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«Si usted lo necesita, yo lo hago para usted…»

Por Alberto Grille.

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Al parecer, es toda una técnica de la elaboración de la noticia en los medios de comunicación de masas. Se trata de una suerte de manipulación del conocimiento que resulta de la necesidad o avidez de cierta parte del público de consumir determinados noticias o determinado sesgo de estas, sin importar su veracidad ni la realidad que las sustenta. El producto final, cuidadosa y costosamente procesado, es una combinación de fuentes anónimas, datos verdaderos y precisos, gráficas, estadísticas y testimonios auténticos, sumados a fotos alteradas y documentos apócrifos, insumos diversos, citas de otros medios creíbles, de fuentes anónimas, especulaciones y prejuicios diversos. Semejante paquete, al que podríamos calificar de tramposo, en realidad no es más que una sofisticada manera de mentir, en la que nuestro conocido diario El País es experto.

La construcción de una mentira creíble no es nueva ni es solamente una exclusividad de los medios. Alguna vez he comentado que en los cursos de espionaje que imparten los servicios de inteligencia de la KGB, el Mossad y la CIA enseñan técnicas para hacer creíble una mentira en un interrogatorio bajo presión. Estas técnicas incluyen, además de la tolerancia al dolor físico y a la presión psicológica, la elaboración de respuestas que tienen que ser confiables, exactas y eventualmente pasibles de ser parcialmente probadas.

En el mundo moderno las redes sociales actúan a la vez como generadores o amplificadores de este curioso producto. Esto no es más que una modalidad perversa de la libre circulación de bienes y servicios en la que, de acuerdo con las leyes del marketing, la gente recibe lo que quiere o lo que necesita para justificar sus creencias, en un falso envase de veracidad para satisfacer sus preconceptos y orientar a la opinión pública en una dirección que no está sostenida en la necesidad de creer en los hechos, sino en la aspiración de confirmar sus ideas, que pueden estar –o no– sostenidas por la realidad. Es más, los propios medios, incluido el uso planificado de las redes sociales, son el instrumento por el que la opinión pública se entera de lo que ella misma quiere o reclama, de los que le preocupa o de lo que constituye sus desvelos y demandas.

De esta manera usted se da por enterado de que los temas que le preocupan más son los relacionados con la educación, la corrupción, la salud, los impuestos, el trabajo, la seguridad o la economía. Los medios sugieren las preguntas, las empresas encuestadoras las incluyen en los cuestionarios, y la opinión pública digiere y elabora sus angustias e insomnios, creyendo que son el resultado de su solitaria meditación e ignorando que la manipulación mediática es la soberana de la mayoría de sus propias cavilaciones. Esta operación “informativa”, así estructurada, no es más que propaganda psicológica y pura manipulación. Su origen, muchas veces, es un enlace de Facebook de falsedad fácilmente evidenciable, y ulteriormente sus conexiones y su viralización en la web.

Cualquiera percibe que esta técnica, que, en principio, sólo parece ser diseñada para producir un engaño, es mortalmente agresiva contra la democracia, en la medida en que construye en un público masivo, generalmente muy conservador, probablemente ignorante e intelectualmente muy primitivo, un universo fantasioso, un marco meramente imaginativo y negligente, que tiene claramente el propósito de suministrar un producto falaz, construido sobre diversos mitos. El diario El País –como no podía ser de otra manera– no se podía mantener alejado de esta porquería, cuyo fundamento teórico y académico se origina en los manuales de psicopolítica de la CIA, de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) y de la Escuela de las Américas.

Son innumerables los ejemplos, a lo largo del mundo y de la historia, de operaciones de este tipo que son gestionadas por los medios masivos de comunicación. La tecnología, la cultura y la globalización de los medios físicos, audiovisuales y virtuales ha puesto en el orden del día este tipo de operaciones a escala universal.

El sorpresivo triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos y de la salida de Reino Unido de la Unión Europea, conocida como brexit, han impuesto una nueva palabra: la “posverdad”. Una pequeña imbecilidad de la ex ministra del Partido Nacional Ana Lía Piñeyrúa, actual senadora y contertulia de la mañana de El Espectador, que photoshopeó una imagen de la asunción del dictador Juan María Bordaberry como presidente de la República, para incluir en ella a Tabaré Vázquez, sirve de ejemplo de cómo podrían usarse las redes sociales como disparador de una mentira que a muchos puede servir y que en este caso resultó fácilmente desmontable.

Un artículo del semanario Brecha informa que post-truth (posverdad) es la palabra del año. Su uso se ha multiplicado en progresión geométrica en los medios y según el diccionario Oxford significa “la circunstancia en que los hechos objetivos son menos influyentes para condicionar a la opinión pública que las apelaciones a las emociones y creencias personales”.

Pero, ¿a qué viene toda esta perorata?

