Ricardo Mansilla es mexicano, docente en la Universidad Autónoma de México (UNAM), ha desarrollado una extensa actividad de estudio de las redes sociales y el Big Data. Se encuentra en Montevideo donde dicta un curso en la Universidad de la República (Udelar) y conversó con Caras y Caretas sobre el Big Data y el uso de las redes sociales, en particular sobre el uso político de este cúmulo increíble de datos sobre las personas. En su opinión, la elección de Donald Trump es un ejemplo de cómo se puede usar para fines electorales la información referida a millones de personas. A su juicio, un país como Uruguay, con una penetración de 80% de Internet –la más alta de América Latina– debería comenzar a preocuparse por esta nueva realidad. Desde vender un producto cualquiera a promover un candidato, todo puede hacerse desde las redes. ¿Qué entendemos cuando se habla de Big Data? Una definición rigurosa y precisa, aceptada por toda la comunidad, no existe. La gente tiene más o menos una idea de lo que es Big Data. Esto es, las herramientas de investigación que se utilizan para obtener patrones de grandes masas de datos no estructurados. La parte importante es “no estructurados”. Esto quiere decir una masa de datos que pueden contener textos, fotos, videos, sonidos, un montón de cosas. Un ejemplo pueden ser las historias clínicas de los pacientes. En ellas hay una primera parte que es texto: mujer, de 37 años de edad, que reporta tener tal cosa, inflamación del seno izquierdo. Después vienen los estudios clínicos, que pueden ser análisis de sangre, orina, materia fecal, pero pueden ser imágenes, rayos X o PET (tomografías). Después puede que aparezca una tira de números que son electrocardiogramas. Ese paquete de cosas no tiene una única estructura porque no son sólo números, no es sólo texto, no es sólo imagen, no es sólo sonido. Eso es una cantidad de datos no estructurada. Ahora imaginemos que hay una gran masa de datos no estructurados, una enorme cantidad de historias clínicas de mujeres y se quiere sacar información de ahí. ¿Cuáles son las técnicas computacionales por medio de las cuales se saca esa información? Eso es Big Data. Entonces, todo lo que tuiteamos, los “me gusta” de Facebook, las búsquedas en internet, ¿forman parte de eso? Todo eso es Big Data. Y por supuesto las técnicas, que no pueden seguir siendo la estadística tradicional. Ciertas técnicas estadísticas antes del Big Data estaban enfocadas en lo que se llama datos estructurados. Había todo un paradigma que se llamaba SQL –lenguaje para hacer búsquedas–, hecho para hacer búsquedas en datos estructurados. Eso pasó y había que hacer algo nuevo. Y hubo en los últimos diez años un boom muy grande de una rama de la computación que se llama inteligencia artificial. La pregunta es por qué pasó esto ahora y no pasó antes. Porque ahora en las computadoras ha habido un súbito crecimiento de la capacidad de almacenamiento. Si se le hubiera dicho a alguien, hace diez años, que por hacer una cuenta de correo le iban a regalar cinco gigabytes para guardar cosas, uno se hubiera preguntado “dónde está la trampa”. Eso no se regala. Cinco gigabytes era una cantidad enorme, pero hoy por tener los datos en la nube de Amazon, por ejemplo, te dan cinco de regalo. Si quieres más, tienes que pagar, pero lo que se paga es una tontería. Quiere decir que hay una disponibilidad enorme de espacio de almacenamiento. Y que, supongo, se pueden usar de diversas maneras. Los términos y condiciones son habitualmente que se va a guardar la privacidad, que hay datos que no se pueden usar para otras cosas, pero el petróleo del siglo XXI son los datos. Si uno es capaz de manejar grandes bases de datos, guardar esos datos y saber a quién venderle los resultados de esos datos, uno tiene mucho dinero. Se pueden usar para fines altruistas como para otros menos honestos, ¿no es así? Es lo que pasa siempre. Uno puede usar esto para hacer políticas públicas, para ayudar al desarrollo urbanístico, cuidar a la población de una epidemia, pero también pueden ser usados para hacer una mercadotecnia muy efectiva y, en ocasiones, perniciosa porque están usando características psicológicas de las personas para estimularlas ha realizar compras o para preferir ciertas cosas. Es una manipulación psicológica profunda. Nos