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Fiestas 2017: Esmirna, Florida, Jerusalén

Por Rafael Bayce.

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Caras y Caretas Diario

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No es casualidad que en fechas celebrables y en lugares de concentración masiva se produzcan atentados llamados con exceso de ‘terroristas’, porque solamente algunos de ellos lo son. Es casi obvio que la alegría ensimisma y descuida más que en otras ocasiones; la vigilancia masiva es más difícil y el anonimato y las distracciones más probables entonces. Fueron ocurrencias muy diferentes, sin olvidar las aún recientes acciones en Niza y en Berlín, pero con algunos denominadores comunes en los que nos concentraremos, porque como se prefieren imágenes en la cobertura periodística, la gente no entiende nada e iguala todo bajo el dudosamente adecuado nombre de ‘atentados terroristas’. Los políticos tampoco arrojan mucha luz sobre los hechos porque prefieren altisonantes descalificaciones morales casi obvias, e igualmente altisonantes pseudodecisiones tan drásticas en el discurso como imperceptibles en la cotidianidad inmediata. Lo más importante a entender es que los autores de atentados como esos y otros ya comentados desde esta columna de Caras y Caretas son, básicamente, desesperados, relativamente impotentes, que no han podido conseguir o no creen posible conseguir la imposición de sus credos, ideas, valores o intereses por los medios por los que generalmente estos se imponen; y que han reducido su individualidad subjetiva a la de alguien que prefiere inmolarse pero matar más de los ‘otros’, o bien cometer el ‘suicidio altruista’ (Durkheim) de sacrificar su vida en el altar de ideas o personas, con o sin premio en el más allá por ello. En el caso de los kurdos en Turquía y del camionero palestino de Jerusalén esto es muy claro. En el caso del atentado en el aeropuerto de Fort Lauderdale los componentes son otros, que ya hemos focalizado (ataque a la disco gay en Orlando, a mediados de 2016) y que tanto Estados Unidos como los medios de comunicación internacionales buscan esconder porque indicarían un tan estruendoso fracaso del American way of life; entonces les parece oportuno bucear en otras motivaciones para no enfrentar el sólido horror de las que parecen ser las únicas motivaciones específicamente norteamericanas en el panorama de los ‘atentados terroristas’. Desesperados, impotentes En el caso de los que son ‘atentados terroristas’ y no surtos psicóticos de frustración-agresión por fracasos personales relativos y decepciones agudas, en todos los casos nos enfrentamos con desesperados relativamente impotentes. Cuando alguien quiere imponer una idea, valor, emoción o interés, el orden normal de las vías seguidas para imponerlo o realizarlo son cinco. Uno. Por la persuasión cognitiva y/o la seducción emocional que lleven a la convicción, si esta no existía. Dos. Si eso fallara, buscar el poder de imponerse frente a sus alternativas; en primera instancia, por mayorías legítimamente ganadas. Tres. Si eso también fallara, por la imposición desde el poder simplemente, sin consenso ni mayoría legitimantes, como simple resultado posible de la dominación, con o sin hegemonía. Cuatro. Siguiendo el orden de preferencia, a partir de la pura fuerza en un contexto bélico o de amenaza de su desencadenamiento con desiguales probabilidades de éxito. Cinco. Minorías radicales que no creen poder imponerse por ninguno de los cuatro medios anteriores (convicción, mayoría, poder legítimo, superioridad bélica abierta y formal) pueden optar por los grupos comando o las guerrillas como modo alternativo. Así han operado en la historia y así han justificado su modus operandi y hasta vivendi; han sido especialmente frecuentes y exitosas en contextos de independencias nacionales en el siglo XIX y en contextos de sediciones y sublevaciones étnicas, nacionales, religiosas y político-ideológicas o económico-políticas durante el siglo XX. Pensadas como inviables a partir de los progresos de la tecnología de vigilancia, espionaje, hackeo informático y la ubicuidad del control panóptico aggiornados, los sediciosos-subversivos que habían hecho aparecer históricamente los comandos o guerrillas eligen dos tipos de salida a la creciente imposibilidad de éxito por esas vías: a) el reciclaje político institucional dentro las democracias partidarias y las economías de mercado, dentro del imaginario sociocultural hegemónico; b) el terrorismo como sucedáneo aun más desesperado por las impotencias de imponerse, no ya de los cuatro modos clásicos, sino ni siquiera desde la subversión-sedición de comandos, guerrillas y foquismos. Seis. De modo que el terrorismo es una de las posibles reacciones a la desesperada impotencia relativa de minorías que no quieren serlo y que no han dispuesto ni creen poder disponer en el corto plazo de oportunidades por las cuatro vías clásicas reseñadas, ni por el reciclaje político-institucional de los derrotados en la quinta alternativa comando-guerrillera-foquista. Son, entonces, minorías radicales o radicalizadas, desesperadas ante su impotencia relativa para imponerse en base a las cinco vías históricas de obtención de hegemonía o dominación, y que optan hasta por su autoinmolación, sea para castigar a los mayoritarios, más poderosos o legitimados ‘infieles’, para buscar el debilitamiento por el terror de los que creen poder disfrutar del confort de una cotidianidad materialmente superior, sentida como diabólica por los desesperados relativamente impotentes. Entonces, es necesario retener que son radicales, con rasgos de personalidad adecuados a su tarea desesperada y relativamente impotente aunque letal en su sustitución de los cinco métodos convencionales clásicos de imposición de ideas, valores, emocionalidades o intereses por métodos novedosos que incluyen autosacrificios con o sin recompensa en el más allá. Puede ser mayor el odio e intencionalidad de generación de