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LO QUE MERECE SER CONTADO

Elogio a la historia

CAROL. Director: Todd Haynes. Elenco: Cate Blanchett, Rooney Mara, Sarah Paulson, Kyle Chandler, Jake Lacy, Cory Michael Smith. Estreno: 2015.

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Caras y Caretas Diario

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Por P.J.H.

Nueva York, años cincuenta, poco tiempo antes de Navidad. La atracción se dispara durante un encuentro casual, en una tienda en Manhattan. Therese Belivet, morocha, de pelo corto, mirada azul oscuro, es una de las empleadas del local. Ella duda, duda en todo momento: no sabe lo que quiere comer a la hora del almuerzo, no sabe con quién compartir su cama. Pero se ajusta: a la supervisora de lentes y gesto adusto, al sombrero navideño que le agregaron al uniforme, al horario; después se entregará al impulso. Carol Aird, en cambio, no duda. Ella es alta, rubia, mayor que Therese, y luce el porte elegante y sofisticado de una aristócrata venida a menos. Juega con algo de soberbia pero la domina con una serenidad tan firme como entrañable.

Las miradas se cruzan en medio del agitado salón de ventas. Pocas palabras, un regalo para la pequeña hija de Carol, una recomendación de Therese (un tren eléctrico), los guantes de Carol que quedan sobre el mostrador. Pocos meses después, ya hacia fines del invierno boreal, en un lujoso restaurante: Therese mira con otra seguridad a los ojos de Carol y las palabras no son necesarias; no es el final, es el segundo comienzo de la historia, el que sigue después del fundido en negro.

El director Todd Haynes (I’m Not There, Lejos del cielo, Velvet Goldmine) no escatimó sensibilidad ni inteligencia para hacer de Carol, que compite en varios rubros importantes de los premios Oscar, un relato íntimo, creíble. Como puntas de lanza de este proyecto contó con las elogiables actuaciones de Cate Blanchett (Carol Aird) y de Rooney Mara (Therese Belivet), que componen sus personajes con humanidad y contenida tensión expresiva, y el guion escrito por Phillys Nagy a partir de la novela Carol: The Price of Salt, de Patricia Highsmith. A estos aciertos hay que sumarle la cuidada dirección de cámara y la notable fotografía de Edward Lachman, con las que Haynes se detuvo a explorar la intimidad de los rostros, las miradas, los gestos, los paisajes urbanos y rurales.

Sin golpes bajos ni consignas panfletarias, la narración se concentra en estas dos mujeres. Y ahí ya hay mucho para contar: que se enamoran y que pelean por esa relación sin grandes gestos épicos, que tienen que lidiar con los ejemplares masculinos que poseen y no sueltan la presa, que tienen que sortear las condenas morales, que deben acomodar el cuerpo a la ambigüedad de una sociedad encorsetada por los rituales.

Lo que vale en esta historia es el arremolinado espesor simbólico de la diferencia. Y esto no merecía contarse con efectismos ni extrañas vueltas de tuerca. Por eso Haynes fue directo; fue directo a lo que merecía contarse: la entrañable humanidad de Carol y Therese. Y acertó.

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