acostumbramos a las denuncias de WikiLeaks, pero ¿puede haber cosas más graves que afectan la vida cotidiana? Sí, y de hecho el asunto es un poco peor. Ocurrió en Estados Unidos: la esposa de uno de los creadores de Google, de Larry Page, tenía una empresa en la que uno entregaba una muestra de ADN y ellos te decían a qué enfermedad eras propenso. El primer ADN que se secuenció, cuando se hizo el genoma humano completo –que tiene más o menos 2.400 millones de pares de base–, tomó casi diez años en hacerse. En este momento, hacérselo a una persona es casi, casi, como hacerle un examen de sangre. Va a llegar el momento en que uno vaya al médico y que, con la misma facilidad de un análisis de sangre, en el que te dicen cómo está la hemoglobina, también podrán decir: “Mira, mediante tu ADN hemos visto que eres propenso a tal o cual enfermedad”. Ahora está sucediendo una cosa muy interesante: en el plan de negocios de esta persona, el proceso de secuenciación no se estaba haciendo en Estados Unidos, sino en China, porque era mucho más barato. Los chinos tenían la tecnología, cobraban menos y salía muy barato. Entonces esto representaba un peligro enorme para Estados Unidos porque los chinos estaban acumulando una enorme cantidad de genomas particulares de estadounidenses. Y si uno empieza a buscar patrones, puede servir para colocar un virus en circulación en una población que yo sé que es susceptible a eso porque conozco su ADN. Ese es el tipo de peligro del Big Data en el siglo XXI, un manejo inadecuado de los datos. Si se hace uso político de esos datos, ¿existe el peligro de que se pueda definir el rumbo político de una nación, o sea, ganar una elección nacional? Donald Trump ganó así. Hizo una campaña electoral que a todas luces, vista desde afuera, era desastrosa: decía estupideces, era xenófobo, era homofóbico. La mayoría de las personas decía: “Este hombre no puede ser mi presidente”. Alguien que trata tan mal a las mujeres, alguien que tiene problemas con los inmigrantes, que tiene problemas con los gays, que tiene problemas con todos. Pero el hombre ganó. ¿Cómo se hizo eso? Porque se hizo un marketing político muy personalizado, por mensajes que estaba mandando la firma que lo estaba asesorando, Cambridge Analytica. Estaban tratando de utilizar cosas muy íntimas del comportamiento psicológico de las personas para tratar de enviarles un mensaje. Usaban el nivel socioeconómico, si era demócrata o indeciso, si eran hombres o mujeres, qué edad tenían. Y si se ponen todas esas cosas y se meten en un paquete de características, se conocen las fibras más sensibles de una persona. Eso lo estaban haciendo en millones de personas; entonces, ganó. Hay que tener presente que en el futuro esta será una herramienta que no se podrá dejar de lado. Entonces, en un país como Uruguay, con una enorme penetración de internet, ¿eso debería preocupar? Yo digo que sí. En primer lugar, una cosa importante es empezar a educar. Que los ciudadanos entiendan que están lidiando con algo de cuyas consecuencias no están bien al tanto. Leí recientemente, en un artículo, que en algunas escuelas de Estados Unidos ya se está enseñando, junto a otras asignaturas, la interpretación de las noticias. ¿Por qué debo creer en esta noticia? Porque después viene eso que se ha dado en llamar la posverdad, o sea la verdad que se crea a partir de noticias falsas, o sea construir una realidad que todo el mundo cree y que, sin embargo, está construida sobre hechos falsos. Incluso combinación de verdad y mentira, falsedad retocada con algo de datos reales. Trump hizo uso de eso. Hizo uso de eso porque Hillary Clinton tuvo un par de desmayos, quién sabe porque, y entonces Trump hizo énfasis en mostrar que su contrincante tenía cáncer porque estaba muy mal. Lo que estaba haciendo era mandar un mensaje subliminal al electorado: “Para qué quiero votar por una mujer que no va a tener la suficiente salud como para entregarse plenamente a su trabajo”. Se usaron cuentas falsas, conocidas como trolls. ¿Cómo funcionan? Lo que pasa es que ya se han desarrollado algoritmos muy sofisticados que permiten construir cuentas en las redes sociales que estén manejadas por computadoras. Es decir, que detrás de ellas no hay un ser humano. Una computadora puede estar manejando 50, cien, o