“La mayor acumulación de bienes se hallaba en manos de los hijos de los fundadores de Montevideo, que constituían la aristocracia del país.” Francisco Bauzá (Tomo II, Apéndices) La historia de la Banda Oriental del Uruguay es de corta data. El año 1724 fue el punto de partida de la ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo; su desarrollo se dio muy lentamente a lo largo de siglo XVIII. Esa pequeña edad del cuero mencionada por Zum Felde enlenteció dicho desarrollo, aunque nunca faltaron los personajes que amasaron grandes fortunas durante ese siglo y que formaron parte de lo que denominamos “clase-estamento” alta. De ellos vamos a hablar. Los conflictos minaron la historia nacional; las guerras, las facciones, las invasiones. Pero al ser una corta historia, los personajes que marcaron su destino fueron un grupo pequeño, medianamente homogéneo y reconocible (“en su origen nacional y racial”). Todos habían nacido en un medio “cuantitativamente reducido” y muchos de ellos tenían vínculos parentales. Después de todo, nacieron en Montevideo, hijos o nietos de españoles, muchas veces funcionarios, militares o solo pobladores influyentes; 113 pobladores que tuvieron el privilegio de haber sido los primeros, los que convirtieron la “bazofia en ciudad”. Estas gentes que forman un grupo poco reconocible fueron el sector que acumuló capital en el principio. Si bien su acumulación no se reinvirtió en la producción, y muchas veces se despilfarró en lujos, son estos sectores con los que nace una pequeña coerción“ estatal” que tiene en el cuerpo de Blandengues (creado en 1797) un punto cúlmine. La relación entre desarrollo de las clases oligárquicas, su alineamiento y la coerción estatal es clave para comprender la historia de Uruguay, desde la creación del cuerpo de Blandengues hasta la modernización de Lorenzo Latorre, apuntalada por los estancieros de la Asociación Rural del Uruguay (ARU). Si bien esa primera acumulación fue muchas veces importante (comerciantes, armadores, saladeros, estancieros) y creó una personalidad grupal, no fue una acumulación típica de una burguesía nacional, que no existía. “Dominado por una tónica racional y burguesa, no perdió, empero, su contacto con el sedimento feudal o, mejor dicho, señorial que le venía de una gestión agropecuaria principal o complementaria”, escribió Carlos Real de Azúa, en su libro Montevideo, el peso de un destino. Esta clase, que es la inmediata de los fundadores de Montevideo, hijos, nietos y bisnietos, tiene de sus padres y abuelos toda la educación hispana medieval y se enfrenta con las nuevas concepciones que van surgiendo de repente. Estos personajes son la bisagra temporal; de un lado están los fundadores y del otro los capitalistas nacientes de fines del siglo XIX, que serán los que releven a estos. Estas generaciones (nacidas entre 1743 y 1820) son las que marcaron para bien o para mal la historia de la Banda Oriental: económica, política, social o culturalmente, o una mezcla de todas. Se pueden agrupar con todas las previsiones que trae consigo la creación de un tipo ideal. A estos hombres podemos agruparlos en el período que va desde 1743 hasta 1884 aproximadamente. Período más que importante, en el que se dan, entre otras cosas, la Revolución oriental y la creación de los partidos políticos, que existen hasta el día de hoy. Los hechos más importantes de este lapso: las Invasiones inglesas (1808), Revolución oriental (1811-1820), Dominación lusobrasileña (1817-1828), Cruzada Libertadora (1825), Constitución y primeras presidencias (1830-1838), Guerra Grande (1839-1851), Política de fusión y de pactos (18521864), Revolución de Flores (1865), Revolución de las Lanzas (1871), Dictadura de Lorenzo Latorre (1876-1880), entre otros. Este tipo ideal fue denominado por Carlos Real de Azúa patriciado uruguayo. Su definición es: “La clase dirigente del principio de nuestra formación nacional y que se integró con distintos sectores: estanciero, comercial, burocrático, militar, letrado y eclesiástico. Una clase que participó de intereses, ideales y modos de vida religantes y comunes, sin que esto obste a la existencia de acentuadas, de profundas tensiones internas”. Este patriciado manejó durante muchos años los hilos nacionales. Nace con la creación misma de la ciudad de Montevideo. Sin ella no existirían. “La fortuna del patriciado provino de lo más exitoso de la inmigración montevideana del siglo XVIII”, afirma Real de Azúa. Continúa el autor planteando que son estos los que forman parte del Cabildo desde 1726 hasta la independencia. Dentro del patriciado encontramos todo tipo de personajes muy diferentes entre sí. Tenemos