Es oportuno recordar que si bien el Grupo de los 20 (que reúne a los 19 países considerados más importantes del mundo más la Unión Europea) se fundó en 1999, fue la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno celebrada en Londres el 2 de abril de 2009 (en plena Gran Recesión 2007-2010) la que lo convirtió en el principal instrumento de negociación y gobernanza global. La reunión de 2009 fue nefasta, ya que los líderes (y en esto no hubo excepciones, justo es decirlo) dejaron de lado las promesas de construir una nueva arquitectura financiera mundial –que reemplazara los Acuerdos de Bretton Woods, que traicionaron el espíritu de John Maynard Keynes y se crearon un FMI y un Banco Mundial que han actuado como “síndicos del mundo desarrollado”, al decir de Joseph Stiglitz– cuyo objetivo fuese resolver o prevenir las crisis globales recurrentes del capitalismo, dominado en esta instancia por el predominio del sistema financiero globalizado. En lugar de hacerlo, se resucitó el viejo régimen, designando como Organismo Coordinador a la OCDE y como Organismo Ejecutor al FMI, al que se capitalizó, ya que estaba hundido y cubierto de desprestigio por su absoluto fracaso en la prevención y resolución de las crisis. De esta forma, los países más desarrollados, y hay que mencionar a Estados Unidos (EEUU), China Popular, Alemania, Rusia y otros, impusieron, como en 1946 en New Hampshire, su voluntad de seguir poniendo al servicio de sus economías al resto del mundo. Así se escribe la Historia. Recordemos que el G20 está integrado por Alemania, Arabia Saudita, Argentina, Australia, Brasil, Canadá, China Popular, EEUU, Federación Rusa, Francia, India, Indonesia, Italia, Japón, México, Reino Unido, República de Corea, Sudáfrica y Turquía, a los que se suma un representante de la Unión Europea, estimándose que estos países representan aproximadamente 85% del PIB y 75% del comercio globales y dos tercios de la población mundial. En las presidencias de Barack Obama, si bien se impuso la supremacía del grupo de naciones privilegiadas, se estableció una agenda mundial acertada en materia de combate al cambio climático (que se concretó en la firma del Acuerdo de París de diciembre de 2016 por parte de 195 países); de fortalecimiento del multilateralismo comercial (con los defectos que pudiera haber, pero sin pretender imponer consignas absurdas como el “America first”, remembranza de los años 30); y EEUU predicó con el ejemplo un experimento keynesiano de porte superior al que derrotó la Gran Depresión de 1929 (piloteado por Ben Shalom Bernanke y continuado por Janet Yellen), que venció la Gran Recesión en EEUU y hasta alcanzó a imponer a Mario Draghi en la presidencia del Banco Central Europeo (BCE) e imponer políticas monetarias expansivas en la Europa devastada por la “austeridad” de Angela Merkel. Obama, bueno es recordarlo, mantuvo –además de la racionalidad keynesiana que domina EEUU desde 1937 y que lo mantiene como una de las dos locomotoras de la economía mundial– su reconocimiento a China Popular como socio principal de la Unión, con la que consolidó lentamente una insólita alianza comercial, financiera y militar, que analizó muchas veces Caras y Caretas, complementada con un trato deferente a la segunda mayor potencia militar, la Federación Rusa de Vladimir Putin. Por eso se dijo tantas veces que el G20 era en realidad un G2 o un G3, y esa constatación no es para nada lejana a la realidad del sentido común. En los años del G20 de Obama, había tensiones puntuales (sin desmerecer su dimensión, como las crisis de Siria, Ucrania, la tensión entre la expansión monetaria y la “austeridad” o los grandes espacios de libre comercio en los que competían EEUU y China), pero había lo que podemos llamar un consenso global que tenía fundamentos sólidos. Esto terminó con la llegada de Donald Trump a la presidencia de EEUU, que llevó a que El País de Madrid editorializara sobre un eventual “G19”, afirmando que “El ‘América primero’ de Trump aísla a EEUU del mundo”. La cumbre y las vísperas Las potencias europeas, encabezadas por la Alemania de Angela Merkel y la Francia de Emmanuel Macron, sabedores de