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Mundo

A menos de dos meses de asumir

Gobierno argentino con logros trascendentes

El presidente Alberto Fernández, que busca consolidar la estabilidad económica y social en Argentina, culmina exitosamente su primer viaje de Estado tras visitar Israel, el Vaticano, Alemania, España y Francia.

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Caras y Caretas Diario

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Por Martín Narbondo

Fernández ha convocado un gabinete potente encabezado por su ministro de Economía, Martín Guzmán, discípulo de Joseph Stiglitz, y se apresta a liderar una nueva etapa histórica del movimiento político más importante de Argentina: el peronismo, el movimiento de los pobres, los «cabecitas negras» y los trabajadores.

El 10 de diciembre de 2019, el Dr. Alberto Fernández y la Dra. Cristina Fernández de Kirchner asumieron la presidencia y vicepresidencia de una Argentina devastada, económicamente paralizada y socialmente violenta, con 53% de inflación anual, 40,8% de pobreza y una deuda externa equivalente al 98% de su Producto Interno Bruto (PIB).

Mucho peor que esa deuda externa (que en un monto de US$ 57.100 millones aumentó irresponsablemente el expresidente Mauricio Macri en 2018), es la terrible deuda interna del que fuera «el granero del mundo», donde la semana pasada 6 niños -que se sepa- murieron de hambre.

La asunción de Alberto Fernández, 60 años, un abogado, profesor de Derecho Constitucional y político argentino de extensísima trayectoria, que fue jefe de Gabinete de Ministros de Néstor y Cristina Kirchner entre 2003 y 2008, representa el regreso al gobierno de Argentina de la versión más ortodoxa del primer peronismo, el que el general Juan Domingo Perón representó en sus dos primeros gobiernos (1946-1955), que impulsaron el desarrollo nacional a través de la industrialización, a la vez que la promoción de los sindicatos obreros (a los que otorgó derechos y obras sociales que son un ejemplo de prestaciones incomparable en América Latina) y supervisó un pacto social con la incipiente burguesía nacional, oponiéndose a la tradicional estructura oligárquica basada en la gran propiedad agropecuaria.

Se dice acertadamente que «si uno es pobre, cabecita negra, trabajador o jubilado en Argentina, es peronista», y el eterno retorno al gobierno de movimientos que se dicen peronistas, aunque estén en sus antípodas, como el menemismo, al que Alberto Fernández combatió siempre desde el «ala renovadora» liderada por Antonio Cafiero y José Manuel de la Sota.

Alberto Fernández, que dio sus primeros pasos en el nacionalismo peronista, al igual que Jorge Bergoglio, hoy papa Francisco, comparte la obsesión peronista en la «opción por los pobres» o «los descamisados», como llamaron Perón y Evita a las inmensas muchedumbres que le dieron tres presidencias absolutamente intachables al general.

Solo pudo derrocarlo del gobierno el golpe de Estado de setiembre de 1955 (la absurdamente llamada «Revolución Libertadora») que regó de sangre obrera todos los rincones de Argentina, igual que el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, encabezado por Jorge Rafael Videla y su junta militar contra María Estela Martínez Isabel, viuda de Perón, que inauguró la más terrible dictadura de la historia argentina, con 30.000 muertos y desaparecidos.

Ambos movimientos cívico militares tuvieron un objetivo netamente económico: restablecer en plenitud los privilegios de la oligarquía argentina e implantar la doctrina económica neoliberal.

El peronismo también vivió instancias trágicas como los enfrentamientos entre sus alas izquierda y derecha (los Montoneros y distintas organizaciones controladas por José López Rega, que fue expulsado de Argentina por la Confederación General de Trabajadores -CGT- en los años 70), como la tristemente célebre «Masacre de Ezeiza» o las andanzas criminales de la «Triple A», que tuvo su crecimiento tras la muerte del general Perón el 1º de julio de 1974 y  presagiaron los crímenes de la dictadura (1976-1983).

Pero tanto la imagen de Juan Perón y su esposa Eva Duarte de Perón (una personalidad emblemática que ha inspirado decenas de obras de arte, como el film español Carta a Eva, basada en hechos reales) como sus obras productivas y sociales, que han resistido el paso del tiempo y las dictaduras oligárquicas, continúan con su vigencia intacta para quien las analice desapasionadamente.

