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coronavirus | LUC | pandemia

No se sale de la emergencia social esperando la vacuna

Por Alberto Grille.

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Caras y Caretas Diario

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No debe llamar la atención que, más o menos, las encuestas de opinión pública revelen que los que apoyaban a Lacalle Pou en las elecciones de noviembre sigan apoyándolo, y los que votaron al Frente Amplio sigan convencidos de que la coalición que ganó hará un mal gobierno.

Tampoco parecería sorprendente que las encuestas de hace unos días revelen conformidad con el residente ni me parece relevante que baje su popularidad un 9% una quincena después.

No llama la atención porque voto más o voto menos, desde hace 25 años, el país está dividido en dos mitades.

Es probable que sucedan tantas cosas desde aquí hasta dentro de cinco años que los encuestadores se van a aburrir de sacarles plata a los políticos vendiendo paquetes de ilusiones.

En esta realidad que nos tocó vivir, de un eterno empate desde hace más de dos décadas, el gobierno entrante parece estar cómodo, máxime que cuenta con cinco años por delante, en los que cree que podrá hacer lo que se propone: destrozar Antel para poner sus negocios en operadores privados, debilitar la educación , la salud y las empresas públicas, aprobar leyes regresivas, neoconservadoras, represivas y reaccionarias, serruchar derechos adquiridos e imponer políticas antipopulares afectando derechos, ingresos y salarios de trabajadores y jubilados.

Cuenta para esta cruzada restauradora con los medios hegemónicos concentrados, con las cámaras empresariales, los sectores más conservadores de la Iglesia Católica, las iglesias neopentecostales, el capital financiero, núcleos militares nostálgicos, la corporación agroexportadora, los cinco partidos de la coalición y una bancada parlamentaria con mayorías propias y muy dispuesta a que el Frente Amplio no regrese más al gobierno.

Recién van algo más de 60 días desde que esta coalición asumió el gobierno y se van mostrando las cartas poco a poco.

La crisis sanitaria ha ocultado lo esencial porque el virus y la pandemia han encandilado con potentes luces para ver en la niebla.

En verdad, los números que conocemos o los que nos ocultan en los informes epidemiológicos que se emiten diariamente y que están llenos de inexactitudes, falsedades, omisiones y descontextualizaciones parecen insinuar que la epidemia no avanza como podía haberse previsto en variadas hipótesis y esto, tal vez, sea resultado de acciones que se hicieron rápidamente y que el gobierno se atribuye sin mucho pudor, sin reconocer que se hicieron con un fuerte apoyo de la población en general, de la Udelar, el movimiento sindical y especialmente los gremios de la salud, las prestadoras privadas del sistema nacional de salud, la oposición política, el Instituto Pasteur, el Sindicato Médico y las autoridades frenteamplistas que hasta mediados de marzo se mantuvieron en los directorios de ANEP y los órganos desconcentrados, de ASSE y los entes del Estado, prestando toda su colaboración y cumpliendo estrictamente las directivas recibidas.

Por las dudas, hay que hacer constar que de las encuestas surge un fuerte apoyo a las medidas restrictivas que se propongan poner obstáculos físicos y biológicos al Covid-19.

Cuánto más restrictivas, la gente las apoya más, aunque curiosamente después se llene la rambla de paseantes los domingos de sol a la tarde .

Lo que impacta en la cabeza de la gente es la pandemia. Ella domina la atención y la misma parece estar un poco al costado de la política. Cualquiera se da cuenta de que si la epidemia no explota, al gobierno le viene bien, pero es obvio que a la oposición también le viene bien. A nadie le viene bien infectarse con el coronavirus.

Ahora bien, más allá de cierta soberbia inicial de un presidente que se enamoró del chupete que le ponen los canales privados y que anunció insuflado que se haría cargo de cosas de las que nadie se puede hacer cargo, no hay quién pueda evitar esa división histórica de izquierda y derecha en dos mitades. Esto ocurrirá aunque cada uno culpe al gobierno o lo aplauda por las acciones que haya adoptado para enfrentar una epidemia que aún nadie sabe cómo va a terminar y nos advierte que por el virus nadie cambia de ideas políticas.

