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El gran garrote II

Por Eduardo Platero.

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Caras y Caretas Diario

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Estoy seguro de que no hace mucho tiempo escribí un artículo con este nombre y refiriéndome al mismo asunto: el vicio de recurrir a la fuerza para superar situaciones que pueden y deben arreglarse negociando. Vicio que es proverbial en la política exterior de Estados Unidos desde antes de que Theodore Roosevelt la enunciara de forma ingeniosa. Según él, había que ir a conversar con las patrias hermanas de América la pobre con una amplia sonrisa, pero llevando un gran garrote a la vista. En el artículo pasado –que no encuentro porque soy muy burro para archivar– no me refería a la política tradicional de los yanquis, sino a un vicio que se venía insinuando en nuestro gobierno: resolver con el gran garrote de los esenciales los conflictos que no deberían haberse iniciado y que, de haberlo hecho, deberían ser solucionados negociando. También, cuando la prohibición de cortes de ruta, advertí lo que a mi juicio era el peligro de dejarse tentar por la aparente ventaja que confiere el poder del Estado, la tendencia de todo gobierno a “resolver por la autoritaria”. Hoy agrego la otra tentación: aprovechar la ventaja de ser el centro de la atención de los medios para imponer su versión de las cosas. Francamente, me parece de pésimo gusto la tirada sentimental del presidente lamentando el frío que deben estar pasando los inundados que aún no ha ido a visitar. Una sentimentalina propia de Gagliardi. Y, ya que estamos, no me gustó la reunión en el cuartel de Blandengues; resulta que andamos diciendo “gre gre” con la reforma de su privilegiada ley jubilatoria, no tocamos el Hospital Militar que nos cuesta un disparate, y que es utilizado por los torturadores presos como hotel, y vamos a un cuartel a reunirnos. Todo bien con los militares si se desprenden del vergonzoso pasado de la dictadura y aun mejor si los méritos se reparten equitativamente. Cuando levantaron basura en Montevideo no rindieron la décima parte de lo que diariamente levantan los servicios municipales. Y eso que levantaban basurales. Y ahora, con las inundaciones, todo muy bien, muy meritorio, pero a su lado trabajan municipales y a esos no se los nombra. Como nunca se acuerda el presidente de lo que hizo el Sunca en Dolores y muchos otros lados y de lo que está ayudando para la recuperación de centenares de presos (mayores y menores). Parecería que le resulta indiferente lo que los trabajadores hemos hecho y estamos haciendo. Por cierto que no llegó ni a intendente ni a presidente con votos militares. Vamos a dejarla por aquí, total, es el presidente de todos los uruguayos, en tanto nosotros somos los que pagamos el ajuste fiscal. No sé si se nota, pero estoy muy disgustado y desilusionado con este alarde de autoridad de encajarles los esenciales a los trabajadores de Ancap, que ni sé cómo se va a instrumentar, ya que nadie está obligado a trabajar más que su horario legal. Por su parte, el sindicato ya decidió acatar la esencialidad; ahora el problema de hacer que las cosas funcionen es enteramente de las autoridades. Y los estacioneros los “ayudarán” en agradecimiento por el achique del porcentaje que les rabonearon y los camioneros también. “Hasta el pelo más delgado hace su sombra en el suelo” y hay pequeñas victorias que la prepotencia logra que en algún momento se pagan. Sobre todo porque se fueron confiando. Una especie de “lo atamos con alambre” trasladado a la organización del trabajo. Desde que, en el período del Dr. Lacalle, se intentó vender los entes del Estado para “hacer caja”, se ha aplicado invariablemente la receta de “reducir personal”. Ahora se están viendo en Ancap los resultados de una aplicación mecánica e irreflexiva. Cierto, el Estado estaba hipertrofiado desde que, en los años 50, con la constitución del Colegiado, la empleomanía se convirtió en vicio. El país entraba en una progresiva e indetenible decadencia económica y la forma de disimularla y amortiguar el descontento social fue el empleo público. El   vicio y la virtud del bracete. Disimulaban la crisis económica, postergaban la social y se hacían de un capitalito de votos. Cuando el FMI protestaba porque crecían los nombramientos, lo tranquilizaban: “Nombramos más, pero pagamos