Por todos estos motivos el «peronismo» (que sintonizó con el «getulismo» del presidente Getulio Vargas (cuatro veces presidente de Brasil entre 1930 y 1954), y con el «ibañizmo» del presidente Carlos Ibáñez del Campo (dos veces presidente de Chile, entre 1927 y 1958), todos ellos movimientos populares, nacionalistas, desarrollistas y basados en los trabajadores y los sindicatos, así como en sectores nacionalistas de las Fuerzas Armadas) permanece en el inconsciente colectivo argentino como el movimiento político más importante de la historia de la nación hermana, con toda una poderosa liturgia, simbología, marchas, cánticos y banderas, y que contó con el apoyo de intelectuales de la talla de Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, José María Rosa, Carlos Ibarguren, Marcelo Sánchez Sorondo, Elías Castelnuovo, César Tiempo y Leopoldo Marechal, y los directores cinematográficos Mario Sofficci, Pino Solanas, Leonardo Favio y el legendario Hugo del Carril, entre muchos otros, algunos provenientes del yrigoyenismo y otros del nacionalismo católico.

Quienes no han vivido en Argentina tienen gran dificultad para comprender el peronismo.

No pueden asociar al papa Francisco, al obispo Marcelo Sánchez Sorondo, a Eduardo Duhalde, a Roberto Lavagna y a Agustín Urtubey con dirigentes sindicales como Hugo Moyano y muchos otros a los que asocian con diferentes formas mafiosas.

Pero esa contradicción no es sentida por el pueblo peronista que triunfa en las urnas la inmensa mayoría de las veces que lo dejan concurrir, ya que ha estado proscripto varias veces.

El secreto está en que los pobres, los cabecitas negras (la población mestiza, de enorme importancia en el total de la población, sometida por décadas de humillación y reivindicada solo por el general y Evita), los trabajadores y los jubilados seguirán votando al peronismo.

Con esa riquísima y compleja tradición a cuestas (por otra parte acostumbrada al manejo del poder real en Argentina, cosa que no ha logrado ninguna otra fuerza democrática, como lo ha demostrado, lamentablemente, el Partido Radical) surge la presidencia de Alberto Fernández.

 

Una gestión potente y fulgurante

Una notable jugada de ajedrez político (para aquellos que dicen que no tenemos nada que aprender de los argentinos) consolidó la fórmula Alberto Fernández-Cristina Fernández de Kirchner (figura cuestionada por amplios sectores de todos los partidos) el 18 de mayo de 2019, por el Frente de Todos.

El 27 de octubre de 2019, el Dr. Alberto Fernández resultó electo presidente en primera vuelta, con el 48,24% de los sufragios, derrotando al gobierno oligárquico, pituco, voraz, rapaz, ineficaz, ineficiente, entreguista y reaccionario, encabezado por el entonces presidente en ejercicio, Mauricio Macri, cuya primera medida había sido casi eliminar las retenciones fiscales a los grandes exportadores agropecuarios.

Macri había dado un default virtual el 28 de setiembre de 2019, tras una nueva y feroz turbulencia económica que fue nuevamente incapaz de manejar, al pedir públicamente la reestructura de su deuda para no caer en estado de cesación de pagos por imposibilidad de honrar los compromisos contraídos en tiempo y forma (más claro, imposible) a través de un discurso televisado de su ministro de Hacienda, Hernán Lacunza.

Al cierre del turbulento miércoles 28 el valor del dólar, imparable, había superado los $A 61 y el riesgo país pasó los 2.000 puntos básicos, dato que a esa altura no tenía ninguna significación, ya que el único y último posible prestamista de Argentina es el Fondo Monetario Internacional (FMI), ahora muy comprometido por el que posiblemente sea el mayor error de su trayectoria, al otorgar su mayor préstamo, por US$ 57.100 millones, por razones que a todas luces eran de simpatía política (compartida por el presidente Trump, cuya nación tiene el mayor poder en el organismo multilateral) hacia un gobierno inoperante e ineficiente, de un país cuyos gobiernos ya habían entrado (a veces en clamor parlamentario y nacional) en cesación de pagos interna y externa en otras varias ocasiones.

