El pasado 23 de agosto, el directorio de ASSE cesó al director y subdirector del Hospital de Rivera, Andrés Toriani y Víctor Recchi respectivamente. La decisión fue adoptada en votación por 3 votos a 2, contra el criterio de la presidenta del directorio, la exministra Susana Muñiz y el representante de los trabajadores, que hasta se levantó y se fue molesto de la sesión. Votaron a favor de los ceses los directores Mauricio Ardús (socialista), Jorge Rodríguez Rienzi (MPP) y la representante de los usuarios, Natalia Pereyra. Fue la segunda vez que se consideró el tema. En una anterior resolución, adoptada en junio, el directorio había respaldado a Toriani por la misma mayoría, pero al revés. El voto que se dio vuelta entre la sesión de junio y la de agosto fue el del contador Rodríguez Rienzi, cercano al MPP. Las otras posiciones se mantuvieron invariables. En el medio, ocurrieron dos cosas que podrían haber incidido en el cambio de voto de Rienzi: trascendió por “fuentes” que Tabaré quería la destitución, alarmado por la detección de irregularidades por parte de la investigación administrativa; y sesionó el congreso del MPP, que eligió una nueva dirección nacional. Se podrá alegar que ninguno de ambos hechos tendría que haber cambiado el voto de Rienzi, pero lo cierto es que nada nuevo había surgido en la investigación que se venía tramitando para el ajuste de criterio del contador, y Rienzi, notoriamente, cambió el criterio. El caso del doctor Toriani y la gestión del Hospital de Rivera merecen una reflexión más profunda que el simple apunte de que una investigación administrativa detectó irregularidades en la administración de los recursos en ese nosocomio, motivando la destitución de sus autoridades por el directorio de ASSE. Es que a veces el mero análisis burocrático -como decía el viejo Damiani de la bikini- muestra cosas importantes, pero esconde las fundamentales. El doctor Andrés Toriani asumió cinco años atrás la dirección del hospital público de Rivera, que hasta esa fecha tenía indicadores de desempeño muy bajos. Durante su gestión el hospital experimentó una transformación que lo llevó a ser el de más alta productividad de la región norte del país. Mientras que los testimonios relatan una prehistoria tétrica antes de Toriani, con la gente pasando noches enteras para conseguir un número para un especialista y, además, sin lograrlo, operaciones sólo los jueves, sin servicio de imagenología -ni una placa te podían hacer- y dependiendo de la capacidad de contratar entidades privadas para hacer estudios e intervenciones, siempre a costos muy altos para el erario público, los relatos actuales dan cuenta de una realidad completamente distinta, casi de “lujo”: el hospital hace cientos de cirugías por mes, tiene servicio de pediatría las 24 horas, un centro de salud mental incorporado, cuenta con CTI, servicios de urología, de traumatología, y hasta es el centro de referencia en litotricia de la región norte. Los números muestran que gente con FONASA lo elige por sobre las opciones privadas, y ahora hasta los brasileros concurren a atenderse, luego de que Motosierra Temer recortó el gasto público en salud en Brasil con las consecuencias nefastas para la atención médica del otro lado de la frontera. Para lograr un cambio tan significativo en la producción del hospital, que es reconocido por toda la comunidad, incluyendo blancos, colorados, frenteamplistas, laicos y evangelistas, usuarios de todo tipo y color, y hasta por los vecinos de Livramento, el director Toriani y el subdirector Recchi incurrieron en algunas irregularidades, sin contenido delictivo alguno, y además bastante opinables, tanto en el ámbito jurídico administrativo como en la discusión política. Si alguien se toma el trabajo de leer todos los expedientes, la resolución del directorio de ASSE y los descargos de Toriani, lo único que puede llegar a concluirse unívocamente es que el Hospital de Rivera está mucho mejor que antes. De ahí para atrás todo depende del cristal, la piel, y el gusto del consumidor. Según la investigación administrativa, los jerarcas destituidos usaban fondos del objeto de Gastos “Estudios médicos” para la contratación de especialistas a través de la Cooperativa de Trabajo Centro Médico Odontológico Cuaró (Cemoc). La contratación era irregular porque lo hacían por contratación directa, excediendo la cantidad de dinero que se puede usar por este mecanismo de