menos”. Esa fue la fórmula hasta que los militares – que vinieron para terminar con la corrupción– la alteraron un poco. Mejoraron sus sueldos y aumentaron sus efectivos. Hoy estamos pagando por esas ventajitas; su servicio de retiro nos está costando 400 millones de dólares por año. Pero parecería que los cuatro millones que cuesta el Servicio Médico son la piedra del escándalo. Ni la Caja Militar, ni el déficit del organismo, ni ALUR, ni las tarjetas corporativas ni el pulular de los cargos de confianza. El asunto es que el cumplimiento de la receta de achicar dos cargos de cada tres vacantes se llevó a cabo indiscriminadamente desde que salimos de la dictadura, pero no del FMI. Y se aplicó también el “lo atamos con alambre” a las inversiones. Así cayó el ferrocarril, la pesca y Pluna. Así se renovaba maquinaria en la intendencia cuando ya no daba más. Tuvo que venir Daniel Martínez para que la gente terminara por aceptar que sin camiones es difícil levantar basura. Ya Tabaré y sus sucesores habían realizado compras y tratado de levantar el servicio, pero es mérito del actual jefe comunal reconocer públicamente que el gran problema eran los camiones. ¡Es tan fácil culpar a los trabajadores! Pese a que debemos reconocer que no siempre Adeom tuvo razón, el problema de fondo era la maquinaria y las condiciones y lugares de trabajo. Nadie se tomó el trabajo de estimar cuántas personas se necesitaban en los lugres esenciales. Menos gente, más horas extras y el resultado era el mismo en horas-hombre trabajadas. Se calculó de forma tal que bordeaban el precipicio con alegre desenfado sin tener en cuenta que nunca es bueno caminar tan en el borde. Es más, como previniéndose del vicio de colocar amigos, hicieron que el ingreso fuera un procedimiento largo y complicado. Con lo cual no es fácil cubrir vacantes, pero no se evita el amiguismo. Para algo está el “cargo de confianza” En fin, la situación me hace acordar a las carreteritas estrechas que don Juan Chiruchi construyó en mis pagos. Tan estrechas que si dos vehículos se encontraban de frente, uno de los dos tenía que retroceder hasta los ensanches que se habían dejado a esos efectos. Uno de los dos tiene que recular. La Federación Ancap  ya acató, ahora le toca al gobierno. De estos encontronazos sólo se puede salir negociando y negociar no es sentarse a dictar las condiciones que se quiere imponer, la “última oferta del gobierno”, sino lo que se logre acordar atendiendo las razones del otro. Ya que estamos en tren de sentimentalina a la Gagliardi con eso de los niños inundados que se enferman de frío, pongámonos a recordar que en La Teja el compañero presidente recordó que en el Servicio Médico que hoy se quiere suprimir se atendió su padre enfermo. Hace muchos años, y hace “muchos años” el Servicio Médico es parte del salario de los trabajadores de Ancap. ¿O será que junto a su liquidación, y para evitar privilegios, se abrirá el Hospital Militar para los civiles? Ese hospital que cuesta una buena suma al presupuesto que todos pagamos y que únicamente les sirve a ellos. Ese que usan como hotel de lujo los torturadores. Todo se sabe. Se puede agitar con los inundados muertos de frío y tal vez enfermos. Pero no se puede tapar el sol con un dedo. Y no es posible sentirse invencible porque se aplican los esenciales. Un chiquito al final para este asunto de las tarjetas corporativas. ¡Soy partidario! Nada de moralina y de hacer chorizos con carne ajena. El problema no es Sendic, que declara peor que aquel del tango: “¡Arrésteme sargento/y póngame cadenas!”. Cuantas más explicaciones da, más se entierra. El problema son los controles. De las tarjetas y de los viáticos. Y el asunto es que ya nuestro pobre licenciado está tan quemado que cualquiera le pega. Por lo que parece no será candidato, así que le ladran a un perro muerto. Pero hay cuzcos que se sienten mastines ladrándole a un perro muerto. ¿Y los otros? Y averiguar ¿Cuándo se inventaron las tales tarjetas? ¿Y quiénes las utilizaron y en qué gastaron? En Ancap y en todos lados. Ya que estamos, vamos a averiguarlo todo y hacer público todo, absolutamente todo. Hace un tiempo dijeron que irían hasta el hueso con el asunto del financiamiento de los partidos y yo pregunté entonces: ¿hasta las ayudas a don Luis Batlle? ¿Hasta quién financió los Remigton de Saravia? Ya que estamos…    

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