Lo que está claro, si se actúa con honestidad, es que la pandemia no debe ser politizada aunque se exija a las autoridades que actúen responsablemente, suministren la información epidemiológica con transparencia y fundamentalmente protejan a las poblaciones más vulnerables, los mayores de 65 años, los residentes en hogares para adultos mayores, los pacientes internados en unidades psiquiátricas, los habitantes de los asentamientos y barrios populares y los presos.

Lo que si dará para hacerse cargo son los resultados económicos y sociales que están ocurriendo y que están llevando a la pobreza y a la indigencia a muchísima gente que hoy está sufriendo la desocupación creciente, comiendo en los merenderos, haciendo cola para pedir préstamos en las financieras y viviendo con un salario menguado por la inflación, con las mensualidades achicadas por los seguros de paro y la cotización del dólar que principalmente beneficia a la corporación agroexportadora.

Es probable que el relato de gobierno ponga las culpas en el gobierno anterior, la oposición o en la mala suerte de haberlo puesto frente a esta epidemia, pero en verdad, hasta ahora, hemos tenido -nosotros y el gobierno- suerte con el virus, y las cosas en la economía podrían haber sido diferentes si el Ejecutivo hubiera mostrado otra sensibilidad que la de tirarles una ayuda muy escasa a a los asistidos por el Mides, unas modestas canastas a los más desprotegidos y unos pesos a los monotributistas.

El resto que se ha aportado a los más humildes lo han aportado la gente y las organizaciones solidarias, algunos empresarios más sensibles que han aportado a los merenderos y ollas populares y al Fondo Coronavirus, y otros empresarios que complementan los seguros de paro para que sus trabajadores llenen la cacerola.

Tal vez sea el momento de hacer algo más por la gente además de mencionar a Keynes y hablar en la cadena de las 20 horas. Es el momento de entender que el mercado no se hará cargo de los pobres, pero tampoco de las pequeñas y medianas empresas, ni de los artistas populares, ni de los músicos, ni de los profesionales que han tenido que cerrar los consultorios, ni los fleteros, ni los pequeños comerciantes, las peluquerías, los mozos de los boliches y los taxistas.

Las cosas podían haber sido distintas si en lugar de confiar en los motores del mercado, la ministra de Economía, Azucena Arbeleche, y el director de la OPP, Isaac Alfie -el que tira la piedra y esconde la mano-, hubieran pensado en que el apoyo que había que darle a esta gente debía ser lo suficientemente significativo para que no llegaran a tocar el piso.

Recién van algo más de 60 días de haberse declarado la emergencia sanitaria y la gente cumplió, en general, con las normativas aconsejadas de distanciamiento social e higiene personal.

Cada uno sabe lo que le costó quedarse en casa sin poder parar la olla, pero el gobierno tiene que darse cuenta de que no se puede ser tan cabeza dura y aceptar que la inflación ya se le está escapando de las manos y, probablemente, también se le está escapando la desocupación.

El aumento de las tarifas públicas se podía haber postergado, la disparada de los precios y la especulación se podían haber previsto y se podían haber tomado medidas para evitarlas.

Lo mismo con el aumento del IVA en las compras con tarjeta.

Ahora hay que dejarse de embromar y evitar los cortes de luz, teléfonos e internet. Hay que postergar el pago de los alquileres y las cuotas de vivienda adquirida por el Banco Hipotecario o préstamos sociales, y hay que procurar darles más ayuda a los beneficiarios del Mides y un salario de emergencia a los desocupados, al menos por unos meses.

Si los amigos del presidente prescinden del fundamentalismo neoliberal y dejan de confiar en el mercado como resorte que arregla todo, tal vez haya una oportunidad de que salgamos de esta emergencia sanitaria sin una costosísima emergencia social.

De la emergencia social será más difícil recuperarse que de la emergencia sanitaria porque no se arregla esperando la vacuna.

 

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