acuerdo al Texto ordenado de contabilidad y administración financiera (Tocaf), que regula la forma en que se deben administrar los recurso públicos. Sin embargo, el Tocaf admite la excepción “cuando medien probadas razones de urgencia no previsibles o no sea posible la licitación o remate público o su realización resienta seriamente el servicio”. Y lo cierto es que el gasto, reiterado, no era oculto. Era intervenido por el contador delegado del Tribunal de Cuentas, lo conocía la gerencia, la dirección regional y, claramente, garantizaba un buen servicio. La propia investigación reconoce la importancia que tenía ese dinero para que el hospital funcionara adecuadamente, y a nadie le queda duda de que con ese procedimiento, Toriani le estaba ahorrando un montón de dinero al Estado, que de otro modo habría tenido que utilizar contratando los servicios en entidades privadas, que por la misma prestación cobraban hasta el triple de lo que al hospital le costaba por este mecanismo. Si nos sumergimos más a fondo en el problema, es inexplicable porque la mayoría del directorio de ASSE se negó a otorgarle derecho a la defensa al doctor Toriani antes de destituirlo, constituyendo un Tribunal de Disciplina en la órbita de la Comisión de Apoyo de ASSE, que era el verdadero empleador de Toriani. De hecho, técnicamente Toriani no podía se imputado por las irregularidades porque no era ordenador de gasto, para lo que se debe ser funcionario propiamente dicho y no un contratado por servicio. Pero aun asumiendo que Toriani, más allá de aspectos formales, ejercía la dirección y el liderazgo del centro asistencial, como lo corrobora la solidaridad inmediata que despertó en el colectivo de los trabajadores médicos y no médicos del hospital, la propuesta de la presidenta de ASSE, Susana Muñiz, era inobjetable para cualquiera que estime el principio del debido proceso. Estudiando el caso no queda otra que pensar que hay otros intereses en juego detrás de esta destitución, además del celo por la prolijidad administrativa. Un poco de cintura habría bastado para reconocerle los logros y, simultáneamente, apercibirlo por sus errores conminándolo a corregirlos. Será la lucha por los cargos, siempre presente en la administración pública, serán los intereses de las entidades privadas que veían con recelo el éxito de una gestión pública que, además, ya no recurría a ellos para todo. Pero imposible aceptar que se destituyó a un director con semejante apoyo popular por una desprolijidad subsanable y sin siquiera permitirle defensa. Ahora ASSE enfrenta un desafío mayor: necesita que la calidad de atención lograda en el Hospital de Rivera no se resienta por culpa de su decisión. Para ello, o bien deberá proporcionarle los recursos humanos que le negó a Toriani en múltiples oportunidades o el director que asuma no va a tener otra que incurrir en los mismos “vicios”. De otro modo, el servicio retrocederá todo lo avanzado perjudicando a toda la población riverense, y el prestigio de salud pública. A veces podemos creer que la gente elige por motivos inextricables. Pero hay una racionalidad en la elección política de la ciudadanía. La gente eligió a la izquierda para vivir mejor. La siguió eligiendo porque siguió observando que mejoraba su calidad de vida. Y ese será el único criterio por el que reincida. Claro que el apego a las normas es importante, pero cuando la izquierda logra que un servicio público tan importante como un hospital departamental se ponga de pie, mejore, compita, gane y enorgullezca a los pobladores, no puede descartar a los referentes que con su liderazgo condujeron a tales transformaciones porque hayan cometido errores, sobre todo cuando no se llevaron un peso para sus casas. La severidad excesiva con compañeros que mal o bien se pusieron el cuadro al hombro y transformaron positivamente los servicios que quedaron a su cargo es una muestra cabal de incomprensión, una anteposición del cerebro burocrático al corazón de la realidad. Si de ahora en adelante el Hospital de Rivera cumple con todas las disposiciones administrativas, pero se viene a pique, la gente va a pedir a gritos que vuelva el doctor Toriani. Porque lo que hizo fue mucho. Porque lo reconocen todos. Le van a terminar haciendo un templo en la puerta del hospital, un homenaje ciudadano con llama votiva y todo, alimentada por sellos de goma y copias del Tocaf.
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