Por Isabel Prieto Fernández
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Las mujeres sabemos que abortar no es una decisión fácil y, más allá del discurso y las creencias que se puedan tener al respecto, cuando una situación de esas nos toca de cerca, nos ponemos del lado de nuestra igual. ¿Querés tener el hijo a pesar de los pesares? ¡Arriba! ¿No lo podés tener por lo que sea? Te entiendo y te apoyo. Esa suele ser nuestra conducta –para bien o para mal– ante la mujer que está en esa disyuntiva. Y vaya que es una cuestión de género. Un hombre puede que no lo comprenda nunca; una mujer, tarde o temprano, lo hace.
Lo expuesto, que ni siquiera es una regla, tiene sus excepciones. En el caso que nos ocupa, con nombre y apellido: Pura Concepción Book. Los detalles son de público conocimiento, y como la mujer embarazada abortó de manera espontánea, nunca sabremos cuál hubiera sido la última palabra de Pura.
Este corto, pero intenso y mediático proceso generó una situación binaria a nivel de la opinión pública. Se estaba en contra o a favor de la interrupción del embarazo, con un juicio que siempre resultaba lapidario, sin medias tintas. Pero hubo alguien que prácticamente no habló: el hombre que presentó el recurso. Él, no su abogado. Así que Caras y Caretas lo contactó.
“Quiero hablar”
Estaba intentando una entrevista con el supuesto padre del “caso de Soriano” cuando se hizo público el aborto espontáneo. Recibo un mensaje: “Isabel, quiero hablar”. Llegamos a un trato: él respondería las preguntas; a cambio no habría fotos ni nombres. Pareció justo, sobre todo porque él no sabía que yo sabía algo que él no sabía que yo sabía. Así, como un trabalenguas, pero todo a su debido tiempo. La cosa es que cuando llegamos a ese acuerdo, yo estaba en condiciones de comprenderlo.
“Cuando me informa que estaba embarazada ya habíamos terminado nuestra ‘relación’, que nunca fue formal. Yo ya tenía la pareja que tengo ahora que, dicho sea de paso, ha demostrado ser una compañeraza en toda esta historia”. Hace una pausa y continúa: “Ella también tiene otra pareja, pero me dice que el hijo es mío y que por eso necesitaba decírmelo”, comienza expresando el hombre.
Según él, la mujer le manifestó su indecisión sobre si ponerlo al tanto del embarazo o no, y al final optó por hacerlo: “Le pedí que me diera un día para pensarlo y durante ese tiempo no atendí los mensajes. Me contactó por medio de otra persona; le mandé a decir que se quedara tranquila, que iba a estar con ella en lo que precisara, que sólo quería reflexionar”.
Luego se fue unos días de licencia y al regresar le plantea su voluntad de interrumpir el embarazo: “Yo no podía acompañarla en eso; prefería hacerme cargo del niño. La acompañé a la primera consulta al ginecólogo y me quedé afuera paseando a su hijo, sin saber que era la primera cita del procedimiento para el aborto. La segunda era con la psicóloga y, a pesar de que ella me decía que yo no podía entrar, cuando la llamaron, pregunté si podía y se me dio autorización. Allí pude decir que no apoyaba la interrupción, la psicóloga me dijo que mi punto de vista era claro y la citó nuevamente, pero esa vez sólo a ella”, afirmó, y agregó: “En ese momento le dije que tomaría la vía legal”.
Consultado sobre si no consideraba una falta de respeto el desoír la voluntad de la mujer, el hombre contestó: “No pensé en la ley ni si iba en contra del sistema. Traté de mantener todo esto de la forma más reservada posible; lo que no quería desoír eran mis sentimientos. Ella me dijo que no me veía madera para ser buen padre. Lamento mucho todo esto”.
Habla bajo y pausado, de a ratos los ojos se le llenan de lágrimas, pero no llega a llorar. Es como que toda esa agua que se ve a través de las cuencas se evaporara antes de salir. Espero. Imagino su mente reordenando las cosas que vienen a través del tiempo. Estoy atenta a sus gestos. Me mira, pronto para la próxima pregunta. Y veo su asombro cuando me escucha.
Viene de lejos
“¿Tenés otro hijo?”, le pregunto, sabiendo que este hombre está a punto de realizarse pruebas de ADN por un niño que puede ser suyo. “Creo que sí”, me contesta, y me solicita que apague el grabador. En seguida me pide que lo vuelva a prender, explicándome al tiempo que “eso no está en la esfera judicial, sino en la humana”, y que es un tema de derecho a la identidad, en el que él y la madre del pequeño estarían de acuerdo en llevar adelante.
Según relató a Caras y Caretas, él comenzó a hablar de su situación con el abogado Federico Arregui a raíz de la posibilidad de que tuviera un hijo con una expareja: “Eso fue el año pasado. Una amiga de ella me contactó para decirme que era posible que yo fuera el padre del niño. Cuando yo vivía en Montevideo, salía con ella y un buen día desapareció de mi vida. Supe que estaba embarazada, traté de encontrarla, pero rompió todo vínculo conmigo antes de confirmarme si yo era el padre del hijo que esperaba”.
A fines de 2016, ese hombre y esa mujer que un día fueron pareja llegan a un acuerdo: se van a realizar exámenes de ADN para aclarar la identidad del pequeño, porque son conscientes de ese derecho, pero también del de mantener la privacidad del niño: “Ella estaba complicada por cuestiones laborales, así que fueron pasando los días, sucedió esto otro [el caso de la interrupción del embarazo] y el ADN se pospuso para cuando se pudiera. Me escribió que no me complicara la vida, que siguiera luchando”. Ante las insistentes preguntas, el hombre asegura que es por un tema de tiempos que no lo tiene resuelto, que “a veces las cosas vienen complicadas o las complicamos nosotros” y que “no hay falta de voluntad de ninguna de las dos partes”.
Cuando la entrevista terminó, el hombre se fue caminando. Por ahí tomaría un taxi hasta Tres Cruces, de donde partiría un ómnibus que lo dejaría en su ciudad natal. Mientras se perdía en la oscuridad, pensé en el ADN y en una nota que hice hace muchos años, en la que me había sorprendido la cantidad de muestras anuales que se analizan con el fin de confirmar la paternidad. Es cierto que a veces las cosas se complican. Pero, por suerte, también hay soluciones.