¿Acaso no nos quedan muchas cosas por decir sobre Venezuela? Podríamos expresar que todo lo que adelantamos en nuestra nota de la semana pasada se cumplió. O acaso, que la parte de la Comunidad Internacional que reconoce a Guaidó, quien asumió por vacancia, ha olvidado que de acuerdo a esa norma constitucional su mandato caducó el sábado. Quizás podríamos señalar que Estados Unidos ha explicitado su voluntad de invadir. O que ahora todo el esfuerzo es evitarlo. En definitiva, podríamos decir que este tema curiosamente divide a los uruguayos, como en la época de nuestros abuelos con, por ejemplo, la guerra de España. O a lo mejor, podríamos hablar de Haití.
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Dejaremos a un lado, pues, todos los falsos positivos (exiliados disfrazándose de militares, para simular una deserción venezolana; el mismo grupo que aplaudía la llegada de los camiones con “la ayuda humanitaria” los rociaba, antes del cruce de fronteras, con gasoil, etc.), la única “ayuda” que puede tratar de ganar adeptos en la opinión independiente, a veces muy desinformada, es la humanitaria. Queremos demostrar que la supuesta motivación democrática que puede esgrimir Trump como humanitaria es mentira. Es el mismo Trump que separa los hijos/as (niños/as) de sus padres en la frontera mexicana. No le creemos una palabra: amigo de un príncipe que mandó descuartizar a un periodista en un consulado.
Haití no solo es un grito a la conciencia humanitaria del continente. Sobrevolar su territorio con aviones de la FFAA de EEUU con ayuda humanitaria e ignorar lo que allí ocurre es un agravio de lesa humanidad. Constituye dos afrentas al continente: la demostración de que en Venezuela la pretendida “ayuda humanitaria” es un mero pretexto para invadir y el desprecio, una vez más, al pueblo haitiano.
Haití es la primera patria latinoamericana. Su independencia, en 1803, nunca logró transcurrir plenamente en paz. Su propia independencia fue un lento proceso. Primero, blancos junto a esclavistas, luego la rebelión de los mulatos, y por último el fin de la esclavitud. Solo EEUU (1776) logró antes que Haití la independencia. El fin de este proceso convierte a la República de Haití en la hermana mayor de los latinoamericanos.
Las cruelmente famosas dictaduras de la dinastía de los Duvalier (Papa y Baby Doc) dieron luz a un sueño democrático que nunca terminó de consolidarse. Tres décadas de horror. Ahí, nadie hablaba de derechos humanos y la pesadilla la vivían nuestros hermanos. La transición fue lenta y penosa. Primero, las juntas militares. Luego se sucedieron varios fracasos: Alexander, Preval, etc. Se despierta una chispita de esperanza cuando, con más del 90% de los votos, asume el sacerdote J. Bautista Aristide en el 91. No llegó a fin de año. Su gobierno rápidamente se ilegitima por una descarada corrupción. Fue expulsado por corrupto de la orden de los salesianos, la misma de nuestro cardenal Daniel Sturla. Así siguen intentos democratizadores que nunca prosperaron.
Las Naciones Unidas, después de varias revueltas ciudadanas, interviene. Así, con el nuevo siglo, llegan “sus” tropas, fundamentalmente americanas, llamadas “Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización en Haití (Minustah en su sigla de francés). Nombre peculiar, complicado. Estando en Haití hace un par de años, conocí, en casa del embajador de la República Dominicana, al diplomático e historiador brasileño Ricardo Seintenfus. Además de regalarme una de sus más célebres obras; “Reconstruir Haití: entre la esperanza y el tridente imperial”. Resumo en una frase su libro: ”Tengo la impresión que no dije mentiras en mis obras. Simplemente Haití no precisa de tantos soldados«.
Un tipo impresionante. Había sido representante de OEA en Haití y renunció por discrepancias. Y allí se quedó. Entre tantas cosas interesantes que aprendí de él, una me llama mucho la atención, por lo poco conocida. Dijo: “La Minustah es una fuerza de ocupación ‘humanitaria’ sin sustento legal”. . No hay un solo documento, acuerdo, tratado, convenio firmado entre alguna autoridad, permanente o pasajera de Haití y la ONU, creando esas tropas. Jurídicamente, nunca existieron. Un día fueron, los mandó el Consejo de Seguridad, porque… se dio. Lo resolvió la ONU el 1 de junio de 2004 por la resolución S/RES/1.542 (2004) del Consejo de Seguridad porque… pintó, como dice mi hijo. No eran cascos blancos ni azules, eran… Minustah. Hace poco más de un año se fueron tras 13 años de ocupación. Legitimidad legal: cero. Así hemos tratado a nuestros hermanos mayores.
Solo una cosa buena pudo haber tenido la Misión, de la que fui jefe, no mucho, en términos de proceso histórico. Quizás, haber logrado tras un año de lobby que la ONU no desplegara la UN Police los días de elección. Y así fue. Una buena negociación con una gran diplomática, por encima de coincidencias o no: embajadora Sandra Honoré (representante de ONU, originaria de Trinidad y Tobago). Creo, ojalá no me equivoque, que es una gran profesional, con conocimiento de causa.
Hubo otras cosas que aprendí in situ. Además de la política, Haití ha sido víctima de devastadoras inclemencias naturales. En 2012 un terremoto monstruoso arrasó lo que encontró en su camino. Los billones de dólares destinados por organismos internacionales y entidades humanitarias nunca llegó a manos de los necesitados. No me muestren cifras y gráficas. Cuatro años después, Haití estaba igual: un poquito más abajo del barrio de la “elite”, las chozas seguían armadas sobre las ruinas y los escombros del desastre natural.
