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Ensayos

Por Eduardo Platero.

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Caras y Caretas Diario

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Hemos asistido a un nuevo ensayo: Estados Unidos y sus inconmovibles aliados-vasallos, Francia y Reino Unido, han atacado Siria con una lluvia de misiles balísticos complementando la misma con un bombardeo aéreo. El pretexto ya es cosa repetida: se acusó al régimen presidido por Bashar al Assad -que viene ganando esta larguísima guerra con la ayuda de Rusia- de haber utilizado “un barril de gas” contra la población aún rebelde de Duma. No se nos ha informado fehacientemente de qué “arma química” contendría ese barril pese a que se ha sugerido que sería gas de cloro. Los expertos supuestamente imparciales que deberían corroborarlo aún no habían llegado al lugar ni habían examinado a ninguna de las víctimas de esa supuesta utilización de las prohibidas armas químicas. Pero ya sabemos que en lugar de la verdad existe la posverdad, tal como impusiera Donald Trump, y si a él le parece, pues no se necesita ninguna averiguación. Tampoco hemos tenido noticia de cuántas fueron las víctimas de ese supuesto horrendo ataque con armas químicas, y por cierto Duma sigue en las mismas condiciones: en manos rebeldes pero asediada por las fuerzas gubernamentales. Rusia le ganó el tirón a Estados Unidos y afianzó su presencia armando y organizando las tropas gubernamentales “para derrotar a los terroristas del impreciso Estado Islámico” y ahora esas tropas, armadas y disciplinadas, avanzan para completar el dominio territorial. A cambio, los rusos obtuvieron bases militares, aeródromos y el puerto de Tartus, que le da un enclave firme para instalar su flota en el Mediterráneo. No estoy en condiciones siquiera de saberlo y menos de informar los objetivos de este complicado ajedrez  jugado con armas, bienes y vidas en territorio sirio; no intento adivinar el final y, pese a la preocupación del papa Francisco, no creo que esto nos lleve a una tercera y aniquiladora guerra mundial. Me causa escozor hablar de Primera Guerra Mundial y Segunda Guerra Mundial; en realidad ya no podríamos numerarlas. Todas, absolutamente todas las guerras libradas por el dominio del mundo conocido ha sido “guerras mundiales” en las cuales lo que estaba en disputa era, justamente, el dominio del mundo. Del conocido, en cada caso. Desde las llevadas a cabo por Nabucodonosor, pasando por las llamadas Guerras Médicas prolongadas con las conquistas de Alejandro hasta las que terminaron por hacer de Roma la dueña del Mediterráneo, llegando a las guerras napoleónicas, que de rebote terminaron desencadenando el proceso independentista de las colonias en nuestra América. Existen guerras locales motivadas por choques de intereses locales, pero en general son ensayos, pruebas de armas y tácticas de las grandes potencias que incitan y sostienen a uno u otro contendiente. Para usar un ejemplo local, de aquí cerca: la Guerra del Chaco tuvo, detrás de los intereses nacionales, la disputa de un territorio que “podía” tener petróleo; y el ensayo del arma aérea como elemento que, además de atacar, podía suplir las carencias logísticas. Los resultados fueron tan negativos como la baladronada de Goering, de que podría abastecer al ejército alemán cercado en Stalingrado. Siempre son “mundiales” y siempre se prueban armas, tácticas y logística en guerras locales. En Siria no hay una “guerra civil”, sino un enfrentamiento entre las grandes potencias con miras a ganar un territorio estratégico y ensayar sus armas. Esta vez fueron 103 misiles balísticos lanzados desde tres posiciones distintas y cercanas en el mar por Estados Unidos, Reino Unido y Francia, con un paralelo ataque con bombas sobre tres puntos diferentes del territorio sirio en manos del gobierno. ¿Qué propósito persiguió el ataque? Castigar la utilización de las prohibidas y horrendas armas químicas, por supuesto que no. Ni se ha comprobado ni cambia demasiado las cosas. Si existiese un “arma química” decisiva, quien la tuviese no vacilaría en utilizarla, ya que su utilización significaría la victoria. Están prohibidas porque nadie piensa ganar nada con ellas. Los objetivos del ataque son múltiples. En primer lugar, un objetivo interno: dar