcionarios y 12 por cierto autónomos. El informe concluye que la AfD se nutre del miedo de los estratos medios a perder su estatus social. Esto alimentó el viejo discurso xenófobo de oposición de los trabajadores nacionales a los extranjeros y la revalorización de la identidad nacional. Según el citado estudio, 33 por ciento de los apoyos de la formación filonazi aseguró que sus ingresos se ubican entre 1.500 y 2.500 euros mensuales. El buen resultado que ha cosechado la AfD en las elecciones del pasado domingo constituye un hito en lo que se puede entender como una suerte de revolución neonazi pregonada por el intelectual ultraderechista Götz Kubitschek. Este individuo fundó en el año 2000 la editorial Antaios, en torno a la cual se construyó todo un polo de pensamiento ultraderechista, que ha dado lugar a organizaciones islamófobas, think tanks y partidos como AfD. Uno de los éxitos de esta editorial fue la obra Finis Germania de Rolf Peter Sieferle. Este ensayo se constituyó como una de las principales referencias de la nueva ultraderecha alemana, presente en el movimiento islamófobo Pegia y en el partido AfD. Su obra advierte del ocaso de Alemania como nación debido a la mezcla entre inmigración, refugiados y el supuesto antigermanismo y falta de patriotismo impuestos por la difamación del nazismo desde la Segunda Guerra Mundial. Sieferle criticaba que cualquier visión que relativizase los crímenes cometidos por el régimen nacionalsocialista durante el último medio siglo era vista como una suerte de blasfemia. Con este discurso, Finis Germania permaneció semanas en la lista de libros más vendidos de la plataforma Amazon y fue recomendado por la crítica literaria del semanario Der Spiegel.