desde importantes caudillos como José Artigas, Fructuoso Rivera o Juan Antonio Lavalleja; hay también gérmenes capitalistas de Montevideo como Juan María Pérez o Pedro Trápani; famosos poetas como Francisco Acuña de Figueroa (creador de la letra del himno uruguayo); intelectuales importantes como Andrés Lamas. Resumiendo, Real de Azúa nos da una lista de 115 nombres de patricios. Este autor los agrupa en cuatro generaciones. La primera comprende a los nacidos hasta 1775. En esta se encuentran: José Manuel Pérez Castellano (1743-1815), Francisco Antonio Maciel (1757-1807), Jorge Pacheco (1761-1833), Manuel Calleros (1763-1847), José Artigas (17641850), Francisco X. de Viana (1764-1820), Dámaso Antonio Larrañaga (1771-1848), Jaime de Zudáñez (1772-1832), Miguel A. Vilardebó (1773-1844), Fernando Otorgués (1774-1831), Nicolás Herrera (17741833), Juan Francisco de Larrobla ( 1774-1842), Luis E. Pérez (17741841), José Rondeau (1775-1844). La segunda generación comprende a los nacidos entre 1776 y 1790. Entre ellos encontramos a: Francisco Aguilar (1776-1840), Francisco Joanicó (1776-1840), Carlos Anaya (1777-1862), Francisco Remigio Castellanos (1779-1839), Enrique Martínez (1779-1870), Lucas Obes (circa 1780-1839), José Benito Monterroso ( 1780-1838), Manuel Pagola (1781-1868), Andrés Latorre (1781-1860), Joaquín Suárez (1781-1868), Julián Laguna (1782-1835), Pablo Zufriateguy (1783-1840), Pedro Trápani (1783-1837), Silvestre Blanco (1783-1840), Tomás García de Zúñiga (1783-1843), Juan Antonio Lavalleja (1784-1854), Fructuoso Rivera (1784-1854), Manuel Basilio Bustamante (1785-1863), Antonio Domingo Costa (1785-1867), José Benito Lamas (1787-1857), Lorenzo J. Pérez (1787-1857), Santiago Vázquez (1787-1847), Julián Álvarez (1787-1843), Francisco LLambí (1787-1837), Julián de Gregorio Espinosa (1787-1834), Miguel Barreiro (1780-1848), Juan Benito Blanco (1789- 1843), Antonio Díaz (1789-1869), José Ellauri (1789-1867), Ventura Vázquez (1790-1826), Juan María Pérez (1790-1845), Francisco Joaquín Muñoz (1790-1854), Pedro Lenguas (1790-1859), Alejandro Chucarro (1790-1884), Francisco Lecocq (1790-1882). Entre 1790 y 1805 se encuentra la tercera generación: Pedro Pablo de la Sierra (1791-1842), Rufino Bauzá (1791-1854), Francisco Acuña de Figueroa (1791-1862), Juan Francisco Giró (1791-1863), Manuel Oribe (1792-1857), Lorenzo Fernández (1792-1852), Francisco Solano de Antuña (1792-1858), Juan José Aguiar (1792-1871), Luis Lamas (1793-1860), Leonardo Olivera (1793-1865), Santiago Sayago (1793-1863), Lázaro Gadea (17993-1865), Santiago Gadea (1794-1849), Gabriel A. Pereira (1794-1861), Francisco Araúcho (1794-1863), Francisco Magariños (1795-1856), Ignacio Oribe (1795-1866), Eugenio Garzón (1796-1851), Ramón de Artagaveytia (1796-1852), Francisco Antonio Vidal (1797-1851), José Brito del Pino (1797-1877), Cipriano Miró (1797-1890), Agustín Muñoz (1797-1897), Ramón Massini (17981854), Atanasio Lapido (1798-1859), Ramón de Cáceres (1798-1867), Andrés Gómez (1798-1877), Atanasio Cruz Aguirre (1801-1875), Manuel Errazquín (1801-1867), Bernardo P. Berro (1803-1868), Teodoro Vilardebó (1803-1856), José María Reyes (1803-1856), Francisco Lasala (1805-1859), Tomás Villalba (1805-1886), Juan Miguel Martínez (1805-1889). La cuarta y última generación está compuesta por: Félix Eduardo Aguiar (1806-1844), Carlos Villademoros (1806-1890), Luis de Herrera (1806-1869), Manuel Herrera y Obes (1806-1890), Joaquín Egaña (1807-1876), Doroteo García (1807-1885), Venancio Flores (1808-1868), Benito Chaín (1808-1869), Joaquín Requena (1808-1901), Melchor Pacheco y Obes (1809-1855), Florentino Castellanos (1809-1866), Cristóbal Salvañach (1809-1876), Diego Lamas (1810-1868), José Gabriel Palomeque (1810-1872), Lorenzo Batlle (1810-1887), Leandro Gómez (1811-1865), César Díaz (1812-1858), Cándido Juanicó (1812-1884), Jacinto Vera (1813-1881), Adolfo Rodríguez (1814-1873), Eduardo Acevedo (1815-1865), Avelino Lerena (1815-1890), Plácido Ellauri (1815-1893), Santiago Estrázulas (1815-1898), Pedro Bermúdez (18161860), José María Muñoz (1816-1899), Andrés Lamas (1817-1891), Jaime Estrázulas (1817-1896), Enrique de Arrascaeta (1819-1892), Federico Nin Reyes (1819-1886), Juan Carlos Gómez (1820-1884). Son cuatro generaciones, 115 apellidos, cuatro o cinco nacionalidades. En esa crema y nata de la historia oriental podemos encontrar las claves para comprender la relación entre la oligarquía y el desarrollo del Estado, que a la postre marca el nacimiento del Estado moderno, lejos de la gloria y los oropeles y cerca de las negociaciones y la necesidad de una clase acumuladora.
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