En el año 2016 se llama nuevamente al pueblo a las urnas. Esta vez, con un Consejo Electoral Provisional que diera mayores garantías. Fui jefe de la Misión Internacional que monitoreó ese proceso de aproximadamente un año. Las elecciones fueron por primera vez, en casi una década, sin violencia. También, por primera vez, los partidos que perdieron aceptaron el resultado. En plena misión, en 2016 el huracán Mathew hizo su pasada por Haití, el mismo día en que se debían celebrar las elecciones presidenciales, que hubo que reagendar. En ese proceso, hubo actos electorales hasta el 29 de enero del año siguiente. Muy complejo: presidenciales, legislativas y locales, todas con normas de 1a y 2a vuelta.
Luego de ocho intentos de conducir elecciones, vinieron las de 2016/2017, como si estas, en caso de no ser fraudulentas, pudieran sin más trámite devolver la paz a Haití. Yo quise dejar consignado en mi informe final que ello, la ausencia de violencia o fraude, no implicaba que hubieran sido pacíficas, ni bastaban para devolver la nunca lograda paz de nuestros hermanos mayores de Haití.
Con niños que mueren en las calles y los que sobreviven sentados en la vereda con su barriguita hinchada, no hay paz. El informe oficial distribuido no lo incluyó. Escribí expresamente a la OEA señalando la omisión. Se me contestó por escrito (en mi poder) que ya se había corregido. Cuando lo presenté ante el Consejo Permanente del organismo, faltaban dos cosas: el secretario general (¿?) y el texto corregido completo de mi informe.
Un funcionario (director del Departamento de Cooperación electoral -DECO- de la OEA) me pasaba un papelito diciendo que terminara mi intervención (¿?). Cuando hice público todo esto, hubo una batalla de tuits en la que no voy a volver a caer. El jefe de una Misión no debe discutir su gestión con funcionarios. No voy a polemizar sobre algo tan elemental. Los funcionarios no pueden modificar la libre expresión del jefe de la Misión. Y esta, cuya jefatura ejercí, fue la más grande y numerosa de la OEA en su historia.
Nuestra visión no era errada. Se dio por exitoso que no hubiera tiros. Se ignoró la importancia de los bajos porcentajes de votación. No se creó ningún mecanismo de seguimiento. Llegamos a aspirar, ingenuamente, a la figura de un alto comisionado sobre Haití. En cambio, se abandonó la patria hermana para que abrazara el modelo neoliberal. En estos días la gente dijo basta. La gente dijo, como en Uruguay en los 80, No.
Queríamos primero contextualizar lo que está ocurriendo. Sentíamos el deber de compartir la experiencia de algo de lo que la vida nos ha permitido ser testigos. A la OEA le serviría exhibir un éxito. Pero si no fue bueno para un Estado miembro (el Estado involucrado), no es bueno para la OEA. Es una concepción. Por cierto, una que siempre hemos combatido. Los funcionarios de OEA, sea cual sea su jerarquía, desde el secretario gral. al director de una oficina, no pueden suplir con su opinión la de los Estados Miembros.
Tampoco la de los jefes de misiones sin cuya independencia solo un servil puede aceptar ocupar esa posición. Las señales que manda la OEA van a llevar a eso: ninguna figura que ofrezca garantías a todo va a aceptar encabezar una Misión si un funcionario dice que él “aprueba los informes y los firma el jefe de Misión (¿?). Esa era de corrupción por viáticos se acabó en América Latina. Por cierto, toda la estructura de contralor electoral de la OEA la ejerce, por ahora, el PRI de México. (Me emociona, perdón por la digresión, ver a mi viejo amigo AMLO, presidente de México (viejo amigo de Diego Achard en nuestra juventud). “Soy casi un año menor que tú”, solía decirme. 10 meses justos. Contarlo, por más de su visible vitalidad, me hace sentir un veterano.
“Los organismos multilaterales no son otra cosa que lo que sus Estados Miembros quieren que sean” (interpelación de WFA al ministro de RREE de Uruguay, Juan Carlos Blanco -convicto-, el 14, 22 y 23 de noviembre de 1972, tras la renuncia previa a la interpelación al exsecretario gral. de la OEA Mora Otero, aunque ambos mantuvieron el cargo en reserva). Otra vez, la OEA prefirió exhibir un triunfo aparente, antes que cambiar el curso de la Historia. La cita de Wilson cabe en tanto el secretario de la OEA, Almagro, ha usado su imagen -la de Wilson- para justificar su política sobre Venezuela: lo comparó con Leopoldo López.
Ya va una quincena de días de violencia en las calles de Puerto Príncipe, reclamando la renuncia del presidente Juvenal. En medio de las confusiones fueron detenidos cinco ciudadanos americanos con armas de alta precisión. Regresaron a su país, sin juicio, ni cumplimiento de las normas de deportación. Roberto, un joven de 14 años, murió de un tiro de las fuerzas represivas llegando al hospital. La familia de la víctima es amenazada de muerte por las fuerzas de seguridad; si hablan con la prensa, los matan. Con hijo muerto poco les importa y han hablado. Las calles están en llamas.
La represión es feroz. No debería ser curioso, pero sí digno de señalar: la represión es sólo en los barrios de gente muy pobre. Los cálculos menos pesimistas dan cuenta de una decena de muertes en hospitales en estos días. Unos mueren de bala, otros mueren de hambre. La ayuda humanitaria los sobrevuela rumbo a Venezuela.
Queda mucho para contar.