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Hola, bebé: Acoso sexual callejero

El acoso sexual callejero es una de las tantas formas en que se muestra y se demuestra cómo, aún y pese a todo lo que se ha cambiado, vivimos en una sociedad machista y patriarcal.

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Por Matías Mata

La ley Nº 19.580 de Violencia hacia las Mujeres Basada en Género promulgada el 22 de diciembre de 2017 establece que el acoso sexual callejero es “todo acto de naturaleza o connotación sexual ejercida en los espacios públicos, por una persona en contra de una mujer con la que no tiene una relación y sin su consentimiento, generando malestar, intimidación, hostilidad, degradación, humillación o un ambiente ofensivo para la mujer acosada”.

Cabe destacar que la referida ley define también violencia simbólica como aquella “ejercida a través de mensajes, valores, símbolos, íconos, imágenes, signos e imposiciones sociales, económicas, políticas, culturales y de creencias religiosas que transmiten, reproducen y consolidan relaciones de dominación, exclusión, desigualdad y discriminación, que contribuyen a naturalizar la subordinación de las mujeres”.

Sin embargo, y pese a todas las formas de violencia que se especifican en dicha ley, no aparece de manera tan clara donde entran aquellas prácticas, habituales aun hoy en nuestra sociedad, como ser: chistarle a una mujer, mirarla de forma persistente e intimidante, mirarla con carga sexual, decirle “mamita”, “linda”, decirle te hago esto o aquello, decirle “te chuparía toda”, hacerle gestos, hacer referencia a alguna parte de su cuerpo, seguirla y los cientos de etcéteras que se pueden incluir. Prácticas que muchas mujeres viven día a día, o más bien sufren, y en ocasiones desde edades tan tempranas que debería darnos vergüenza como sociedad y como individuos.

Una cuestión de relevancia con respecto a este tema es cómo se encuentran habituados algunos hombres a llevar adelante algunas prácticas que pueden parecer comunes, pero que, sin embargo, son violencia, violencia basada en género. No existen las excusas “le dije algo lindo”, “se visten así para que las miren” o “mirá lo que se puso, qué querés que le diga”. Los hombres no tenemos derecho de decirle nada a una mujer que no conocemos, sobre su forma de vestir, sobre su cuerpo o sobre lo que queremos hacer, por el simple hecho de que no sabemos si ella lo quiere escuchar. Y esta es la primera razón, más que fundada, para ponerle un freno a esto sin entrar en subjetivismos que pueden utilizarse para defender lo indefendible. Todas estas prácticas no hacen más que acentuar ese pensamiento que pone al hombre como dominante sobre las mujeres, algo que a esta altura ya podría catalogarse como un pensamiento de la edad de piedra.

El acoso es violencia en cualquiera de sus dimensiones y que lo sufran las mujeres, y no lo hombres, no hace más que mostrarnos qué lugar ocupan unos y otros dentro de la sociedad. Por algo el acoso pocas veces se da desde las mujeres hacia los hombres. ¿Cuántas veces nosotros nos hemos sentido intimidados en la calle? ¿Cuántas veces nos han dicho algún disparate por la calle? ¿Cuántas veces pensamos dos veces qué ponernos por lo que nos pueden decir? Por eso a veces los hombres no entendemos la dimensión y la importancia de esto, sencillamente porque no lo sufrimos. Un buen ejercicio para aquellos que llevan adelante estas prácticas, o para aquellos que de forma pasiva dejamos que estas prácticas sucedan, sería pensar en nuestras hermanas, nuestras parejas, nuestras amigas, nuestras madres, etc. Y saber que a cada una de ellas le toca pasar por esta situación, sí, a cada una de ellas; pensar lo contrario sería de una total ingenuidad. Ya que todavía muchos hombres creen tener el derecho de decirles algo a las mujeres por el solo hecho de tener ganas o argumentando que lo hacen porque la otra persona lo quiere escuchar. Clásica explicación que los hombres dan para los “piropos” o los “halagos”; sin embargo, esto carece totalmente de sentido. La realidad es que nadie sabe lo que quiere una persona desconocida, a no ser que se lo pregunte. Otro argumento recurrente es aquel que dice que si una mujer se pone algo, es para que le digan algo, otro sinsentido con la misma explicación.