Alberto Fernández debe reparar todos esos daños.

Tras buscar signos de reconciliación (que incluyeron un abrazo con Macri en una misa oficiada en la Basílica de la Virgen de Luján, Patrona de la Argentina), tuvo una clamorosa asunción el 10 de diciembre (que será inolvidable para los uruguayos por la visita conjunta del presidente Tabaré Vázquez y el presidente electo Luis Lacalle Pou), en la cual la bancada y la muchedumbre que llenaba el Congreso le cantó la Marcha Peronista completa (que es bastante larga), haciéndolo lagrimear de emoción.

Inmediatamente designó un gabinete caracterizado por su trayectoria, potencia y prestigio, en los que descuellan Santiago Cafiero (hijo del legendario dirigente peronista Cr. Antonio Cafiero, el ministro de Economía más joven que tuvo el general Perón), Gustavo Béliz como secretario legal y técnico de la Presidencia, el exgobernador de la provincia de Buenos Aires Felipe Solá como canciller, Tristán Bauer como Ministro de Cultura, Matías Lammens como ministro de Deportes, y el debutante Martín Guzmán como ministro de Economía. Guzmán, de 37 años, es economista por la Universidad de La Plata, con un posdoctorado en la Universidad de Columbia bajo la tutoría del Premio Nobel Joseph Stiglitz, donde se venía desempeñando como investigador asociado y dirigía el Journal of Globalization and Development. Al investirlo como ministro, el presidente Fernández afirmó: «Fue formado en la elite universitaria de EEUU y es alguien a quien he consultado mucho. Es una alegría que vuelva a Buenos Aires para hacerse cargo de las cuestiones macro de Argentina. Deposito una enorme confianza en él. Conoce muy bien el conflicto de la deuda y el conflicto macroeconómico de Argentina», agregando que «juntos vamos a sacar al país de la postración en la que está».

Al concluir la presentación de su gabinete, Fernández afirmó: «Vamos a enfrentar un enorme desafío. Un país con casi 41 puntos de pobreza. Cuesta ver alguna base sólida en el país. Lo único sólido es nuestra convicción de que van a ser nuestro primer centro de atención. Si va a haber un privilegiado en Argentina, va a ser esa persona que cayó en la pobreza».

Según el informe del Fondo Monetario Internacional (FMI) presentado en el reciente Foro Económico Mundial de Davos (WEF), la economía mundial que viene de crecer 2,9% en 2019, crecerá 3,3% en 2020 y 3,4% en 2021, unas pocas décimas menos que en el informe anterior. Argentina cayó 3,1% de su PIB en 2019 y caería 1,3% en 2020 por efecto arrastre, con crecimiento positivo en 2021.

Equidad, deuda y «cerrar la grieta»

Aun analistas políticos antiperonistas pero serios, como Rosendo Fraga, coinciden en que hay una constante en el peronismo: la reactivación del consumo interno y la búsqueda de que «paguen más los que tienen más».

Sus primeras medidas apuntaron a «colocar dinero en el bolsillo de los argentinos más pobres», concediendo pagos extraordinarios a las jubilaciones más bajas y a los funcionarios más sumergidos, aumentó las «retenciones» fiscales a los grandes agroexportadores (otro dato para los que dicen que los argentinos son tontos); iniciar la renegociación del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional  (FMI); aumentar la indemnización por despido; restaurar los ministerios de Ciencia y Tecnología, Salud y Trabajo y crear de los de Vivienda y de la Mujer; establecer el control de capitales golondrinas; desdolarizar las tarifas de servicios públicos y eliminar las retenciones a la exportación de productos que agreguen valor agregado; apoyar la salida dialogada de la crisis política de Venezuela, revisar el acuerdo comercial Mercosur-Unión Europea y lograr un acercamiento hacia Estados Unidos, Rusia y China.

También estableció un impuesto del 30% a la compra de dólares para atesoramiento y turismo (para frenar la hemorragia de divisas que supone el turismo externo, una medida totalmente comprensible desde su punto de vista), medida muy criticada -también comprensiblemente- en el exterior, particularmente entre sus vecinos.

