Proquimur es una empresa que tiene más de tres décadas y mantiene su original perfil familiar. ¿Cómo nace? Quienes estamos hoy somos la segunda generación de la empresa. La empezó mi padre con dos socios, el ingeniero Jorge Panizza y el contador Roberto Reyes, en 1981. Mi padre era agrónomo y trabajaba con Panizza en su quinta de manzanas. En aquel momento para tratar los frutales se utilizaba una mezcla sulfocálcica. La empresa que hacía esa mezcla un día dejó de hacerla y con la preocupación de que se quedaban sin producto, surgió la oportunidad de empezar a producirla. Se hicieron los números, alquilaron el predio donde hoy está la planta y empezaron a elaborar. La mezcla sulfocálcica se compone de azufre y cal, y sirve para la cura de invierno para los manzanos y las viñas. Es un producto poscosecha. Pero ya no lo hacemos más. ¿Cuándo dejaron de hacerlo y por qué? Hace unos 12 años más o menos, a raíz de que la empresa definió otros rumbos. En un momento, obtuvimos la representación de la multinacional de agroquímicos Rhone-Poulenc y desarrollamos su línea de trabajo en fitosanitarios. Luego de varias fusiones, esa empresa fue finalmente adquirida por Bayer, y como tenía otros distribuidores en Uruguay, nos quedamos sin la distribución. Eso fue cerca del año 2000. En ese momento, y como ya teníamos la distribución armada, decidimos fabricar nuestra propia línea de productos. Ahí fue cuando descubrimos Asia y dónde estaban los proveedores de materia prima, así que pasamos a tener un perfil mucho más industrial. En el año 2004 una empresa danesa (Keminova) llega a Proquimur para que les formulemos sus productos. Esa etapa fue importante porque nos permitió desarrollarnos en cuanto a la calidad y los procesos. Eso nos duró hasta 2013, cuando los daneses venden la multinacional a una empresa americana (FMC), que se llevó la producción para otro lado. Perdimos 8 millones de litros de producto casi de un día para el otro. ¿Cómo se repone una empresa de esos golpes? Antes de que llegara Keminova, tuvimos el tornado de 2002, que nos tiró todo abajo. Eso fue algo malo, pero a su vez nos permitió levantar la fábrica ya con otras características. Por eso siempre digo que no hay mal que por bien no venga. Por otro lado, la situación con FMC nos puso frente a desafíos grandes y definimos salir más agresivamente a conquistar mercados. En los últimos tres años realizamos inversiones importantes en registro de productos en Argentina, Paraguay, Bolivia y Brasil, donde cuesta mucho trabajo. Esto nos genera un horizonte mucho más lindo y propio. Las cosas que puedan pasar desde ahora van a depender de nosotros. Por eso soy agresivamente opositor a los TLC [Tratados de Libre Comercio]. ¿Me puede explicar esa postura? Como empresario uruguayo estoy convencido de que nuestra salida está en lo que nosotros podamos lograr con el ADN uruguayo y no con lo que nos digan que tenemos que hacer. Si entramos en los TLC, vamos a pagar las consecuencias. ¿Por qué? El uruguayo tiene que animarse a salir. Entender que el mercado nuestro es muy pequeño. Cuando uno llega a Paraguay, por ejemplo, el cliente quiere nuestra marca porque hemos logrado calidad, pero además quieren la marca Uruguay. Eso es algo que tenemos que aprender a capitalizar. También es cierto que si queremos entrar a mercados de commodities, vamos a quedar afuera; entonces el desafío es ofrecer algo distinto. En el caso de los productos fitosanitarios, ¿cómo se ofrece un valor diferencial? Nuestros productos son muy necesarios, pero tienen que ser responsables. La responsabilidad debe estar desde los controles de lo que hay dentro del producto hasta la manera responsable de usarlos. En el uso responsable del agroquímico está el futuro de todos. ¿Es imposible producir a gran escala sin agroquímicos? A gran escala es inviable. Pero se puede producir con agroquímicos de manera responsable. ¿Cómo sería una producción responsable? Los controles tienen que arrancar desde el momento en que los productos ingresan al país y desde que son fabricados (cuando se hacen acá). Para el usuario, algo que pregonamos es que el control de lo que se formula en Uruguay sea total y estricto. En nuestro caso, la materia prima y el ingrediente activo son controlados por el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca [MGAP]. Los productos tienen que cumplir normas internacionales y si no las cumplen, se rechaza la partida. Ahí hay una primera línea a la que le damos un valor agregado, que son los controles de lo que hay dentro del producto. El primer paso siempre es controlar lo que se va a poner en el mercado. ¿Se hacen bien esos controles en Uruguay? Yo creo que sí, pero también se pueden hacer mejor y más estrictos. Las empresas, mediante declaraciones juradas, tienen que hacerse responsables de lo que están poniendo en los productos. Eso como primera medida. Después, el control de qué se usa y cómo se usa. Ahí