Poder caminar por cualquier parte de Uruguay sin pensar en estas cuestiones, poder vestirse como uno quiere sin tener que escuchar ningún disparate, poder andar solas sin miedo de que algo pase, poder utilizar el espacio público en el cual convivimos como sociedad, es un debe que la sociedad uruguaya todavía tiene con las mujeres.

Una definición de acoso sexual callejero establecida por Vallejo y Rivarola (2013) nos sirve para terminar de definir estas prácticas habituales aún hoy en Uruguay: “Se puede definir el acoso sexual callejero como un conjunto de prácticas cotidianas, como frases, gestos, silbidos, sonidos de besos, tocamientos, masturbación pública, exhibicionismo, seguimientos (a pie o en auto), entre otras, con un manifiesto carácter sexual”.

Entonces, ¿qué hacemos frente a esto?

El pasado miércoles 7 de noviembre se llevó a cabo en la Intendencia de Montevideo la campaña Montevideo ciudad libre de acoso, la cual busca, a través de diferentes acciones, concientizar a la sociedad toda, pero sobre todo a los hombres, sobre estas prácticas que definitivamente deben ser eliminadas. No es posible construir una sociedad justa si a una parte de la misma se le vulneran derechos inherentes a los seres humanos. Derechos que están a su vez establecidos en el derecho internacional, en nuestra Constitución y también en nuestras leyes.

Esta campaña busca visibilizar los efectos negativos que son resultado de estas prácticas de acoso y que se traducen en una menor utilización del espacio público por parte de las adolescentes, jóvenes y mujeres montevideanas. Al tiempo que también instalan la inseguridad y el miedo y coaccionan la libre circulación de las mujeres por los distintos espacios públicos o la limitan a determinados horarios “adecuados”

Según la Encuesta Nacional de Prevalencia Basada en Género y Generaciones, realizada por el INE en el año 2013, 36,5% del total de las mujeres encuestadas de 15 años o más ha sufrido acoso en lugares públicos. Es mayor este porcentaje en mujeres de entre 19 y 29 años (54,6%), seguido de la franja de mujeres de entre 15 y 18 años (47,8%).

En términos generales, dicho estudio muestra que siete de cada diez mujeres han sufrido violencia basada en género a los largo de toda su vida; otro aspecto a resaltar es que la franja etaria que más sufre este tipo de violencia es la referida al tramo comprendido entre los 19 y 29 años y que vive en la región sur/este del país (Montevideo, Canelones y Maldonado). Cabe destacar, además, que dicha investigación muestra cómo la violencia basada en género se ubica con los mismos porcentajes independientemente del estrato socioeconómico o del nivel educativo de las mujeres.

Como vemos, estas prácticas son sufridas por distintas franjas etarias, de distintas capas sociales y en los ámbitos más diversos, por lo que se puede asegurar que transversalizan la sociedad toda y, por ende, nos competen a todos. Pero, sobre todo, a los hombres, y no sólo a aquellos que llevan adelante estas prácticas, sino a todos los que mantenemos una actitud pasiva y omisa frente a estas situaciones. No deberíamos hacerlo, ya que estamos colaborando con la perpetuación de esta situación y dejando margen para que quienes se creen dueños de los espacios y de las verdades sigan adelante con estas prácticas de dinosaurios.

Tal vez algún desentendido esté pensando que en este artículo se está diciendo que no se puede hablar con una mujer en un espacio público, y la realidad es que no; en estos términos no se puede hablar con una mujer en ningún lado. Incluso cabría preguntarse si el término “hablar” estaría bien utilizado.

El vínculo entre hombres y mujeres no puede dar como resultado que una de las partes se sienta intimidada; hay que respetar a todas y todos y sin excepción alguna.

El acoso sexual callejero es violencia, nos guste o no, y tenemos que saber que no es cuestión del feminismo o de las “feminazis”, como dicen aquellos que se sienten objetados por estas cuestiones. Si sos tan macho, empezá por hacerte cargo de lo que te corresponde.

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