que Trump llegaría para imponer sus puntos de vista (negación del cambio climático, del multilateralismo comercial, elogio del proteccionismo, acercamiento a Rusia, desprecio a México, prescindencia de la OTAN, elogio al brexit y a gobiernos autoritarios como los de Polonia y Turquía), buscaron formar un frente común para matizar la conducción de la primera superpotencia en la cumbre del G20 realizada los días 7 y 8 de julio en Hamburgo. El jueves 6, los primeros mandatarios de Alemania, Francia, Gran Bretaña, Italia, España, Holanda y Noruega se reunieron en Berlín para firmar una declaración en la que señalan un “compromiso muy fuerte” con el Acuerdo de París contra el Cambio Climático, a favor del multilateralismo y de los acuerdos de libre comercio. Asistieron también los presidentes de la Comisión Europea, Jean-Claude Junker, y el Consejo Europeo, Donald Tusk, ambos funcionales al gobierno alemán. En conferencia de prensa, la anfitriona Angela Merkel señaló que “hay diferencias que no se pueden ocultar” con el actual gobierno estadounidense. Emmanuel Macron, matizando, aclaró que no se trataba de aislar a Trump, sino de lograr que cambiara su posición sobre el Acuerdo de París y el proteccionismo comercial. El francés agregó que el vínculo con EEUU es “a largo plazo” y recordó que Europa necesita a la Unión, su tradicional aliado, “en el plano militar y en materia de seguridad”. Se congratuló de que Trump aceptara su invitación para asistir en París al tradicional desfile del 14 de julio, en el que se conmemorará el ingreso de EEUU en la Primera Guerra Mundial. De esta forma, Merkel –seguramente en discreto acuerdo con China– buscó consolidar un frente que agrupara a los países europeos. La agenda incluye otros puntos, como la lucha contra el terrorismo o la inmigración irregular y el combate a las pandemias, en los que no hay lugar a fricciones como en los asuntos principales. En un discurso que pronunció en el Bundestag, Merkel se mostró aun más combativa, señalando con respecto al Acuerdo contra el Cambio Climático que constituye el tema principal de la agenda mundial y que “queremos y debemos superar este reto existencial y no podemos ni debemos esperar hasta que el último se convenza de las evidencias científicas sobre el cambio climático. El Acuerdo de París [abandonado por EEUU a principios de julio] no es negociable ni reversible”. Mientras tanto, por la contraparte las señales no eran alentadoras. Trump visitó Polonia, en cuyo gobierno autoritario encontró gran apoyo. Obsesionado por su frente interno cada vez más complicado por la investigación de la “trama rusa”, Trump intentó un discurso nacionalista en el que llamó a Occidente a “defender la civilización” ante el peligro del “terrorismo radical islamista”. Insólitamente (cosas de la posverdad) declamó su compromiso con la OTAN y acusó a Rusia –enemigo histórico de Polonia– de desestabilizar a los países de la región. Afirmó también que “Moscú pudo interferir en las elecciones estadounidenses de 2016”, en las que derrotó a Hillary Rodham Clinton. “Lo he dicho sencillamente, creo que muy bien podría haber sido Rusia, creo que bien podrían haber sido otros países. Mucha gente interfiere. Eso lleva ocurriendo mucho tiempo”, dijo Trump en Varsovia junto a su ultraconservador colega polaco, Andrzej Duda. Y aunque el lector no pueda creerlo, acusó a los servicios de inteligencia de EEUU y a su predecesor, Barack Obama. “Le dijeron a principios de agosto que Rusia estaba tratando de inteferir en la campaña electoral con bastante fuerza. No hizo nada al respecto y eso es porque pensaba que Hillary iba a ganar”, dijo Trump, a escasos días de reunirse en Hamburgo con Vladimir Putin. Preparando su primera reunión, o hablando para el fiscal Mueller, dijo: “Urgimos a Rusia a poner fin a sus actividades desestabilizadoras en Ucrania y en otros lugares y a cesar su apoyo a regímenes hostiles, como los de Siria e Irán, y le pedimos que se una a la comunidad de naciones responsables en la lucha contra nuestros enemigos comunes y en defensa de nuestra civilización”. En una bravata contra la OTAN, pidió a los países de Europa que tomen como