El 21 de diciembre, Fernández logró la aprobación de su Ley de Solidaridad Social y Reactivación Productiva, que estableció las principales medidas, y de inmediato se abocó a buscar el apoyo internacional que necesitar para controlar el mayor peligro que pesa sobre su economía: la deuda que tiene con el FMI.

 

Los viajes y los días

Como primera instancia de su primer viaje como presidente de la República Argentina, Alberto Fernández llegó el 22 de enero a Israel para asistir al Foro Internacional de Líderes en Conmemoración del Día Internacional de Recordación del Holocausto y la Lucha contra el Antisemitismo, que se llevó a cabo en el Museo de Yad Vashem, en Jerusalén, en ocasión del 75° aniversario de la liberación del campo de concentración nazi de Auschwitz-Birkenau.

Allí se reunió con el presidente israelí, Reuven Rivlin, y con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu (una forma indirecta de comunicarse por elevación con Donald Trump, presidente del país con mayor poder accionario en el FMI), y otros 40 líderes mundiales, entre los cuales estaban Emmanuel Macron y el rey de España, Felipe VI. El viaje a Israel, país con el que la Argentina de los Kirchner mantenía difíciles relaciones por graves cuestiones, significa todo un viraje geopolítico del mandatario peronista.

De allí partió para Roma, donde tuvo una excepcionalmente cálida reunión con el papa Francisco (quien lo recibió 44 minutos, contra 22 minutos para Macri), con el primer ministro Giuseppe Conte y el presidente de Italia, Sergio Matarella.

El 3 de febrero, como continuación de su gira, se reunió en Berlín con la canciller Angela Merkel, titular del país europeo con mayor poder en el FMI, quien según todas las agencias noticiosas le prometió su apoyo para ayudar a que Argentina resuelva el problema de su negociación de la deuda externa.

Según Infobae, «el presidente argentino explicó a la canciller alemana en la cena de bienvenida que no estaba dispuesto a aceptar planes de ajuste a cambio de postergación del pago de la deuda externa heredada, y que su propuesta consistía en “crecer y después honrar la deuda”.

Merkel terminó de escuchar la traducción oficial de los argumentos presidenciales, consultó en voz baja a un ministro que estaba sentado a su lado, y fue directa:

Estoy de acuerdo. Lo vamos a respaldar, dijo».

Fernández le comentó las líneas de la propuesta argentina al FMI: 4 años de gracia (que sin duda serán menos) sin quita de capitales, y luego de firmar una declaración conjunta tuiteó: «Tuvimos una excelente reunión con la canciller Angela Merkel, con quien compartimos visiones sobre muchos temas. Entre ellos, la necesidad de buscar un acuerdo con el Fondo Monetario que nos permita pagar sin dañar al pueblo argentino. Le agradezco mucho su calidez y su apoyo».

También habrían hablado de las convulsiones en Venezuela, Chile y Bolivia y del acuerdo Unión Europea-Mercosur.

Un resonante éxito diplomático en el marco de su estrategia de estabilización.

El martes 4, Alberto Fernández y su comitiva se reunieron en Madrid con el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez (quien también comprometió su apoyo a la reestructuración de la deuda argentina), y con el rey Felipe VI.

Allí tomó estado público que el nuevo embajador de Argentina ante España será el dirigente radical Ricardo Alfonsín, hijo del presidente argentino Raúl Ricardo Alfonsín (1983-1989), a quien Fernández invocó en primer término en su discurso de asunción presidencial.

Al cierre de esta edición, la comitiva argentina volaba a Francia a entrevistarse  oficialmente con Emmanuel Macron.

Cabe consignar que Italia, Alemania, España y Francia tienen cuantiosos intereses y grandes empresas radicadas en Argentina.

También el 5 de febrero estaba prevista la reunión entre el ministro Martín Guzmán (quien tuvo un primer contacto con la Misión del FMI en Argentina el 28 de enero) y la directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva.

Es famosa la frase de Lord Keynes según la cual “si yo te debo una libra, tengo un problema; pero si te debo un millón, el problema es tuyo”.

Seguramente al FMI le interesa mucho que Argentina pueda pagar debidamente sus créditos y no cargar con el peso de otro fracaso gigantesco.

 

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