A la campaña que encabeza El País para operar contra el Ministerio de Desarrollo Social (Mideas) y su titular, la maestra Marina Arismendi. En 2016 El País publicó más de un centenar de notas sobre temas vinculados al Mides. Muchos de ellas se elaboraron a partir de insumos suministrados por los propios funcionarios y técnicos del Mides que, alentados y obedeciendo instrucciones de la propia ministra, han puesto en manos de ese diario valiosa información: evaluaciones, informes y auditorías. Más de 300 horas de trabajo destinaron los técnicos del Mides a los periodistas de El País. Sociólogos, economistas, contadores y abogados se han prestado, y en muchos casos se han ofrecido para informar a los periodistas en larguísimas reuniones en las que evacuaron todas sus consultas, sin ocultar ninguna información disponible. Con dinero del pueblo se les pagó a los trabajadores, que respondieron generosamente a los representantes del matutino. Muchísimas horas de técnicos especializados fueron dedicadas a contestar las preguntas, a elaborar las respuestas, a explicar y sugerir caminos para la elaboración de la información que El País aparentemente pretendía suministrar a sus lectores. Todos los insumos que resultaron del trabajo de años, los mecanismos, las auditorías, los estudios realizados y su sistematización, las evaluaciones, los monitoreos de cada dirección, de la dirección específica (la Dirección Nacional de Evaluación y Monitoreo) y las auditorías externas de la Universidad de la República y consultores internacionales, se pusieron a disposición de El País para sus publicaciones.

El resultado final son las notas que El País viene publicando en su campaña de publicidad para desinformar sobre el Mides. Semejante mamarracho, obviamente, no es el resultado del aporte de los técnicos, sino de la mezcla interesada, el menosprecio de los datos suministrados, la ignorancia de las evaluaciones realizadas, la tergiversación de los hechos y las afirmaciones contradictorias, con el propósito de justificar titulares que desorienten al lector. Caras y Caretas ha conversado con algunos de los mencionados técnicos, quienes se manifiestan asombrados de la mala fe de los periodistas que han trabajado con ellos durante meses, y de la falta de escrúpulos de quiénes editan lo escrito por estos trabajadores de la prensa.

Las propias autoridades del Mides, que yo creo que han sido un poco ingenuas, manifiestan que siempre actuaron en el sentido de satisfacer la curiosidad de los lectores y de ayudar a la construcción transparente de la información evaluativa y de su gestión, actitud que ha merecido el reconocimiento de los órganos y las instituciones académicas de nuestro país y de las instituciones internacionales.

La manera de informar del diario El País, invocando una supuesta molestia de los trabajadores con las autoridades, responsabilizando a ellos de problemas que sólo existen en la imaginación del periodista o de actores interesados, el uso de frases intencionadas de terceros por todos desconocidos y de fuentes ignotas y anónimas, el uso de datos verdaderos usados como supuestas pruebas sin que de ellas se desprendan las conclusiones que el artículo sugiere, y la construcción sensacionalista de problemas administrativos corrientes, no es más que una estrategia de desinformación y de perturbación del ánimo social mediante la invocación de la molestia de la gente contra el gobierno y el Estado, en un área de especial sensibilidad social.

Ahora bien, ¿quién es el responsable de las mentiras, de la desinformación, de la falsedad, del engaño, cuando lo que se informa no se corresponde con la realidad y cuando se traicionó la buena fe de quienes involuntariamente se prestaron para suministrar información confiable, volviendo creíbles las mentiras?

Es hora de empezar a responsabilizar a los actores por sus actos y a no incurrir en la simpleza de dejar esconder intereses privados y económicos que pujan por el poder político utilizando medios ilegítimos como la mentira y la tergiversación.

No digas que no te avisé.

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Toda la verdad sobre el Mides

Cuando leí los doscientos y pico de artículos sobre el Mides publicados en El País en 2015 y 2016, no pude resistirme a terminarlos en una sola noche. Al analizar las 500 páginas que vomitó la impresora, nos encontramos con una verdadera clase de desinformación y mentira. Las notas que leímos y anotamos fueron hechas con gran espectacularidad, encabezadas con titulares especialmente tendenciosos. Constituyen un martilleo implacable en torno a la gestión del Mides, a la responsabilidad de la ministra Marina Arismendi, a la calidad de los monitoreos y evaluaciones, a los datos y la información que se produce, y a los problemas administrativos que denuncian. No me resisto a analizar con pulcritud y muy críticamente lo hecho en el Mides en estos años, los datos suministrados al diario El País por sus autoridades y técnicos, así como los balances que ellos hacen y que han ido construyendo con transparencia en el transcurso de estos años. Lo haré y lo escribiré en diez capítulos, con el propósito de desenmascarar esta basura de periodismo que ha convertido a la mentira en estrategia al servicio de intereses mezquinos.

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Lo que nos dice el Mides

Durante 2015 y 2016 se le facilitaron al diario El País las más diversas evaluaciones y trabajos de sociólogos, economistas y técnicos del Mides, en forma sistematizada y elaborada, como se acostumbra hacer para todos los que la requieran.

– La mayoría de los aportes para la elaboración de sus informen se hicieron sobre la base de evaluaciones y monitoreos que el Mides realiza sistemáticamente. No obstante, el diario afirma que no existe esta documentación, para luego concluir que “el Estado está omiso”.

– No es cierto que El País “no accedió” a que “funcionarios del Ministerio” le explicaran cómo usar las páginas públicas. Fue la administración la que autorizó el acceso de los periodistas a las distintas direcciones, divisiones y departamentos.

– El diario expresa que desde el 8 de junio de 2016 hasta enero de 2017 realizó “un pedido que no encontró su debida respuesta”. Lo que no dice es que en realidad esta administración le ofreció el acceso directo a la información, sin ningún tipo de trabas y con total transparencia, y lamentablemente El País no supo qué hacer con ella.

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