lo importante es el rol del ingeniero agrónomo, que es como el del médico cuando receta un medicamento. Creo que hay mucho margen para hacer las cosas de otra manera, aunque se está haciendo mucho. El MGAP ha avanzado mucho en esa materia, pero las empresas tenemos que avanzar más. ¿Hay algún tipo de incentivo para que las empresas sean más responsables en el uso de agroquímicos? No. Lo que nosotros pregonamos en la empresa y a la interna de la Cámara es que nuestro incentivo es el sustento de la actividad. Tenemos que hacer las cosas bien porque nos quedamos sin herramientas. Yo soy muy crítico con el tema del glifosato, porque es el agroquímico con peor prensa. Pero creo que uno no tiene que ir contra el glifosato, sino contra el mal uso del glifosato porque nos trae consecuencias mucho peores que el producto mismo. Hoy hay alternativas que se están usando frente a las que el glifosato queda como un bebé de pecho. ¿Cuáles, por ejemplo? Por ejemplo el Paraquat, que es un producto muy nocivo para el ser humano. Es un desecante y se aplica cuando falla el glifosato. En Uruguay hace cinco años se vendían 50.000 litros y hoy se están vendiendo 500.000 litros. Como herramienta agronómica es muy buena y ambientalmente no es tan grave, pero para el usuario es muy nociva. Es categoría 1 y sólo se puede vender con receta profesional. A mí me preocupa mucho el uso doméstico de estos productos. Nosotros tenemos un programa interno por el que estamos tratando de eliminar de la cartera los productos “banda roja” y “banda amarilla”. Si tenemos una herramienta menos tóxica o menos agresiva que pueda sustituir la herramienta vieja, vamos a elegirla. Las empresas tienen que elegir qué tipo de empresa quieren ser. ¿Cómo se compone el negocio de Proquimur hoy? Estamos tratando de transformarnos desde Uruguay en una empresa regional exportadora. La relación hoy es 60% mercado interno y 40% exportaciones. Queremos que esa ecuación se revierta de aquí a tres años. Estamos mirando hacia Argentina; en Paraguay hace un año que estamos y nos fue muy bien, y en Bolivia trabajamos con un grupo que tiene cinco casas de agroquímicos; son todas relaciones sólidas en mercados mucho más grandes que el nuestro y donde hay oportunidades preciosas. El próximo paso en el proceso de expansión está en lo que llamamos la región andina (Chile, Perú, Ecuador, Colombia), en la que todos registran productos bajo la misma norma. En Colombia ya tenemos algunos registros; y de allí vamos a llegar a Ecuador y Perú. Chile por ahora no. ¿La idea es tener escritorio propio o alianzas comerciales? La idea es siempre encontrar un socio comercial local. No descartamos poder tener una persona en algunos de los países, porque no deja de ser bueno para la organización. Por suerte la empresa está generando esas oportunidades. ¿Cuáles son sus características de la planta de producción? Es una planta nueva, moderna y muy segura desde el punto de vista medioambiental. Hace tres años Proquimur instaló unos equipos de tratamiento de efluentes con una tecnología muy avanzada. Hoy estamos muy contentos porque la Dirección Nacional de Medioambiente [Dinama] les está exigiendo ese estándar a las empresas del ramo. En el mercado interno, los herbicidas que vendemos son de formulación extranjera. A causa de la expansión regional, estamos proyectando hacer una inversión de una planta de herbicidas en el predio, pero aislada del resto de la planta industrial. ¿En qué fase está ese proyecto? Si no pasa nada raro, deberíamos empezar a ejecutarlo durante el segundo semestre de este año. Desde acá tenemos una ventaja estratégica para llegar a la región por las ventajas que nos da ser los socios más pequeños, junto a Paraguay, en el Mercosur. Entramos en la región con las formulaciones nacionales con arancel cero, prácticamente en todos los productos. Eso nos hace más atractivos para nuestros clientes regionales. ¿Cómo se imagina este negocio dentro de diez años? El negocio de los fitosanitarios va a seguir creciendo en el mundo. Probablemente con herramientas distintas que van a ir surgiendo, que se van a ir adoptando, a distintos ritmos, en cada país. Uruguay tiene hoy una posibilidad de adaptarse a esas herramientas mucho más rápido que otros países porque no tiene protección de patentes. Creo que vamos hacia algo más controlado y que puede haber más oportunidades para líneas de productos biológicos. Las empresas tenemos que empezar a pensar también en esa dirección, porque si estas líneas existen y son más amigables, van a tener su lugar, sobre todo en la producción hortícola-frutícola. ¿Cuántas personas trabajan en Proquimur? Hoy somos alrededor de 80. La mitad trabaja en las áreas comercial y administrativa y el resto en la producción. Estamos muy insertados en la zona de Juanicó, somos una fuente laboral y tenemos que seguir generando oportunidades.
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