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Especial Bocha Benavides: El último editor

Por Diego Techeira.

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Por Diego Techeira Me resulta imposible imaginar que no volveré a verlo. Y por más que soy el autor del único libro que se editó acerca de su obra, el editor del único libro dedicado exclusivamente a sus canciones, también el de sus dos últimos -pequeños y valiosos- libros (Retablo roto y Selva Selvaggia) y el autor del único volumen que presentara su obra fuera de fronteras (la antología poética Sansueña, editada por el Fondo de Cultura Económica de México, una de las editoriales más prestigiosas de nuestra lengua), por más que Washington Benavides ha sido, más o menos desde 2003 a la fecha, objeto fundamental de mi trabajo como escritor y como editor, lo que más lamento es la pérdida física de quien ha sido desde mi temprana adolescencia un referente, en algunos aspectos (y tal vez él mismo nunca fue consciente de ello), bordeando mi afecto lo filial. Tampoco pretendo que esa afectividad fuera mutua; fue simplemente mi subjetiva manera de sentirme en relación con él. Por eso es que hoy no puedo imponer al intelectual y al poeta sobre la persona. No lamento los textos que ya no escribirá. Lamento el sillón azul despojado de su persona para siempre en la sala de su casa (imposible no caer en el cursi animismo de imaginar que el pequeño gato de peluche -infaltable en el respaldo-  se sentirá más que solo). Toda esa palabrería es para justificar que mi comentario acerca de la muerte de Benavides sea simplemente lo que escribí en una red social, en cuanto me enteré de su fallecimiento, cuando ya no tenía posibilidades de dar mi último adiós, si bien soy consciente de que tal vez no hubiera sido capaz de enfrentarme a ello: “Murió mi querido Bocha. No tengo palabras para expresar mi dolor por semejante pérdida. Lo conocí a mis 15 años y se transformó para siempre en una referencia para mí. Supe de él mucho antes, siendo apenas un niño de siete, ocho años, que escuchaba admirado algunas de sus canciones en discos prohibidos por la dictadura militar: ‘Flor del bañado’, ‘Ding-Hug, juglar’, ‘Como un jazmín del país’. Tuve la dicha de sentir que le pude devolver algo de lo que él me aportó a través de mi trabajo como ensayista en La Voz y el Conjuro (cuyo cuerpo principal consta de un extenso “diálogo de tú a tú con el lector”), a través de la primera y única edición de sus canciones (Tanta vida en cuatro versos) y de una selección de su obra que lo proyectara a nivel internacional (Sansueña). Este último es uno de mis trabajos que mayor satisfacción me ha dado en la vida, por haberme dado la oportunidad de hacer justicia con el mayor poeta de Uruguay, calificativo que trasciende el interés o el gusto personal de cada uno. No existe en nuestro país otro poeta de su importancia en cuanto al aporte monumental que ha hecho a nuestro acervo. Dolor, dolor inmenso, entonces, por el amigo, el mentor y el hombre. Hasta siempre, Bocha. Hasta siempre.”

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