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¿Encuestadores u operadores políticos?

Por Enrique Ortega Salinas.

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“Solo creo en las encuestas que he manipulado personalmente”, decía Winston Churchill. Antes de las elecciones internas, las empresas encuestadoras pronosticaban para Óscar Andrade una votación promedio de 12%; pero sacó casi el doble de lo augurado por los astrólogos de la política. ¿Se equivocaron o temían que Óscar fuera el candidato del Frente Amplio, ya que nadie podría debatir con él sin salir pulverizado?

Las encuestas sirven para medir la orientación de la opinión pública; pero, muchas veces, para orientarla.

Para las elecciones de octubre daban a la reforma de Larrañaga ganando cómodamente; pero no fue aprobada por la ciudadanía. El que acertó fue Darwin Desbocatti, quien auguró que ganaría la clásica inercia de los uruguayos y poner una papeleta en un sobre implicaba una acción.

Para el balotaje de noviembre, le erraron de 6 puntos a 10 puntos a la votación por Daniel Martínez, cuando un margen de error aceptable no pasa de 2,5% en una encuesta seria. Increíblemente, uno de los gurús de un poderoso canal dijo que el resultado final coincidió con encuestas que hicieron el fin de semana previo a los comicios, pero no pudieron publicarlas por la veda electoral. A ver: ¿hicieron encuestas sin que nadie se las pidiera y costeadas por ellos mismos? Esto es un atentado contra la inteligencia del uruguayo promedio. Sería más respetable decir dos palabras: “Nos equivocamos”; pero se los impide la soberbia.

Ahora resulta que no se guiaban solo por los resultados directos de las encuestas, sino que estos se modificaban mediante algo a lo que llaman “ponderación”, es decir, suposiciones que tratan de ajustar los posibles desequilibrios de una muestra, de acuerdo con parámetros pseudocientíficos. Sus conclusiones siempre terminaban empujando a Lacalle para arriba. Así fue, por ejemplo, que a cinco días del balotaje la empresa Metrocall Contact Center aseguró que Lacalle obtendría 52% de los votos (sacó 48,7%) contra 41% de Martínez (que sacó 47,5%), lo que implicaba una diferencia de 11 puntos, cuando resultó ser de 1,2%, faltando computar los votos observados.

En lo que sí acertaron las seis empresas que dieron pronósticos para el balotaje fue en que el candidato nacionalista sería muy bien votado en el interior y el candidato oficialista en Montevideo, a la vez que (¡y publicado por El País!) los ciudadanos menos educados votarían a Lacalle o los de mayor cultura a Martínez. Ergo, a mayor información, más votos para la izquierda; y en eso coincido plenamente porque es irrefutable que la manija y el marketing derrotaron a la realidad.

La realidad es que el Frente Amplio deja un país mucho mejor que aquel que le entregaran blancos y colorados: de un Uruguay con 40% de pobreza y 5% de indigencia, pasamos a ser el de menor pobreza e indigencia de América Latina y el Caribe; el más seguro de la región, de acuerdo a autoridades del Banco Interamericano de Desarrollo; el del Salario Mínimo Nacional e ingreso per cápita más alto, el de mayor cristalinidad (menos corrupción) junto a Chile, el de democracia plena (junto a Costa Rica), el de mayor velocidad de conexión a internet, el de 15 años continuos de crecimiento económico y, en pocas palabras, un país elogiado en todo el mundo, un mundo que no comprende cómo pudimos perder.

No fue la campaña del Frente Amplio lo que levantó los resultados para el balotaje, sino la de los militantes, organizados o no, que salieron a último momento para tratar de hacer lo que el partido no hizo o hizo mal durante sus tres gobiernos. Muy en particular la remontada debemos agradecerla a los obreros de la construcción, que se movilizaron por todas partes para tratar de defender el proyecto. Lo mismo cabe para todos los que batallaron en Facebook, Instagram y WhatsApp, conscientes de que gran parte de la batalla se libraba en el campo virtual.

De los dirigentes, rescato la labor de Óscar Andrade, quien pese a tener a su madre internada y a su padre con un ACV, lo dejó todo en la cancha; pero ni él ni Yamandú Orsi fueron candidatos porque los sectores predominantes querían, por un lado, a alguien que no pareciera muy de izquierda y, por otro, a una mujer. Denme la fórmula Yamandú/Óscar u Óscar/Yamandú y  no pregunto cuántos son, sino que vayan saliendo.

Nos mató también el centralismo montevideano frenteamplista; y como prueba basta con ver la foto de los dirigentes que subieron al estrado con Daniel. El interior brilló por su ausencia. En todos los gabinetes frenteamplistas, salvo excepciones, los compañeros del interior han sido ignorados olímpicamente. Un solo departamento gobierna a todos. Luego nos quejamos de haber ganado solo en Montevideo y su patio trasero.

La crítica de abajo hacia arriba será dura; pero necesaria. Ya habrá tiempo de reorganizarse, cambiar caras, retomar nuestras raíces y continuar la lucha; porque los revolucionarios podremos perder una batalla, pero rendirnos, jamás.

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