Quizás no exista un país en el mundo tan apegado a la simbología como China. Desde los llamados “Doce símbolos” que se empleaban en las vestimentas del emperador de la dinastía Han (206 AC-220 DC) la simbología ha sido uno de los medios más importantes para transmitir valores morales, éticos y políticos. El 1º de julio de 2017, 20º aniversario del retorno de la excolonia británica a la madre patria e investidura de Carrie Lam como primera mujer jefa del gobierno autónomo de Hong Kong, no fue la excepción. “La soberanía nacional esta por encima de cualquier negociación”, advirtió Xi Jinping y, poniendo los símbolos al servicio de sus dichos, la ceremonia fue enteramente en mandarín, el idioma oficial de China, dejando deliberadamente de lado el cantonés, la lengua hablada en Hong Kong. Así como el número de dragones en un traje indicaba un nivel superior o inferior dentro de la corte imperial, aquí fue el tamaño de las banderas lo que simbolizó la supremacía y la autoridad de Beijing. Las rojas de las cinco estrellas amarillas de la República Popular que inundaron las calles y plazas eran mucho más grandes que la roja de la flor blanca de la “Región Administrativa Especial”, el estatus asignado a Hong Kong desde que el 1º de julio de 1997 le fuera devuelta a China y dejara de ser el último reducto colonial británico en el continente asiático. “Cualquier intento de Hong Kong de poner en peligro la soberanía nacional, de desafiar la autoridad del gobierno central y la ley básica cruzará la línea roja y será absolutamente inadmisible”, sentenció XI Jinping en la ceremonia de investidura, mientras, en las afueras del centro de convenciones, decenas de manifestantes eran detenidos por protestar contra su presencia en la ciudad. “Las muestras de rebeldía serán absolutamente intolerables”, agregó el también secretario del Partido Comunista, que se reservó esta dura advertencia para el último de sus tres días de visita oficial, la primera desde que asumiera la jefatura del gigante asiático en 2013. Además de festejar la recuperación del enclave que le fuera despojado en 1842 como consecuencia de la Guerra del Opio, el Partido Comunista conmemoraba los 20 años de “un país, dos sistemas”, la inédita y audaz fórmula propuesta por Deng Xiaoping a la entonces primera ministra británica Margaret Thatcher en 1984, cuando comenzaron las negociaciones para el regreso de la “Perla de Oriente” al redil. Según el tratado sino-británico, durante los siguientes 50 años Hong Kong podía seguir practicando el capitalismo como sistema económico predominante con un alto grado de autonomía interna. Este original principio establece que China es un solo país, pero admite dentro de su Estado único la coexistencia de sistemas económicos y políticos diferentes, incluido el mantenimiento del capitalismo en ciertas regiones del país en paralelo con el sistema socialista. La “separación de sistemas” es inconcebible para los occidentales, que, como lo demuestra la unificación de Alemania, adhieren al principio “un país un sistema”. Solamente China –que al decir de Martin Jacques, más que un Estado nación es un Estado civilización– pudo concebirlo y experimentarlo exitosamente. Precisamente “una civilización, muchos sistemas” fue durante milenos la fórmula para mantener unida la vastedad de su territorio y la variedad de etnias y religiones. Para Xi, hoy día “Hong Kong disfruta de derechos y libertades como en ningún otro momento de su historia” y “un país, dos sistemas” continuará aplicándose porque “es el mejor camino para resolver los problemas en Hong Kong, el mejor mecanismo político para la prosperidad”. Hong Kong tiene su propia Constitución, su gobierno y parlamento, un sistema judicial independiente, libertad de prensa y libertad de expresión. Sin duda el régimen de los “dos sistemas” funcionó mucho mejor de lo que se esperaba. Durante los 155 años de dominación británica, Hong Kong no supo mínimamente lo que era una democracia, sus gobernadores eran nombrados y las decisiones eran tomadas por Londres, a más de 10.000 kilómetros de distancia. Aunque limitada para muchos, fue la República Popular la que introdujo la primera experiencia de democracia. Hong Kong es una de las ciudades más prósperas y la más libre de China. Sus ciudadanos gozan de más derechos que cualquier otro chino. Sus tribunales de justicia son respetados internacionalmente, la prensa es independiente y las protestas son permitidas a niveles inimaginables en la China continental. Muchas cosas han cambiado desde aquel 1º de julio de hace 20 años, cuando el príncipe Carlos arrió las banderas del Reino Unido y entregó la posesión de la “joya de la corona” al entonces presidente Jiang Zemin. La economía china creció a índices exponenciales, así como el nivel de vida de sus habitantes. El producto de Hong Kong representaba un quinto del total de la producción china. Hoy es menos de 3%. Durante décadas el puerto de Hong Kong fue la puerta de entrada y salida del mercado chino, hasta ser desplazada por Shanghái, Shenzen y Guangzhou. El enclave fue el centro financiero asiático por excelencia, mientras que hoy son las bolsas de Shanghái y Shenzen las que concentran el interés de los inversores. En 1997 tan solo un centenar de empresas –15% de las registradas en Hong Kong– pertenecían a China continental, mientras que en 2016 la cifra aumentó hasta 51%, con más de 1.000 firmas. Los tiempos del boom hongkonés terminaron. En la década del 70 la ciudad puerto crecía a un promedio de 9% anual; en los 80 a 7,4%; y entre 1998 y 2006 se contrajo a 3,3%. Esta pérdida de protagonismo no ha sido indolora para la sociedad local, que atraviesa una suerte de crisis de identidad que explica una buena parte de las protestas, como el “Movimiento de los paraguas”, que paralizó el centro de Hong Kong durante meses en 2014, así como el surgimiento de partidos y asociaciones estudiantiles que reivindican la identidad hongkonesa, un distanciamiento de China y hasta su total independencia. Para los opositores, la política de Beijing cercena la autonomía y lo que fue “un país, dos sistemas” es hoy apenas “un país, un sistema y medio”. La respuesta de Xi Jinping es categórica: “Estamos dispuestos, junto con varios sectores de la sociedad hongkonesa, a echar la vista atrás al transcurso inusual de Hong Kong en los últimos 20 años, sacar conclusiones de esta experiencia, mirar al futuro y asegurarnos de que ‘un país, dos sistemas’ es estable y tiene un futuro a largo plazo”, señaló. O lo que es lo mismo: la fórmula que hoy cumple 20 años se puede discutir pero no tocar. Paradójicamente, la exmetrópoli colonial suscribió los dichos de Beijing. “Es esencial que el principio de ‘un país, dos sistemas’ siga siendo la base del modo de vida de Hong Kong”, declaró desde Londres Boris Johnson, ministro de Relaciones Exteriores de Reino Unido al referirse a los actos del 20º aniversario. La corona británica y el Partido Comunista de China, abrazados en una causa común. Otro símbolo de los tiempos que nos toca vivir.
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