más –dependiendo de su capacidad de cómputos– cuentas en las redes sociales, poniendo comentarios. Estas cuentas que son trolls no tienen mucha conexión entre sí porque están hechas nada más que para mandar mensajes muy objetivos. Voy a mandar un mensaje positivo para el candidato que me interesa o negativo para los otros, con la intención de sumar mensajes para crear trending topics. Entonces, el ciudadano común lo que ve es una noticia que es trending topic. Yo sé que esto no se puede generar porque una sola persona no influye; deben estar influyendo muchas personas. Y ahí es donde está la trampa. No son personas las que están influyendo, lo están haciendo cuentas computarizadas que no están reflejando el parecer de auténticos seres humanos. Ahí está la posverdad, acabo de construir una realidad completamente falsa a partir del presupuesto de que la gente cree que un trending topic es una noticia que gustó a muchos seres humanos. Con esto se puede empezar a manipular lo que se quiera. Es muy importante saber detectar los trolls, de ser posible desenmascararlos, y además decirle a la gente que porque vea un trending topic no necesariamente hay muchos seres humanos conectados. Hace un tiempo hubo una polémica en Argentina por el uso de Twitter por parte de los políticos. ¿Eso podría anticipar esta realidad de hoy? Eso estaba a mitad de camino de un proceso. Por ejemplo, [el expresidente estadounidense] Barack Obama era una persona que hacía un uso muy mesurado de Twitter, pero lo usaba. Si moría alguien importante en Estados Unidos, lo primero que hacía era mandar un pésame por Twitter. Cuando mataron a Osama Bin Laden, el primero que mandó un tuit para felicitar a los soldados fue él. El problema es que Trump ha convertido esto en una tribuna. Probablemente una de las críticas que les han hecho a los políticos es que no es una buena idea convertir una cuenta de redes sociales en una tribuna. La primera razón por la que no puede ser una buena idea es que esa cuenta puede ser hackeada. Todo el mundo ve que el presidente [Mauricio] Macri escribe todos los días en su cuenta de Twitter y dice algo. Un día le hackean la cuenta y ponen que hubo un golpe de Estado en Argentina y se puede derrumbar la Bolsa. No es él el que lo está haciendo, pero le intervienen la cuenta. No es imposible hacerlo con una cuenta de Twitter porque ya se ha hecho. Mejor no meterse en eso es lo que dicen personas o políticos más tradicionales. No obstante, en el largo plazo la gente lo va a hacer. Puede ser que hagan un uso más mesurado, pero eso de que van a enmudecer Twitter y van a seguir llamando a conferencia de prensa para dar su punto de vista no va a ser. ¿El uso de las redes sociales es cuestión de edad? Creo que no. Hace cuatro o cinco años ocurrió un fenómeno muy interesante y era que la mayoría de los jóvenes se fueron de Facebook y migraron a Instagram. Fue una enorme migración. ¿Por qué migraron de esa manera? Porque los papás se hicieron cuentas en Facebook. Esa es la razón básica. Los adolescentes se decían: “Cómo voy a tener una cuenta en la misma red social que mis padres. Entonces se van a enterar de todas las fotos que pongo aquí y se van a enterar de otras cosas”. ¿Que pasó con la mayoría de los adolescentes? Se fueron a Instagram. Eso es una demostración de que la afirmación de que las redes sociales son para los jóvenes es falsa. Es falsa porque, si no, este fenómeno nunca hubiera ocurrido. 0Estoy completamente seguro de que no hay muchos ancianos de 80 años que tuiteen y que tengan cuenta en Facebook, pero hay una banda muy grande de edades, y se amplía cada vez más, porque alguien que hoy tiene 55 años y usa Facebook –y probablemente Twitter– no tendrá muchas razones para dejar de hacer cosas así dentro de diez años. No se va a desconectar. En Uruguay hay dirigentes políticos que usan las redes, fundamentalmente de la oposición. ¿Puede ser también una cuestión de tipo cultural? En México hay algunos líderes, curiosamente también de izquierda, que no le dan mucha importancia a las redes sociales porque tienen el concepto de que la interacción con las masas debe ser directa. Pero ya ha cambiado el mundo. Estoy en un lugar donde puedo interactuar fuertemente con enorme cantidad de personas y no tengo que estar hablando con