la impresión de que se está haciendo algo y que no se ha abandonado el campo. En segundo lugar, importante sobre todo para Trump: soldar la alianza con sus principales socios, que podrán estar disgustados con sus desplantes políticos, pero que están y estarán alineados detrás de su carro. Demostrar y demostrarles que no tienen opción: son y serán, no tienen más remedio que ser sus aliados, sus perros fieles, que podrán gruñir, pero que no pueden separarse. En tercer lugar, y creo que esto es lo más importante, probar sus armas, la capacidad de defensa siria ante ellas y, sobre todo, hasta dónde aguantará Rusia. Las armas de defensa que le ha proporcionado a Siria fueron bastante efectivas: derribaron 71 de los 103 misiles que le dispararon. Digamos 30% de eficacia misilística. Un daño “aceptable”. No se utilizaron los misiles más modernos, no se pasó siquiera cerca de las bases rusas y esta no utilizó los proyectiles antimisiles de última generación, ni los S300 que le ha vendido a Turquía y a Irán ni los S400 que tiene en exclusiva. Digamos: un ensayo limitado. ¡Una finta! ¡Paciencia, hermano, si te tocó! Las cosas son así en el mundo por ahora lejano. Pero nuestra situación puede variar dramáticamente muy pronto. Lula preso sigue siendo la primera fuerza política; Temer aplica la velocidad que puede, no la que necesitaría, para instalar las reformas antipopulares. Río es una especie de campo experimental para someter poblaciones rebeldes y el ejército emerge como el verdadero poder. No es “un problema de otros” es un problema en nuestra frontera. Aquí al lado. Es la vuelta de la teoría de las fronteras ideológicas, de la doctrina de la seguridad nacional y la actualización del “Plan 72 horas”. Cuando el coronel presidente del Centro Militar propone “volver la hoja”, a uno le asoma la pregunta: ¿volver la hoja para adelante o para atrás? No quiero revolver heridas; no porque no me duelan, sino porque me preocupa mucho más el porvenir que el pasado, ese pasado que del cual salimos mal. “El cambio en paz”, con el cual Sanguinetti sedujo en el 84, escondía la protección y el ocultamiento de los crímenes del pasado, y de mucho más, que ahora es lo más preocupante. Protegía y ocultaba las complicidades del pasado. La complicidad de un Poder Judicial que no dijo ni pío cuando la noche del 14 de abril del 73 se votó el Estado de Guerra de Interna, que de un solo golpe abolió la democracia en aras del pánico de algunos y de la complicidad de otros tantos. Este Poder Judicial que no investigó los asesinatos de la 20ª y que cerró los ojos a todo. Que sumiso se dejó pasar a la “B”, al ponerle un ministro de Justicia por encima y que siguió diciendo amén a lo sucedido en 13 años. Que no investigó ninguno de los negociados, empezando por la mentida exportación de carne del frigorífico Las Moras y continuando con lo que se dijo y se supo del Mausoleo. Tampoco le hemos cobrado nada a los jueces de distinto nivel que cerraron los ojos con los muertos que aparecían flotando en nuestras playas. Contraste que destaco: un humilde sepulturero de Colonia enterró aparte nueve cuerpos y custodió esa zona en donde, no hace mucho, Familiares de Argentina identificaron desparecidos de ese terrorismo de Estado. No conozco muchos casos de jueces renunciantes para no convalidar. A Guillot lo destituyeron, pero pregunto: ¿alguno de los que han prosperado y ascendido en democracia trató de aplicar la ley cuando la dictadura se les cruzó? Me gustaría saberlo para incluirlo en el homenaje que rindo a todos los luchadores que no se doblegaron. Tenemos muertos, tenemos desparecidos, y por ellos luchamos para esclarecer lo que les pasó. Pero, además, tenemos a miles y miles que en los subterráneos de la libertad mantuvieron la lucha. Rindo mi sentido homenaje a ellos y a todo mi pueblo, que no se doblegó, que resistió como pudo, que no se resignó y que terminó por echarlos para que su resistencia terminase siendo ninguneada e ignorada. Nada fue gratuito y hoy debemos levantar orgullosos el pendón de pueblo “ingobernable”. Compañeros, pese a que es un lugar común, recordemos: “Nada debemos esperar sino de nosotros mismos”. En horas de confusión y descontento, no debemos perder el norte. Será la unidad del pueblo o nada podrá ser.  

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