De prosperar, puede convertirse en el acontecimiento religioso, cultural y diplomático de lo que va del milenio. El Vaticano, en representación de la religión monoteísta más importante del mundo, y China, el país más poblado del planeta, están por alcanzar un acuerdo que pondría un punto final a más de 700 años de desencuentros, controversias, separaciones y reconciliaciones, excomuniones religiosas y expulsiones políticas. Todo empezó en 1299, cuando el misionero franciscano Juan de Monte Corvino construyó la primera iglesia católica de China en Beijing con el apoyo del príncipe mongol Tenduk de la dinastía Yuan. Con la caída de los mongoles el catolicismo se fue marchitando para reverdecer en todo su esplendor en el siglo XVI gracias al jesuita italiano Matteo Ricci, quien además de su misión evangelizadora es aún hoy reconocido como un pionero del sincretismo cultural entre Oriente y Occidente. En ese período los católicos gozaron de un elevado aprecio social y de gran respeto por parte de la mayoría de la sociedad china, incluso de funcionarios del gobierno, miembros de la familia real y estudiosos, gracias a lo cual el número de católicos creció. Sin embargo, la primavera católica llegó a su fin a comienzos de la dinastía Qing, cuando por la controversia de los ritos el emperador chino proscribió el cristianismo durante 100 años. El gran cisma entre el Vaticano y el Imperio del Medio -que se mantiene hasta nuestros días- ocurrió en 1951, cuando el nuevo gobierno revolucionario maoísta rompió las relaciones diplomáticas y ordenó la expulsión del nuncio apostólico y, con él, la de todos los misioneros católicos. Desde entonces coexisten una Iglesia Católica oficial organizada en la llamada Asociación Patriótica Católica, controlada por el Estado chino, y otra semiclandestina que responde ante la santa sede. El problema de la designación de los prelados y la libertad religiosa ha sido el casus belli del conflicto, ya que Beijing se niega desde hace casi 70 años a que sea la iglesia romana la que decida los cargos eclesiásticos en su territorio. China cuenta con siete obispos designados por la Asociación (¿y el Partido Comunista?), a los que se opone Roma, mientras que se estima que entre 30 y 40 obispos “clandestinos” operan con la bendición papal, pero sin la aprobación del gobierno chino. Oficialmente, el cristianismo suma cerca de 40 millones de fieles, pero algunos expertos calculan que la cifra real puede superar los 88 millones de militantes del Partido Comunista de China. Según proyecciones de organizaciones occidentales, para 2030 serán 250 millones los creyentes, lo que haría de China el país de mayor población cristiana del planeta En este contexto, la noticia que ha ocupado los titulares de la prensa mundial informa de una iniciativa vaticana para normalizar las relaciones entre Beijing y Roma y, en particular, de la disposición de reconocer a los obispos “comunistas” creados por el gobierno chino y dependientes del mismo, y también el pedido de renuncia a los dos obispos nombrados de manera legítima por la Iglesia Católica y que nunca fueron reconocidos por las autoridades del gigante asiático. “Los problemas no pueden ser resueltos todos juntos. Una vez que acordemos el tema del nombramiento de los obispos ,las dificultades restantes no deberían impedir a los católicos chinos vivir en plena comunión entre ellos y con el papa”, afirmó el cardenal Pietro Parolín, secretario de Estado de la santa sede “En China no existen dos iglesias, sino dos comunidades de fieles que están llamadas a cumplir un camino progresivo de reconciliación hacia la unidad”, agregó el jefe de la diplomacia vaticana. Por su parte, el purpurado precisó que “la Iglesia en China no pretende sustituir al Estado, sino que desea ofrecer su contribución serena y positiva por el bien de todos” y reiteró que el papa sigue “personalmente” las negociaciones con las autoridades de la República Popular China y que todos sus colaboradores están “en sintonía con él”. En los últimos tiempos ya se habían realizado gestos de acercamiento entre ambas partes, como cuando China permitió al papa sobrevolar su territorio cuando acudía a visitar Corea del Sur, en agosto de 2014, como también el intercambio de piezas de arte entre el Museo Vaticano y la Ciudad Prohibida para la celebración de una exposición en la santa sede y otra en Beijing. Sin embargo, nunca como hasta ahora la iglesia había expresado tan claro y tan fuerte sobre su voluntad de resolver la “cuestión china”. La respuesta del gobierno chino se conoció por un editorial del Global Times, órgano “oficioso” del Partido Comunista, que calificó lo anunciado por el Vaticano como una “una importante concesión de papa Francisco en el nombramiento de los obispos”. “China y el Vaticano antes o después restablecerán sus relaciones diplomáticas formales porque el papa tiene la sabiduría para resolver los problemas existentes entre las partes”, concluyó el articulo que fue portada del periódico. La “sabiduría” de Francisco es más que bienvenida por el gobierno de la República Popular, para el cual la cuestión religiosa es “de especial importancia”. No obstante, Xi Jinping ha alertado, en reiteradas ocasiones, acerca de la “infiltración extranjera por la vía de la religión”; la Administración Estatal para los Asuntos Religiosos recuerda que “los miembros del partido deben ser firmes marxistas ateos, obedecer las normas del partido y adherirse a la fe del partido”. Según sus acólitos, afirmaciones como estas son las que llevan al cardenal chino y antiguo arzobispo de Hong Kong, Joseph Zen Ze Kiun, a acusar al Vaticano de estar “vendiendo la Iglesia Católica en China”. ¿Paz armada o paz verdadera? Si bien el comunista Xi no se convertirá como Pablo de Tarso en su camino a Damasco, la reconciliación es una meta alcanzable. No olvidar que, según el papa Bergoglio, “los comunistas piensan como los cristianos”. Amén.
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