ellas. Eso no significa que no se vaya de gira por el país para ver con sus propios ojos las penalidades de los pobres, las carencias en algunas zonas. Pero creer que no vale la pena tener una buena población de seguidores en una cuenta, considero que es un error. Entonces, ¿el mundo va a ser cada vez más dependiente de lo que pasa en las redes sociales? Si uno quiere puede no interactuar y se queda afuera, pero puede mirar en qué andan los demás. Puede ser mirando las redes de los opositores. Porque si se ve en las redes que están hablando mal de los opositores o bien de tus políticas públicas, estamos ante un indicador de que se hicieron mal o bien las cosas. Y no hay que tener una red. Lo que pasa es que hay que perder el miedo. Edward Snowden –el analista de la Agencia de Seguridad de Estados Unidos que reveló el espionaje informático– dijo en un documental que uno de los instrumentos más importantes para la democracia eran las redes sociales. Textualmente. Y el entendía bien que podían ser manipuladas, que podían ser capturadas, pero el hecho de que la gente se pueda comunicar, libera.
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Los manejos de la campaña de Trump
Un artículo publicado en la revista alemana Das Magazin y traducido por Cubadebate arroja luz sobre el uso de las redes sociales en la campaña que a la postre le dio la victoria a Donald Trump en las elecciones estadounidenses de noviembre de 2016. Michal Kosinski, un investigador polaco de 34 años, experto en psicometría, una rama de la psicología en la que se miden y cuantifican variables psicológicas, elaboró un sistema de estudio de datos que fue adoptado por una pequeña empresa británica, Cambridge Analytica, asesora de Trump en la campaña. “Todo aquel que no haya pasado los últimos cinco años viviendo en otro planeta estará ya familiarizado con el término Big Data. Big Data significa que todo lo que hacemos, ya sea online u offline, deja una huella digital. Cada compra que hacemos con nuestras tarjetas, cada búsqueda que hacemos en Google, cada sitio al que vamos con nuestro teléfono en el bolsillo, cada ‘me gusta’, es recolectado. Especialmente cada ‘me gusta’. Durante mucho tiempo no estuvo del todo claro qué uso podríamos darle a esta información, más allá de recibir anuncios de medicamentos para la presión sanguínea tras haber buscado en Google ‘reducir presión sanguínea’. Tampoco estaba claro si el Big Data pondría en peligro o beneficiaría a la raza humana. El 9 de noviembre supimos la respuesta”, subraya el artículo. El método de Kosinski era bastante simple: primero, presentaban a los participantes un formulario online. De sus respuestas, los psicólogos calculaban los valores de sus big five. El equipo comparaba entonces los resultados con toda la demás información que pudieran obtener del sujeto: a qué hacían “me gusta”, qué compartían y que escribían en Facebook, qué edad tenían, género o lugar de residencia. Esto permitía a los investigadores unir puntos y crear correlaciones. En 2012, Kosinski demostró que con una media de 68 “me gusta” de un usuario, era posible predecir su color de piel (en un 95%), su orientación sexual (88%) y su afiliación al Partido Demócrata o al Partido Republicano (85%). Cuando Cambridge Analytica se hizo cargo de la campaña se dedicó a la compra datos personales de distintas fuentes, como registros de propiedades, datos de transporte, de compras, tarjetas de bonificaciones, pertenencia a clubes, qué revistas lees, a qué iglesias vas, etc. Con esos datos comenzó a trabajar sobre los votantes. “Las continuas inconsistencias de Trump y sus consecuentes mensajes contradictorios de repente se convirtieron en su principal arma: un mensaje distinto para cada votante”, afirma el artículo. El día del tercer debate entre Trump y Clinton, el equipo de Trump probó 175.000 variaciones de sus argumentos para encontrar la mejor, todo basado en Facebook. Los mensajes se distinguían en su mayoría por detalles microscópicos, con el objetivo de llegar al espectador de la mejor forma posible: diferentes cabeceras, colores, ilustraciones con fotos o videos. De esta forma lograron dar vuelta las encuestas y terminaron convenciendo a un número tal de votantes que le dieron la mayoría en el Congreso Electoral, y de ahí, la presidencia.