El segundo martes de noviembre Trump enfrenta su primera prueba electora. En los casi dos años de gobierno, su popularidad ha sido puesta a prueba. Si bien es cierto que casi todos los medidores le dan índices muy negativos, entre otros la caída más rápida de un presidente en la historia de EEUU, tampoco le daban triunfador en las elecciones presidenciales. Aunque no debemos olvidar que ganó por la particular legislación electoral americana de 1776, sacó casi tantos votos menos que su contrincante como habitantes tiene el Uruguay. Igual no era esperado. ¿Qué estrategia se plantean los demócratas para esta primera prueba ante el soberano?
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Desde Uruguay, y por qué no decirlo, en general los analistas políticos de la TV internacional, parecen creer que el tema es ganarle las mayorías parlamentarias a Trump. Y, agrego, en el actual estado de acusaciones judiciales en su contra, muchos deducen que todo se reduce a medir fuerzas para ver si se le puede someter a juicio político.
Llevo ya unos días en la capital del Imperio. Mañana estaré en Norfolk, sede de la Universidad de Carolina del Norte para dar unas charlas sobre refugio y literatura, para estar en una semana en la Sede de ONU. Tanto mis viejos compañeros/as de WOLA como la Universidad tuvieron una serie de reconocimientos inmerecidos. Pero sobre todo me van permitiendo ver otra realidad.
Expliquemos primero cómo es el proceso electoral de EEUU. Los senadores representan Estados y los congresistas distritos, dentro de los mismos, o sea jurisdicciones menores. El mandato de los congresistas es de dos años y el de los senadores de seis. Por esta razón, los congresistas cada par de años eligen todos los miembros de su Cuerpo, mientras que el Senado se renueva, pero por tercios. Esto es clave para analizar las próximas elecciones de noviembre llamadas de “medio término. Solo así, luego aventurar qué consecuencias puede tener el resultado para Donald Trump y la estrategia de los demócratas.
A pesar de que la popularidad del presidente es baja, se sigue manteniendo en 38%. Nixon llegó antes de su renuncia a 25, y las acusaciones en su contra eran juego de niños, comparadas con los cargos que se anuncian contra Donald Trump.
Este sistema, sumado a que ya se da por un hecho que los demócratas recuperarán la mayoría en el Congreso, el hecho de que solo uno cada tres sitios en senadores estará en disputa, hace que tal vez la mayoría de la Cámara para los azules (demócratas) pueda ser mayor que la esperada. Porque allí donde una banca senaturial esté en juego, los republicanos concentrarán su esfuerzo en los distritos más tradicionales permitiendo que la mayoría de la oposición en diputados sea mayor. De este modo, se prevé que los demócratas pasen a dominar el Congreso, pero es aritméticamente imposible que logren mayoría en el Senado.
Esto descartaría del todo la mentada posibilidad de juicio político (impeachment) al presidente. Pero eso no es problema para la oposición. Porque no es lo que buscan. Más bien están tratando de conseguir un buen candidato/a que le gane a Trump,
En efecto, los estrategas republicanos saben que en las “elecciones intermedias” habrá votos para acusarlo en el Congreso. No para destituirlo en el Senado, como manda la Constitución. Pero si los tuvieran, un candidato tan desprolijo, racista y autoritario que mantiene un bajo pero estable 38% de ser destituido puede ser victimizado y más poderoso. Para ganarle, necesitan a alguien que maneje los nuevos códigos de comunicación de la sociedad pero con otros valores.
Las miradas de los líderes de demócratas están centradas en Beto Orarke, candidato al Senado por Alabama que disputará contra el exprecandidato ultraderechista Ted Cruise. Algunas encuestas les dan cabeza a cabeza, otras dan 20 puntos arriba a la derecha. Alguna se equivoca. En lo que todas coinciden es en que de ganar sería el candidato con mejores posibilidades de derrotar a Trump en dos años.