miedo masivo y castigo al infiel que el aprecio por su vida y el dolor de los suyos. Quedémonos, para entender algunas especificidades de hechos producidos en Estados Unidos, con los ejemplos de Orlando 2016 y Fort Lauderdale 2017, ambos en el estado de Florida, con la autonomía relativa pero la afinidad electiva de la radicalidad terrorista y de los síndromes de personalidad y de traumas vitales con esa radicalidad ideológicamente sustentada. Porque son necesarios, a veces, síndromes de personalidad y/o traumas vitales para que se busque o adopte sustento ideológico para el terrorismo o los atentados colectivos, cuando estos no nacen de la prédica ideológica a nativos en los países nativos de esa radicalidad. American way of life en crisis Entre los traumas vitales que parecen estar detrás de las decisiones radicales de atentados colectivos no necesariamente terroristas, hay dos tan notorios como aterrorizantes por sus consecuencias para el futuro de la cotidianidad norteamericana pensado desde un American way of life casi diluido en el día a día y en la evolución de las conflictualidades. Uno, el fracaso de la American way of life como utopía amortiguadora de frustraciones relativas en el logro de las metas de ese complejo ideológico. Es más, la carencia del logro de las metas propugnadas como viables, sustentadoras de la autoestima y legitimadoras del régimen de vida sistémico, pueden listarse entre los principales móviles de la adopción de alternativas radicales y opuestas a esa utopía en los episodios ocurridos en Estados Unidos. Un afgano, como el que provocó la masacre de Orlando, es hijo de afganos expulsados por la intervención norteamericana, publicitada como mejor para los afganos, y más aun para los que emigrasen a Estados Unidos, es un vivo ejemplo de los hijos (segunda generación y primera de nacionalidad nueva) de esos emigrantes-inmigrantes que esperan la concreción del sueño americano, abandonan para mejor obtenerlo la tradición cultural afgana, con conflictos generacionales incluidos, y aceptan trabajos poco remunerados y hasta materialmente riesgosos. Pues bien, la no concreción del bienestar que otros sí obtienen, pese a totalizar un bienestar hasta superior al vivible en Afganistán (lo que asombra a los norteamericanos, que no quieren entender la reacción), produce una gran deprivación relativa, una frustración de expectativas que puede conducir, psicosocialmente, sea a la agresividad punitiva del otro, convertido en responsable de la deprivación relativa sufrida, sea a la autoagresión que se culpa por la ineptitud para aprovechar las oportunidades que se creyeron abiertas para ello. Frustrado en la consecución del sueño americano, sintiéndose discriminado étnicamente, culpable de conflictos con los padres por su adopción del sueño, fracasado hasta en la vivencia de lo que es ser parte del sistema de seguridad norteamericano, el complejo militar inclusive, no querría estar en el cuerpo y el alma de alguien como ese hijo de afganos renegado, cuando descubre que no está del lado de los buenos, redentores de los malos, sino de un sistema hipócrita para afuera y cínico para adentro, que produce una enorme cantidad de veteranos destruidos psíquicamente, no sólo por los horrores de la guerra, sino por los hiperhorrores de lo que los ‘buenos’ realmente hacen y que no se puede revelar. Al mismo tiempo se extraña la cerrada solidaridad del grupo de combate y convivencia, del pelotón, vivencia fuerte que no se borra cuando se vuelve; el que vuelve añora eso y al mismo tiempo sabe que Estados Unidos y sus militares ni son ni combaten como se les cuenta antes de enrolarse y como se transmite a la población. Esa doble y tensa tortura psíquica de atracción-rechazo u odio-amor deja huellas en un apreciable porcentaje de los regresados a casa; huellas que no siempre son detectadas ni solucionadas, y que pueden provocar hiperreacciones antinorteamericanas al regreso, como parece ser el caso de la masacre de Orlando y, más aun, en la de este exsoldado en Irak y exfuncionario de seguridad, expulsado como soldado, pese a haber obtenido condecoraciones iniciales (mientras se tragó la pastilla); pero cuando ‘se desayunó’ (diría Discépolo) lo expulsaron y adquirió problemas hasta de paranoia sobre el accionar de la seguridad nacional contra él. No es disparatada una reacción posterior anti aquello en lo que creyó y que lo frustró, reacción basada en los mismos valores que creía defender desde el servicio militar y que se revelaban como violados por sus mismos propugnadores en el acto de su creído servicio a tales valores. Es una experiencia sumamente traumática, seguramente con secuelas y posibilidades de producir una rebelión de efectos insospechados contra quienes le hicieron tragar esa falsa pastilla. Hay muchos más de esos haciendo cola para vengarse de los que hacen tragar esas pastillas, frustran y deprivan. Cuando el sueño americano y los valores proferidos en el himno nacional son revelados como frustrantes y traicionados por las autoridades de la jerarquía, cuando ni la realidad interna ni el rol global publicitados se cumplen en la realidad ni puede eso revelarse porque sería un problema hasta de seguridad nacional, la psiquis puede sufrir muy intensamente como fusible que salta frente a tensiones, frustraciones y deprivaciones tan duras, que, además, no pueden compartirse. Sólo son viables consultas a personal público de la salud, como hizo infructuosamente el atacante del aeropuerto de Fort Lauderdale. Puede sentirse como necesario, como expiación de culpas propias y como castigo de las ajenas, una acción pública en que se castiga con más muertos que la muerte propia, pero en que se cumplen simultáneamente la exopunición y la intropunición tan postuladas como alternativas por Émile Durkheim ya a fines del siglo XVIII, pero en una variante no alternativa sino acumulativa aun más peligrosa. Y lo peor, que no tiene por qué parar sino continuar.

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