ejemplo a Polonia, que dedica 2% de su PIB a seguridad, y gasten más dinero en defensa. “Europa puede hacer más, debe hacer más”, concluyó. También dijo que Corea del Norte “se ha portado mal, muy, muy mal”, y declaró que no quiere que Corea se convierta en una nueva Siria. Desde allí partió a Alemania con objetivos claros. Su consejero de Seguridad Nacional, Herbert R. McMaster lo resumió: “Ante todo, promoveremos la prosperidad de América, la protección de los intereses de América y el sostenimiento del liderazgo de América”. En buen romance, enfrentar nuevamente a México, Canadá, Francia, Alemania y China, a la que atacó por el déficit comercial de EEUU y su apoyo a Pyongyang. Llegada inclemente a Alemania La llegada de Trump a Alemania coincidió con la publicación por parte del Pew Research Center de los resultados de una encuesta periódica “de visiones globales de EEUU y su liderazgo y políticas”. El resultado es una caída en picada de la popularidad de EEUU según la consulta efectuada a más de 40.000 personas en 37 países de seis continentes, entre los meses de febrero y mayo. El 74% de los consultados expresó no tener ninguna confianza en Donald Trump, en tanto que Barack Obama finalizó su mandato con 64% de apoyo. Tras el primer pedido de juicio político a Trump realizado por un congresista demócrata en mayo pasado, a fines de junio 25 representantes demócratas pidieron la destitución de Trump por “incapacidad”. La NSA (Agencia Nacional de Seguridad), el FBI (Buró Federal de Investigaciones) y un fiscal especial siguen investigando si Trump cometió obstrucción a la justicia por la “trama rusa” que lo habría hecho ganar las elecciones de 2016. John Carlin (autor de Invictus, biografía de Nelson Mandela) publicó en The New York Times que “Trump es el líder más ridículo de la historia”, luego de que el presidente acosara a dos periodistas de la televisión, y se preguntó cómo es posible que EEUU le permita seguir en el poder. El feroz artículo, tras formular diversas preguntas, termina con la siguiente interrogación: “Lo que sí es increíble, lo más increíble y lo más aberrante de la época en la que vivimos, es que el Congreso, el Tribunal Supremo, los gobernadores y los miembros del gabinete presidencial de EEUU aguanten que semejante energúmeno ocupe el cargo más peligroso del planeta, que no lo hayan destituido por el bien de su país y el de la humanidad; que no hayan recurrido a la Constitución o al sentido común o a lo que sea para forzar su salida; que no hayan seguido la lógica del senador del Partido Republicano que dijo la semana pasada, como respuesta a aquel grotesco tuit presidencial contra los dos periodistas: ‘Pare. Por favor, pare ya’. Si fuese el gerente de un local de McDonald’s, lo habrían despedido hace tiempo. Pero no. Pasan los días, uno se despierta por la mañana y ahí sigue Trump. ¿Ha habido alguna vez en la historia algún líder en el que la discrepancia entre el alcance global de su poder y la ridiculez de su persona haya sido más abismal?”. Entretanto, miles de personas manifestaron en 46 diferentes ciudades de EEUU para pedir al Congreso que inicie el proceso de destitución de Trump. Protestaron contra las medidas en materia migratoria, sus negocios en el extranjero, la injerencia rusa en las elecciones de 2016 y la supuesta obstrucción a la investigación por parte de la Justicia. El resultado de la cumbre: 19 a 1 Trump tuvo dos reuniones bilaterales importantes: con Peña Nieto, a quien volvió a humillar, y una de más de dos horas con el presidente ruso, Vladimir Putin. Al respecto, Trump informó el domingo 9 que “es hora de trabajar constructivamente con Rusia”, y que Putin “negó vehementemente” haber interferido en las elecciones de EEUU. “Yo insistí enérgicamente dos veces al presidente Putin sobre una interferencia rusa en nuestra elección”, mensajeó Trump. “Él lo negó vehementemente. Ya he dado mi opinión”, y dio por terminado el asunto, que tanto preocupa a militares, fiscales, servicios de inteligencia y medios de prensa en EEUU. La actual embajadora de EEUU ante ONU, Nikki Haley, sostuvo en cambio que “Rusia está intentando lavar su cara. Y no pueden […] Todo el mundo sabe que Rusia interfirió en nuestras elecciones”. El presidente Trump informó además que con Vladimir Putin van a crear “una unidad de ciberseguridad impenetrable” para impedir interferencias informáticas en futuras elecciones, “lo que provocó críticas y burlas de influyentes senadores republicanos como Marco Rubio, John McCain y Lindsey Graham”, según informaron las agencias. “Putin y yo discutimos formar una unidad de ciberseguridad impenetrable, de forma de estar seguros y protegidos de los ataques de piratas informáticos contra elecciones y muchas otras cosas negativas”, afirmó Trump. “Asociarse con Putin en una unidad de ciberseguridad es como aliarse con Bashar al Assad en una unidad de armas químicas”, afirmó el ultraconservador senador Marco Rubio, en tanto que el respetado excandidato presidencial republicano John McCain, integrante del Comité de las Fuerzas Armadas del Senado, también contestó con ironía: “Estoy seguro de que Putin puede ser de gran ayuda, considerando que es él quien hace el pirateo informático”. No fue la única gaffe. Tomó estado público que su hija Ivanka Trump lo sustituyó, quedando sentada entre la primera ministra de Reino Unido, Theresa May, y el presidente de China, Xi Jinping, en la mesa de sesiones del G20. Dicho lugar sólo podría haber sido ocupado por el secretario de Estado, y el hecho constituyó una ofensa al foro y a los mandatarios que la rodeaban. Dado que el presidente Trump insistió en oponerse al Acuerdo de París y en impulsar medidas proteccionistas, la declaración final subrayó que 19 participantes de la cumbre apoyaban la lucha contra el cambio climático y se manifestaban a favor de los acuerdos comerciales. “El documento de conclusiones de la reunión, en la que el cambio climático ha ocupado lugar central, destaca que 19 miembros del club de los países industrializados y emergentes secundan el Acuerdo de París de lucha contra las emisiones contaminantes, mientras que EEUU reitera su propósito de abandonar el pacto y defiende los combustibles fósiles”. La reunión dejó en claro el aislacionismo de EEUU y que del otro lado ha quedado el resto del mundo industrializado. El documento también indica que “el G20 expresa su voluntad de luchar contra el proteccionismo, por un libre comercio justo y basado en reglas, así como el uso de instrumentos legítimos de defensa comercial”. El alto el fuego en Siria, anunciado el viernes tras una reunión de los presidentes Vladimir Putin y Donald Trump, fue el único motivo de festejo para los países reunidos en el G20. Donald Trump regresó de inmediato a EEUU, donde lo aguarda la investigación, que ahora toma declaraciones a su hijo Donald Jr., apoderado de sus empresas, quien se reunió, junto con su cuñado Jared Kushner y el entonces jefe de campaña electoral, Paul Manafort, con enviados rusos que le prometieron “información privilegiada” para derrotar a Hillary Clinton, a lo cual respondió: “Si es así, me encanta”. Todos ellos mantuvieron una reunión en el piso 25 de la Trump Tower, el epicentro del poder del magnate. Esta historia continuará.
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La preverdad incómoda
El presidente John F. Kennedy fue asesinado por un complot armado en la cúpula del poder de EEUU para evitar que detuviese la Guerra de Vietnam; las elecciones del 7 de noviembre de 2000 le fueron estafadas a Albert Gore en el recuento en Florida por George W. Bush; la guerra de Irak fue un pretexto del mismo Bush Jr. para apoderarse de cuantiosas riquezas; el Kremlin tuvo injerencia en las recientes elecciones en EEUU para que ganara Donald Trump, con su total conocimiento y aprobación. Todos estos hechos los presumen perfectamente no sólo los estadounidenses, sino el mundo entero. Constituyen lo que podemos llamar la “preverdad” (que nadie menciona en voz alta), por oposición a la “posverdad”, expresión acuñada por una asesora de Trump para designar a los hechos cuando se cuentan por el actual presidente, es decir, generalmente al revés de lo que realmente ocurrió. La investigación de la “trama rusa”, de imprevisibles y seguramente inéditas consecuencias, sigue su camino.